Sopla viento de poniente, el termómetro no pasa de los seis grados centígrados y el reloj marca las 6.51 horas cuando EL ESPAÑOL se embarca en la Begoñita para compartir una jornada de pesca en el Mar Menor junto a su patrón, Manolo, su hermano, José, y el marinero Myacine. En este momento de la temporada el objetivo son las lubinas y los lenguados, pero el patrón advierte de que regresaremos a la lonja de Lo Pagán con las manos vacías como ya les ocurrió este lunes 18 de noviembre cuando salieron a faenar por primera vez desde que el 12 de octubre murieron miles de peces y crustáceos en las playas de esta albufera por un episodio de anoxia (falta de oxígeno).
“El lunes solo cogimos dos lubinas y un lenguado porque ahora mismo solo se puede pescar en un 30% de la superficie del Mar Menor porque todo lo demás está muerto”, resume con impotencia Manolo Martínez Marín tras 12 años desayunándose madrugones para salir a faenar en estas aguas.
Manolo sale obligado a pescar en pleno colapso ecológico de esta albufera porque de los 54 barcos que componen la flota de la Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar, la ‘Begoñita’ es una de las 23 embarcaciones que se han quedado fuera de las ayudas establecidas por el Gobierno regional. El objetivo de esas subvenciones contempladas en un decreto era compensar el lucro cesante que ha sufrido el gremio porque la crisis ambiental del Mar Menor les impidió faenar durante la conocida como racha de la dorada donde concentran más del 50% de sus ganancias anuales. Sin embargo, el decreto del Ejecutivo autonómico que conforman PP y Ciudadanos ha provocado un cabreo generalizado entre las 150 familias que dependen de la pesca en el Mar Menor. “No han sacado un lucro cesante verdadero”, denuncia el patrón de la ‘Begoñita’ mientras se enciende un pitillo para entrar en calor.
La Cofradía de Pescadores cifra en 1.070.000 euros las pérdidas sufridas por la paralización temporal de la actividad -desde el 12 de octubre- por la muerte masiva de peces provocada por el proceso de eutrofización que sufre el Mar Menor desde 2016 y que recibió la puntilla en septiembre con las lluvias torrenciales de la DANA. El Gobierno murciano solo estableció 400.000 euros para cubrir el parón del gremio. La diferencia de cifras se debe a que el Ejecutivo autonómico calculó el lucro cesante según el reglamento europeo: le sacó a cada embarcación una media de las ventas brutas de los años 2016, 2017 y 2018, descontándole el mes de más capturas y el de menos de cada ejercicio, y si las capturas totales de 2019 eran superiores a la media de esos tres años el barco en cuestión se quedaba sin ayudas.
“La Begoñita superó la media de capturas y me quedé sin subvención, por eso estoy obligado a salir a faenar porque tengo un bebé de 19 meses y hay que darle de comer, hay que pagar las letras de la casa y del barco, los seguros, la Seguridad Social y se acerca la Navidad”, enumera Manolo sujetando con firmeza el timón de su embarcación, modelo Buceta, de seis metros de eslora. Su indignación es la misma que la de los armadores de las 23 embarcaciones que se quedaron sin ayudas y que esta semana no han tenido más alternativa que salir a faenar para sobrevivir. Las quejas también se repiten entre los dueños de las 31 embarcaciones que recibieron ayudas por las enormes diferencias de los importes, que oscilan de los 16.000 euros a los 3.000 euros, a repartir por todos los miembros de la tripulación, y con la obligación de cumplir una moratoria de pesca con sus barcos en dique seco hasta el 30 de noviembre.
“En mi caso me han ocasionado unas pérdidas de 30.000 euros”, se queja indignado Manolo observando cómo los primeros rayos de sol bañan las siluetas de las islas de la Perdiguera y el Barón. En cada amanecer el patrón de la Begoñita y su tripulación reviven su particular pesadilla: apenas hay género en las turbias aguas del Mar Menor que unos días son de color marrón chocolate y otros tienen tonos verdosos. “El Gobierno regional dice que la culpa es de las lluvias de la DANA, pero los pescadores ya veníamos notando cosas raras en la laguna mucho antes de la DANA: algunas especies estaban muy agrupadas o habían cambiado de zona, incluso cuando capturábamos algunos peces que aguantan vivos más de un día se nos morían en dos horas y las teníamos que tirar porque se empezaban a descomponer”, ejemplifica este pescador, de 30 años.
