“¿Dormir? ¿Yo? No, hombre, ya dormiré cuando termine la campaña”. Alejandro apenas logra conciliar el sueño en los meses de diciembre a abril. En mitad de la noche, se levanta súbitamente de la cama y, como un gesto reflejo que se repite varias veces en la madrugada, se viste, coge su coche y recorre los cinco kilómetros que separan su casa de Palos de la Frontera de sus invernaderos. Por el camino va rumiando la situación que puede encontrarse, fantaseando con la idea de qué hará si, como otras veces, se topa con los ladrones que esquilman la fresa que tanto sudor le ha costado cultivar. “¿Miedo yo? No, esto es mío”, confiesa gallardo. “Miedo tiene mi mujer, pero ¿yo? Porqué habría de tenerlo, no hago nada malo. Ellos sí”, zanja.
Su afirmación, aunque rotunda, esconde verdad y mentira a partes iguales. De hecho, Alejandro no muestra su rostro y ese no es su verdadero nombre. No quiere que nadie lo reconozca por miedo, esta vez declarado, a las represalias que las cuadrillas de ladrones de fresa, auténticas bandas organizadas, puedan tomar contra él y sus invernaderos.
Hace pocas semanas denunció el primer robo de la campaña —el año pasado fueron siete—, que se ha adelantado en los invernaderos de los municipios onubenses de Palos de la Frontera, Moguer y Mazagón, el triángulo del que sale un altísimo porcentaje de las fresas que come Europa, principalmente Alemania, Francia e Italia. La zona, situada en las márgenes de los ríos Tinto y Odiel, alberga seis mil hectáreas de plantaciones que generan en los meses de diciembre a mayo unos seis millones de peonadas repartidas entre unas 64.000 personas, la mayoría varones magrebíes y mujeres de Polonia, Rumanía y Marruecos.
Pero la fresa, el sueño de muchos temporeros que van Huelva para ganarse el jornal, es el desvelo de Alejandro. A sus cincuenta y tantos años asegura haber visto de todo. “Yo sé hasta los granos que tiene mi tierra, ¿cómo no voy a saber cuando me roban? La tierra me habla, veo los rastros, las huellas de los neumáticos, las pisadas de la gente… Más o menos profunda, que me dicen si van más o menos cargados”, concreta este agricultor palermo, un tipo peculiar, de cuerpo enjuto, que habla a voces y se mueve de forma eléctrica. Tiene diez hectáreas dedicadas a la fresa, un producto que se vende caro en el mercado ilegal.
“He vendido fresas a grandes superficies a unos 2,50 euros el kilo; ellos la separan en tarrinas de un cuarto de kilo y las venden a unos tres euros, multiplicando por cuatro su valor”, explica Alejandro. “Pues bien, los ladrones consiguen vender el kilo a dos euros, mejorando muchísimo el precio de los hipermercados. Si roban mil kilos, obtienen dos mil euros de beneficio”, razona el labriego.
La cifra contrasta con el beneficio que un agricultor puede obtener por un kilo de fresas: unos 40 céntimos de media antes de impuestos. A los que hay que repercutir la mano de obra, a razón de 39 euros por jornal; la amortización de las tierras; el coste del invernadero, unos 18.000 euros por hectáreas para plásticos, arquillos y lomos; el coste de las plantas, a 105 euros el millar, unos 6.300 euros por hectárea; y abonos, mantenimientos y otros gastos. En total, cada agricultor invierte de media unos 25.000 euros para iniciar la campaña y el robo de fresas deja desguarnecidos a quienes viven de ella.
Impotencia entre los agricultores
Manuel Piedra es agricultor, fresero, y secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) de Huelva, que agrupa a unos 850 campesinos onubenses. En lo que va de campaña todavía no se ha topado con estos cuatreros pero sí ha recibido las llamadas de sus compañeros, que miran con impotencia cómo el campo de Huelva se desangra ante la inacción de las autoridades.
“En los últimos 30 días hemos denunciado 30 robos, y hay compañeros que han sido robados hasta tres días seguidos”, señala Piedra, que a sus 56 años explota dos hectáreas de fresas en la zona. Este año, los hurtos de esta fruta se han adelantado con respecto a campañas anteriores, y los altos precios —3,50 euros en Madrid el kilo el pasado miércoles— que se dan en los primeros compases de la temporada hacen que las pérdidas sean más cuantiosas para los agricultores.
“Estamos observando cómo las cuadrillas de ladrones, bandas organizadas, han llegado a los campos onubenses y en esta campaña han empezado con muchos e importantes robos”, sostiene Piedra. “Hemos detectado —añade— los primeros robos en las aceitunas, en Beas, y estos ladrones incluso se han llevado aceite de las almazaras; con agresiones a agricultores y trabajadores”.
Y su mensaje es claro: “Los agricultores trabajamos al cien por cien y al cien por cien pagamos nuestros impuestos, por lo tanto, pedimos que al cien por cien responda la subdelegación de Gobierno”. “Nos consta que la Guardia Civil está demandando presencia de refuerzos y del equipo ROCA —creado en 2013 para combatir específicamente el robo agrario—, que tan buenos resultados da en otras provincias”, completa Piedra.
