Uno se buscó la vida hasta convertirse en empresario y político, luchó en el bando de los sublevados, se convirtió en un alcalde puesto por el democrático dedo del franquismo y siguió en política hasta convertirse en un objetivo de la lacra de ETA. Otro era médico, fue rojo y llevó pistola, se libró del paredón por pura bienaventuranza y acabó dejando la política de lado, por su bien. Uno era Manuel Abascal, abuelo del líder de Vox, Santiago Abascal (43 años). El otro era Herman Blanco, abuelo del líder del Partido Popular, Pablo Casado Blanco (38 años).
La vida de ambos, como la de la mayoría de abuelos y bisabuelos de la España del ahora, da para un libro. Penurias, luchas, victorias y derrotas plagan sus días. Ahora son sus nietos los que se enzarzan en la carrera de la candidatura a la Presidencia, Casado con probabilidad real de llegar y Abascal vaticinando un aumento de escaños. Pero, antes, sus abuelos ya tuvieron su guerra, la de las dos españas, la civil -si es que alguna guerra puede ser civil, la ONU ni siquiera reconoce el término-.
El pasado lunes, en el debate a cinco que enfrentó a los candidatos a presidir el Gobierno, el presidente de Vox sacó a pasear una anécdota de la España reconciliada, cuando le estaba criticando a Pedro Sánchez el haber sacado a Franco del Valle de los Caídos. Dijo que, a pesar de todo, su abuelo y el de Casado se abrazaron en la Constitución. El relato recuerda a la obra Las guerras de nuestros antepasados, de Delibes, y uno se pregunta si los descendientes acabarán igual, contagiados por el sino de la violencia.
Santiago Abascal: El señor Sánchez, que dice que quiere introducir en el Código Penal la exaltación de los totalitarismos y del Franquismo -dijo el líder de Vox, el pasado lunes, ante las cámaras- ¿va a acabar ilegalizando al señor Iglesias? Que es el único que de aquí se ha proclamado comunista. Los demás no nos hemos proclamado partidarios de ningún tipo de régimen totalitario.
Pedro Sánchez: Algo, algo tiene usted señor Abascal. Tiene usted pinta... -interrumpió el presidente en funciones-.
Santiago Abascal: Está bien su gracia, pero no, ahí no la va a encontrar. (...) ¿Sabe lo que quiero decirle yo? Que el señor Casado, cuando reivindica a su abuelo republicano, tenga derecho a hacerlo y que se sienta orgulloso de él. Y que yo pueda reivindicar a mi abuelo Manuel, que con 18 años fue movilizado para luchar en el bando nacional. Y que las personas que están en su casa escuchándonos, que tenían un abuelo en un bando y un abuelo en otro, no sean obligados a elegir por usted. Porque nuestros abuelos se abrazaron en la Constitución.
Pistola Star, calibre 6,35
Herman Blanco, el abuelo de Casado, nació en la localidad palentina de Meneses de Campos en 1912. Era hijo de agricultores, pero acomodados, y por ello pudo estudiar. Lo hizo primero en el Centro de San Isidoro de Palencia y, más tarde, siguió los pasos de su hermano Eovaldo y se fue a Valladolid a estudiar Medicina. Ahí, ambos hermanos encontraron refugio en la casa de su tía Leopolda, viuda y sin hijos, que les evitaba tener que pagar una pensión.
“Se sintió siempre un privilegiado al poder estudiar”, relata el doctor palentino Albano de Juan Castrillo, que recogió las vidas de los médicos represaliados por el franquismo, entre ellos Herman, en su libro Los médicos de la otra orilla (Ediciones Cálamo). Lo dicho, la vida de los abuelos da para novela. “Otros de sus hermanos como Genaro y Julio, en cambio, se dedicaban a llevar la labranza con un padre de delicada salud”, sigue el texto.
Pero el gen rojo -que buscaba Antonio Vallejo Nájera, el 'Mengele' español- le llegó a Herman a través del doctor González Aguilar, médico de la Marina de Guerra y al que probablemente conoció en una etapa de su formación en el hospital de Valdecilla (Santander). Además de médico, González Aguilar era profundamente socialista e influyó en muchos de sus discípulos. Con ello, Herman Blanco se afilió a la UGT.
Lo siguiente que se sabe de él ocurrió el 18 de julio de 1936, al día siguiente de que fracasara el golpe de Estado que desencadenó la Guerra Civil. En la calle Don Sancho de Palencia, los nacionales habían dispuesto sus ametralladoras y Herman fue al edificio de la Diputación, armado con una pistola de la marca Star, del calibre 6,35, a brindar atención médica a los heridos republicanos.
