Vísperas de Navidad de 2013. Unos días antes de cumplir 16 años, Mónica le pide a su mejor amigo que la desvirgue. ¿Por qué esas prisas? ¿Por qué de esa forma? Porque Mónica quiere que sea especial. O al menos, con alguien especial. Y tiene que ser cuanto antes porque, en unos días, el padre de una amiga la va a someter a un ritual sexual para ahuyentarle un demonio y la va a penetrar.
Ese hombre es Javier, un hombre 30 años mayor que ella. El tipo le provoca asco físico a Mónica, pero la ha convencido de que ella tiene espíritus malignos dentro, y si no se los saca por la vía sexual, su hermana pequeña morirá. “Al principio yo no me creía nada de eso, pero su hija Laura, que era mi amiga, me insistía en que tenía que obedecer a su padre. Yo no quería que me penetrase. Para mí, perder la virginidad era muy importante. Algo especial. Yo no quería tener sexo con él. Pero tampoco quería que le pasase nada malo a mi hermana pequeña. Al final me convenció con amenazas y coacciones… y lo hizo”.
Ya han pasado casi 5 años, pero Mónica todavía rompe a llorar cuando recuerda el episodio. Es lo que ha pasado este jueves 17 de mayo en el juicio contra Javier G., un varón acusado de agresión sexual continuada contra su hija Laura y sus dos amigas, Claudia y Mónica. Las presuntas agresiones sexuales se produjeron durante varios meses de 2012 y 2013 en el municipio de Viladecans (Barcelona). Las tres víctimas tenían 15 años en el momento de los hechos. Por este motivo, Javier se enfrenta a una pena de 45 años de prisión.
No es el único que puede entrar en la cárcel. La madre de Laura (que se llama Mónica, igual que una de las denunciantes) sabía en todo momento lo que estaba sucediendo. Animaba a las chicas a que se sometieran a Javier para que éste les sacase el supuesto demonio que tenían dentro. La mujer permanecía en casa, pero en otra habitación, mientras Javier forzaba a las niñas a mantener relaciones sexuales. Cuando las víctimas salían del cuarto, ella les preguntaba qué tal había ido el exorcismo.
Empezó abusando de Laura, su propia hija
Los hechos se remontan, que se sepa, a mediados de 2012. Fue entonces cuando Javier empezó a aprovecharse sexualmente de su hija Laura, de 15 años. Los abusos tal vez empezaron antes, pero Laura no ha querido declarar en el juicio. Sea como fuere, Javier mantuvo relaciones sexuales con su hija ese verano. Pero con una niña no tuvo suficiente. Enseguida le echó el ojo a Claudia, la mejor amiga de Laura.
Claudia, también de 15 años, pasaba mucho tiempo en esa casa. Javier aprovechó esa circunstancia para empezar a lavarle el cerebro. Entre Javier, su esposa Mónica y su hija Laura, convencieron a la adolescente de que estaba poseída. Que le habían hecho vudú y había sido invadida por un espíritu maligno. Que si estaban pasando cosas malas en su familia era por su culpa. Y que sólo Javier podría salvarla.
Un truco que aprendió en la mili
¿Como la iba a salvar Javier? Pues teniendo sexo con ella. Él le explicó que era miembro de la Orden de Odín: una especie de hermandad vikinga con presuntos poderes paranormales. Convenció a Claudia de que él podía eliminar esa maldición. Le dijo que había aprendido aquel truco en la mili. Que un día, él y otro soldado vieron a un demonio rojo y desde entonces sabía sacar malos espíritus mediante rituales de tres tipos diferentes.
¿Cuáles eran esos tres tipos de exorcismos? Uno era practicar cortes en los brazos, un método muy sangriento. El otro era sacrificar animales, algo que a Claudia le horrorizó. El tercero, el más puro, era mantener relaciones sexuales con ella. “Yo no quería porque era virgen. Me resistía. Pero él, en conversaciones que me obligaba a tener a solas, me insistía. Me amenazaba con que si no accedía a tener sexo con él le pasarían cosas muy malas a mi familia”, recordó Claudia en el juicio.
Claudia fue su segunda víctima sexual
Por si la coacción de Javier no fuese insuficiente, su hija Laura insistía cada día. “Tienes que hacer lo que mi padre te diga”, le rogaba Laura a Claudia en mensajes de whatsapp. Claudia se resistía porque no quería perder la virginidad con un hombre tan mayor que, además, no le atraía físicamente. Y entonces Javier encontró 'la solución': si el problema era ese, le vendaría los ojos a la adolescente para que no viese nada mientras él la penetraba.
Al final, tras un insistente proceso coercitivo, Claudia aceptó. Javier le vendó los ojos y abusó sexualmente de ella. Un abuso que se prolongó durante varios meses. La coaccionaba y la amenazaba para que volviese cada semana a la 'terapia'. Durante todo ese tiempo, la obligó a masturbarle, a practicarle felaciones y la penetró, vaginal y analmente. “Yo no creía en espíritus ni nada de eso, pero él me lavó el cerebro. Me hizo creer que si dejaba de someterme a sus rituales sexuales, las cosas en mi familia irían a peor”, declaró Claudia en el juicio.
