A las 20:41 horas de este lunes se cumplen cuatro años del momento en el que la vida de Francisco José Garzón cambió por completo. A esa hora, el tren Alvia que conducía descarrilaba en la curva de A Grandeira en Angrois, provocando el peor accidente de la historia ferroviaria reciente de España. Sin todavía salir de la cabina del maquinista, Garzón ya “pedía perdón a sus viajeros” -tal y como recuerda su abogado- por un “lapsus o despiste” que se saldó con la muerte de 79 personas. Un sentimiento de culpa que 48 meses después sigue marcando su día a día, alejado ahora de los mandos de los trenes, pese a que su deseo es volver a ser maquinista si el proceso judicial se resuelve de manera favorable para él y su salud se lo permite.
Desde el siniestro, el 24 de julio de 2013, Garzón (56 años) se ha encargado de intentar mantener el completo anonimato y escapar de cualquier foco mediático. Su abogado Manuel Prieto, en declaraciones a EL ESPAÑOL, lo define como un hombre “muy querido” por todos los compañeros con los que el maquinista del Alvia accidentado ha trabajado. “Es buena gente”, asegura Prieto. Y como prueba de ello, pone la conversación telefónica que Garzón mantuvo instantes después del descarrilamiento para pedir auxilio. “No había ni salido de la cabina del maquinista. Estaba completamente apretado y sólo preguntaba por sus viajeros, por si había o no heridos”, relata el letrado.
Sí los hubo. Multitud de heridos y casi ocho decenas de fallecidos. A todos ellos -y sus familiares- Garzón les ha pedido perdón. Lo hizo 12 meses después a través de una carta dirigida a todos los afectados: “Cuánta pena y dolor siento. Me angustia pensar qué palabras puedo decirles, si serán o no las adecuadas, si finalmente podría llegar a molestarles lo que digo. Sólo me sale pedir perdón”. Unos sentimientos que aún le invaden al hasta hace unos meses único imputado por 79 delitos de homicidio imprudente. El abogado de Garzón reconoce que al margen del lapsus o despiste del maquinista “había una carencia absoluta de seguridad como consecuencia de una falta de análisis de riesgo que no se había hecho”. “Las líneas tienen que tener seguridad y un error humano por un lapsus nunca puede conllevar un accidente, y menos de esas características”, defiende Prieto.
Desde aquella tarde no ha vuelto a subirse a la cabina de un tren. Tras ser detenido y puesto posteriormente en libertad, el maquinista estuvo más de año y medio de baja por las secuelas psicológicas del accidente. La Seguridad Social le dió el alta en noviembre de 2015, pero no se reincorporó a Renfe hasta finales de enero después de gastar las vacaciones y días acumulados. Desde entonces, según explica su abogado, se dedica a labores administrativas aunque su deseo es volver a estar a los mandos de un tren.
Controla los kilómetros de las máquinas
Vive en su Galicia natal, según la versión de su abogado, aunque no quiere concretar la sede de Renfe en la que trabaja. Allí ocupa, en concreto, un puesto de supervisión en los talleres de mantenimiento: realiza reparaciones de locomotoras y controla los kilómetros que hacen las máquinas. Antes de esto pasó todos los exámenes médicos necesarios que concluyeron que las secuelas psicológicas fruto de la fatídica tarde del 24 de julio de 2013 podía trabajar en determinados puestos de Renfe como el que desempeña en la actualidad.
Como administrativo estará trabajando hasta el desenlace judicial. Un momento que se puede dilatar en el tiempo, ya que el juicio podría celebrarse hasta seis años después del accidente. Esto es después de que el juez decidiese ampliar año y medio el periodo de instrucción -hasta finales de 2018-, por lo que el juicio oral no se abrirá hasta 2019. “Si se agota la prórroga de año y medio pedida por el juez”, matiza el abogado. Después, si Garzón no es condenado por los delitos que se le imputan, podría volver a ser maquinista. “Es lo que siempre le ha gustado”, asegura Prieto.
Garzón empezó a trabajar en Renfe hace más de tres décadas prestando servicios auxiliares en la estación ferroviaria de Monforte de Lemos, ciudad del sur de Lugo de donde es natural. Sin embargo, su sueño profesional siempre fue ser maquinista. Para ello se preparó y tras años de experiencia, consiguió conducir un tren de pasajeros. Primero, un tiempo en la línea que une Madrid con Barcelona y desde tres años antes del fatídico accidente en su Galicia natal, a donde pidió el traslado para estar cerca de su madre enferma. Más de una década de viajes al mando que se vio truncada durante la tarde de la víspera de la fiesta grande de Santiago de Compostela.
Perdió más de 20 kilos tras el accidente
No obstante, Prieto explica que para poder volver a sentarse a los mandos de un tren a partir de los 58 años, los requisitos y controles médicos se endurecen. “A partir de esas edad se les exige a todos los maquinistas un nivel de salud muy alto. Él quiere, pero no sé si podrá o será lo más conveniente”, aclara el letrado, quien admite que en estos días no mantiene contacto con su cliente porque son semanas “muy complicadas” por volver a vivir todo sufrido en la curva de A Grandeira.
Unas pesadillas constantes de las que han sido testigos amigos y familiares durante estos 48 meses. Le ayudaron a mantenerse alejado de los medios de comunicación y según apuntan medios regionales, se fue a vivir a una casa de la sierra apartado del bullicio de la ciudad. Perdió más de 20 kilos por la falta de apetito que le ocasionaba la situación de culpa. Ahora, más recuperado, aunque “su estado de ánimo sube o baja dependiendo del día”, afronta la fase final de la instrucción y el juicio “con nerviosismo” pero teniendo claro que su lapsus nunca pudo conllevar el accidente.