Puerto Real, Cádiz. Jueves, 22 de febrero de 2007. Delphi, una fábrica de piezas automovilísticas, anuncia el cierre de su factoría en la Bahía de Cádiz. 1.902 empleados pierden su puesto de trabajo pese a las promesas de la Junta de Andalucía de garantizar empleo para los despedidos. Diez años después, unos 320 gaditanos de la antigua plantilla de la compañía norteamericana siguen esperando la recolocación prometida. En la última década han perdido más que un trabajo. Rupturas familiares, enfermedades físicas y psíquicas, indigencia, suicidios y muerte. Es el coste de una lucha que seguirá vigente mientras vivan.
—Francisco, ¿cuál ha sido la mayor pérdida que ha tenido por culpa de Delphi?
—Mi mujer. Es increíble, pero sí.
El 21 de septiembre de 2015, su esposa se suicidó. “No lo superó”, comenta con voz baja, ahogada por el dolor, Francisco Serna, extrabajador de Delphi en Puerto Real. “Ella cogió una depresión grandísima a cuenta de Delphi”, asegura. “En las últimas elecciones —las únicas que ganó Susana Díaz— creíamos que íbamos a tener esperanza. Luchábamos para que cambiase el gobierno de Andalucía, porque sabíamos que si volvía a salir el PSOE no habría solución para nosotros”, concreta.
“Mi mujer lo dio todo. Pero, cuando vio el resultado, se vino abajo. Entró en una depresión importante. Y terminó haciendo lo que hizo. Nos cogió a todos por sorpresa”, confiesa con templanza este hombre rudo bien entrado en la cincuentena y padre de dos hijos de 24 y 20 años.
Francisco, Kiko para quienes han compartido con él 1.074 días de encierro, recuerda como el 22 de febrero de hace diez años la noticia del cierre de Delphi le pilló en el quirófano por un desprendimiento de retina. Y cómo a su regreso a la factoría se topó con la cruda realidad.
Las promesas de los políticos del momento, con las elecciones municipales fechadas para tres meses después, hicieron pensar a los 1.902 empleados de la extinta Delphi que su travesía por el desierto del desempleo sería corta. La Junta de Andalucía, con Manuel Chávez de presidente, insistió en garantizar a los trabajadores de la factoría gaditana 45 días por año cotizado y una recolocación. O cursos de formación mientras que la situación de paro siguiese vigente.
“Recuerdo a Zapatero y a Chávez gritar a voz viva que no nos iba a dejar tirados. Pero todo eso era humo”, concreta Senra, que atiende a EL ESPAÑOL en La Morera, una sede de colectivos sociales de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).
“Llevamos comiendo humo diez años. El paro de Cádiz —defiende Francisco—, desde hace más de cuarenta años, es similar al de un país en guerra. Y estamos hartos de humo”.
El tono beligerante contra la Junta de Andalucía, a quien atribuye el engaño que sacudió su vida, cambia cuando recuerda a su mujer. “Ella fue mi principal apoyo en esta lucha. Paraba por la calle a los políticos para pedirles explicaciones. De hecho —repasa Francisco—, abordó a Susana Díaz hasta en dos ocasiones. Le preguntó que por qué la Junta no cumplía las promesas, por qué nos tenía abandonados y la presidenta le respondió que todo era culpa de sus antecesores, nunca de ella. No tenía nada que ver, siempre eran los otros. También le aseguró que nos daría trabajo. Y ahí también mintió”.
UNA VIDA, EL PRECIO DE UNA MENTIRA
“Vendieron el cierre como una oportunidad de crecimiento para la Bahía de Cádiz. Mintieron. El tiempo nos ha dado la razón. Pero a ellos no les ha pasado factura su mentira y nosotros hemos pagado las consecuencias multiplicadas por un millón”, lamenta el ex Delphi. “A mí me costó mi mujer, pero ella me está dando fuerzas para seguir luchando”, zanja Francisco.
—¿Quién es el principal culpable en la historia de Delphi?
—El Partido Socialista Obrero Español.
