La familia de la adolescente sueca Greta Thunberg vivió “años maravillosos”. Las palabras son de Malena Ernman, la madre de esa chica que, con apenas 16 años, se ha convertido en la activista ecologista del momento. Fridays For Future, el movimiento de huelgas escolares por el clima que lanzara Thunberg hace poco más de un año sentándose sola a las puertas del Riksdag – la sede del parlamento sueco –, y sus intervenciones ante los poderosos del mundo, ya sea en el Foro Económico de Davos o en la ONU, la han convertido en candidata a ganar el premio Nobel de la Paz.
Esta semana, sin ir más lejos, la adolescente sueca ganaba junto a la saharaui Aminetu Haiar el conocido como “Nobel Alternativo”, premio que otorga la Fundación Premio Right Livelihood, un galardón para quienes trabajan en pro de soluciones a los desafíos más urgentes a los que se enfrenta el mundo. Sin embargo, cuando la madre de Greta Thunberg escribe “años maravillosos” en el libro que cuenta la historia de la familia Thunberg, Scener ur hjärtat (Ed. Polaris, 2018) o Escenas del corazón, no se refiere precisamente a su actual día a día. Habla así en esa biografía que verá la luz próximamente en España de los años en que los padres de Greta y su hermana Beata vivían viajando de una gran capital europea a otra siguiendo la carrera de la madre.
La mezzosoprano Malena Ernman, ganadora del concurso de Eurovisión en 2009, se había echado a la familia a cuestas. Su marido, el actor Svante Thunberg, era quien más se ocupaba de sus niñas: Greta y Beata. Él y sus niñas la acompañaban a las metrópolis culturales europeas cuyas óperas daban trabajo a la cabeza de familia. “En invierno, nos sentamos en el suelo en viejos y luminosos apartamentos y jugamos con las niñas. En primavera dábamos paseos juntos por parques en flor. Nuestro día a día era incomparable. Nuestra vida cotidiana era simplemente maravillosa”, cuenta Ernman.
Un día, esa dolce vita nórdica llegó a su fin. La pequeña Greta, antes de ser un icono ecologista capaz de abroncar enfurecida a los líderes del mundo en la sede de la ONU en Nueva York, comenzó a mostrar una fragilidad que obligaba a los Thunberg a cambios radicales en sus vidas. Cuando empezó el quinto curso, Greta no estaba bien. Su madre lo cuenta en su libro: “Llora por la noche cuando está en la cama. Llora camino del colegio. Llora en clase y en los recreos. Sus maestros llaman todos los días a casa. Svante debe ir a por ella y traerla a casa”. Sólo Moses, el perro de la familia, calmaba a la pequeña.
“Caí en depresión, dejé de hablar y dejé de comer”, según ha contado la propia Greta Thunberg en un célebre TED-Talk. Aquello fue un calvario familiar. La niña perdió en dos meses diez kilos. Ante la insistencia de los padres para que comiera – “¡Come de una vez! Tienes que comer ¿Comprendes? ¡Si no, te vas a morir!”, le llegaron a gritar los padres presos del miedo –, Greta empezó a sufrir ataques de pánico. “Dio un grito cómo nunca jamás la habíamos escuchado gritar. Dio un grito que duró 40 minutos. No la habíamos escuchado gritar así desde que era un bebé”, se lee en una de las 92 Escenas del corazón que cuenta la madre de los Thunberg en su biografía familiar.
“Los niños son malvados”
Con una niña deprimida, que pasaba una hora para desayunar un tercio de una banana y más de dos horas en comer cinco ñoquis hubo visitas a médicos, especialistas, psicólogos, a centros especializados en trastornos alimenticios, clínicas y hospitales. En la escuela, por otro lado, la situación dejaba mucho que desear para Greta. Ésta terminó contando a sus padres cómo en la escuela sufría el bullying de sus compañeros. La tenían apartada, la miraban mal, en alguna ocasión le pegaron, entre otras muchas cosas. Todo esto llevaba a decir a una Greta de quinto curso deseosa de tener amigos: “Los niños son malvados”.
Los padres comunicaron el caso a la dirección de su colegio, pero sus responsables, en lugar de ocuparse del problema, echaron la culpa a Greta. “La dirección piensa de otra forma (…) varios alumnos dijeron con insistencia a la dirección que Greta se comporta de modo extraño, que habla demasiado bajo y que nunca saluda”, escribe Malena Ernman.
