Algo después de la una de la tarde del 17 de agosto de 2016, François Patrick Nogueira Gouveia se baja del autobús número 271 que conecta Alcalá de Henares con Guadalajara en la localidad de Pioz. Lleva una camiseta negra, un pantalón corto de deporte del mismo color y una mochila a la espalda. Calza unas deportivas Mizuno verdes y negras, modelo Wave Precision 13 Unisex. A veces suele utilizarlas para salir a correr o para ir al gimnasio. Además, lleva consigo dos pizzas que había comprado antes de comenzar el trayecto en una pizzería de Alcalá de Henares, donde vivía desde hacía 6 meses, cuando llegó a España “para probar fortuna en el fútbol”.
Esa misma tarde se dirige a la casa de sus tíos, Marcos Campos y Janaína Santos, quienes vivían desde hacía unas semanas en el chalet 594 de la urbanización la Arboleda en Pioz junto a sus dos hijos, un niño y una niña de uno y cuatro años, respectivamente. Hace calor. En la mochila lleva todo lo que necesita para llevar a cabo su plan: cinta americana gris, bolsas de basura grandes, un cuchillo suizo de la marca Swiss Touch y unas cuantas toallas. Cuando se baja del autobús, todavía le quedan unos 3 kilómetros de subida por una carretera empinada y plagada de curvas hasta donde se encuentran los chalets. La misma cuesta por la que subía su tío a diario cuando volvía de la churrasquería en la que trabajaba, siempre tocado con uno de sus característicos sombreros.
Patrick es un joven alto y fornido, hace deporte todos los días. Esa misma mañana, antes de degollar a sus tíos y sus sobrinos, va al gimnasio en Alcalá de Henares como cualquier otro día; por eso lleva las zapatillas de deporte. Sin embargo, y aunque no lo sabe, son ellas las que le delatarán cuando, un mes después, el 18 de septiembre, se localicen los cadáveres descuartizados de sus tíos, metidos en bolsas situadas en el salón del chalet.
Además del ADN en la escena del crimen, los investigadores encontraron dos huellas de esas zapatillas Mizuno de Patrick. EL ESPAÑOL, cinco meses después de desvelar el sumario, accede de nuevo a él para localizar esas pruebas que están retrasando el juicio. Las zapatillas son uno de esos detalles. Con ellas dejó su rastro en la casa. Había, en concreto, dos huellas en la casa que no pudo limpiar o que le fue inevitable dejar tras de sí. Una de ellas estaba en el salón. Cuando los investigadores las encontraron hallaron sobre la del salón “moscas muertas que hubo que retirar”, explica la policía en el atestado al que ha tenido acceso este periódico. La otra de las huellas estaba en la cocina. Después de cada uno de los asesinatos cometidos de forma secuencial ese mismo día 17 de agosto -primero la madre, luego los niños y al final el padre-, Patrick lo iba limpiando todo a conciencia. Pero no pudo evitar dejar atrás ese rastro inconfundible.
Estos días, cuando se cumplen seis meses desde que le detuvieron al entregarse a las autoridades españolas en el aeropuerto de Barajas, el caso se encuentra en punto muerto a la espera del juicio. Son, precisamente, esas zapatillas las que lo mantienen todo en punto muerto. EL ESPAÑOL cuenta nuevos detalles del sumario, de la investigación y del proceso judicial que explican por qué uno de los crímenes más sonados de los últimos años todavía se encuentra a la espera de juicio.
Unas zapatillas en Brasil
Un mes después del crimen del 17 de agosto, los cadáveres fueron hallados en el interior de la casa, metidos en las bolsas, atadas con cinta aislante, en estado de descomposición. Era la tarde del 18 de septiembre. Al momento el caso estaba en todos los medios de comunicación. Dos días después, el día 20 de septiembre, Patrick hacía las maletas, dejaba atrás el piso que compartía con tres chicas en Alcalá de Henares y huía en un avión a Brasil.