Asediados ya completamente y sin visos de oponer resistencia, Herman acabó abandonando el edificio de la Diputación por una ventana y ahí se le cayó el carné de la UGT, con sus datos y todo lo necesario para identificarle. El 13 de agosto de ese año, le detuvieron y le llevaron directamente a la prisión provincial de Palencia.
Así, con esas leyes que se hacen sobre la marcha, a Herman Blanco le acusaron del delito de Rebelión Militar. Era de la UGT, pagaba su cuota, lo que implicaba un “acto de carácter positivo a favor de la obra revolucionaria marxista” y tenía amistad con altos mandos del Frente Popular.
Librarse del fusilamiento
De los compañeros que estuvieron ese día con Herman en la Diputación de Palencia, 32 fueron pasados por el paredón, fusilados. Él no. Su familia y allegados empezaron a mover los hilos para evitar que lo mataran y, además, para aliviar su condena. Y encontraron un filón con el que hacerlo: su cristiandad.
Juan Arregui, director de la congregación de María Inmaculada y San Luis Gonzaga, de Valladolid comunicó a las autoridades que Herman siempre había tenido un buen comportamiento y que acudía con asiduidad a los actos que se celebraban en la congregación. También el prior de los dominicos del convento de Santo Tomás de Madrid dijo que tenía “profundos sentimientos católicos” y que estaba “dedicado exclusivamente a su profesión de cirujano alejado totalmente de la política”. Funcionó.
Durante su estancia en la cárcel de Palencia, Herman aprovechó sus conocimientos médicos para ayudar a curar a los presos del centro penitenciario. Tanta era su habilidad que llegó a ser sacado de prisión para operar a la mujer de un personaje importante de Palencia que sufría cáncer de mama. Cuentan los que estaban con él en prisión que un día ayudó a curar a un joven herido de bala y que, en cuanto se recuperó, fue llevado ante el pelotón de fusilamiento. “A Herman se le saltaban las lágrimas pensando, tal vez, si no habría sido mejor para el muchacho
A Herman le pusieron en libertad en 1956, diez años después de su detención. Sin embargo, cuentan que no le gustaba hablar de su tiempo en prisión. Pero no dejó de ser político. Cuando Franco aparecía en televisión, la apagaba. Cuando Franco aparecía en la página de un libro, la arrancaba. Pero nunca volvió al activismo militante.
A su nieto, Pablo Casado, tampoco le entusiasma hablar de él. Cuando, en una entrevista en La Vanguardia, se le preguntó por él, sí que dijo que estaba “tremendamente orgulloso”. “Tenía la grandeza de esa generación de represaliados que no pedían revancha sino concordia y reconciliación”, añadía. Poco más ha dicho. El líder popular considera que es una herida que sigue abierta en la familia. Quizás no hay tanto abrazo constitucional como Abascal cree.
Con los sublevados
En la otra cara de la moneda, en el otro bando, el de los vencedores, se encontraba Manuel Abascal, Manolo, para todos sus familiares. Hijo de Santiago Abascal, padre de Santiago Abascal y abuelo de Santiago Abascal (este ya último el candidato de Vox), nació en la localidad cántabra de Arreondo el 7 de marzo de 1920.
Su vida quizás también de para novela. Aunque, en este caso, ha sido su nieto el que ha recogido parte de ella en No me rindo, el libro que Abascal (candidato) publicó en 2014. En él, hace un repaso detallado al milímetro de cómo ETA tenía amenazada a su familia. Sin embargo, entre el relato de los años duros de la banda terrorista, se cuela por la rejilla parte de la biografía de Manolo.
Padre de ocho hijos y abuelo de “veintitantos” nietos, Manolo vivió una infancia en las montañas entre Cantabria y País Vasco. De pequeño, trabajó un poco de todo, ordeñando vacas, vendiendo golosinas en los cines, cargando mercancías y vendiendo telas a lomo de un burro. Todo hasta que juntó el dinero suficiente para montar un negocio textil que todavía existe, Moda Abascal, una tienda en Amurrio (Álava), que sigue regentando la familia Abascal a día de hoy.
Pero, antes de eso, la guerra, en el bando de los vencedores. “Le hizo recorrer media España como soldado del bando nacional en la parte final de la guerra”, explica el propio Santiago Abascal, en 2011, en un artículo que publicó en la revista Alba cuando era presidente de la Fundación para la Defensa de la Nación Española. “Por los pelos se libró de participar en pelotones de fusilamiento y a punto estuvo de acabar en la División Azul”, añade Santiago.
