Suena el reloj. Son las 7 de la mañana. Jordi y Michael se levantan, abren el correo electrónico y se encuentran la buena nueva. “’I want to be your surrogant’ (yo quiero ser vuestra gestante)”, reza el mensaje. “Nos pusimos a cantar; era tal la felicidad…”, recuerdan para EL ESPAÑOL. En la foto adjunta en el mail, Chantelle McCallum, con una taza, sonriendo, les anunciaba su deseo. Ella quería darles un hijo. Sin exigencias. En Canadá, su lugar de origen, lo del ‘vientre de alquiler’ no tiene cabida. Se hace de forma altruista. Nueve meses después, dio a luz a Noah. Ahora el niño tiene 19 meses… “¡Está tan grande!”, se alegra.
Chantelle McCallum tiene 29 años, dos hijos propios y está casada. No cree en Dios, pero sí en la gente. Trabaja para ayudar a personas con discapacidad mental y física. Está a favor de la gestación subrogada. De hecho, ella decidió hace menos de tres años someterse al tratamiento para darle un hijo a Michael y a Jordi, una pareja de españoles afincada en Granollers (Barcelona). No gana dinero con ello –como sí ocurre en otros países (Ucrania, Georgia, Estados Unidos...)–. Sólo ha recibido los costes derivados del embarazo. Ella lo hace porque quiere. Los motivos los esgrime en un encuentro con EL ESPAÑOL. Y, de paso, responde a la ministra, que comparó la gestación subrogada con el tráfico de órganos: "No tiene ni idea de lo que es esto".
— ¿Es la primera gestante de su familia?
Sí, mi madre no lo fue. Es un fenómeno relativamente nuevo en Canadá. Aquí es legal desde hace 32 años o así, aunque no lo recuerdo exactamente. Yo soy la primera gestante de mi familia. Ellos me apoyan y están muy orgullosos de mí. Tengo dos hermanos (una hermana y un hermano, ambos mayores que yo) y somos gente muy normal y muy querida. No somos religiosos, pero sí una piña.
— ¿En qué momento pensó en convertirse en gestante?
Yo empecé donando óvulos. Un amigo mío lo mencionó y aquello despertó mi interés. Saltó una chispa, movió algo en mí. Siempre me ha gustado ayudar a la gente, así que cuando hice mi primera donación de óvulos, le dije a la pareja: ‘Si no funciona, me gustaría ser vuestra gestante’. Pero funcionó y ellos tuvieron un bebé precioso. Aun así, yo seguí pensando en ser gestante…
Ya tenía dos niños y los amo como a nada en el mundo. Pero, en el caso de que no hubiera podido tenerlos, me hubiera gustado que me ayudaran y que hubiera suficiente gente para hacerlo. Pero yo sí que pude. ¿Por qué no ayudar entonces a otras personas a tener a sus hijos? En esa reflexión empezó todo.
— ¿Por qué eligió a Michael y a Jordi?
Los amo, sencillamente. Desde el principio, desarrollamos una buena relación de amistad. Ellos son muy divertidos y es muy fácil quererlos. Tenemos, además, personalidades muy similares. Fue muy sencillo para todos.
— Son homosexuales. ¿Tuvo alguna influencia eso a la hora de que los escogiese?
No. Yo hablé con parejas de homosexuales, con monoparentales… Pero con ellos sentí una conexión especial.
— ¿Y ninguna dificultad?
No. Todo lo contrario. Yo lo hice para ayudar a Jordi y a Michael a tener un hijo. Y me sentí muy bien. ¡Son dos personas magníficas! Estoy feliz por ellos. He tenido el honor de ser importante en uno de los grandes momentos de su vida. Fue una gran sensación.