La tertulia acaba a las 7.36 horas porque la Begoñita se sitúa frente a la playa de Los Narejos donde empieza el jornal con la pesca de la lubina. José y Myacine se colocan junto al canasto del palangre un arte consistente en depositar un sedal madre del que pende un anzuelo cada cinco metros y así hasta sumar 500 con los que cubren una superficie de 4.000 metros. “Esta es la mejor época del año y las capturas han caído un 80%”, se lamenta Manuel después de una hora sin coger ni una sola pieza y con el graznido de fondo de un banco de gaviotas tratando de cazar el cebo que han tirado a base de chapicas y sardinas.
Algas muertas y cieno en las redes del tresmalle
Los dos marineros no paran de recoger anzuelos con algas muertas y algún pezqueñín que de inmediato devuelven al agua. Entre las 8.51 y las 9.40 horas se produce el milagro: caen cuatro lubinas. “El año pasado por las mismas fechas habríamos cogido entre diez y quince piezas”, vuelve a tirar de estadística el patrón para remarcar por segunda vez la caída de capturas que están sufriendo. La primera parte de la jornada acaba con malas sensaciones para José, pescador desde hace una década, y que al igual que su hermano Manolo ha seguido con la estirpe familiar que inició en la pesca su bisabuelo. “Siento rabia por este número de capturas porque esto se sabía que iba a pasar y tenían que haber puesto medidas”, se sincera preocupado este joven, de 28 años. El mismo sentimiento comparte Myacine que todos los meses tiene que enviar a Senegal dinero para sacar adelante a su mujer y a sus tres hijas. “Les paso todo lo que puedo: unos meses 400 euros, otros 600 euros…”.
El futuro de este senegalés siempre ha estado condicionado por el mar. Así ocurrió hace 13 años cuando se jugó la vida embarcándose en una patera hasta las Islas Canarias y ahora se repite la historia porque su sustento y el de su familia dependen de las capturas diarias que realice en aguas marmenorenses. Myacine, de 41 años, admite que este mes el envío de dinero a su país será el más pequeño de todo el año: “La cosa está mal”. Todavía hay una oportunidad de remontar la jornada con la captura de lenguados y la embarcación pone rumbo a la zona donde dejaron el día anterior el tresmalle. “Este arte lleva una maya para frenar el pescado y otra para liarlo, todo lo que se hace en el Mar Menor es artesanal, está prohibida la pesca de arrastre y el cerco”, resumen de forma didáctica los hermanos Martínez Marín.
Los dos marineros comienzan a subir con brío el tresmalle a la embarcación. En cada tramo que sacan del agua hay algas muertas y cieno y muy de vez en cuando se llevan una sorpresa en forma de lenguado, magres, mujos, doradas o cangrejos azules. “Al pescado no le pasa nada, pero tengo miedo de que la gente no lo quiera porque es del Mar Menor”, apunta con angustia José porque a pesar de que el género cumple con todos los requisitos de trazabilidad, desde que estalló la crisis ambiental de la laguna el precio de las capturas se ha devaluado un 50% debido a que en toda España se ha visto el mal estado de las aguas marmenorenses. De hecho, algunos pescadores de San Pedro con las pocas capturas que han conseguido esta semana se han ido a las lonjas de Santa Pola y de Cartagena porque hay más clientes y consiguen mejores precios que en Lo Pagán.
