Están ahí, sin abrir, envueltos en plástico con una pegatina en la que pone su nombre: José Corrientes Humanes. Están ahí, amontonados sobre una estantería blanca, debajo de un cajón de tomates y otro de pimientos de la tienda de comestibles que Antonio y Ana tienen a las afueras de La Algaba (Sevilla).
Son varios paquetes que debía recoger José a su vuelta de El Palmar, en Vejer de la Frontera (Cádiz). El hombre, de 42 años, había ido a pasar el fin de semana junto a su mujer y sus dos hijos, que lo esperaban allí. Pero el domingo pasado fallecía abrazado a Julia, su hija de cinco años, entre las llamas que se comieron su casa prefabricada junto a la playa. Sucedió en torno a la una de la madrugada.
“Muchas veces, cuando José hacía pedidos por internet, ponía esta dirección porque teníamos confianza y sabía que aquí estábamos casi todo el día mi mujer y yo”, cuenta Antonio, el dueño del establecimiento. “Ellos tenían la casa aquí al lado [un par de calles más allá] y él solía recoger los envíos cuando venía a comprar algo que les faltaba para cocinar. La pena es que nunca más volverá”.
Tiene razón Antonio. Esos paquetes apilados que asoman tras la barra por la que él atiende a los clientes ya no los recogerá José. Tampoco su esposa, Carmen María Navarro, de 43 años. La mujer, que salvó la vida durante el incendio, falleció al filo de las ocho de la tarde de este pasado jueves en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Aguantó cuatro días. Tenía quemaduras en el 70% de su cuerpo.
Allí, en el centro hospitalario de la capital hispalense, continúa el único superviviente del incendio, Jaime, de nueve años. En la UCI, lucha por su vida con la ayuda de los médicos. Sigue en estado muy grave con quemaduras en más de la mitad de su cuerpo. La mayoría, en la espalda y en las piernas porque el niño logró huir del fuego a través de una ventana. Si consigue salir adelante, se habrá quedado sin su padre, sin su madre y sin su única hermana. Los galenos que lo atienden confían en que sigan pasando los días. Será signo de que su cuerpo se sobrepone a las heridas. La Junta de Andalucía decidirá a qué familiar le entrega su tutela.
En el incendio falleció otra persona. Se llamaba Luis González, tenía 53 años. Era compañero de José en la planta de Airbus en Sevilla. Además, ambos compartían una afición: el ciclismo. De tanto dar pedales juntos había nacido una buena amistad.
José había invitado a Luis a pasar el fin de semana en su casa de El Palmar. Había algo que celebrar. Ese domingo Julia cumplía cinco años. Pero una vela sin apagar impidió la celebración. Sus tías donaron los órganos de la pequeña para que pudieran salvar alguna vida.
"Su sueño era la casita que estaban reformándose"
Tras casarse, José y Carmen se instalaron en La Algaba, un pueblo de la periferia de Sevilla. Llegaron hace 11 años. Las ventanas de su casa, en un tercero, dan a la calle Francisco Molina.
El matrimonio quería vivir relativamente cerca del trabajo. José, nacido en Montequinto (Dos Hermanas, Sevilla), era empleado en la factoría que Airbus tiene cerca del aeropuerto de San Pablo. En apenas 20 minutos se plantaba allí cada mañana. Carmen, de Jerez de la Frontera (Cádiz), había estudiado Biología en la Universidad de Córdoba pero trabajaba en Emergencias 112 de la capital andaluza.
El martes, cuando EL ESPAÑOL visita La Algaba, una pareja sale del edificio en el que vivían José y Carmen. Su casa está en el segundo piso, justo debajo de la del matrimonio fallecido. El hombre y la mujer cuentan que, cuando sus vecinos se instalaron aquí, Carmen venía embarazada y que al poco tiempo perdió al niño que llevaba en el vientre.
Pero José y Carmen querían un hijo y ella volvió a quedarse encinta rápidamente. En 2008 nació el primero de sus dos vástagos. Le pusieron Jaime. Cuatro años más tarde vino al mundo la segunda. La llamaron Julia. Fue el 16 de julio de 2012. Cinco años más tarde, el día de su cumpleaños, encontró la muerte.
