El pasado 2011, Noelia de Mingo acudió a hacer el Camino de Santiago. Era una de las primeras ocasiones que la dejaban viajar hasta tan lejos. En una suerte de viaje expiatorio, ella y otros internos se desplazaron hasta Lugo, punto de partida de su particular sendero del apóstol, que recorrieron junto a educadores y funcionarios del Psiquiátrico de Fontcalent. Les llevó una semana, a razón de 20 kilómetros cada día. Para ello, como cualquier peregrino que se precie, tuvieron que prepararse durante días antes para afrontar el reto y la experiencia jacobea. Esos entrenamientos les sirvieron para soportar mejor la marcha hasta El Apóstol.
No fue esa la única peregrinación de Noelia de Mingo la médico que en 2003 mató a tres personas y dejó heridas a otras seis valiéndose de un cuchillo de 15 centímetros en la Fundación Jiménez Díaz. Logró, además, completar la peregrinación al santuario de Caravaca (Murcia), también junto a otros internos y educadores del centro. Ambos momentos resultaron claves en la recuperación de la médico, que lleva ya 11 años internada en el psiquiátrico. Sin embargo, muchos dudan de que se haya recuperado de verdad. Sobre todo, los familiares de sus víctimas.
Hace cuatro días, el miércoles, una marabunta de cámaras y de medios se agruparon a la puerta del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Font Calent (Alicante). El motivo, una noticia que saltó a nivel nacional: de Mingo puede salir en libertad 11 años después de su internamiento. Esa mañana, según ha podido saber EL ESPAÑOL, con todas las cámaras en la puerta, Noelia salió como cualquier otra jornada para asistir a sus clases en la escuela de idiomas. Nadie la reconoció. Al volver, preguntó qué era lo que ocurría, a qué venía tanto revuelo. “Es por ti, Noelia, vienen a grabarte a ti”, le dijeron. No salía de su asombro. Tras años aislada como un monje tibetano, entre peregrinaciones y clases de idiomas, los flashes volvían a reclamarla a su puerta.
Al día siguiente sí que la ‘cazaron’ los fotógrafos. Gafas de sol, camiseta verde y directa a sus clases. La marabunta informativa está sorprendiendo tanto a ella como a su entorno, más que nada porque Noelia lleva desde el año 2014 pasando más tiempo fuera del centro que en él. Solo vuelve para comer. Sale por la mañana, bien temprano, después de desayunar con las otras internas, se viste y se marcha a sus clases de idiomas. Come en una casa que tiene comprada en Alicante y ya bien entrada la noche vuelve al centro. Esa es su rutina desde hace años. Por eso tanto ella como su familia no entienden el revuelo, provocado porque, parece, la madrileña puede quedar definitivamente en libertad.
A raíz del jaleo, Noelia no fue a clase de inglés este jueves. El viernes salió del centro en coche, pero algunas cámaras la captaron. Aunque todavía no se ha producido su salida, De Mingo podría quedar libre en las próximas semanas. La juez de Vigilancia Penitenciaria ha pedido ese cambio a la Audiencia Provincial de Madrid. Cuenta con el visto bueno del fiscal y con el último informe psiquiátrico aportado a la causa, realizado el 7 de abril de este año por el Instituto de Medicina Legal de Alicante. Entretanto, las familias de las víctimas de Noelia temen la posibilidad de que la mujer sea liberada.
Por lo general, cuando vuelven a la calle, a los pacientes de los hospitales psiquiátricos se les incluye en un protocolo de prevención de suicidios. El riesgo de que tal cosa ocurra es siempre elevado. Sin embargo, los responsables encargados de Noelia consideran que está en tan buenas condiciones que ya no necesita ser incorporada a esa formalidad.
Noelia padece de una enfermedad de por vida, llamada esquizofrenia paranoide, para la cual es preciso no saltarse la medicación. De hecho, cuando ocurrieron los terribles sucesos de la Fundación Jiménez Díaz, Noelia llevaba meses sin tomar las pastillas que tenía prescritas.