Temor por revivir la crisis que padeció el gremio en 1987
A mediodía emprendemos el camino de vuelta a puerto y la tripulación aprovecha para comer algo de atún en lata, bollos de leche y zumos. Nadie habla porque el día ha sido flojo. Al llegar a la lonja de Lo Pagán no se producen las habituales colas y el ambiente está enrarecido entre los armadores. Manolo y su hermano, José, comienzan a sacar el género de la Begoñita para darle un manguerazo antes de pesarlo. El rostro del patrón es serio porque ni el número de capturas ni los precios han sido buenos y lo demuestra mostrando a EL ESPAÑOL el albarán que le han entrado donde se detallan los kilos de las capturas y su precio. Este martes los 12,8 kilos de lubina que ha pescado se los han pagado por un precio que ha oscilado de 15,75 a 16,95 euros, frente a la cotización que tenía este pescado en noviembre de 2018, de 20 a 23 euros por kilo. El lenguado es el otro producto de temporada y se lo han pagado a un precio que ha oscilado de 11,67 a 19,50 euros el kilo, frente a los 24 euros de noviembre de 2018. “Por estas mismas fechas cogíamos 60 kilos de lenguado y hoy solo hemos pescado 6 kilos y 15 gramos”. Con las cifras en la mano es evidente la caída de capturas y la bajada de precios.
Manolo, José y Myacine han cobrado 371,60 euros, pero ahora deben descontar el 8% de aportación a la Cofradía de Pescadores, el 10% del IVA, los 30 euros de cebo, el coste de las cajas y el hielo, el gasoil, la Seguridad Social… Los beneficios a repartir se reducen a 160 euros por haber empezado a trabajar de madrugada y todavía no han terminado la jornada porque tienen que preparar las redes para volver a salir otro día. Entre los armadores de San Pedro existe temor a revivir la grave crisis que padeció el gremio tras la riada de 1987. “Ese año hubo una avenida que provocó arrastres de la Sierra Minera al Mar Menor obligando a muchos pescadores a dejar de faenar en la laguna y a emigrar al Mediterráneo, a las costas de Mazarrón y Águilas, y nos estamos temiendo que eso se repita ahora porque aquello no fue ni una décima parte de lo que ha provocado la DANA de septiembre”, admite el patrón de la Begoñita.
Tanto Manolo como su hermano, José, recuerdan perfectamente que su padre y su abuelo en aquel año sufrieron muchas apreturas económicas viéndose obligados a “mal vender” dos barcos porque no reunían las condiciones para faenar en el mar mayor. De momento, el éxodo ha comenzado tímidamente, tal y como confirma Fermín Sánchez, al pie de la lonja de Lo Pagán: “Los arrieros vienen aquí y dicen que no les compran el género del Mar Menor y ya hay ocho embarcaciones de las 23 que se han quedado sin ayudas que están trabajando en el Mediterráneo”. Este armador suma más de tres décadas en la Cofradía de Pescadores de San Pedro con su barco ‘Lucía y Carmen’ y habla abiertamente de crisis: “Ha habido años que se ha ganado más y otros menos, pero a mis 48 años y con dos hijos nunca he vivido una crisis igual, las capturas han caído un 80%”.
Jonatan Esquiva, el patrón de la citada embarcación, corrobora tal reflexión mostrando a este diario lo que han facturado este martes: “Nos han pagado 216,80 euros y antes de salir a faenar habíamos llenado el depósito con 220 euros de gasoil para los próximos 15 días, por lo que hemos perdido dinero”. En plena temporada del lenguado en su albarán solo figura una captura, lo que provoca que Fermín estalle: “¡Una semana antes de la crisis ambiental del Mar Menor llegamos a la lonja con cien kilos de lenguado y hoy solo hemos cogido dos cientos gramos!”. La embarcación ‘Lucía y Carmen’ es otra de las 23 que se han quedado fuera del decreto de ayudas del Gobierno regional y Fermín y Jonatan estiman que esta situación sumada al parón que sufrieron por la muerte masiva de peces del 12 de octubre les ha causado unas pérdidas de 60.000 euros.
“Me parece muy mal el sistema de subvenciones que ha planteado el Gobierno regional; tendría que haber dinero para todos porque en medio del Mar Menor no hay vida y para pescar hay que pegarse a la orilla porque el agua tiene más oxígeno y hay peces”, subraya Fermín, un pescador curtido en la mar.
Sin praderas no se recuperará la albufera
Las apreciaciones de los pescadores son compartidas por algunos miembros de la comunidad científica. Valga como ejemplo Julia Martínez, investigadora de la Fundación Nueva Cultura del Agua, y que considera que el Ejecutivo autonómico debería de haber garantizado una moratoria en la actividad de todas las embarcaciones de la Cofradía de Pescadores de San Pedro: “Creo que ahora mismo no deberían salir a pescar, en primer lugar para proteger a la laguna y al propio sector, incluso para restablecer la confianza de los mercados en el pescado del Mar Menor y todo eso tendría que estar compensado económicamente con las ayudas necesarias, me parece una irresponsabilidad por parte de la Comunidad Autónoma que se les esté permitiendo faenar y considero que es una enorme injusticia social que no les paguen ayudas compensatorias al cien por cien de los pescadores”.
