Se llamaba Dolores Vargas Silva en el DNI, pero para los suyos siempre fue Lola. Ella, mujer grande, pelo larguísimo más negro que el azabache, jamás pensó que el hombre con quien se había casado apenas siendo una adolescente sería su asesino. Aunque le tuviera miedo.
Su marido, Salustiano Amador Muñoz, y ella se casaron hace más de 20 años, cuando ambos no eran más que unos chiquillos, por el rito gitano, etnia a la que ambos pertenecen. Este año, Lola acababa de cumplir 41 primaveras. Amador tiene 39. Ambos eran vecinos del madrileño distrito de Carabanchel, en el que vivían con sus tres hijos -dos mellizos de 18 años y una niña de 6-. Ahora, el cadáver de Lola descansa en su barrio. Su asesino ya ha sido detenido tras una búsqueda que recorrió varias ciudades españolas. La Guardia Civil lo apresó este lunes mientras se escondía en un piso de Vallecas.
El pasado 25 de marzo, el cuerpo de Lola apareció en una cuneta de la autovía A-5, a la altura del kilómetro 56, sentido Extremadura. Ya sin vida y con la ropa rajada. Rápidamente, la Guardia Civil descartó que se tratara de un accidente de tráfico: el cadáver mostraba signos de haber sido salvajemente atropellado en diversas ocasiones. El Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Torrijos (Toledo) abrió diligencias previas para investigar el hallazgo.
No quería estar a solas con él
Según publica ABC, Amador atropelló hasta la muerte a Lola alrededor de las 5:15 de la madrugada del sábado 24 de marzo. El matrimonio había estado celebrando un cumpleaños en el municipio de Las Ventas de Retamosa (Toledo), desde las 10 de la noche. Cuando decidieron emprender la vuelta, Dolores pidió a su hermana y su marido que la acompañaran. No quería estar sola con el agresor.
Porque Amador estaba “comido por los celos, loco de celos”, según Raquel, cuñada de Lola, en declaraciones al mencionado periódico. Creía que Dolores Vargas Silva tenía un amante, “y eso es totalmente falso”. “Dolores ha sido una mujer de su casa; siempre se ha preocupado de su marido, de su casa y de sus hijos”.
No era la primera vez que Lola sufría una agresión brutal por parte de quien se suponía que más la debía querer. El matrimonio vivía una relación tormentosa, de “vejaciones y humillaciones”. Quince días antes del asesinato, Amador “propinó una paliza” a Dolores que la dejó inconsciente. “Él mismo la llevó al hospital y la dejó tirada en la puerta”, relata la cuñada. Pero ni Lola denunció, ni lo hizo nadie de oficio. Ella volvió a casa de sus padres con su hija de 6 años. No quería nada con él, pero Amador “regresó llorando, pidiendo perdón para retomar la relación”. Eso fue dos días antes del crimen.
"Si llega a ser paya, seguro que hubieran denunciado por ella"
“Nosotros no tenemos costumbre de denunciarlos”, justifica Raquel. Carmen Fernández, vicepresidenta de la Asociación Gitanas Feministas por la Diversidad, afirma a EL ESPAÑOL que la falta de protocolos públicos dedicados a la mujer gitana “es una discriminación más, deja a las mujeres mucho más vulnerables. Porque todo el mundo puede haber denunciado. Lo que ocurre cuando se trata de gitanas es que cualquier protocolo de cualquier institución no se cumple, sino que se lo saltan a la torera”. “Si llega a ser paya, estoy segura de que hubieran denunciado”, mantiene.
Lo cierto es que aquella brutal agresión fue solo el preludio de lo que sucedió en el coche el sábado 24 de marzo. Amador iba al volante; de copiloto, el cuñado de Lola, de apenas 18 años. Su hermana y ella se situaban en los asientos de atrás. El agresor, que iba bajo los efectos del alcohol y que blandía una navaja, decidió ir hacia Extremadura, en vez de dirigirse a Madrid. “Él comenzó a meterse con Lola y con su hermana. Con las dos. Yo no aguanté y le dije algo, pero lo que él realmente quería era que discutieramos todos”, afirma el cuñado a Antena 3.