Su día a día en el psiquiátrico
Noelia ingresó en el Psiquiátrico de Fontcalent el 7 de agosto de 2006, dos meses y dos días después de que terminase el juicio por los tres asesinatos que cometió y las 6 personas a las que dejó heridas, algunas de ellas de por vida. En los primeros años estuvo muy vigilada para que no tuviera ninguna recaída. Lo cierto es que, según cuentan los forenses y los responsables del centro, desde los minutos de enajenación mental de Noelia en su trabajo aquella mañana de 2003 nunca volvió a protagonizar ningún suceso similar.
La obligaron a participar en las actividades en grupo propias del centro. Ella siempre se mostró colaborativa y, según quienes han estado más cerca de ella durante estos años, “afable y educada”.
Con el tiempo, debido al buen comportamiento que dicen que ha tenido, le han ido aumentando su régimen de libertades. Comenzó a ir a clase. Hace ya tiempo que no pasaba por el centro más que para dormir. Al volver, por la noche, cenaba rápido, se encerraba en su habitación y se ponía a describir durante horas. Quizá por eso ahora quiere publicar todos esos relatos que ha ido acumulando durante años.
Ahora Noelia puede salir en libertad, bajo tutela de su madre. Ahí viene un importante problema, según los abogados de las víctimas de la que fuera médico en la Fundación Jiménez Díaz. Que se trata de una señora ya mayor. Tiene ochenta años. Solo ella puede cuidarla, ahora que su padre ha fallecido.
El pasado 10 de enero, la sección de enfermería del Hospital Psiquiátrico de Alicante remitió un informe al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL en el que explicaba punto por punto la independencia que había alcanzado De Mingo para las actividades cotidianas: va al baño sin vigilancia, sola; no necesita ayuda para vestirse, controla sus esfínteres, come a su hora y sin que le echen la mano. Su estado físico es bueno. Puede hacer, según se desprende del informe, vida normal. “Se muestra educada y con buen talante cuando se la entrevista. Tiene un comportamiento adecuado y correcto con los profesionales y los compañeros”.
Aparte de todo esto, ha disfrutado ya de permisos de larga duración. Ya va sola en autobús hasta El Molar (Comunidad de Madrid), su pueblo natal y el de sus padres. Entretanto, durante estos años, ha cursado un máster en la Universidad de Educación a Distancia (UNED). En la escuela de idiomas, portugués, valenciano e inglés. Según ese mismo informe, “en los orales se pone nerviosa pero piensa que, como a todo el mundo, es algo que ya le pasaba en la carrera”. Ahora todo parece normal en la vida de Noelia, pero no siempre fue así.
Las voces en la cabeza de Noelia
Hubo un tiempo que Noelia se peleó ella sola contra sí misma. Era el año 2001 y había dejado de tomar la medicación. Aunque ella no lo sabía, todo había comenzado a torcerse. Por aquel entonces, de Mingo era ya residente de reumatología en la Fundación Jiménez Díaz. En un momento dado, no recuerda exactamente qué día fue, empezó a oír voces.
Ese día estaba en el teatro y salió de allí escuchando cosas. Lo vivió con sorpresa, pues creyó que esos sonidos provenían del exterior de su cabeza. Era como si escuchase que hablaban de ella desde el gallinero del teatro. No entendía cómo les podía escuchar desde ahí. Cuando salió, vio una furgoneta aparcada en el exterior. Pensó que le vigilaban. Las voces seguían insultándola.
Esos sonidos no se detuvieron ni salieron de su cabeza. En la parada del autobús escuchaba cómo comentaban cosas sobre ella. Y así, las voces prosiguieron como un elemento más de su vida que se trasladó a su día a día de reumatóloga, y le hicieron volverse loca. Llegó a pensar que le controlaban en el trabajo, y se fue separando más y más de la realidad. Pensaba, contó a los psiquiatras, que existía una trama orquestada por sus compañeros, quienes, según cuenta en un informe psiquiátrico sobre la De Mingo al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, estaban confabulados contra ella. Decía que desde pequeña la vigilaban con satélites, que la iban a quemar a ella y a su familia.