-El gremio está muy preocupado por la caída de las capturas y el color del agua del Mar Menor. Julia usted se ocupa de investigar la cuenca. ¿Qué análisis hace de la situación?
-Aquí lo relevante es el estado de las praderas que están casi desaparecidas y que son el factor principal que va a determinar si hay un proceso de recuperación de la laguna. Mientras no tengamos una buena vegetación en el fondo no tendremos una recuperación y lo que vamos a tener en la columna del agua son cambios de color por sedimentos, temperaturas, vientos, arrastres... La importancia ecológica del color del agua es muy pequeña. Eso cambios de colores no nos dicen nada de los procesos a largo plazo y eso nos lo dirá la recuperación de la pradera que hoy por hoy no está ocurriendo. Las praderas son un componente fundamental de la biodiversidad del Mar Menor para que en vez de tener aguas verdes tengamos aguas transparentes y para una recuperación de las comunidades (de peces) que viven en la columna de agua. Sin la recuperación de las praderas no habremos salido de la crisis eutrófica de 2016.
-¿En esta situación se podría volver a repetir el episodio de mortandad masiva de peces?
-Por supuesto. Sin praderas tenemos un ecosistema críticamente vulnerable a múltiples circunstancias: desde cambios de los vientos a lluvias torrenciales. Cuestiones que hace veinte años no suponían un problema para el Mar Menor porque era capaz de gestionar esos factores externos, pero ahora no es capaz de hacerlo porque la pérdida de la vegetación del fondo lo ha sumido en un colapso ecológico que no es capaz de gestionar la masiva entrada de nutrientes.
-En un informe elaborado tras la DANA en el que usted participó junto a científicos de las universidades de Murcia y Alicante y el Instituto Español de Oceanografía apuntaban que 9.000 hectáreas del fondo del Mar Menor están devastadas. ¿Cómo se pueden recuperar?
-Para recuperar las praderas marinas hay que reducir la entrada de nutrientes recortando la superficie de regadío en la cuenca. La única medida posible es cambiar el modelo productivo del Campo de Cartagena y mientras eso no se lleve a cabo todo lo demás tendrá poco efecto. Hay que eliminar el regadío ilegal (9.500 hectáreas) y revertir de regadío intensivo a secano natural una banda amplia de dos kilómetros para que proteja al Mar Menor de la entrada de nutrientes. Ahora mismo la mayor parte de la aportación de nitratos, según los estudios disponibles, proceden de los fertilizantes de los regadíos, pero también hay aportación del manejo de purines en explotaciones ganaderas.
El decreto del Gobierno regional por el lucro cesante de los pescadores no solo ha generado malestar en el gremio sino también una crisis institucional en el seno de la Cofradía de Pescadores de San Pedro que se ha saldado con la dimisión del patrón mayor, Jesús Gómez: “Me he ido por dos motivos, el primero porque estoy cansado de que la Consejería de Agua, Agricultura y Medio Ambiente nos ninguneé, y en segundo lugar porque propuse a los pescadores en una asamblea que se realizase un reparto solidario de los 400.000 euros para que todo el mundo recibiese ayudas y no se aprobó”.
Durante su mandato Gómez siempre se ha implicado activamente en la lucha por recuperar medioambientalmente el Mar Menor y llegó a viajar a Bruselas para exponer a las autoridades europeas el estado de la laguna. Por ello, este armador asegura que su renuncia como patrón mayor no le apartará de esa lucha: “Las ayudas de este decreto han sido un plan orquestado por la Consejería para forzar a las embarcaciones a salir a faenar para lavar la imagen del Gobierno regional y del Mar Menor, pero mientras me queden fuerzas voy a seguir peleando porque el colectivo de pescadores es milenario, esta actividad se remonta a los primeros asentamientos que hubo en el Mar Menor, y siempre somos los grandes olvidados”.