Ya se ha hecho de noche cuando el taxi colectivo que salió hace hora y media desde Tánger llega a la turística y cosmopolita ciudad de Chauen. La capital de la provincia marroquí de la que era originario el líder de la célula terrorista de los atentados de Barcelona y Cambrils, el imán de Ripoll (Gerona) Abdelbaki es Satty, bulle este martes con un ambientazo de agosto. Igual que el que reinaba cinco días antes en Las Ramblas barcelonesas y el paseo marítimo de la localidad tarraconense justo antes de que los jóvenes secuaces de Es Satty (él, de 44 años; el menor, de 17) masacraran a la multitud que disfrutaba en paz del cénit de la vida: el verano. Quince asesinados y cien heridos de todo el mundo. Les daba igual su nacionalidad, si creían o no. Había que matar infieles como insectos de una plaga: cuantos más, mejor.
Visitantes marroquíes y extranjeros llenan las calles y se van congregando ante el gran escenario al aire libre del festival musical Alegría, llamado así, “alegría”, en castellano, quizás como huella de su herencia española, cuando esta pintoresca ciudad de blanco, azul y añil era en el siglo XX una de las joyas del protectorado en Marruecos. Subiendo hacia la medina, la ciudad vieja, el rótulo de la farmacia Alhambra evoca el palacio granadino que se alza en la memoria colectiva como la cumbre del esplendor del antiguo Al Ándalus, cuando el islam dominaba en la vecina península ibérica. Lo que para la inmensa mayoría es sólo una referencia que recuerda los lazos históricos entre las dos orillas del Estrecho –Chauen está hermanada con Vejer de la Frontera, Cádiz–, para los yihadistas como Abdelbaki es Satty y sus ‘hermanos’ del Estado Islámico (EI, o Daesh) y Al Qaida es un declarado objetivo militar que aspiran atacar y conquistar (lo ha recordado en un vídeo el cordobés de 22 años, Muhammad Yasin Ahram Pérez, al reivindicar los atentados en suelo español como una operación del EI en “venganza” por la persecución de la “Inquisición” contra los musulmanes hace siglos).
Pero, en las antípodas del odio revanchista y obsesivo de los que sueñan con devolver el califato islámico medieval a Europa, lo que prevalece en la abierta Chauen son los vínculos afectuosos con el otro lado del Estrecho, fruto de relaciones humanas reales y no mitos envenenados. El hotel Barcelona, a unos metros de la plaza Uta El Hamman, el corazón turístico de la medina junto a la Alcabaza y la Gran Mezquita, se llama así porque su dueño vivió hace años en la capital catalana. En ausencia del propietario, el joven encargado dirá después al periodista que a los autores de los atentados “les han lavado el cerebro” y que no hay peligro de ataques terroristas en Marruecos, donde “hay mucha seguridad” porque “la policía es muy buena”, sino en Europa, la diana favorita de los yihadistas.
Abdelbaki Es Satty habrá recorrido muchas veces los 40 kilómetros que separan su aldea de la capital provincial, Chauen, y habrá pasado a menudo por sus callejuelas. Y estos dos letreros inocentes, el de la farmacia Alhambra y el del hotel Barcelona, resumen simbólicamente su trayectoria de guerrero yihadista, que atacó el corazón de la gran capital mediterránea sirviendo a la utopía totalitaria de ‘reconquistar’ un día Al Ándalus para el Estado Islámico mundial.
También vivió y trabajó en Barcelona “entre 1971 y 1975, en una fábrica de lavabos primero y después de yesero” el señor Allal, de 77 años, que, vestido con la tradicional chilaba que usan ya pocos hombres en Chauen, acompaña en un diminuto taller a su amigo el costurero Mohamed, de 72. “¡Les han inyectado el corazón de odio! ¡Pero si somos todos hermanos, el islam no es así!”, explica Allal en castellano sobre los jóvenes terroristas de la célula que creó Abdelbaki es Satty aprovechándose de su influencia como imán de Ripoll. “¡Lo siento mucho!”, dice su amigo Mohamed sobre el daño causado por el grupo asesino.
La masacre habría sido aún mucho mayor si no hubiera sido porque a las 23.30 horas del miércoles 16 de agosto a Es Satty le explotaron accidentalmente los materiales –peróxido de acetona y bombonas de butano, lo principal- que preparaba en un chalé ocupado en Alcanar (Tarragona) en compañía de dos miembros de su célula. Su objetivo era llenar tres furgonetas con las bombas para causar una masacre y volar el templo de la Sagrada Familia de Barcelona (el monumento más visitado de España; la Alhambra de Granada es el segundo) y otros lugares turísticos.