Si hubo un comportamiento de Greta fuera de lo normal, éste termino explicándose cuando llegó, tras las pertinentes y abundantes pruebas, el diagnóstico sobre su autismo y trastorno obsesivo-compulsivo. Eso fue poco antes de que la chica viera por primera vez en un video proyectado en clase la isla de plásticos del Océano Pacífico, esa isla que mide ya más de tres veces lo que España, según datos publicados a principios de este año por la prestigiosa revista Nature.
Con “superpoderes” pero sin viajar en avión, comer carne ni shopping
La propia Greta ha hablado del impacto que le causó saber de la existencia de tanta polución. “Aquellas imágenes se me quedaron grabadas en la cabeza”, ha dicho la joven aspirante sueca a Premio Nobel de la Paz. Ahí empezó a forjarse el interés por el medioambiente gracias al cual se ha convertido en una activista de índole global y que le ha llevado a tomarse un “año sabático” para dedicarlo enteramente a la causa ecologista.
En esa escena internacional, Malena Ernman dice que Greta utiliza su trastorno del espectro autista (TEA) o su Asperger como un “super-poder”. Esto ha costado a la madre de la familia la acusación de “mistificar” el trastorno que padece su hija. Greta, entre tanto, defiende su particularidad como una ventaja. “Veo a través de las mentiras más fácilmente. No me gusta llegar a compromisos. Ser diferente no es una debilidad. Es, en muchos sentidos, una fortaleza, porque uno puede destacar entre la mayoría”, ha dicho la propia Greta Thunberg.
Antes de subir a la palestra internacional, donde se enfrenta estos días a líderes como la canciller alemana Angela Merkel o el presidente Donald Trump – quien ha ironizado sobre el carácter de la adolescente tras su iracundo discurso en Nueva York –, Greta peleó con éxito en su casa para que los suyos fueran más respetuosos con el medio ambiente. Después de que su padre tomara la iniciativa de volar a Cerdeña con su hermana Beate para pasar unos días de descanso, la hermana mayor recordó a sus familiares: “Lleváis emitidas 2,7 toneladas de emisiones de CO2, lo que representa todas las emisiones anuales de cinco habitantes de Senegal”. “Entiendo lo que dices. A partir de ahora me dedicaré a estar con los pies en el suelo”, respondió el padre.
Así dejaba caer a Greta Thunberg a sus padres que, según los términos de la adolescente, “volar es lo peor que se puede hacer” contra el medioambiente. Con el tiempo volar se convirtió en cosa del pasado para los Thunberg. Éstos también han prescindido, por ser demasiado contaminante, de comer carne y de las salidas para hacer shopping, según se lee en las Escenas del corazón de Malena Ernman y compañía.
Contactos influyentes para crear una imagen mundial
Otras salidas, con menor huella ecológica, sí están permitidas en casa de los Thunberg. Por ejemplo, esa otra excursión del padre con Beate – a quien también se le acabaría diagnosticando hiperactividad, además de comportamiento obsesivo-compulsivo y antisocial – a Londres en la que utilizaron, en lugar de cualquier otro medio de transporte, un coche eléctrico. Desde Suecia, emplearon cinco días en llegar a la capital británica.
Crisis familiar mediante, los Thunberg pasaron de ser una familia de clase acomodada que vivía “días maravillosos” sin pensar demasiado en el medioambiente a ser el nido del que ha salido una activista del ecologismo que aún parece tenerlo todo por delante. Entre otras cosas, porque no le han faltado contactos con los que catapultar su carrera hacia donde ahora se encuentra.
Conocidos son, por ejemplo, sus vínculos y los de sus padres con Ingmar Rentzhog, el responsable de la plataforma We Don't Have Time, una iniciativa “para quienes quieren ser parte de la solución a la crisis climática”, algo de lo que informaba este verano el diario británico The Times. Según este periódico, Rentzhog y Ernman parecen ser los principales responsables de la solitaria performance de protesta en el Riksdag que llevó a Greta Thunberg a convertirse en un icono planetario.
La propia Greta Thunberg ha reconocido haber formado parte “brevemente” del consejo asesor de la Fundación We Don't Have Time, la principal accionista de la plataforma de Rentzhog. Como parece natural a su edad, su lucha frente a sus no pocos problemas de salud fue una batalla librada en familia. Parece lógico pensar que su combate por el planeta también lo sea. Aunque Greta Thunberg insiste: “Escribo mis propios discursos”.