La última imagen que tuvo Eyerus antes de morir fue la de su hermano empuñando un cuchillo de 20 centímetros en la estación central de Viena. La joven de 25 años falleció cuando fue a rescatar a su hermano de las drogas el pasado martes. Este fratricidio ha pillado por sorpresa a todos los habitantes del pueblo navarro de Ayegui. Al día siguiente del suceso no había ni un alma por la localidad. El abuelo de Eyob siempre supo que el joven “tenía problemas”, pero su hija, Raquel Albero, jamás desistió. El octogenario, celebró la semana pasada junto a sus 18 nietos su 80 cumpleaños. El año que viene probablemente habrá dos invitados que faltarán a la cita. Eyob, en la cárcel, y su hermana Eyerus, de momento, a la espera de que su cuerpo sea trasladado a España.
“Demasiado buena”, “un trozo de pan”. Así definen muchos vecinos de Irache a la madre de los hermanos adoptados. Jamás un pueblo había estado tan de acuerdo en algo. Raquel siempre tuvo la necesidad de hacer el bien. Vivía en una casa unifamiliar en Irache, a las afueras de Ayegui, un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce. A pesar de tener tres hijos a su cargo- Anaís, Isabel y Santi- y una jornada laboral que tenía que cumplir todos los días, siempre sacaba un poco de tiempo para ayudar a los demás. Era catequista y colaboraba con una ONG madrileña con la que, de vez en cuando, viajaba hasta Etiopía a llevar a cabo algún proyecto.
Hubo un año en el que unos ojos color café la enamoraron y decidió no volver sola a Navarra. Eyob solo tenía seis años cuando Raquel le adoptó. Al menos eso creía ella. Sus rasgos físicos y su madurez intelectual fueron quienes marcaron el año de nacimiento de su DNI español, pero nunca se supo a ciencia cierta la edad del pequeño. De la noche a la mañana, Eyob tuvo que cambiar el clima subtropical por ese frío tan característico del territorio navarro. Un chalet de dos plantas frente a la montaña Montejurra le daba la bienvenida a lo que muchos creían que iba a ser una mejor vida. En poco tiempo se convirtió en un alumno más del colegio El Puy en Estella.
Monaguillo
A Eyob le costó adaptarse a su nuevo día a día. Empezó a tener problemas en la escuela con sus compañeros. Pero Raquel confiaba en su hijo. Le llegó a convencer para que los domingos hiciese de monaguillo para echar una mano al cura del Monasterio de Irache.
En uno de los últimos viajes de Raquel al país etíope, decidió adoptar a Eyerus, la hermana de sangre de Eyob, y traérsela a España cuando esta era una adolescente. Ella se adaptó mucho mejor que él. En poco tiempo ya tenía su cuadrilla y “no había año que se perdiese las fiestas de Estella”, relatan sus familiares a EL ESPAÑOL frente a uno de los bares donde el joven solía tomarse una cerveza con sus amigos.
“Un día probó una droga en forma líquida que le dejó tocado"
Las peleas en casa entre Eyob y su familia fueron a más. A su abuela hay un hecho en la vida del joven que nunca olvidará. “Un día probó una droga en forma líquida que le dejó tocado”, cuenta. Compañeros de Eyob han confesado a este periódico que recuerdan algunos de los problemas que tuvo el joven en casa. “Fue condenado por violencia y robo y estuvo unos meses en un centro de menores”. Tuvo que pasar un tiempo en la Fundación Ilundaín Haritz Beri, que se encarga de formar a jóvenes con problemas que no hayan podido superar los objetivos en sus institutos.
Su hermana de sangre no vivió mucho tiempo en España. Quería viajar y cuando tenía aproximadamente 20 años se mudó a Inglaterra donde comenzó a trabajar. Nunca perdió el contacto con su hermano. Mientras tanto Raquel seguía confiando en que Eyob se estaba volviendo a centrar. Empezó a asistir a cursos de cocina y pronto vio que no se le daba nada mal. Varios conocidos del joven coinciden en que de repente “era otro”. Dejó se ser violento de la noche a la mañana.
A los 18 años se fue a probar suerte en el norte de Europa. Pasó por Suiza, Alemania y Austria. Su dominio con este arte culinario dio le dio la posibilidad de recorrerse numerosos restaurantes de calidad.
Racismo en el extranjero
Mientras tanto, Raquel parecía preocupada. Le daba miedo que Eyob volviese a las andadas. Además el joven no fue muy bien bienvenido en el extranjero. “Sufrió mucho racismo”, cuenta una conocida de la mujer. Aún así, el cocinero aguantaba.
Siempre que podía volvía al pueblo a pasar un tiempo con sus familiares y amigos. Frank trabaja en un bar en el centro de Ayegui. Vino de Senegal hace más de 10 años no entiende qué ha podido pasar con Eyob. Lo mismo ocurre con los dueños de un negocio situado justo en frente. “Le tenía mucho cariño, pero siempre supimos que tenía problemas”, cuenta el regente.
“El año pasado fueron de viaje a Etiopía a conocer a su familia. Eyob se sorprendió al ver que su madre no tenía tampoco dinero. No entendía porqué les abandonó. Se volvió superagresivo”, confiesa un familiar a este periódico.
Sin trabajo y en las drogas
Cuando el año estaba a punto de terminar, Eyob perdió el trabajo. La estabilidad que parecía reinar en la nueva vida del joven parecía que estaba a punto de acabar. El joven decidió volver a casa por Navidad e intentar buscar trabajo en el pueblo. En el bar Durban – cuyo dueño es el futbolista Javier Martínez - pensaron que podría ser buena idea que Eyob trabajase como jefe de cocina en el restaurante. “No cumplía las expectativas y no superó el periodo de prueba”, cuenta entre sollozos una trabajadora del local a este periódico. Para Eyob todo comenzaban a ser palos.
Poco después de que comenzase el 2019 tuvo una riña con su familia y escapó a Viena. Allí entró de lleno en el mundo de las drogas y “vivía como un indigente” confirma un vecino del pueblo. Tal fue la preocupación de su familia, que Eyerus desde Londres y Anaís desde Madrid volaron hasta Viena para intentar convencerle. Quién les iba a decir a ellas que nada podía hacer que Eyob cambiase de idea.
A la 1:15 del pasado martes el cuerpo sin vida de Eyerus yacía sobre el suelo de la Estación Central de la ciudad austriaca. Eyob reconoció los hechos inmediatamente y fue arrestado. Dos horas después un equipo de psicólogos corría hasta la vivienda familiar de los Egea- Albero para asistir a la familia tras el suceso.
Al día siguiente, los abuelos pasean por el pueblo tratando de dar una explicación a los más curiosos. Aún así, todo sigue con normalidad. El hombre está preocupado por su hija, “está destrozada”, confiesa. Antes de cerrar la puerta de la casa en la que un día jugaron Eyob y Eyerus, se despide de los periodistas con una frase tajante: "A los árboles no hay que moverlos del lugar porque sino se mueren".