Allí estuvo durante apenas un mes hasta que se entregó a las autoridades y lo trajeron de vuelta a España. Quería librarse de las cárceles de su país. Prefería cumplir aquí la condena. En ese viaje no se trajo ni las zapatillas que usó el día del crimen ni tampoco su ordenador, el cual se había encargado de formatear. Dejó prácticamente todo en Joao Pessoa. Aun así, los investigadores cuentan con todas las piezas en la mesa para juzgarle y condenar a un joven de 20 años que además se ha declarado culpable de los crímenes cometidos.
Sin embargo, la fiscal del caso ha pedido que se traigan desde Joao Pessoa las zapatillas, el ordenador y las tarjetas SIM del joven. Quiere tener todas las pruebas atadas, aunque no haya prácticamente dudas de que Patrick es el asesino de Pioz. Entre otras cosas, porque él mismo lo confesó ante el juez y la policía, porque el rastro de su abono transporte le sitúa en Pioz ese mismo día, porque su móvil fue localizado a la hora del crimen en la localidad guadalajareña, por los restos de ADN en la casa y por las huellas de las zapatillas deportivas. Son solo algunos de los indicios que dejó tras de sí el asesino.
Para la defensa de la familia de Janaína y de Marcos el caso está prácticamente cerrado. Las pruebas de Brasil pueden resultar interesantes, pero el proceso para traerlas desde Brasil está siendo largo y farragoso. Eso hará que el caso se alargue, al menos, un mes más. La petición de la fiscal, tras una primera negativa, ha sido finalmente aceptada y los trámites para traer las zapatillas y el resto de los enseres de Patrick ya están siendo realizados.
La clave de la huella
Patrick lo planeó todo de manera metódica y fría. “Tenía claro que quería matarles antes de entrar en la casa. No tenía miedo”, relató ante los investigadores. Lo tenía todo medido al detalle. Sabía que su tío estaría en el trabajo, sabía que tenía que ir a esa hora, cuando Janaína y los tíos estuvieran más desprotegidos. Por eso, cuando Janaína le abrió la puerta de la casa saludó tranquilo y entró como si fuera una visita normal de un día cualquiera.
Pero Patrick, pese a la planificación previa, iba a dejar huellas como la de su zapatilla. Y lo hizo nada más llegar a a Pioz. Cuando se baja del autobús, y comienza el camino hacia la casa de sus tíos, un hombre se detiene delante de él en su coche y le ofrece acercarle hasta el lugar. Es la primera vez que Patrick está allí, pero conoce la dirección exacta. Habían sido sus tíos los que se la proporcionaron al marcharse del piso -debido la inaguantable convivencia con el sobrino- que compartían con él en Alcalá de Henares.
Cuando se baja del coche y franquea la entrada de la urbanización La Arboleda, aun no sabe exactamente donde está la casa. Justo a la entrada del recinto hay un enorme mapa en el que se ve la situación de cada una de las casas de la urbanización. Localiza la de sus tíos y camina hacia allá. No está muy lejos: tan solo debe torcer a la derecha por la primera de las calles desde la entrada y avanzar unos pocos metros. Al llamar a la puerta, le abre su tía, Janaína. Ella le pregunta: “¿Qué haces tú aquí?”. Pese a sus reticencias iniciales, le invita a pasar. Marcos está en el trabajo y no volverá hasta bien entrada la tarde. Todo transcurre según Patrick había planeado.
Pocos minutos después, ambos están en la cocina degustando las pizzas que Patrick había llevado consigo a la casa. Al terminar, Patrick se ofrece a su tía para ayudarle a fregar los platos. Entonces, saca el cuchillo suizo y se lo clava en el lado derecho del cuello. Se trata de un corte limpio. Al poco rato la mujer muere. Después acaba del mismo modo con los pequeños. Es entonces cuando Patrick lo limpia todo y espera a que llegue su tío.
Al poco, coge su teléfono y abre el Whatsapp. Desde antes de llegar a la casa llevaba hablando con una persona que conocía todos los detalles del plan. Una persona que estaba muy lejos de allí. A las 2:06, cuando su tía y sus sobrinos yacen muertos en el interior del chalet, Patrick le escribe a Marvin, su mejor amigo, que está en Joao Pessoa (Brasil), su ciudad natal, al tanto de las novedades.
