Romina sólo quería “buscar un futuro mejor”, “ser feliz en aquí” y “prosperar”, cuentan conocidos de la víctima. Por eso dejó Paraguay y compró un billete con destino Madrid. Su tía la había animado. Le ofrecía trabajo nada más llegar y otro tipo de vida. Y ella aceptó, encadenando trabajos -entre ellos, cuidando personas mayores-. A su primer hijo, ahora de 10 años, lo dejó en su país junto a su ex pareja, Cristian. Pero se juró una y mil veces que lo traería a España. Desde entonces, no hubo día en que no lo llamara. Como hizo en la fatídica noche en que desapareció, el día 31, cuando discutió con Raúl Díaz, su marido. Esa fue la última conversación que tuvo con su retoño y con su madre, la última pista. Hasta que el pasado domingo, cuando el presunto autor del crimen confesó que se la encontró muerta en su casa, que estuvo varios días conviviendo con ella, que la intentó quemar y que, al moverla –según su versión– su cadáver fue cayendo en pedazos. Descuartizada, la tiró al mar de Lanzarote. Terrorífico.
Antes, sin embargo, Raúl no dijo nada. Guardó silencio. Disimuló. Es más, mintió. Incluso, acudió a la televisión. “Parece que yo estoy ocultando algo”, reconoció, indignado. Entonces, es posible que ya hubiese arrojado el cuerpo de Romina al mar. Al fin y al cabo, la desaparición de la joven paraguaya de 28 años la denunció ocho días después. Y lo hizo, además, tras ser instado por la familia. “Ya se había ido otras veces”, aludió, quitándole importancia. Pero aquellas palabras la tenían. Él sabía lo que había pasado. No lo contó, pero lo sabía.
Durante 15 días, sus familiares mantuvieron la esperanza. Él, erigido en víctima, así lo quiso hacer creer. Aseguró que, el día 31, por la noche, había tenido una discusión. Que ella le pidió 5.000 euros para traer a su hijo paraguayo y él se negó. Que después ella se marchó y, al regresar, se encontró con que había desaparecido, que se había llevado 200 euros y su móvil. Por eso, reconoció, no le dio importancia. Se había ido, según su primera versión, a buscar el dinero para traer a su retoño a España.
No era así. Raúl Díaz, según su segunda versión, se la encontró muerta en su casa cuando iba drogado y convivió con ella durante unos días. Sin saber qué hacer, intentó quemarla durante una semana en la barbacoa del jardín. Pero no pudo. Trató de moverla, pero su cuerpo se fue desmembrando. Alquiló un coche y arrojó su cuerpo, descuartizado, por diferentes puntos de la costa. Ese fue su final. Pero, durante dos semanas, él lo ocultó. No lo hizo, sin embargo, en una conversación con un primo suyo. A él sí se lo dijo. Y la Policía, que había pinchado su número, ratificó sus sospechas.
Lo detuvieron el pasado lunes. Entonces, la familia de Romina ya sabía que estaba muerta. Se lo habían comunicado un día antes. Raúl, en 10 minutos de conversación con la Policía, lo declaró todo. Eso sí, no reconoció haberla matado. Eso todavía no lo ha confesado. Pero todo indica a que fue él quien lo hizo. La jueza lo ha enviado a prisión sin fianza y comunicada por homicidio u asesinato -eso se esclarecerá en el juicio- y por maltrato.
De hecho, la familia de la víctima ya lo acusa abiertamente. “Te odio desde lo más profundo de mi corazón por arrebatarle la vida a mi hermana. Te odio porque no pensaste que puede ocurrirte a ti lo mismo, a tus hijas, a tu hermana y a tu madre. Le robaste la vida (a Romina), la ilusión de ver crecer a sus dos hijos. Maldito el día en que te conoció. Maldito vos. Ojalá que te llegue la justicia divina. Tenía 28 años. La mataste”, escribía la hermana de la fallecida.
Ambos venían de una relación anterior
La historia de amor entre ambos acabó de la peor manera posible. Nadie, entonces, se lo podía imaginar. “Se les veía siempre felices en las fotografías. No hablaba mucho de él y a nosotras nunca nos dijo nada ni lo notamos mucho”, reconocen a EL ESPAÑOL personas cercanas a la víctima. Pero no era así. La relación empezó mal y acabó peor. Ella, dos días antes de la boda, lo denunció por malos tratos. Aquella denuncia, sin embargo, fue archivada.
Hasta entonces, les había ido bien. Romina, que había tenido diferentes trabajos en Madrid –entre ellos, el de atender a personas mayores–, lo dejó con su anterior pareja, con la que había tenido un niño que ahora cuenta tres años. Conoció a Raúl en Madrid y se enamoró de él. Era 14 años mayor que ella. No le importó. “Ella iba y venía entonces”, cuentan sus conocidos. “Y, de repente, se casó. De un día para otro nos lo anunció”, comentan sus amigas. A todos les pilló de sorpresa.
Él, que había tenido dos hijos con su anterior pareja, también lo dejó. Decidió continuar su vida con Romina. Pero quería hacerlo en Lanzarote, en Costa Teguise (Islas Canarias). Allí trabajaba él en Endesa. Ingeniero de profesión, en sus ratos libres se dedicaba a correr, hacer ejercicio y escribir poesía en sus redes sociales. Algunas de ellas, indirectamente, dedicadas a la paraguaya. “Era un fantasma”, comentan sus amigas.
Pero se casaron. Y la tensión, entre mensajes de amor por ambas partes -no siempre reflejo de lo que ocurría-, se fue incrementando hasta esa noche fatídica del día 31 de diciembre. Entonces, desapareció. Su cuerpo aún no lo han encontrado. Raúl tampoco ha confesado el crimen. La búsqueda sigue su curso para esclarecer qué pudo ocurrir tras Nochevieja, cómo fue todo. Pero la vida de la familia de Romina ha quedado requebrajada, una vez más, por la lacra de la violencia de género.
Aunque no existe perfil del agresor, como reconoce Timanfaya Hernández, psicóloga sanitaria y forense en conversación con EL ESPAÑOL, en este caso resulta complicado esclarecer por qué él, de ser el autor –como todo indica–, la mató. Sí que está claro que “la violencia de género suele ir en escalada. No suele ser de un día para otro. Es raro que se produzca a la primera”. Y, en efecto, así fue. Primero fueron los maltratos y después lo demás: su desaparición, las mentiras y, finalmente, su triste fallecimiento.
Romina Celeste, de 28 años, es la tercera mujer asesinada por un hombre en 2019. En España, en 2019, también ha sido asesinada Leonor Múñoz González, de 47 años; Rebeca Alexandra Cadete, de 26 años. La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 47 mujeres asesinadas en 2018 y 53 mujeres en 2017.
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