—¿Qué palabras se le vienen a la mente cuando recuerda Delphi?
—Futuro roto.
Diez años después, la factoría de Puerto Real es un campo baldío donde no crecen ni los jaramagos. Sí crecen las malas yerbas en las afueras, por detrás de las alambradas que circundan un espacio de más de 265.000 metros cuadrados. Desde ahí, lo que fue Delphi se ve de lejos. También en el tiempo.
Fernando Mangano, otro de los extrabajadores de la compañía americana —nacida al amparo de la matriz General Motors—, se aferra a la verja desde la que se divisa las naves. Hace diez años, 1.902 empleados cruzaban la puerta de acceso, hoy cerradas y vigiladas por cámaras de seguridad.
“Yo trabajé para ellos 19 años, entré con 24 y salí con 43”, recuerda este operario de producción. “Y en los diez últimos años no he cotizado nada”, lamenta este cincuentón enjuto y tímido, que sobrevive cobrando los 426 euros de la Renta Activa de Inserción (RAI), de la que se benefician parados de larga duración y de más de 45 años con graves dificultades para acceder al mercado laboral. “Economía de supervivencia que la llaman”, comenta entre dientes.
1.074 DÍAS DE ENCIERRO
“Soy soltero y con eso me apaño”, se resigna el electricista Fernando Mangano, que realiza sin declarar chapuzas de fontanería o albañilería. “Hay compañeros que sí tienen cargas familiares y eso ha sido una loza difícil de llevar”, concreta. Por él y por los 320 ex trabajadores que como él quedaron en tierra de nadie se ha mantenido encerrado durante 1.074 días. “Quizás pecamos de ilusos, los días posteriores al anuncio de cierre se movilizó de tal forma el pueblo de Cádiz que nos hizo tener esperanza de que iba a llegar a buen término, pero nada fue como esperábamos”, confiesa.
En marzo de 2007, días después del anuncio del cierre, más de 60.000 gaditanos se echaron a la calle en apoyo a los despedidos. También les apoyaron los compañeros de la factoría de Delphi en San Cugat del Vallés, que cerró nueve años después. En ambos casos, fruto de una política empresarial de la multinacional de desviar la producción a Polonia, Marruecos, Rumanía y China. Fabricar en España suponía diez veces más que lo que saldría en Tánger o el doble de lo que costaría en las polacas plantas de Tychy y Krosno, a donde se empezaron a fabricar las columnas de dirección, los embragues o los rodamientos de Puerto Real.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Engaño.
—Pese a la situación, ¿el cierre de Delphi trajo algo bueno?
—[Medita]. Sí, hay algo bueno. He conocido a amigos que son para toda la vida y eso me lo llevo en limpio.
UN REGUERO DE MUERTE
Pero Fernando ha tenido que despedir a muchos de estos amigos. Luis Castillo, Carmona, Francisco Ruiz, Vicente Ollero, José Luis García… o Miguel Ángel Reyes. Este último falleció en el pasado mes de agosto a los 53 años después de padecer un cáncer de páncreas.
“Cuando se lo diagnosticaron se me vino del tirón a la cabeza la palabra Delphi”, recuerda su viuda, Paca Menacho, en su casa de Puerto Real. “La psicóloga nos decía que cuando una persona ha pasado por una situación estresante —añade—, como puede ser el despido y diez años de espera de una solución que nunca llegó, el cuerpo se debilita y afloran más fácilmente las enfermedades”.
Ella lo tiene claro. Los responsables del cáncer que mató a su marido fueron “la Junta de Andalucía y Delphi”. “Ojalá algún día se llegue a demostrar que muchos de los casos de cáncer que se han dado entre los ex trabajadores se deben a algo que pudieron respirar allí”, sostiene la viuda a sus 50 años, una mujer vitalista que tiene bajo su responsabilidad a su hijo biolígico, de 19 años, y otro de adopción de apenas tres años.