Ahora, José y Carmen tenían pensado mudarse al ático que habían comprado hacía unos años en la zona este de Sevilla. La casa dispone de una pequeña piscina. La estaban reformando. El traslado lo tenían previsto para 2018. “Era su gran sueño aquella casita, ella estaba muy ilusionada”, dice su vecina de un piso más abajo.
La mujer cuenta que Carmen, de vacaciones, pasaba en El Palmar todo el mes dejulio junto a sus dos hijos. “José, que era ingeniero aeronáutico, iba y venía desde Sevilla los fines de semana. Pasaba la semana en La Algaba porque tenía que ir a trabajar a la planta de Airbus. Los viernes, cuando terminaba la jornada, se marchaba a su casita en la playa. ¡Qué desgracia que ya no volvamos a verlos más! Formaban un matrimonio estupendo. Siempre alegres, dispuestos a ayudar…”
Antonio, el dueño de la tienda de comestibles, dice lo mismo: “Él era el tío más servicial que he conocido nunca. José te ayudaba hasta con la cosa más tonta. Ella era muy risueña y agradable”. Al instante, Antonio cuenta una anécdota: “José era muy meticuloso. Tenía un pequeño todoterreno, creo que del año 89, al que le acaba de poner un cierre centralizado él mismo. ¡Y mira que eso tiene que ser complicado! Se divertía haciendo cosas así”.
Una vela antimosquitos ocasionó el fuego
Una vela antimosquitos de decoración que se quedó encendida, un mantel de papel sobre una mesa de plástico y una viga de madera. Eso provocó el incendio que el domingo pasado quemó el porche de la vivienda que José y Carmen tenían en El Palmar.
Se trata de una casa prefabricada que el matrimonio había levantado sobre unos terrenos heredados y sobre los que no se podía edificar. La familia de José veraneaba en la zona desde hacía dos décadas. Eran muy conocidos allí. El día del incendio, la pareja y sus dos hijos estaban dentro durmiendo. Les acompañaba Luis. Era sobre la una y media de la madrugada del domingo.
Las llamas crearon una barrera mortal de fuego que atraparon a José, a sus hijos y a Luis. José intentó salvar a su hija. Los servicios de rescate encontraron a ambos abrazados. El día antes, sábado, la niña le enseñó a un vecino “sus cinco dedos, con la manita abierta”, y le contó que al día siguiente se iba a hacer un año mayor.
Pero una vela antimosquitos evitó que Ana soplara las velas de su tarta. Al irse a la cama, el matrimonio se dejó encendida la vela encima de un mantel de papel que cubría una mesa de plástico que tenían en el porche. Al consumirse, comenzó a arder la mesa y las llamas se propagaron a unas vigas de madera, que consumieron el techo de la casa, mezcla de plástico y madera también. La familia despertó por el intenso olor e intento huir. Cuando abrieron la puerta, el humo se adentró en la vivienda.
Los vecinos alertaron a Emergencias 112 de Cádiz. El fuego se estaba expandiendo por los pastos secos de la entrada del terreno. Si los cuatro miembros de la familia y el otro adulto salían de la casa, el fuego les alcanzaría. Pero Carmen, Luis y el pequeño Jaime, que salió por una ventana, lo hicieron. José acudió a por su hija a la habitación. Aunque intentó salir por una ventana, no pudo. Había inhalado mucho humo y apenas había oxígeno.
Los servicios de Emergencias que les atendieron después de que los Bomberos apagaran el fuego los encontraron abrazados. El padre ya estaba muerto. A la niña lograron reactivarle el pulso y la trasladaron hasta un hospital. Falleció en torno al mediodía del domingo.
Esa misma tarde moría también Luis, el compañero y amigo de su padre. Según varios vecinos con los que habla EL ESPAÑOL, mientras lo metían en la ambulancia, y aún consciente, gritaba: “¡José, amigo mío!”. Sabía que su amigo, ambos del club ciclista Los Guzmanes de La Algaba, ya estaba muerto. Luego irían su hija, el propio Luis y, cuatro días después, su mujer. Ya sólo resiste Jaime.