Señales de tráfico en euskera
Al acabar la guerra, Manolo se casó con la que fue su mujer, Pilar Escuza Olbarrieta, y ambos se asentaron en Amurrio de una vez por todas. Luego ya vino una etapa más dorada. El gobernador civil le hizo alcalde de la localidad en 1963 y siguió en el cargo hasta 1979 y después pasó a la Diputación de Álava. Quizás de ahí le surgió la idea a Santiago Abascal, que quiere suprimir las autonomías pero mantener las diputaciones.
A pesar de su amplia trayectoria política, él, cuenta su nieto, nunca se sintió con vocación política. Abascal (candidato) repite siempre al hablar de su abuelo una frase del dictador Francisco Franco: “Usted haga como yo y no se meta en política”. Era la frase con la que Manolo se identificaba.
Lo deja muy claro el candidato de Vox cuando explica en qué se diferencian su padre y su abuelo: “Como el abuelo, mi padre se metió en política municipal, con la diferencia de que a él no le movía la instalación de farolas en tal calle o el estado de los adoquines en tal otra. A mi padre le movía España y la libertad”.
“Era una persona bastante apreciada, algo que es difícil aquí con los alcaldes del franquismo”, explica a EL ESPAÑOL un político de País Vasco, que conoce de cerca los movimientos políticos de toda la estirpe Abascal, pero que ha pedido mantenerse en el anonimato. “No daba el perfil de persona significada falangista, sino que estaba considerado como alguien de orden y españolista”, añade. “Se consideraba que había dado la cara y no se había aprovechado de su cargo para incrementar el capital, como sí que hicieron otros muchos”, apuntala.
¿Y ha influido al ahora candidato? “No creo que de manera decisiva”, explica otro político de la región que también ha pedido anonimato. “Yo creo que al Santiago de Vox le pueden haber afectado más las vivencias de su padre que las de su abuelo. Eso sí, el abuelo era muy de derechas y una persona de orden”, añade. “Como anécdota”, sigue, “cuando estaba en la Diputación, el gobierno al que él pertenecía puso por primera vez los nombres de las señales de tráfico en euskera, algo que no deja de ser curioso”.
“Comenzaremos a ejecutarles”
“Creo que influyó muchísimo en la figura de Santi padre”, explica otra persona que, lo mismo, ha pedido anonimato. “En los años duros de ETA, Santi padre vió cómo afectaba al abuelo y la injusticia que se estaba cometiendo con él, de la que era testigo”, comenta. “Fue así, el abuelo influyó al padre, el padre al hijo y al hijo también su ambición desmesurada”, añade críticamente.
Hay una cosa de la que Santiago Abascal, candidato de Vox, ha hablado prolíficamente: que él y su familia han estado amenazados de siempre por el terrorismo. Y eso empezó a vivirlo su abuelo Manolo. De hecho, la mayoría de las veces que ha hablado de él públicamente lo ha hecho en ese sentido, algunos críticos consideran que usándolo demasiado.
Fue extorsionado bajo amenaza de muerte, perdió a viejos amigos asesinados por ETA, sufrió pintadas amenazantes y su negocio de Moda Abascal en Amurrio ha sido vandalizado en alguna ocasión. “Jamás pagó ni huyó, a pesar del chantaje”, sentencia el candidato de Vox.
Esta última semana que precede a las elecciones del 10 de noviembre, ha empezado a circular entre personas afines al Partido Popular una carta que la banda terrorista envió a Manolo en junio de 1981. La misiva empieza con educación -“Señor Abascal, hace algún tiempo recibió usted una carta nuestra en la que hacíamos petición de 10 millones de pesetas”- sigue con una prórroga, por no haberla pagado -“Le escribimos la presente para comunicarle que tiene usted un último plazo de 15 días”-, y luego da escalofríos -”Una vez pasado el plazo comenzaremos a ejecutarles”-. Y la firma, bien en mayúsculas: EUSKADI TA ASKATASUNA.
Esta carta está recogida entre las imágenes del libro No me rindo y ahora está circulando entre simpatizantes del PP bajo el título “Esto sí que es la verdadera memoria histórica”. Muchos señalan la poca idoneidad del asunto, como si se estuviera utilizando. “Hombre, que a tres días de las elecciones generales empiece a circular esta carta, que debería estar exclusivamente entre las propiedades de la familia…”, deja caer una miembro de la formación popular.
Aunque tocándose en la faceta de militancia política, las vidas de Herman Blanco y Manolo Abascal no podían ser más distintas. Ya tuvieron su guerra, pero la paz no está del todo ganada. Ahora son sus nietos los que van a librar la batalla pero con los tintes amables que tiene la democracia, poniendo un papel en una caja de metacrilato.