Nueve kilos de peso. Textura firme. Capaz de alcanzar hasta 37 grados centígrados y de bailar twerking. Cachete arriba, cachete abajo. La descripción no es otra que la del masturbador más extravagante del mercado: el TwerkingButt Deluxe, un culo de silicona médica que se mueve con la frecuencia que desees. Es la última novedad del supermercado erótico de San Sebastián de los Reyes (Madrid), uno de los mayores establecimientos de juguetes sexuales en España.
Es sólo uno de los productos que puedes adquirir en este gran almacén. Bienvenidos al Carrefour del sexo.
Aunque parezca un supermercado, en Lys Erotic Store hay una gran diferencia con aquellos a los que vamos a comprar habitualmente. Aquí, en vez de comprar champú, yogures o fruta, podemos llevarnos un vibrador con cristales de Swarovski, tampones o incluso columpios para que el sexo te lleve tan alto como te apetezca. Como cualquier gran superficie, también tienen su campaña de vuelta al cole. Las libretas y mochilas se convierten en disfraces de colegialas y fustas. Para alegrar la vuelta a la rutina. O, al menos, paliar la depresión posvacacional.
En España, lo erótico es cada vez más abierto. Y las fantasías se adaptan a los nuevos tiempos. El deseo más recurrente de las mujeres es la masturbación por control remoto, según el último barómetro llevado a cabo por Control. El 36,7% de ellas sueña en privado con el teledildonic, aunque no es un término que sea preciso. Porque existen diferencias entre el dildo y el vibrador.
“Un dildo es un juguete de forma fálica pero sin ningún tipo de movimiento”, nos indica la cajera del supermercado. Un pene de plástico o silicona estático, para entendernos. “Es distinto a un vibrador o un consolador, pero este último término está dejando de usarse. Pero vamos, es el que se mueve”. Puede ser por vibración o por replicación de movimientos. La diversión es la diversión. Y aquí es bastante obvio que los clientes saben cómo hacerlo.
Lineales llenos de juguetes que esperan a sus dueños
La zona de cajas te recibe al entrar mientras la vista se dirige hacia los estantes y lineales cargados de productos. La privacidad reina. El aspecto del supermercado es como el de cualquier otro gran almacén. El cliente puede dejar su coche en en el parking, gratuito, pasear por el establecimiento y llenar su carro. Si lo necesita, también puede pedir información a alguna de las empleadas. Todas son chicas. En total, nueve. Suelen trabajar en distintos turnos. En este momento hay dos. “En el 90% de los casos suelen acabar pidiendo consejo. Pero nuestra política es dejar que se acerquen a nosotras. No nos gusta atosigar. Por nuestra experiencia, a los clientes les da reparo acercarse si se trata de un hombre”, me contesta la cajera cuando le pregunto el motivo. Quizás ese sea el motivo por el que en Lys, por entre los pasillos, junto a los mostradores, mirando y observando cada uno de los productos ideados por y para el placer, no haya ni un solo hombre. La mañana que asistimos a una de las grandes superficies de lo erótico la clientela es femenina. Por lo de la comodidad, la confianza. Un consejo entre amigas.
El interior del gran almacén está formado por cinco pasillos. Cada uno de ellos, repleto de estantes en los que los juguetes sexuales esperan a ser recogidos por unos dueños a los que todavía no conocen. Hay que advertir un detalle que resulta crucial: están situados de forma estratégica, de manera paralela al escaparate. De ese modo, el cliente podrá husmear los distintos productos a su antojo. Todo sea por la intimidad.
El espacio es muy luminoso. Muy limpio, muy pulcro. Poco tiene que ver con la idea antigua de un sexshop. Esos espacios oscuros, opacos, ahora son locales grandes, bien iluminados y situados en áreas comerciales. Aquí, el blanco y el rosa inundan el ambiente. Y la música acompaña: no se trata de un hilo cualquiera que haga de relleno, sino que las melodías tienen personalidad propia. Está sonando Manhattan, de Leonard Cohen. No es la canción original, tampoco la mítica versión interpretada por Enrique Morente y Lagartija Nick. Es un remix techno a un volumen inusitadamente alto para tratarse de un comercio. “Está todo pensado para que, si quieres preguntar algo a una dependienta, no te pueda escuchar el cliente que esté en tu mismo pasillo. No ya por vergüenza, sino por respeto a la intimidad”, cuenta Óscar Pierre Fernández, el dueño de la tienda.
Pasar un buen rato
Los casi quinientos metros cuadrados que suponen el reino de Lys están ordenados por distintas secciones. Al inicio, la caja, donde, en vez de ofrecer chicles, hay sobres de lubricante. Al final, los probadores para lencería. Los productos están a mano, sin vitrinas. Se puede coger, tocar, leer las inscripciones que envuelven los juguetes. La idea es la misma: pasar un buen rato. Pero, además del público objetivo, a estos objetos les diferencian los precios. Como en cualquier super, el rango es amplio. Los hay que van desde los quince euros hasta el mencionado TwerkingButt, que roza los mil. Ochocientos noventa, para ser exactos.
¿Qué es lo que más se compra en gran almacén erótico? Vibradores. Muchos. Pero muy distintos. El top 3 de este establecimiento lo conforman el Womanizer 2go (160 euros), el We-Vibe Sync (200 euros) y el Lady Bi (120 euros). Son juguetes similares pero diferentes. Todos ellos se sitúan al inicio de la tienda. Dildos a la izquierda, vibradores clásicos a la derecha. En el centro, todo destinado al público femenino. Un poco más atrás, encontramos los tapones anales. Después, la sección masculina, donde los anillos son los reyes.