Michael ya estaba informado. Sabía lo que era la gestación subrogada. Pero el paso lo dio tras empezar a salir con Jordi. Ambos acudieron a una conferencia para saber más sobre el proceso y en qué países podían iniciarlo. Fue el inicio. De allí salieron convencidos. “Pasamos por Estados Unidos, pensamos en México…”. Fueron estudiando todas las posibilidades. “Ser padres era uno de los objetivos que teníamos cuando nos conocimos”, recuerdan.
Su relación comenzó en Barcelona. Antes, habían tenido vidas muy diferentes. Michael Serwa (Sudáfrica, 1988) creció sin hermanos y emigró por diversos problemas familiares a Isla Mauricio. Vivió con su madre un tiempo y después se trasladó a Israel. Allí, salió del ‘armario’ y lo contrataron de recepcionista en un hotel mientras estudiaba hebreo. Después se trasladó a vivir a la Ciudad condal, trabajó de informático y ahora lo hace en la agencia de gestación subrogada Interfertility.
La vida de Jordi (Badalona, 1979) es muy diferente a la de su pareja. Se trasladó a Granollers cuando era pequeño. Su familia era de Albacete. Su padre trabajaba en una empresa de jabones y su madre era ama de casa. Tiene un hermano y dos sobrinos. Estudió derecho y se sacó las oposiciones. Por el camino, salió del 'armario'. “Me fui un fin de semana con mi pareja y se lo dije a mi hermano”. A Michael lo conoció en el Orgullo. Desde entonces, no se han separado.
Uno de sus objetivos era tener hijos. Estudiaron la posibilidad de adoptar, pero “podíamos estar esperando hasta ocho años”, reconocen. Por eso eligieron la gestación subrogada. Y, en concreto, hacerla en Canadá. “Para nosotros era muy importante que el contrato no obligara a nada a la mujer y que fuera altruista”. Y Chantelle, definitivamente, cumplía todos los requisitos…
— ¿Usted lo hace, además, sin recibir dinero a cambio?
Cuando pagas es un gestación subrogada comercial y eso es ilegal en Canadá. Así que, no, yo no gano nada de dinero. Yo ayudo a gente, no hago negocio con esto. Ya tengo un trabajo para eso.
¿En otros países, sin embargo, no es así?
Pienso que está bien si ellas quieren voluntariamente tenerlo, pero si alguien está haciendo dinero, no es bueno. O si alguien está forzando a alguien, en ese caso tampoco es bueno. A mí me gusta el sistema de Canadá porque las mujeres lo hacemos para ayudar a otras personas, no por una cuestión monetaria.
— ¿Qué piensa de esas mujeres que lo hacen por necesidad, para poder vivir?
Es muy triste. Yo pienso que las mujeres lo tenemos que hacer por gusto, pero no porque seamos pobres y lo necesitemos. Me siento muy mal si ellas lo hacen por dinero. Por eso me gusta cómo se hace en Canadá. Nosotras no tenemos que cuestionarnos eso. Lo hacemos porque queremos y ya está.
— ¿Qué pensaron su familia y sus amigos cuando les comunicó que iba a ser gestante de Jordi y Michael?
Estaban orgullosos, impacientes… Sentían curiosidad por cómo era. Me hacían un montón de preguntas [risas]. Me apoyaron desde el principio.
Jordi y Michael pagaron alrededor de 80.000 euros entre la clínica, la consultoría y los abogados. Nada fue destinado a Chantelle, que no puede recibir nada por ley –y de hacerlo se arriesga a ser multada con 500.000 euros–. Ese fue otro de los motivos por el que eligieron Canadá: es más barato que otros países. En Estados Unidos, por ejemplo, el coste de un tratamiento de gestación subrogada puede llegar a 150.000. Hay, no obstante, destinos más económicos. En Ucrania y Georgia, donde no aceptan parejas homosexuales, los precios oscilan entre los 35.000 y los 50.000 euros. Además, en Rusia o Grecia también es legal.