Le contó a los médicos que la atendían que todavía recordaba el día en que cambiaron las farolas de la plaza en la que vivía en Madrid. En esa ocasión, estuvo viendo por la ventana, aterrorizada, el modo en que los operarios trabajaban, creyendo que iban a poner un poste en el sitio de cada farola, para quemar en ellos a todos los miembros de su familia.
Mientras, en el centro hospitalario estaban preocupados por ella. Pasaba mal la consulta, daba a los pacientes recetas inverosímiles y remedios improbables. La pareja de Fernando Alberca trabajó allí en la misma época que de Mingo. Leilah era, de hecho, una de las tres personas a las que de Mingo asesinó aquella tarde a puñaladas. "Estaba tan mal que mi chica y sus compañeras, cuando le tocaba a Noelia pasar consulta, sugerían a los pacientes que acudiesen en otra ocasión: ‘Por favor, venga otro día, que hoy estamos hasta arriba’. Cuando tenía que pinchar en la rodilla, lo hacía con la máxima fuerza posible. Buscaba hacer daño al paciente. Y eso lo veía todo el mundo”, relata a EL ESPAÑOL. Fue entonces cuando algunos se acercaron a ella, preocupados, para decirle que si les necesitaba, allí estaban para ayudarle. Pero no sirvió de nada.
El declive de Noelia fue progresivo. Había dejado de explorar a los pacientes y dejaba la hoja clínica en blanco, sin rellenar, creyendo que la había cumplimentado. Escribía los informes en el ordenador con el ordenador apagada. Si alguien se le acercaba, ella decía: “Aléjate, no te metas en mi cabeza”. Una semana antes de atacar a todo el que se le puso por delante, con un cuchillo de 15 centímetros, el jefe de servicio le dijo que o iba al psiquiatra o la llevaría él mismo.
En ese momento, Noelia pensó que era el final, que quienes la espiaban iban a acabar con ella. Se compró un cuchillo de 15 centímetros en una tienda y se lo guardó en uno de los bolsillos de su bata blanca. Le hizo un agujero para poder meter la mano y así tenerla todo el día apoyada sobre el arma blanca.
Todos eran actores para Noelia, una especie de enorme teatro en torno a su vida.“Para ella, era como si estuviera dentro de una película. Como si estuviera en el Show de Truman”, explica Fernando Alberca a EL ESPAÑOL. Luego llegó la sangre y la muerte. Lo siguiente que la mujer recuerda es despertarse en el Hospital Gregorio Marañón. Nunca volvió a tener recaídas.
El 3 de abril de 2003
Ese día, en la planta en la que de Mingo trabajaba, una compañera recibió una llamada por teléfono. Se reía al contestar. Ahí Noelia pensó: “Ahora, le han dado la orden”. Y sacó el cuchillo. Eran las 14:20 de la tarde y la médico estaba en el cuarto de enfermeras de la unidad 43, en la tercera planta de la clínica. Cinco minutos después, cogió el cuchillo y sin mediar palabra la apuñaló una y otra vez por la espalda. Era Leilah El Ouamaari, la que era entonces mujer de Fernando Alberca, quien nos habla en este reportaje. No pudieron salvarla.
En el estado en el que se encontraba, de enajenación por la esquizofrenia paranoide, Noelia se convirtió en un ser irreductible al desarrollar el cien por cien de su fuerza. Durante minutos nadie pudo parar las cuchilladas que lanzó a un lado y a otro.
