El día que Ana Laura explotó, cogió el coche y pisó el acelerador más de la cuenta. Quería estamparse “contra cualquier sitio”. Por mucho que bucea en el recuerdo no logra entender cómo y por qué llegó a casa. Aquellos segundos de piloto automático, de naufragio robot, han caído en el cubo del olvido. Su marido la encontró en la cocina dándose golpes, autolesionándose. Llamó a una ambulancia. La ingresaron. Fue la escena que puso punto final a casi tres años de acoso -2010 a 2013- en el trabajo. La enajenación desesperada de quien, desbordado por el sufrimiento, sabe que la única forma de escapar es arrebatarse la conciencia.
Era la segunda vez que esta abogada, entonces funcionaria en la Consejería de Transportes de la Comunidad de Madrid, pensaba en suicidarse. La primera fue un año antes y por motivos similares. Una tentación insistente, pero que pudo frenar a tiempo. Aquel día se iba de vacaciones al acabar la jornada. Sus acosadoras, interrumpiendo su trabajo por “enésima vez”, la citaron al despacho: “Me dijeron que si no terminaba, me quedaría sin días libres”. Sólo una gota más en un manantial de vejaciones.
“Fue una situación humillante. Llamé a casa y dije que llegaría tarde. Hacia las tres de la tarde me di cuenta de que no lo conseguiría. Habían llenado mi mesa de expedientes que debía ordenar. Una montaña que engordó durante varios días hasta hacer desaparecer el teclado. Salí de allí con ideas autolíticas en la cabeza”. Ana Laura utiliza ese término, de manual científico, para insensibilizar el relato y así poder contar. “Ha pasado mucho tiempo. Cuando vuelvo a esto, se me revuelve la tripa, me entra el miedo”, susurra.
La historia de Ana Laura Alcubilla es la de una víctima de acoso cuyos compañeros simularon no ver lo que ocurría e incluso le retiraron la palabra. También la de una funcionaria maltratada, el grito que arroja una realidad que parece inexistente. Por último, la de una abogada que, tras recuperarse, acoge en su despacho a quienes atraviesan el camino que a ella le obligaron a transitar.
El olvido de los funcionarios acosados
En España hay cerca de dos millones y medio de funcionarios, cuya mitad aproximadamente pertenece a las Comunidades Autónomas. “¿Cuántas veces has visto que se hable en los medios de acoso en la Administración? El clima de servilismo y conveniencia acaba sepultando todos estos casos”. Por eso Ana Laura abre las puertas de su despacho y mira a la cámara. Es miércoles por la tarde a las afueras de Madrid.
El expediente sancionador que está sobre la mesa de esta sala enmaderada y de sillas negras es la prueba de lo absurdo. Ana Laura Alcubilla fue expulsada del funcionariado por un subjetivo “incumplimiento y desatención habitual de las órdenes que recibe de sus superiores”. Los mismos que la acosaron día a día hasta enviarla a un hospital. Esta abogada perdió el procedimiento judicial al que se vio obligada a llegar: “Es la gran derrota del mobbing. ¿Cómo demuestras lo ocurrido?”. Varias compañeras testificaron en su contra, blindadas por sus superiores. “Es curioso, luego se produjeron algunos ascensos de puesto o mejora de categoría, creo que incumpliéndose los requisitos de publicidad, mérito y capacidad que exige la norma”. A la salida del juzgado, el abogado de la Comunidad de Madrid se le acercó y le dijo: “Ojalá tengas suerte”.
"No trabajes tanto que nos vas a joder a todos"
Ana Laura rebobina hasta el principio. Cuando llegó a la Consejería de Transportes, una compañera, bajo la carátula del buenrollismo, le retó entre risas: “No trabajes tanto que nos vas a joder a todos”.
Un día, esta ex Agente de Inspección de Transportes se dio cuenta de que las sanciones que interponía la Consejería se articulaban en torno a una legislación que había sido modificada tres años antes. “Se lo comenté a una compañera. Luego se enteró mi superiora y lo tomó como una falta de lealtad. Yo nunca caí bien, no me gustaba perder el tiempo y ese fue uno de los motivos que lo desencadenó todo”.
Para librarse de Ana Laura, sus superioras no le asignaban inspecciones, su principal cometido. A sabiendas de que era lo que más le gustaba. La recluyeron en la oficina. La pusieron a ordenar expedientes y también a “destruir” documentación. Le dejaban torres de folios sobre la mesa con un cartel manuscrito que indicaba: “Destruir”. Ella tenía que romperlos a mano, cuando ya había una empresa que se dedicaba a ello. Todo en un silencio de convento, incluido el de los que antes habían mantenido con ella una relación cordial, hasta que se convirtió en víctima de sus superiores.