Su tesis coincide con la del portavoz en Huelva de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC), que agrupa a más de 30.000 agentes a nivel nacional. En la actualidad, según confirma, tan solo hay dos grupo ROCA, con tres agentes cada una, trabajando en el campo onubense: una en La Palma del Condado y la otra en Aljaraque.
Falta de guardias civiles en el campo onubense
Para AUGC, “la falta de efectivos en este ámbito está generando una desprotección que se refleja en el aumento del número de delitos: robos de maquinaria agrícola, ganado, cosechas...”. Según la asociación, “en la Guardia Civil existe una alarmante falta de personal” que trae como consecuencia “el flagrante abandono de la seguridad que debería prestarse en el medio rural”.
Esa es la conclusión a la que llegó José Manuel, un veinteañero agricultor de Palos de la Frontera, cuando acudió al cuartel de la Guardia Civil de su municipio para denunciar uno de los tantos robos que ha sufrido en su finca. A los agentes “se les ve con ganas, pero ellos mismos nos dicen que hay una patrulla nocturna para Mazagón, Palos de la Frontera y, a veces, Moguer. Y eso no es suficiente. Yo los entiendo, los pobres no dan para más”, asegura el labriego, que no quiere dar sus apellidos ni la localización exacta de sus invernaderos.
Él sí reconoce el miedo que siente cada noche cada vez que acude a sus tierras a verificar que todo está en orden. Más aún desde que pilló infraganti a unos ladrones en uno de sus invernaderos. “Nunca salgo solo, siempre con mi padre o mi hermano; y siempre con un coche grande”, detalla.
Esa noche, varió el horario en el que suele frecuentar sus fincas con el objeto de despistar a los cacos. Serían las once y media cuando salió de su casa de Palos de la Frontera con su padre en su Land Rover, un todoterreno grande. En apenas ocho minutos llegaron a sus invernaderos, imposibles de vallar y expuestos a las malas artes de los enemigos de lo ajeno. Y los pilló. “Vi la linterna que llevan en la frente para ver en la oscuridad, ellos nos vieron y salieron corriendo”, relata.
El encuentro con los cuatreros
Rápido, José Manuel salió tras ellos con el todoterreno, llegando a encontrarse de frente. Ahí los vio, eran un hombre y una mujer, de mediana edad, vestidos con ropa de tajo. Pero el coche, con matrícula de Rumanía, se escabulló por los intrincados caminos que van tramando los invernaderos. De poco sirvió su llamada a la Guardia Civil, ni los dos operativos que los agentes montaron a las salidas del pueblo. “Ellos se conocen muy bien la zona”, lamenta. Se llevaron unos dos mil kilos de fresas.
De hecho, ese detallado conocimiento del terreno lleva a pensar a los agricultores afectados que estas bandas organizadas cuentan con el apoyo de vecinos de la zona, que incluso llegan a señalar a los cacos aquellos invernaderos en los que la fruta está en el momento óptimo para su recolección.
“Nos hemos planteado recurrir a la seguridad privada, pero no es efectiva. Porque ¿cómo se va a encargar una única persona de vigilar diez fincas? Y si los ve, ¿cómo se va a bajar esa criatura del coche? Porque el que viene a robar lo hace con todas las consecuencias”, comenta José Manuel. De hecho, narra, un vecino pilló a una cuadrilla robándole maquinaria, gasoil y otros aperos de labranza y le sacaron una escopeta. “Le dijeron que o los dejaba marchar o no dudarían en disparar”, asegura.
José Manuel se queja de la desigual proporcionalidad que existe entre las agresiones que sufren por parte de los ladrones y las defensas que ellos pueden utilizar. “Ni un palo, nada, porque si te pilla la Guardia Civil, te multa porque lo considera arma blanca”, concreta. “Es mejor asustarlos con el coche —explica el veinteañero—, simular que vas a atropellarlos, pero nunca los puedes tocar; porque te buscas la ruina”.
Su defensa, además de las decenas de alarmas y candados que reparte por toda su finca, se basa en la colaboración entre los propios agricultores, que han creado un grupo de WhatsApp para avisarse en caso de que alguno detecte algo sospechoso durante las vigilancias. “Siempre que vengo a ver mi finca trato de echar un ojo en la de mis vecinos, ellos hacen lo mismo y si vemos algo extraño nos avisamos por aquí. Así tienen identificados a varios coches”, concreta José Manuel, que vende su producción a la comercializadora Fresón de Palos, que agrupa a 140 agricultores y que es líder en el sector con 70 millones de kilos de producción, el 23 por ciento de todo lo que se produce en la zona.
“Los robos serán difíciles de erradicar mientras que no se controle la venta ilegal”, sostiene el secretario general de UPA Huelva. Además, Piedra alerta de que la fruta que se vende en las calles no cumplen con los requisitos sanitarios exigidos por la Administración y pueden suponer un riesgo para la salud de las personas. “Nosotros tratamos la fresa con productos que tienen plazos de seguridad, si los ladrones la roban en ese plazo, es posible que puedan provocar en el consumidor problemas gástricos”, añade.
La única solución, sostiene, comprar la fruta en los establecimientos autorizados. Garantizando así la salud de los consumidores y el descanso y la seguridad de Alejandro, José Manuel… y de cuantos agricultores se desviven por esta dulce fruta que amarga por los robos sus sueños.