Su decisión, por tanto, estaba tomada: querían hacerlo en Canadá. A partir de ahí, comenzaron el proceso. “Te haces un perfil donde cuentas tu historia y pones fotos. Contactamos con dos mujeres. Una de ellas se fue con otra familia y Chantelle quiso hacerlo con nosotros”, explica la pareja. Después, buscaron una tercera persona que donara los óvulos. Se hicieron pruebas médicas y psicológicas e iniciaron el proceso. Era algo nuevo para todos. También para Chantelle…
— Cuénteme cómo alguien se hace gestante.
Te tienes que dar de alta en una plataforma o encontrar a una pareja por tu cuenta. Una vez que sabes para qué pareja vas a ser gestante, tienes que elegir la clínica que quieres usar. Te hacen una revisión médica y psicológica y firmas un contrato totalmente legal. Empiezas con medicación y te quedas embarazada.
— ¿Es la gestante la que busca a la pareja en esa plataforma de Internet o son ellos?
Es mutuo. Tú puedes hablar online (por Facebook, por mail…) o en persona si son del mismo país o de la misma zona donde vives. Entonces, ellos deciden si te quieren a ti y tú si quieres ser su gestante. O, simplemente, no tenéis buen feeling y buscáis a otra persona.
— ¿Hay mucha gente interesada en ser gestante en Canadá?
Hay muchas personas que necesitan a gestantes y hay muchas mujeres que se ofrecen, pero desafortunadamente no son suficientes.
— ¿Hay quien se opone a esto en su país?
La mayoría de las personas piensan que es un acto de amor. A algunas personas, obviamente, no les gusta, pero es normal. Hay mujeres que dicen que no pueden o que no quieren o que no lo entienden. Y no pasa nada. Yo no espero que todas sean gestantes. Pero lo que a mí me transmite la gente es amor y admiración por lo que hago.
— ¿Qué le diría a los que se oponen?
Ellos no tienen por qué estar de acuerdo con la gestación subrogada, pero sí me gustaría que la respetasen. Si no tienes nada bonito que decir, mejor no digas nada. Yo no soy religiosa, pero no voy diciéndoles a los que creen que lo hacen mal. Yo los respeto y no estoy de acuerdo. Espero lo mismo de ellos.
— María Luisa Carcedo, ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar social en España, comparó la gestación subrogada con el tráfico de órganos. ¿Qué piensa cuando escucha este tipo de cosas?
Pienso que no saben nada de la gestación subrogada. Ellos escuchan pequeñas historias de lo que ocurre en países pobres y opinan. Pero mira, yo he estado en España. ¡Y no es pobre! Si aprende sobre gestación subrogada de países como Canadá, estoy seguro de que comprenderán lo bonito que es esto.
— Las mujeres, como usted dice, no ganan dinero. Pero, ¿es la gestación subrogada un negocio para Canadá?
De algún modo sí. El país gana dinero porque hay mucha gente que viene a Canadá para iniciar un proceso de gestación subrogada. Las consultoras, las clínicas, los abogados, los hoteles y los restaurantes que acogen a las parejas que vienen de fuera se lucran… En ese sentido, sí se recibe dinero.
La gran parte del dinero que llega a Canadá es de parejas de otros países. En España, por ejemplo, no es legal, aunque tampoco es ilegal. De ahí que Ciudadanos, en junio, registrara una proposición de ley para regular la gestación subrogada. Su objetivo es calcar el modelo de países donde la práctica es altruista. Exige, además, que la gestante no pueda ser menor de 25 años, que haya tenido hijos con anterioridad y que mantenga una situación socieconómica estable. Su propuesta incluye también multas de entre 1.000 euros y un millón dependiendo de la gravedad y por el pago a la mujer.
En ese sentido, España calcaría el sistema canadiense, del que Jordi y Michael hablan maravillas. “Ella se quedó a la primera y el embarazo fue muy bonito”. Semanas antes del parto, se trasladaron a una casa cercana a la de Chantelle y la llevaron al hospital junto a su familia. “Jordi le cortó el cordón umbilical a Noah”. Semanas después, se dijeron adiós.