Y así siguió, generando el caos a su paso. Una enfermera sufrió un enorme tajo en el cuello. Sobrevivió, pero la herida le ha quedado de por vida. A otra le cortó todos los tendones del brazo, en los cuales todavía no ha recuperado toda la fuerza. Jacinta Gómez de la Llave, 77, años, estaba hablando por teléfono con su hijo cuando de Mingo se le echó encima, quien le clavó el cuchillo varias veces en el tórax. Nadie la pudo salvar.
Había sangre por todas partes. La médico había herido a 6 personas y matado a otras tres. Fue un celador quien acabo de reducirla. Atrapada en una esquina, de Mingo se rindió.
Las víctimas de Noelia
Fernando se sienta en despacho de su abogado, Carlos Sardinero, también representante legal de la Asociación en Defensa del Paciente y recuerda el negro suceso. Lo recuerda como si fuera ayer. Se enteró porque estaba viendo la televisión y al momento se imaginaba lo que había ocurrido. “En cuanto vi que había pasado algo en la Fundación Fernández Díaz dije: ha sido Noelia”, recuerda. Y llamó automáticamente, preocupado por su chica. “Llamé y me dijeron: ‘Fernando, Leilah está grave’. Sé cómo funcionan en los hospitales, que te lo van diciendo poco a poco. En ese instante supe que mi pareja estaba muerta”.
Han pasado 13 años y Fernando mira el telediario. En la pantalla aparece la noticia: Noelia de Mingo puede quedar en libertad. Apenas aparta la mirada de la imagen en blanco y negro de quien asesinó a Leilah El Ouaamari, quien entonces era su pareja. Observa sus gafas, su cara desencajada en la fotografía del reconocimiento policial. Apenas pestañea. Hace ya mucho tiempo que no sale en ningún medio de comunicación; quizá por eso prefiere no ser fotografiado. 13 años después de lo ocurrido ha rehecho su vida. Era periodista, ahora trabaja en la comunicación de una ONG y se casará el próximo mes de octubre. No obstante, es hablar de Leilah y le entra una profunda nostalgia, el sabor agrio todavía doloroso de una herida sin cicatrizar.
“Lo que nunca nos han explicado, con la de avisos que hubo por parte de mi chica y sus compañeros es cómo pudo mantenerse en ese puesto estando como estaba”. Muchos de los responsables y superiores de Noelia no fueron interrogados durante la instrucción ni tampoco durante el juicio porque se dijo que no sabían nada. “¿Cómo se puede decir que no sabían nada si no se les ha interrogado?”, se pregunta, 11 años después del juicio, Sardinero, el abogado de las víctimas.
De hecho, en la página 71 de la sentencia queda reflejada la responsabilidad subsidiaria del centro en lo ocurrido. “Tales testimonios ponen de relieve no solo que cualquier persona que se relacionaba con Noelia podía apreciar el estado de la misma, sino que las personas que con ella trabajaban habían puesto en conocimiento de sus superiores su estado, sus temores y el peligro que suponía su mantenimiento en el Hospital, pese a lo cual ninguna medida fue tomada por los responsables del mismo a fin de evitar cualquier evento dañoso para los trabajadores, pacientes y cualesquiera otras personas dentro del Centro Hospitalario”.
Finalmente, el juez declaró la responsabilidad civil subsidiaria de La Fundación Jiménez Díaz. Noelia fue absuelta por una eximente completa de enajenación mental. Se la condenó no a la cárcel, sino a un máximo de 25 años internada en un centro psiquiátrico. De momento solo ha cumplido 11 y pronto puede estar en la calle.
Ahora Fernando y las otras víctimas, se oponen a que de Mingo, cuyo abogado no ha querido hacer declaraciones a este periódico, salga por fin de prisión. “Lo único que queremos evitar es que todo aquello vuelva a ocurrir, que vuelva aquella pesadilla. Nadie tiene la seguridad de que no le vuelva a suceder. Estar en un centro psiquiátrico, con unas directrices, unas normas,no es como la vida real. Ahí no sabe lo que se va a encontrar. Y entonces se convierte en un peligro público. No puede volver a suceder lo mismo”.