El anciano Allal explica el camino para ir a Tangaya, la aldea de montaña al sur de Chauen de donde, como ha adelantado El Mundo, está la casa familiar de Es Satty: “Al llegar a la entrada de Bab Taza, que está a 25 kilómetros, coge en la rotonda la salida de la derecha”. Unos 15 kilómetros más allá se encuentra la aldea que es la cuna del cerebro yihadista.
La entrada a Tangaya
A la mañana siguiente, miércoles, en el camino hacia la aldea de Es Satty se ve enseguida por qué dicen que Chauen desplazó hace tiempo a Ketama como “capital del hachís” en Marruecos, que es el mayor productor de esta droga en el mundo. En los alrededores de Chauen (hacia el extremo occidental de la región bereber del Rif) ya se ven, apartadas de la carretera, pequeñas plantaciones de cannabis sativa, la planta de cuyas hojas se extrae la resina para hacer el hachís. Un vecino cuenta que hace un año y medio el gobierno marroquí lanzó una campaña de erradicación con fumigaciones aéreas, pero que la detuvieron cuando dos hombres murieron por beber agua de un pozo envenenado con los gases. Luego enviaron soldados a arrancar a mano algunas plantaciones. Pero pronto cesaron. El hachís es la base de la economía de estas zonas rurales desde los años 60 o 70 del siglo XX gracias al aumento de la demanda en Occidente, y el gobierno marroquí teme que acabar con su producción desate una revuelta, explica el vecino.
En la entrada de Bab Taza, pasando la gasolinera Afriquiya, sube a mano derecha la pista en pésimo estado, con un asfalto perdido a grandes trechos y que parece que no interesa arreglar, que conduce hacia la aldea de Abdelbaki es Satty, en el epicentro del territorio productor de hachís. A ambos lados se extienden las plantaciones de cannabis con toda normalidad; las matas alimentadas sólo de agua de lluvia son pequeñas, de un metro, pero las que riegan –se ven las gomas negras que distribuyen el agua– superan la altura de una persona.
Los agricultores cultivan cannabis en público y producen el hachís en privado para vendérselo luego a los traficantes que vienen a abastecerse en estas montañas de la materia prima que exportan a Europa. Sin embargo, el dinero que fluye hacia aquí apenas se nota en que las casas de estas aldeas dispersas, en el camino hacia la cuna de Es Satty, son de ladrillo, más sólidas, mejores, que las de otros campesinos pobres, que viven sólo de sus cabras, cebollas o higos chumbos.
Dentro de un mes y medio cosecharán las plantas de cannabis y tras las primeras lluvias comenzarán en las casas el proceso de producción del ‘polen’. Por cada cien kilos de hojas, obtienen unos 400 gramos de hachís de máxima calidad. El kilo de esta categoría se vende aquí al por mayor a unos 1.500 euros; mil euros el kilo si es de segunda calidad. Una hectárea rinde unos cinco mil euros al año, explicará luego un hombre de Bab Taza que cultiva una pequeña plantación de unos 200 metros cuadrados en una colina en las afueras de Chauen, con la que gana unos mil euros al año. Los que se hacen de verdad ricos, aclara, son los traficantes que compran el hachís a los pequeños agricultores y multiplican su valor en la venta a los consumidores de este estupefaciente aún ilegal a ambos lados del Estrecho.
Al llegar a Tangaya, la aldea de Abdelbaki es Satty, llama la atención a la izquierda el edificio del colegio, rodeado de cannabis. Unos metros más allá, antes de llegar a la casa donde viven la madre y varios hermanos del cerebro terrorista junto a sus propias plantaciones para producir hachís, un hombre vestido de civil impide continuar. Es el mkadem, un jefe local de información y seguridad al servicio de las autoridades de la provincia. Nervioso, manejando dos móviles, dice que “está prohibido” no sólo ir a ver a la familia de Es Satty, sino seguir un minuto más en su aldea. Habla por teléfono con el caíd, la autoridad comarcal, requiere el pasaporte del periodista, amenaza al taxista con represalias por haber violado la desconocida “prohibición” de entrar en esta zona ahora declarada secreta por el gobierno marroquí.
A la sombra de una casa y bajo un árbol del membrillo fotografía con un móvil el pasaporte y ordena amenazante dar la vuelta. Afirma que incluso le hace un favor al periodista. “Tienes suerte, si llegas a ir a la casa, la familia te habría recibido a pedradas”. Sólo se puede venir aquí con permiso del gobernador de la provincia, asegura. Queda claro que Marruecos –que colabora plenamente con España en la lucha antiterrorista y ha detenido esta semana en su territorio a tres supuestos colaboradores– ha impuesto un bloqueo informativo sobre el origen de Es Satty, una mancha brutal para la imagen del país: un terrorista yihadista marroquí que de ser un simple agricultor y productor de hachís en el epicentro de la droga, miembro de una familia dedicado a ello desde hace décadas, pasó a ‘cultivar’ el terror fundamentalista en España, probablemente usando los beneficios del tráfico del ‘chocolate’ para financiar su guerra santa.
