Se cuentan los minutos para la cena de Nochevieja, el penúltimo reto de nuestro estómago en las fiestas navideñas. Ya se ve un aperitivo a base de navajas, mejillones, cazón en adobo… y un filete de mero como plato principal. Pues sepa que este año, para mantener viva la misma tradición, su cena va a ser peor que el año anterior, y que el anterior y que el anterior... Esta va a ser, por pura estadística, la peor cena de Nochevieja de su vida.
El motivo es que la calidad de los alimentos se deteriora conforme pasan los años. La culpa la tiene (como no) la mano del ser humano. Somos los que generamos la contaminación que perjudica a los animales que luego nos comemos. Sin entrar en la carne engordada con hormonas o los vegetales repletos de pesticidas, hoy en EL ESPAÑOL nos centraremos en el pescado. En los animales que sirven como termómetro para evaluar el estado de contaminación de nuestros mares. Porque lo que ensuciamos va a sus estómagos… que luego van a los nuestros.
La cadena trófica y el karma
Plásticos, microplásticos, disolventes, mercurio, parabenos… estos son los problemas reales a los que se enfrenta su cuerpo. Es lo que el hombre genera para la naturaleza. Un montón de residuos que van a parar al mar en forma de vertidos que, a su vez, pasan al cuerpo de los organismos marinos mediante la cadena trófica. Es decir, que toda esta suciedad es engullida en mayor o menor medida por los peces, que la asimilan en su cuerpo.
¿En qué parte del mar se da la mayor concentración de residuos? Principalmente en la costa. Es el lugar donde también hay más peces. “Alta mar sería como un desierto; los peces que comemos se encuentran más cerca de la costa”, explica Jesús Cisneros, oceanógrafo y profesor de la Universidad de Las Palmas. Los peces habitan las zonas más contaminadas y se comen lo que encuentran.
¿Y qué es lo que encuentran? Productos altamente tóxicos que arrojamos los humanos. Ahora no piensen en fábricas mastodónticas y humeantes, vertiendo litros de mugre por unos tubos. El principal foco contaminante somos las casas particulares, las aguas residuales urbanas. Este residuo urbano doméstico es el responsable de, por ejemplo, el vertido del 60% de los hidrocarburos que van al mar. Todo eso que sale de los desagües de nuestros hogares. “Esos desengrasantes tan potentes que usamos van a parar al mar. Son productos de limpieza muy agresivos que sólo deberían usarse de vez en cuando para alguna urgencia. Pero los usamos a diario y todo eso va al agua. Porque el mar no desintegra nada. Todo lo que tiramos modifica el estado del agua. El mar no es una depuradora y toda la contaminación que tratamos de diluir en él se concentra en los alimentos que más nos gustan. Es el karma”, cuenta Cisneros.
Los microplásticos, el enemigo invisible
Otro de los grandes problemas son los microplásticos. Son, como su propio nombre indica, plásticos muy pequeños. Eso los hace más indetectables. “Cada vez que lavamos un forro polar liberamos unos 2.000 microplásticos. Van sin remedio al mar y, al ser más pequeños, son asimilados antes por los animales que se los acaban comiendo” resume el profesor de la universidad insular. Los disolventes que lleva cualquier material pintado, los parabenos de los cosméticos, el mercurio y los antibióticos que vertimos al mar, son los otros elementos que están cebando a la fauna marina, cada vez en mayor medida.
¿Cuáles son los peces más afectados por esta contaminación? “Aquí funciona eso de que el pez grande se come al chico”; cuenta el oceanógrafo Cisneros. Por este motivo, los que concentran mayor toxicidad son los peces más grandes. La contaminación afecta a todos los organismos marinos, pero los más grandes son los que tienen, por pura lógica física, más concentración, porque se van comiendo al resto que ya están contaminados.
El ranking de los más contaminados
¿Cuáles son estos peces grandes? Por ejemplo el mero, uno de los platos estrellas de estas navidades. O el pez espada, otro de los que está bien valorado. También los tiburones, donde podríamos incluir al cazón. Otro ejemplo es el atún, que es un alimento extraordinariamente demandado en nuestra época, símbolo de salud… pero no es recomendable comerlo a menudo. Hasta el Ministerio de Sanidad recomiendo que los niños menores de 3 años no coman atún, pez espada o lucio… y que los niños de hasta 12 años no coman más de 200 gramos (un filete) al mes.
En segunda posición de esta clasificación se encuentran los peces menos longevos, como la merluza, la trucha, tunidos menos grandes, el salmón, el bacalao… Pero la concentración de contaminación depende no sólo del tamaño. También del tipo de organismo y de la especie, por ejemplo los filtradores (el mejillón, por citar el más popular) son referentes de la contaminación que les rodea, ya que filtran diariamente metros cúbicos de agua y almacenan todos estos productos.
El origen de las alergias
Yo ya he comprado el mero y los mejillones. ¿Qué hago ahora? ¿Me voy a morir? La respuesta es que sí, que se va a morir. Igual que todo el mundo. Pero no por comerse el mero. Disfrute la cena y no tema consecuencias instantáneas. No se trata de una toxicidad inmediata que impida comerse ese pescado. Las consecuencias de que los peces estén cada vez más contaminados se ven a la larga. El consumo de animales marinos con altas concentraciones de mercurio o alimentados en zonas muy contaminadas está relacionado con otros problemas a largo plazo, como la aparición de alergias, la diabetes o algunos tipos de tumores. “Nos preguntamos que por qué cada vez hay más alergias. Esta es una de las respuestas posibles”, sentencia Cisneros.
Y es que muchos de estos elementos contaminantes que entran en nuestro cuerpo adoptan el papel de disruptores endocrinos. Este viene a ser que las partículas engañan al organismo y le mandan mensajes confusos, alterando el equilibrio hormonal.
¿La contaminación nos cambia el sexo?
Aún hay más: la presencia de algunos de estos elementos químicos en el agua se ha relacionado con el cambio de sexo de algunos peces. “Entraría dentro de las posibilidades de los peces, lo de cambiar de sexo. Lo que ocurre es que algunas de estas partículas fuerzan estos cambios de sexo en los peces que se las comen. Se han dado caso incluso de especies que se han extinguido por haberse vuelto todas macho o hembra. Hay sospechas serias que estos disruptores endocrinos están directamente relacionados con los mismos problemas en humanos” revela Cisneros.
¿De quién es la culpa de esta situación? Obviamente del ser humano, aunque Cisneros afina aún más la responsabilidad: "La legislación actual. No contempla más que un par de factores contaminantes. Si no están presentes, se da por bueno. Y de contaminantes hay muchísimos. También se debe a la ausencia general de una depuración mínimamente eficiente. Ninguna administración quiere afrontar el problema y adecuar el sistema depurador a los tiempos actuales", concluye el profesor Cisneros.
Dinero. Es lo que falta para implantar depuradoras más potentes. Y voluntad política para endurecer la legislación sobre contaminación. De momento, esta noche va a ingerir usted una cantidad ingente de plásticos, microplásticos, disolventes y mercurio. Todo a precio de oro. Que aproveche.