Marvin: ¿A quién le diste el primer navajazo? ¿A la mujer?
Patrick: Maté primero a la mujer. Y después a la mayor, de tres años. Luego al enano de un año. Pensé que me daría asco, pero soy un enfermo.
Marvin y Patrick se conocían desde hacía “dos o tres años”, según recogen los investigadores brasileños que detuvieron e interrogaron a Marvin antes de dejarlo en libertad vigilada controlado con una pulsera. Patrick era uno de sus mejores amigos en Joao Pessoa. Antes de viajar a España, el asesino confeso de Pioz estudió derecho en la ciudad natal de Marvin. Este iba a su casa y él a la de su amigo. Marvin decía que Patrick era su único amigo de verdad.
Horas después, Patrick sigue en la casa. Está esperando a que llegue su tío Marcos de trabajar. Todo ocurrirá en torno a las diez de la noche. Poco antes de que llegue, Marvin le escribe, animándole.
Marvin: Concéntrate. No falles. Buena suerte.
Entonces, Patrick sale a la puerta del chalet 594 de la urbanización La Arboleda en Pioz (Guadalajara) y espera. Al poco rato llega su tío. Marcos le saluda en el exterior sin tener la más remota idea de lo que le espera dentro de la casa. Ya en el pasillo, Marcos ve los cadáveres de su mujer y sus hijos. Ahí, Patrick le ataca, asestándole un navajazo en el lado derecho del cuello.
El hombre ofrece resistencia, pero es inútil. Marcos muere y, a los pocos minutos, Patrick acude de nuevo al whatsapp y retoma la conversación con Marvin. Este todavía no cree que lo que está sucediendo sea cierto. Patrick le envía vídeos, fotos, selfies con los cadáveres. Marvin ya no tiene duda. Tras matar a su tío, lo primero que hace Patrick es enviarle a Marvin una fotografía en la que muestra su colgante y su rostro, completamente sereno. Los jóvenes inician de nuevo la conversación.
Patrick: Tío, acabé.
Marvin: Jajajajaja Patrick el asesino.
En ese momento comenzó a descuartizar los cadáveres. Pasó la noche deshaciéndose de ellos. Los cortó por la mitad y los guardó en las bolsas de basura de color negro translúcido que había llevado en la mochila. Cuando terminó se echó a dormir en la habitación principal, situada en el piso superior de la vivienda. A las seis de la mañana del día siguiente, 18 de agosto, después de ducharse y de coger ropa de su tío, se marchó de allí. Volvería en otra ocasión a enterrar los cadáveres.
Los hechos hasta ahora narrados surgen del sumario, de los informes periciales y los whatsapps a los que EL ESPAÑOL tuvo y tiene acceso en exclusiva. El caso no ofrece ya demasiadas dudas. Patrick lleva casi seis meses, prácticamente desde que llegó, en la cárcel: primero en la prisión de Alcalá Meco, donde se le colocó junto a distintos presos que le vigilaron para que no intentara suicidarse.
Ante el riesgo de que otros internos del centro presidiario le agredieran, lo trasladaron a otro módulo distinto en la cárcel de Estremera. Allí pasa los días leyendo y viendo la televisión. Mientras tanto, el caso se encuentra en punto muerto, a la espera de la llegada de la totalidad de las pruebas. Las Mizuno que utilizaba en sus ejercicios deportivos tanto en el Juventud de Torrejón -equipo en el que comenzó a jugar desde que llegó a España- como en el gimnasio al que acudía con regularidad en Alcalá de Henares están ya en camino para un juicio en el que la defensa del asesino confeso aguarda la llegada desde Brasil de otros los informes psicológicos adicionales sobre el joven.
Es en estos instantes en los que el asesino quiere jugar la baza de la enajenación mental cuando los familiares de Marcos y Janaína recuerdan cómo, dos días antes de que los cuerpos de la familia fueran encontrados en el chalet, Patrick le comentaba -cerveza en mano- a sus compañeras de piso en Alcalá de Henares lo que pensaba sobre el hombre que le acogió en su casa durante seis meses y al que después asesinó: “Mi tío es un hijo de puta”.