“Susana Díaz, mala, mala”, interrumpe el menor al escuchar el nombre de la presidenta andaluza. “El niño repite lo que yo digo, pero es que no lo puedo remediar, me sale solo”, completa la Paca, acostumbrada a los recortes. “Dejamos de mirar a largo plazo para centrarnos solo en el día a día”, cuenta.
—¿Han llorado mucho por Delphi?
—Él sí ha llorado mucho por su trabajo; yo no, nunca me lo he permitido. Yo he llorado por él.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Asco. Pena. Promesas incumplidas. Y de todo son corresponsables la Junta de Andalucía y muchos sindicalistas.
“55 AÑOS Y FUERA DEL MERCADO LABORAL”
La familia de José Antonio Pérez, otro de los 1.902 de Delphi, también ha llorado. En su caso, por la pérdida de los dos hijos que esperaban. Su mujer estaba embarazada cuando supo del cierre de la factoría. El estrés y la ansiedad hicieron el resto.
Él fue uno de los pioneros en montar la primera dirección eléctrica del mundo, un ejemplo de la salud de la años antes próspera fábrica de Puerto Real. “Aquí teníamos contratos hasta 2012 firmados con BMW, Toyota, Mercedes…”, enumera Pérez, de 54 años, y oficial de primera de producción.
Ahora usa el Fiat Punto, que integra la mencionada dirección eléctrica, para entregar una media de 25 currículums al mes. Hace diez años echaba más de trescientos. “Estoy fuera del mercado laboral”, se lamenta.
En el momento del cierre llevaba 26 años cotizados, en los últimos diez años solo ha subido un año más. “No sé qué futuro me espera. Con 55 años ya no te quieren en ningún sitio”, explica hastiado. “Nos han dicho —añade José Antonio— que somos unos privilegiados, unos parados de lujo… Y solo pedimos a la Junta que cumpla el protocolo que firmamos: un puesto de trabajo en la Bahía de Cádiz de similar categoría”.
El ex Delphi se refiere al protocolo que los trabajadores, a través de los sindicatos, firmaron con la Junta de Andalucía el 4 de julio de 2007 y con el que se cerró la factoría de Puerto Real. “Antonio Pina —máximo responsable del sindicato Comisiones Obreras en la factoría—, fue el sinvergüenza que nos vendió a la Junta de Andalucía, nos reunió en el patio y nos dijo que la fábrica se cerraba”, sostiene.
Diez años después su familia vive de lo que ingresa su mujer, profesora. Pese a sus intentos por encontrar un empleo. “En el Servicio Andaluz de Empleo nos dicen que nos juntemos y montemos un bar. No hay más opción para alguien como nosotros”, concluye.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Decepción.
UN ESTIGMA EN EL CURRÍCULUM
Delphi es una palabra estigmatizada en la Bahía de Cádiz. Incluso para ellos mismos. “Yo no puedo ni oírla, y ahora mismo más vale no ponerla en el currículum, tampoco la edad”, sentencia Manuel Macías, a sus 58 años, uno de los más veteranos de lo que queda de la plantilla. Él se considera afortunado. Conserva a su mujer y tiene a dos hijos, criados con esfuerzo por la falta de ingresos en el hogar. Su familia vive con la ayuda del RAI (Renta Activa de Inserción), 426 euros al mes. “Y a mí por mi edad ya no me la pueden quitar”, explica este hombre grandote, con espesa y cana barba, teñida en ámbar bajo la nariz por el tabaco que fuma.
“Mi mujer, mis hijos… nos hemos apoyado”, subraya. “Y todos me recomiendan que me olvide de Delphi, pero les hago ver que por amor propio, si me llaman voy. Si mis compañeros me dicen que vayamos a manifestarnos, a reunirnos, a encerrarnos… voy. No tengo duda”, insiste Macías.
El pasado 29 de diciembre, Manuel y otros tantos compañeros ponían fin a los 1.074 días de encierro, el más largo de la historia de España. De los 1.902 trabajadores que conformaban la plantilla, solo quedan sin trabajo un exiguo grupo de poco más de 300 personas. Los demás fueron recolocados en empresas del sector, divididos por la influencia de los sindicatos, como Alestis, un engendro de la Junta que nació para promover el tejido aeronáutico andaluz y que absorbió a apenas 350 exempleados de Delphi. Poco después recibiría dos encargos de Airbus.