Mónica, la tercera víctima
Esas agresiones empezaron en junio de 2012. A medida que fueron pasando los meses, la sed de Javier por desvirgar adolescentes iba en aumento. Les dijo a su hija Laura y a Claudia que él notaba malas energías entre sus amistades del colegio. Les pidió que les enseñase fotos de sus amigas para identificar el origen del mal. Las adolescentes le enseñaron a Javier varias fotos del grupo de amigas. Ahí, Javier eligió a otra víctima. Se fijó en otra niña de 15 años llamada Mónica. “Esa también tiene malos espíritus dentro y se los tengo que sacar” , le dijo a Laura y a Claudia. Les ordenó que la convenciese para venir a casa a someterse a rituales sexuales. “Tiene una nube negra y si no viene a que se lo solucione, va a tener problemas”,
Mónica también se resistió al principio, pero la presión que ejercía Laura era brutal. Su padre Javier no tenía teléfono móvil, pero ordenaba a su hija que insistiese hasta la saciedad. Laura se había convertido en una especie de captadora de víctimas sexuales para su padre. Y ella obedecía sin cuestionarse si lo que contaba su padre era o no un cuento.
“O te sometes, o tu hermana pequeña morirá”
Laura le mandaba a Mónica mensajes de whatsapp constantemente. Le rogaba que fuese a ver a su padre, porque habían visto que tenía un espíritu maligno dentro. Mónica al principio no se prestaba a ello, pero enseguida encontraron su talón de Aquiles: tenía una hermana pequeña. Enseguida la empezaron a amenazar diciendo que si no iba a que Javier le sacase los demonios, su hermana pequeña moriría. Ahí fue cuando la joven adolescente, para proteger a su familia, accedió a someterse a la terapia de la 'Orden de Odín'.
En la primera visita, Javier sólo le tocó las muñecas a Mónica. Pero le advirtió de que a la siguiente ya tendría que penetrarla vaginalmente para proteger a su hermana pequeña de los malos espíritus. “Yo era virgen y Javier no me atraía. Me daba asco. Yo no quería que él me desvirgase. Por eso, unos días antes del día marcado, hablé con un amigo con el que tengo mucha confianza y le pedí tener relaciones sexuales. Para que así, por lo menos, mi primera vez fuese con alguien especial”, declaró llorando en el juicio.
El cumpleaños más duro
Javier abusó de Mónica al menos 4 veces. La primera fue el 20 de diciembre de 2013. La última, el 5 de enero. Tres días antes, la chica cumplió 16 años. Fue el aniversario más amargo de su vida, en el contexto de una serie de agresiones sexuales que no ha superado.
Para que no le descubriesen, Javier le decía a todas las chicas que no se lo contasen a nadie. Que si se chivaban, el dios Odín se enteraría. Por eso las niñas callaron. Y por eso, y visto su éxito, la sed de Javier por el sexo con niñas adolescentes fue en aumento. Le dijo a su hija Laura que seguía viendo energías negativas en su círculo de amigos. Laura le dijo que tal vez el poseído era un chico que se juntaba con ellas. Javier negó taxativamente. Un chico no. Es una chica, respondió. A su hija Laura se le ocurrió que esa energía negativa podría proceder su amiga Karen. Sí, esa va a ser, respondió Javier.
Ese fue el gran error de Javier, porque pinchó en hueso. Ordenó a Laura, a Claudia y a Mónica que convenciesen a Karen de que estaba poseída, y de que se sometiese también a sus rituales. Lo que ocurre es que Karen sospechó desde el minuto uno.
El gran error de Javier
“¿Pero en serio me estás pidiendo que me folle a tu padre?”. Fue una de las respuestas de Karen a los insistentes whatsapp de Laura. A Karen aquello le pareció muy raro. Le daba miedo todo lo relativo a espíritus, tabla ouija, posesiones y demás… pero no veía claro lo de tener que acostarse con un cuarentón para salvarse. “Yo no le veía coherente”, sentenció en el juicio.
Karen era reticente y no sucumbió a los whatsapp de Laura. Entonces fue Mónica, la última adolescente en incorporarse a la terapia, la que intentó convencerla. Karen lo recuerda de la siguiente forma: “Estábamos en el colegio. Mónica me llevó al lavabo y me dijo que tenía que hacerlo, porque si no iba a ser malo para todas. Cuando me contó todo aquello yo entré en shock. Entonces me di cuenta de que le habían lavado el cerebro. Le pregunté a Marta si ella se creía esas cosas. Entonces ella me confesó que no y rompió a llorar”.
"Si no vienen tus amigas, papá te lo hará a ti"
Ahí se levantó la liebre. Al llanto de Marta acudió una profesora. La profesora escuchó la historia y avisó a la directora. Desde la dirección del colegio activaron los protocolos pertinentes, arrancó la investigación y los Mossos d'Esquadra acabaron deteniendo a Javier, También arrestaron a su esposa, porque supo en todo momento lo que hacía Javier con las niñas. De hecho, coaccionaba a su hija Laura para que trajese más víctimas a su padre: “Ya sabes que si no vienen tus amigas, papá te hará a ti lo que les iba a hacer a ellas”, explicaba Karen en su declaración.
El juicio todavía no esta visto para sentencia. El viernes se reanudará. Javier se enfrenta a una pena de 45 años de cárcel y su mujer, Mónica, a 27 (9 por cada víctima). No obstante, los dos siguen en la calle de momento. También Laura, la hija del matrimonio, que aunque es víctima no ha querido testificar contra sus padres. Su vida posterior a las agresiones ha sido un amargo periplo. Se fue a vivir con sus tíos maternos. Luego con sus abuelos, que la acabaron echando de casa. A su madre no puede acercarse porque existe una orden de alejamiento. El resto de las víctimas, por su parte, han tenido que recibir atención psicológica durante todo este tiempo.