Se podría analizar las tendencias sexuales de nuestro país tomando los best seller como ejemplo: el primero es un estimulador de clítoris, un succionador con forma de pintalabios que te asegura “un orgasmo inolvidable” gracias a su movimiento helicoidal. Sugerente e innovador. El segundo es un vibrador que supera las distancias con tu pareja. Al menos, las físicas. Se conecta a través de una aplicación móvil y uno de los miembros la controla. Hará las delicias de aquellos más interesados en la tecnología. El tercero es el más clásico, para los más tradicionales: un vibrador de 22 centímetros de largo con dos mangos para estimular a la vez vagina y clítoris.
Entra una clienta a la tienda. Pregunta directamente por un vibrador de una marca determinada. Porque aquí las grandes firmas de lo erótico cuentan con su propio stand. Cuando termina de ser atendida, me acerco. “Hoy vengo a por un regalo para una amiga, porque quería tener un detallo distinto pero divertido. Pero sí que he venido en otras ocasiones para cosas para mí. Es muy divertido y además es muy sano. Hay que conocerse y parece mentira que no lo hagamos… De hecho, es un regalo de divorcio. Ni casándote te aseguras conocerte sexualmente”, me dice entre risas. Continuamos mirando los lineales juntas, comentando aquellos productos que más llaman nuestra atención. Es el caso de la Love Machine, “una cosa muy loca”, coincidimos.
El cartel que acompaña este producto reza así: “La máquina del amor ‘Love Machine’ incluye un total de 6 accesorios para darte todo el amor que necesites. En la caja encontrarás la máquina (sex machine), un consolador realístico, un plug anal, un vibrador clásico, un vibrador para el Punto P, una bala vibradora, un masturbador específico para hombre, el mando y todos los cables necesarios”. Es unisex. Pese a la exhaustiva descripción, sigo sin terminar de imaginármelo en plena acción. No descarto que se trate de una lucha interna contra mi pudor. Mi compañera se decanta finalmente por un vibrador de la marca LELO de alrededor de 150 euros. Se despide y se va. Continúo mi paseo sola.
Entro por el segundo pasillo de nuevo. Ahí está el culo. Los propios dueños de la tienda lo llaman cariñosamente así. En la primera pasada por ese lineal no había reparado en él. A priori no es más que una caja con un trasero dibujado al lado de unas gafas 3D, así que recurro esta vez al dueño de Lys para que me explique un poco más. “Es un producto bastante más especial, con un público muy concreto”. La verdad es que en el expositor sólo hay uno. La caja que lo contiene es del tamaño de una impresora. Lo cojo en brazos y la verdad es que pesa. Pesa muchísimo. Óscar y su mujer, Nathalie, se ríen de mi expresión. Imagino que tiene que ser bastante cómica desde fuera. “En dos años sólo hemos vendido uno, porque no es un producto con mucha rotación”. Está enfocado a un hombre con mucho poder adquisitivo, por lo que entra en juego la cercanía de Lys con municipios como La Moraleja.
La mecánica de uso es bastante sencilla, según me explican. Este trasero, con todos los orificios recreados, es la mínima expresión de las muñecas hiperrealistas de silicona, tan célebres últimamente. Pero el TwerkingButt viene, además, con unas gafas de realidad virtual para que la experiencia sea completa. Lo de la imaginación ya no se lleva. Ahora puedes ver, tocar y sentir. Aunque estés solo en el cuarto. Al igual que las muñecas, al culo hay que lavarlo después de cada uso con agua y jabón antibacteriano. Después recomiendan secarlo con una toalla “de algodón suave” y al aire. Prohibidos utilizar aceites como lubricante, eso sí. “Los ideales son los de base acuosa”. Anotado.
Un lineal más adelante empieza la sección de lencería. Tampoco espero llevarme grandes sorpresas. Mucho látex, mucho encaje, mucha rejilla. Tanto para él como para ella. Veo batas transparentes, ligueros y pezoneras. Todo muy burlesque. Lo más atrevido quizás sean las pegatinas de pedrería para adornar el monte de Venus, que no es más que el triángulo invertido situado justo encima del pubis, pese al nombre mitológico. Brilli brilli por doquier.
En la zona de disfraces abundan los clásicos. Enfermera, azafata, policía, asistenta. En la selección de la vuelta al cole, tres tipos distintos de vestidos de colegiala. Dos coletas, un sujetador de encaje blanco y una falda de cuadros del color que más te guste.
Visto todo el supermercado, voy derecha hacia la caja -voy a comprar un paquete de tampones, porque aquí también se venden-. Me cuenta Óscar que, aunque fueron los primeros en abrir una tienda erótica con el concepto de gran superficie, es una idea importada de países como Francia y Alemania. Él los conoció cuando estuvo trabajando como informático en el país galo y vio el nicho de negocio. Tanto es así que su hermana abrió otro Lys Store en Las Rozas y tienen presencia online, donde cada día aumentan las ventas. “No descartamos abrir otro, pero de momento nos quedamos así”. No les va nada mal, con entre quinientos mil y un millón de euros de facturación al año. Vaya con el negocio del sexo.