—¿Se siente engañado en estos años?
—[Ríe con sarcasmo]. Engañado por todos. Por el sistema, por las instituciones, por la justicia, por la prensa, por los sindicatos, mis propios excompañeros, que miran para otro lado cuando me ven…
—¿Han sido diez años perdidos?
—Mi vida es trabajar, y sin trabajo, he perdido la vida. Me han apartado de la producción.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Traición.
MÁS DE 260 MILLONES DE EUROS
El tiempo ha puesto a cada uno en su sitio: ya sabemos quién nos engañó”, añade Eduardo Rabanillo, de 56 años.
La Junta de Andalucía ha empleado unos 260 millones de euros entre indemnizaciones, prejubilaciones y cursos de formación con el objeto de reinsertar a estos trabajadores en el mercado laboral. Y tres casos de corrupción —los ERE, el fraude en los cursos de formación y el de Bahía Competitiva— penden sobre esta colosal cuantía que de poco ha servido para recolocar a la totalidad de la plantilla. Pero que sí ha señalado a altos cargos del Gobierno andaluz, imputados por el desvío de 21 millones de euros.
Rabanillo se certificó en inspección y verificación de pequeños montajes de aeronáutica. Pero tantos cursos de nada han servido, porque con más de 50 años nadie les contrata. “La edad, la edad, la edad…”, repite este extrabajador del departamento de recepción y envío.
“Soy muy positivo, quizás por eso me he ido creyendo las mentiras”, lamenta.
—¿Qué palabras se le vienen a la mente cuando recuerda Delphi?
—Engaño de los políticos, manipulación por los sindicatos y abandono de los compañeros, porque si hubiésemos estado juntos como una piña ya habríamos tenido una solución.
DE DELPHI A VIVIR DE LA CHATARRA
Eduardo coincide con su compañero Manuel Casas en la cita con EL ESPAÑOL a las puertas de lo que fue Delphi. El primero subsiste gracias a los 426 euros de RAI, al segundo ya se le ha acabado la ayuda y sobrevive chatarreando, pescando lo poco que da la mar y desbrozando fincas siempre que lo necesitan. Con lo que saca su mujer limpiando casas sacan adelante la economía familiar y a sus hijos.
“Si no fuese por mis suegros y mis padres, no sé qué sería de nosotros”, puntualiza Manuel a sus 51 años, y extrabajador de la sección de amortiguadores.
—¿Hubiese sido mejor si en vez de falsas promesas le hubiesen dicho que se buscaran la vida desde el primer momento?
—Eso era lo que querían los americanos. Hubiésemos cogido nuestra indemnización y nos hubiésemos ido a la calle a buscar trabajo. Pero la Junta de Andalucía quiso meter baza y cogió parte del dinero de la indemnización para, presuntamente, generar empleo. Algo que nos pareció bien. Queríamos trabajar. La idea era buena. Pero, ¿qué ha pasado en estos diez años para que todavía quedemos 500 trabajadores sin colocar?
—¿Cuando usted piensa en Delphi qué siente?
—Es para llorar. Es para llorar, ‘pisha’. [Se le saltan las lágrimas]. Entré joven y soltero, monté mi casa, mi familia y de golpe nos dimos de bruces con el cierre.
La juventud y las ganas de trabajar llevaron a pensar a Manuel que el empleo volvería pronto. “Pero los años han pasado —comenta—, nos han ido entreteniendo con cursos… y aquí estamos, sin trabajo”.
—¿Va a seguir en la lucha?
—Ya no queda lucha. Los sindicatos y la Junta de Andalucía nos han separado.
—¿Qué palabras se le vienen a la mente cuando recuerda Delphi?
—Junta de Andalucía y traición.