El imán de Ripoll nació en 1973, hijo de Muhannad (el padre, ya muerto) y Fatna. Aunque en su Número de Identificación de Extranjeros español (NIE), número X-3109013-B, aparece que nació en Madchar (hay dos pueblos con ese nombre en la provincia, al oeste de Chauen), él ha vivido y sigue teniendo a su familia en Tangaya, a 15 kilómetros de Bab Taza. En 2002, con 29 años, emigró a España –no se ha precisado cómo, si en patera o con visado, en barco– y se instaló en Cataluña, donde vivía un conocido con su mismo apellido, Mustafa es Satty. En Marruecos quedan su mujer y sus numerosos hijos, que según las fuentes son entre cinco y nueve.
A Abdelbaki es Satty ya lo está investigando la policía española desde 2005 como sospechoso de prestar apoyo logístico –por su relación con árabes dedicados a la falsificación de documentos– a hombres de Ansar el Islam y el Grupo Islámico Combatiente Marroquí, grupos de Al Qaida, el segundo de ellos investigado por los atentados del 11-M de Madrid cometidos un año antes.
En ese momento, el hombre venido de la meca mundial del hachís ya ejerce como imán en esos años en Vilanova, dirigiendo la oración de los fieles. Cuatro años después acaba en la cárcel, pero no por terrorismo sino por tráfico de hachís, que le viene de cuna. El 1 de enero de 2010 lo detienen en el puerto de Ceuta cuando un perro de la Guardia Civil detecta que en la furgoneta que conduce camino del ferri de Algeciras en compañía de tres hermanos marroquíes transporta ocultos 121 kilos de hachís, valorados en 176.000 euros. No parece que busque hacerse rico él y a su familia, puesto que la madre y los hermanos siguen viviendo en la aldea en una simple casa con techo metálico.
En la cárcel de Castellón conoce al marroquí Rachid Aglif, alias el Conejo, condenado por complicidad en los atentados del 11-M por mediar en la compra de dinamita. Cuando cumple su pena y queda libre, Abdelbaki es Satty se instaló en Ripoll en 2016, en la mezquita no pronunciaba sermones incendiarios que lo delataran. Su modo de trabajar era más bien como el de cualquier secta secreta: convencer de uno en uno a los seguidores, fuera de la mezquita, alienándolos con el mensaje de que pertenecían al grupo del ‘verdadero’ islam, el que lucha por los musulmanes victimizados en el mundo, ordena matar a los infieles y recompensa a los mártires con el paraíso.
La familia no reclamará el cadáver
De vuelta a Chauen desde su aldea, el jefe de gabinete del gobernador dice al periodista que el permiso para volver allí hay que requerirlo al Ministerio del Interior en Rabat. No aportan ninguna información sobre el pasado marroquí del líder de la célula terrorista de Cataluña. A través de una vecina de Chauen que ejerce de intermediaria por teléfono con otros de la aldea, cuentan a EL ESPAÑOL que la esposa y los hijos –no precisan cuántos– de Es Satty están también allí al igual que su madre, y que toda la familia “está muy triste” y en estado de ‘shock’ por la noticia de que su marido, padre, hijo y hermano no era un honrado emigrante jornalero sino el líder de una secta que mataba a inocentes.
“La familia no sabía que era imán en España”, subrayan desde la aldea, desvinculando a sus parientes del crimen. Lo pintan como un hombre normal, hijo de una familia conocida de agricultores de cannabis, que había emigrado hace mucho dejando aquí a su mujer e hijos, que venía de visita –aunque no lo habían visto por aquí antes del atentado– y no destacaba por tener un perfil de musulmán ortodoxo. Añaden las fuentes desde la aldea que la familia, como si hubiera repudiado a Abdelbaki, no va a reclamar su cadáver para traerlo y enterrarlo en su terruño. Prefieren abandonarlo en la morgue en Barcelona, aseguran. Los gendarmes marroquíes no dejan estos días acercarse a la familia ni siquiera a sus vecinos, imponiendo la ley del silencio.
El cerebro de la célula terrorista de Ripoll se movía entre Marruecos, España, Francia y Bélgica, donde el año pasado intentó que le dieran trabajo de imán de una pequeña mezquita en Vilvoorde, donde tiene familiares, cerca de la capital, Bruselas. Como no lo consiguió, finalmente se asentó en Ripoll.