— ¿Cómo vivió usted todo el proceso? Imagino que todo comenzó con una conversación con Michael y Jordi. ¿La recuerda?
[Risas] Si te soy sincera, no. El inicio de las conversaciones siempre es un poco extraño, pero sí que recuerdo el primer correo. Ellos me enviaron una foto con un doodle de niños y me dijeron algo así como: ‘¡Gracias, que tengas un buen día!’. Yo pensé: ‘¡Qué monos!’. A partir de ahí supe que quizás podría ser una buena elección.
El proceso ya me lo sabía. Había estado embarazada otras dos veces, así que no era nada nuevo. Pero, obviamente, cuando tú haces algo como esto, sabes que el niño no es tuyo, aunque crece en ti. No fue duro para mí. Fue una experiencia: les enviaba fotos y vídeos a Michael y a Jordi; hablábamos por Facebook y por Skype…
— ¿Tuvo que dejar el trabajo?
No, yo seguí durante el embarazo y sólo me tomé un par de semanas después del nacimiento. Mi empresa no me puso ningún problema. Lo entendieron y me apoyaron.
— Y tuvo el bebé. ¿Qué pensó en ese momento?
Estaba muy feliz por ellos. Era su día, no el mío. Yo sentí lo mismo que si el bebé fuera mío, pero estaba feliz por ellos. ¡Eran padres!
— Y, entonces, se ve obligada a decirle adiós al bebé. ¿Fue duro?
Fue duro decirle adiós a todos. Yo amo pasar tiempo con Michael, Jordi y Noah. Cuando estaban aquí, nos divertimos mucho. Pero no fue difícil por el bebé, sino por despedirme de todos. Después de esa buena experiencia, seguimos en contacto. En abril, de hecho, estuve en España visitándolos.
— ¿Qué opinan su marido y sus dos hijos de todo esto?
Me han apoyado siempre. Mis hijos tienen la mente muy abierta, así que no lo ven extraño. Noah no ha nacido de mis óvulos, así que él no es hijo biológico mío. Para los niños es como si fuera de su familia, pero no su hermano. Yo soy muy honesta y sincera con ellos.
— ¿Qué piensa cuando ve a Noah?
Para mí es como si fuera un sobrino, alguien cercano de mi familia. Yo cuido de él, pero no tengo la sensación de ser su madre. Cuando lo visito, es maravilloso. ¡Está tan grande! Yo siento que visito a amigos a los que hacía tiempo que no veía.
— De hecho, va a tener otro niño con Jordi y Michael. ¿Por qué ellos y no otra pareja?
Yo sé que ellos querían tener más de uno, así que a mí me gustaría darles dos si es posible. Yo no quiero hacerlo para otra pareja. Ha sido una buena experiencia y no me importaría ayudar a más gente, pero también tengo que cuidar de mí. Después de quedar embarazada en cuatro ocasiones, creo que ha concluido este capítulo de mi vida.
— ¿Es, por tanto, una gestante orgullosa?
Sí. Yo he hecho algo que mucha gente no puede hacer jamás, algo que cambia la vida de las personas. He amado a esta gente como no lo había hecho antes. Ellos son como mi familia y yo estoy muy orgullosa.
Por eso quiere darles otro hijo. Esta vez, sin conversaciones previas. Ya se conocen. Hablan casi todos los días. El tratamiento ya ha empezado. A este periódico lo ha atendido durante el proceso, entre la rutina diaria que le lleva a iniciar el día llevando a sus hijos al colegio y a pasar por el trabajo y la clínica antes de regresar a casa. Sabe que dentro de nueve meses –quizás algo más– puede dar a luz a otro niño. Después parará. Quiere cuidarse y acabar con una de las épocas, dice, más bonitas de su vida…