Mientras circulaban por la autovía, hasta que él cogió la navaja, frenó bruscamente y ella bajó del vehículo y echó a correr. Los cuñados también aprovecharon para bajar del coche, con la puerta aún abierta, y huir campo a través en medio de la noche. Pero, cuando todos pensaron que la pesadilla había terminado, Amador dio marcha atrás y atropelló múltiples veces a su mujer. El presunto homicida movió el cuerpo, lo metió en el vehículo y reanudó la marcha. Lo abandonó en el punto kilométrico 56 de la autovía A-5. Después, huyó a Sevilla, a casa de unos familiares que residen en la barriada de Las Tres Mil Viviendas. Allí lo vieron por última vez vestido con un chándal rojo paseando para ir a consumir droga. Después, su detención en Vallecas en un piso perteneciente a la familia.
"No hay salida real para las mujeres gitanas"
Para Fernández, el caso de Lola ilustra que “no hay una salida real para las mujeres gitanas. La salida real es aguantar o que te maten. O, en todo caso, la red de familia, que es por donde normalmente se sale y que sí lo tenemos los gitanos”. “Existe el tabú de la violencia de género en los gitanos. No somos de otro mundo ni vivimos aparte, al contrario, estamos muy influenciados”.
Según Olga Barroso, psicóloga experta en violencia de género, este es un “caso clásico y de libro de violencia de género. Un agresor que quiere que sus relaciones afectivas sean de poder, control y dominio. No quieren amar, no tienen estructura emocional para poder producir una relación afectiva, pero no son enfermos. Son capaces de diferenciar el bien y el mal. Pero lo que ellos quieren es eso, control poder y dominio”.
La experta considera que se trata de un patrón extremo. “Una de las cuestiones que a veces los agresores tienen muy dañada es que hay una permanencia afectiva, los celos patológicos. Aunque no hay dato de realidad, ni ningún comportamiento que indique que esté engañándole, están con esa sensación, si no la tienen delante, no tienen la certeza de que su afectividad está con ellos. Miedo a trabajar, a salir de casa, necesidad de tenerla atada a la casa”. Además, se le suma un macrocomponente cultural, toda una ideología machista: “que las mujeres te engañan, que no te puedes fiar de ellas”.
Para Barroso, un agresor no puede no ser machista, ya que todos los agresores tienen ese doble componente: funcionamiento afectivo y además solidificado dentro de una estructura machista. “El agresor no está buscando la agresión, sino el control, el poder y el dominio. No busca matarla, sino volver a colocarla a su lugar o aliviar su sufrimiento”.
"Que el pueblo gitano sea más machista es falso"
En el caso de Lola, se añade la invisibilidad que recibe el colectivo gitano en cuanto a protección ante la violencia de género. “Da igual que haya un pacto de Estado, que se le llame terrorismo… Si no tienen en cuenta a las mujeres gitanas, que están mucho más vulnerables”, suspira Carmen Fernández.
“Cuando dicen que el pueblo gitano es más machista es falso. Serán tan machistas como la sociedad mayoritaria. Porque, además, cuando hay escasez en formación académica también se perjudica y agrava esta situación. Parece que a los gitanos nunca nos ha afectado y que a día de hoy la violencia lo tienen que arreglar entre ellos”.
Lola es la sexta mujer asesinada por un hombre desde que comenzó el año. En España, en 2018, también han sido asesinadas Jénnifer Hernández Salas, de 46; Laura Elisabeth Santacruz, de 26; Pilar Cabrerizo López, de 57, María Adela Fortes Molina, de 44 años y Paz Fernández Borrego, de 43.
La serie 'La vida de las víctimas' contabilizó 53 mujeres asesinadas sólo en 2017. EL ESPAÑOL está relatando la vida de cada una de estas víctimas de un problema sistémico que entre 2003 y 2016 ya cuenta con 872 asesinadas por sus parejas o exparejas.