Sin móvil a las reuniones
Ana Laura era llamada al despacho. La obligaban a dejar el teléfono en la puerta por lo que pudiera grabar. Entonces empezaban los insultos y ella salía llorando, sin despertar reacción aparente en el resto de funcionarios. Apartada sin motivo alguno del que era su trabajo, se le encomendó “ensobrar”. “En la ventanilla de los sobres iba el DNI y el nombre de los ciudadanos. Esto va en contra del derecho de protección de datos, no podía ser y se lo advertí a mi superiora, lo que volvió a desatar su ira”. Cuando aquella jefa pasaba por el despacho de los agentes de inspección, saludaba de viva voz uno a uno, excepto a Ana Laura.
Con la situación de acoso ya muy explícita en la Consejería de Transportes, Ana Laura fue abandonada. Incluso por aquella inspectora a la que acompañó a la Mutua cuando tuvo problemas de salud. También por aquella a la que aconsejó para que solicitara una minusvalía. “Un compañero, el único que habló conmigo, me llevó al garaje y me dijo: ‘Ana Laura, que sepas que la superiora se jacta de forma muy divertida de que van a conseguir echarte’. Imagínate”.
Ana Laura consiguió que un inspector de trabajo acudiera a la Consejería. Tras la reunión que mantuvieron, fueron acorralados en el pasillo y una de las superioras llamó al inspector a su despacho. Al salir, éste comentó a Ana Laura: “Lo siento, no puedo hacer nada por ti”.
¿Por qué nadie alzó la voz?
¿Cómo es posible que nadie alzara la voz? ¿No es precisamente el funcionario el trabajador más protegido? Las palabras de Ana Laura retratan un clima fácilmente identificable por cualquiera que conozca bien la Administración. “Es un mito fácil de desmontar. Te vuelves individualista, quieres pasar desapercibido para mantener tus comodidades. Casi todos se rigen por esa condición: ‘No me molestes y no te molestaré’. El ambiente es muy servil y clientelar. Si te arrimas al superior y lo encubres, ascenderás. Igual que ocurrió en mi caso. Imagínate que un ciudadano va a la Consejería, percibe ese ambiente y denuncia. Se les vendría todo abajo”.
Entonces la frase de aquella compañera asalta el relato de esta abogada: “Ana Laura, no trabajes tanto que nos vas a joder a todos”. El ascenso y la comodidad a cambio del servilismo.
Para más inri, el 80% de los Agentes de Inspección de la Consejería que compartía trabajo con Ana Laura no gozaba de un puesto por oposición. “Si decían algo e incomodaban, temían ir a la calle. Los superiores tienen mucho poder, sobre todo aquellos que están ahí por designación política”.
La derrota en los tribunales
Cuesta entender cómo después de lo sufrido, Ana Laura Alcubilla perdió su reclamación ante los tribunales. En la tramitación del expediente sancionador, en la Consejería, declaró sola, sin representación sindical, sin abogado, sin testigos a su favor. Sus denunciantes acudieron en grupo, algunas luego serían premiadas. “Además, ellas estaban amparadas por los abogados de la Comunidad, es decir; a coste cero. Yo tuve que afrontar todos los gastos y también las tasas. Te atan de manos porque estás sola y encima pierdes dinero”. Ana Laura pagó alrededor de 500 euros en costas a la Administración.
En 2018, casi un lustro después, Ana Laura ha ganado un juicio distinto: “Me van a tener que pagar las vacaciones y los moscosos de los que no pude disfrutar porque estaba de baja por el acoso”.
El magistrado no creyó a esta funcionaria, ahora abogada también de la Asociación Española Contra el Acoso Laboral (AECAL), pero ahí quedan los papeles fácilmente comprobables: la drástica desaparición de Ana Laura de las inspecciones es el ejemplo más claro.
La lista de quienes la dejaron tirada
Es muy larga la lista de quienes dejaron tirada a esta exfuncionaria. La encabeza el entonces director general de Transportes, que recibió más de un correo electrónico desesperado en busca de auxilio. “Un día nos cruzamos en la máquina de café, le dije que era yo, me contestó muy nervioso que esperaba que todo se arreglara”. Acudió al Servicio de Prevención de Relaciones Laborales de la Comunidad de Madrid, cuya contestación fue: “Son fechas muy próximas a Navidad, casi todo el mundo está de vacaciones”. En la Dirección General de la Función Pública primero le escucharon, pero cuando reunió el material necesario, le colgaron el teléfono. La Defensora del Pueblo respondió que no podía hacer nada, “que su intervención era entre ciudadanos y Administración”.
Agotada, recostada en la silla, como si hubiera corrido una maratón, Ana Laura resume: “Primero no entiendes lo que pasa, luego intentas contentar a tus acosadores, después incluso crees que te lo mereces, y al final quieres autodestruirte”.
Su relato también es el de la superación, el de quien ha sabido rehacerse y combatir la lacra del acoso desde un despacho de abogados. Pero el miedo siempre está ahí: “Hace un tiempo, vi a una de mis acosadoras al otro lado de un paso de cebra. Corrí y me escondí en un portal”.
Su marido la espera fuera del despacho. Se saludan con una sonrisa. “Lo que hemos pasado, ¿eh?”, le dice Ana Laura. No se rinden, la batalla acaba de empezar.