La geografía de su vida se ha movido por lugares clave de la actividad yihadista: en el norte de África, a una hora de Chauen, está Tetuán, de donde era la mayoría de los juzgados por la masacre de Madrid del 11-M, emigrados de niños a España o incluso ya nacidos en ella, de modo parecido a los los de la célula de Ripoll, que tienen sus raíces en el Medio Atlas marroquí y en Melilla. También muy cerca de la aldea de Es Satty están la ciudad española de Ceuta y, pegada a ella, la ciudad fronteriza marroquí de Fnideq, la antigua Castillejos, de donde han partido a hacer la yihad e inmolarse en Siria e Irak decenas de jóvenes. Entre ellos Kokito, que se hizo famoso por posar en su Facebook con cabezas de sirios decapitados, antes de morir también él en combate.
“Si alguien así intentase predicar la violencia aquí, lo denunciaríamos al instante”, asevera a la salida del rezo del mediodía en la Gran Mezquita de Chauen su joven imán, Mohamed Elkhchine. Su compañero, Mohamed El Youssfi, cuenta que él mismo se está preparando en Tetuán para ser nombrado oficialmente imán y poder dirigir la oración en alguna mezquita de Chauen. El proceso de los nombramientos lo controla el gobierno marroquí para impedir que la ideología más extremista del islam se infiltre en las mezquitas del país, de tradición malakí, muy moderada en comparación con el salafismo wahabita que exporta el gobierno de Arabia Saudita. Pero los yihadistas sectarios –casi un pleonasmo– como el imán de Ripoll, pertenezcan a los takfiris o sólo imiten sus tácticas clandestinas, se mueven en otra dimensión, más allá incluso de la ultraortodoxia. “Les lavan el cerebro a los jóvenes, no son el islam, son una secta”, insisten el imán y el aprendiz.
Lo temible es que el mensaje de odio victimista de ‘lavadores de cerebros’ como Es Satty, en vez de espantar, cautive a sus adeptos hasta el punto de seguirlo a la muerte sin delatarlo. Salvo sus acólitos, fuera de la célula de la secta nadie tenía idea de que con bombonas domésticas como las que reparten en España o venden en las tiendas en el zoco de Chauen, más acetona que se adquiere en tiendas de pintura, se preparaba para teñir Barcelona de sangre. En un puesto de libros de la plaza principal de Chauen venden El atentado, la novela de Yasmina Khadra, seudónimo femenino del escritor y ex oficial de inteligencia en los años de guerra contra el terrorismo islamista en Argelia Mohamed Moulessehoul, que narra la sorpresa de un médico árabe-israelí después de una matanza en Tel Aviv. Una mujer se ha inmolado con una bomba en un restaurante repleto, él opera a los heridos, y cuando lo llaman para examinar como forense los restos de la terrorista suicida, comprueba con doble horror que se trata de su propia esposa palestina. Ignoraba por completo sus planes.
Un hombre que se gana la vida con el turismo en Chauen nos lleva a ver en un monte en las afueras de la ciudad su pequeña plantación para producir hachís, con la que completa sus ingresos. Es de Bab Taza, la población que es centro de las aldeas de donde procede el líder terrorista de Cataluña. “Sí, su familia se dedica a esto desde hace muchos años”. ¿Pero el hecho de que se dedicara al hachís va a hacer que el gobierno controle más el tráfico? “No, no va a pasar nada”, dice tranquilo. El hachís no tiene nada que ver, opina: “El problema son los barbudos que aquí y en Europa le comen la cabeza a los jóvenes”. Y ahí, las presas que se afilien a la secta pueden ser lo mismo ingenieros que periodistas, como indica la experiencia vista con el Estado Islámico en los últimos años.
El relato que les venden a los reclutas de la patria del califato universal no puede ser más simple y efectivo: el Bien –nosotros, los fieles del islam verdadero, no el vendido a Occidente– contra el Mal en defensa altruista de los hermanos musulmanes oprimidos. Dios nos permite matar a los infieles. Y nos premia con la gloria y el paraíso.
Abdelbaki tuvo éxito con el discurso: reclutó a una docena en un solo pueblo. El superviviente de la explosión accidental en la que murió Es Satty en el chalé-fábrica de bombas de Alcanar se ha mostrado arrepentido y ha pedido perdón. También ha declarado a los mossos que su líder les había manifestado su intención de inmolarse. Los seis a los que los agentes mataron a tiros antes de que siguieran asesinando a más ‘infieles’ llevaban enroscados en el torso falsos cinturones de explosivos. En las ruinas del chalé han encontrado sin embargo cinturones con explosivos de verdad. ¿Los iba a usar el jefe para cumplir su palabra y morir matando? ¿O era sólo el reclamo para engañar también a sus hombres haciéndoles ver que él predicaba con el ejemplo? En su aldea de Marruecos, el yihadista no quedará en el recuerdo como un héroe, sino como una vergüenza infernal.
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