DEL “PELOTAZO” A LOS ANSIOLÍTICOS
Y es que, según recuerda, José Gómez, uno de los benjamines del grupo a sus 46 años, en Delphi se cobraba bien gracias a un generoso convenio laboral. “Entrar en Delphi era un pelotazo”, asegura. Él, a sus 24 años, dejó Navantia tras aprobar las pruebas de acceso. Ahora, con la prestación por desempleo agotada, y sin ayuda alguna, ni siquiera se plantea la jubilación. “No puedo pensar a largo plazo, pero quiero ser optimista.
“De momento no estoy con ansiolíticos, no sé lo que es una pastilla. Hay compañeros que sí. Yo soy de los que el sol siempre sale todos los días. No me queda otra”, defiende este joven, que se atropella al hablar.
—¿Si hubiese seguido en Navantia, qué hubiese pasado?
—No, no, no. Esa pregunta… Es que… Esa pregunta sale. Sale. Me la hago muchas veces. También mi mujer. Pero no podemos echar el tiempo atrás. Y prefiero pensar en el futuro antes de mirar el pasado.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Engaño.
LA HISTORIA DE MIGUEL MORENO
Al menos él tiene un futuro. Delphi acabó con Miguel Moreno. Y a las puertas de la factoría, entre las vallas rojas y blancas, carcomidas por el óxido, su compañero y amigo Juan José Cumplido todavía recuerda las últimas conversaciones que mantuvo con él. En una de tantas concentraciones, lo apartó del resto y le confesó sus intenciones: “Me voy a quitar la vida, no aguanto más esta situación”.
“Traté de convencerlo —relata Juan José en su casa pareada de Puerto Real— de que todo mejoraría, hice lo posible por mejorarle el ánimo”. Pero cumplió su palabra. El domingo 12 de octubre de 2012 lo encontraron muerto en la calle. No aguantó la incertidumbre. “Era Miguel, nuestro compañero, con 53 años. Muy reservado, divorciado por culpa de Delphi, y en una situación muy difícil. Y la Junta no reaccionó”, denuncia Cumplido.
A él, la lucha contra Delphi le costó el matrimonio. También la salud. Apenas duerme por las noches. Vive solo desde que se divorció y guarda en una carpeta un sinfín de títulos de cursos. Un resumen de más de 6.500 horas en formación aeronáutica y otras 2.000 en otros sectores que de poco le sirve para encontrar empleo.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Junta de Andalucía traidora.
—¿Qué solución le ve a este conflicto laboral?
—Que la Junta cumpla lo que prometió: empleo.
Pero la Junta ha ganado en los tribunales, marcando distancia con el ya fantasma de Delphi. Una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) dio carpetazo a la denuncia presentada por los sindicatos UGT y CGT a cuenta de los incumplimientos de los convenios firmados en 2007.
LA LUCHA SEGUIRÁ MIENTRAS VIVAN
Diez años después del cierre, ese desenlace se antoja difícil. La espera ha ido diluyendo las propuestas del Gobierno andaluz, para el que Delphi siempre fue una incómoda piedra en el zapato.
Clemente Llera, vecino de Puerto Real y extrabajador de la factoría, se quedó con la duda de cómo hubiese sido su vida de tener hijos. No lo supo porque se divorció justo un año después de perder su empleo. “Los niños... Viendo este final no sé si hubiesen sido algo bueno o malo”, se pregunta, escondiendo la respuesta bajo un largo silencio. “Delphi tiene buena culpa de la decadencia de muchos matrimonios, incluido el mío”, defiende.
—¿Delphi le arruinó la vida?
—No, ellos me dieron 20 años de trabajo que fueron buenos. Me la arruinaron los que no hicieron nada tras el cierre. Y la Junta de Andalucía como último responsable. Ellos son los responsables de que haya muchas vidas arruinadas por la herencia de Delphi.
—¿Qué palabra se le viene a la mente cuando recuerda Delphi?
—Espera. Lucha.
—¿Seguirá la lucha diez años más?
—Sí mientras que sigamos vivos, porque desgraciadamente quedamos menos compañeros. Y no porque los estén recolocando, es porque están muriendo. La edad no perdona. Cuando muramos todos, entonces acabará Delphi.