Rosa sostiene en sus manos el teléfono móvil de Damon, su marido. Ambos comentan una fotografía en color sepia tomada, no se sabe con exactitud, a finales de los años setenta. En ella, una niña ataviada con un vestido blanco de primera comunión se aferra a la verja que separa La Línea de la Concepción y Gibraltar. A una decena de metros de distancia, separados por un terreno yermo, varias personas agarran con fuerza la valla y observan la escena. No se ven pero se presuponen lágrimas. “Lo veo y me echo a llorar”, confiesa Rosa. “Solo con pensar en que me cierren la frontera y me tenga que separar de mi familia, que está ahí mismo,… ¡me muero!”, confirma. Ella es de La Línea y está casada con un gibraltareño. Ambos tienen tres hijos y, como a muchos vecinos del Peñón, el brexit ha despertado un viejo miedo: el cierre de la verja. Parte de una época no olvidada para los de uno y otro lado de la frontera.
Rosa Arrimadas y Damon Bossino se casaron el mayo de 2005 en la iglesia de la Inmaculada de La Línea y desde entonces viven juntos en una bonita casa de Gibraltar con vistas a la costa de Algeciras. Su historia de amor ha servido para evidenciar el fruto que las relaciones entre el Reino Unido y Europa han tenido en los últimos años.
Ella estudió en Liverpool gracias a una beca Erasmus, lo que le sirvió para aprender inglés y, a la postre, encontrar un empleo como abogada en el bufete de Gibraltar en el que trabaja Damon, también abogado. Los doce años de noviazgo se llevaron mejor gracias a la libre circulación de personas formalizadas en los Acuerdos de Schengen. La Unión Europa ha tenido peso en la unión matrimonial. Ambos votaron por la permanencia.
“Para Gibraltar esto es un desastre”, asegura Rosa. “Recuerdo la historia de una chica que vivió en Gibraltar y que al abrirse la verja decía que ya todo le daba igual porque sus padres, lo único que tenía al otro lado de la frontera, ya habían muerto. Eso me provoca una tristeza…”, confiesa el día posterior al brexit. Por la noche no pudo conciliar el sueño, pero el despertar, cuando se confirmó al resultado, fue peor.
El no al brexit, el remain [la permanencia], ganó por un 95,91 por ciento en la colonia británica. “Nadie hizo campaña por el leave [la salida] en el Peñón”, detalla él. “La gente ha llegado deprimida al trabajo. Lo hemos hablado mucho. Incluso alguno aseguraba que más que gibraltareño o británico, se sentía europeo. Y no sabe cómo digerir la decisión de sus compatriotas”, comenta Damon, ex diputado del Parlamento de Gibraltar por el partido socialdemócrata, el GSD.
Gibraltar ha ido cuatro veces a las urnas a votar referéndums, ya bien sea la consulta por la Constitución o por su soberanía. “Y en esta votación la gente estaba realmente preocupada, algunos sin dormir, porque el resultado afecta directamente a los gibraltareños pero no depende solo de ellos”, puntualiza Rosa, prima segunda de la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas.
“No, la verdad, no, no, no me lo explico”, titubea Damon, que habla un fluido castellano con acento andaluz. Ella mantiene su acento de Salamanca, la tierra de donde vino su familia en plena crisis entre Reino Unido y España y que provocó que Franco cerrase las fronteras. Así estuvieron trece años y por el camino se perdieron más de 4.500 empleos en el Campo de Gibraltar. También la separación de familias como la de Rosa y Damon.
“Mi madre lo dice: ‘Tú te comes la frontera por un lado y yo me la como por el otro”, relata Rosa. De hecho, los primeros rumores que corría por la colonia en la mañana posterior al brexit adelantaban la posibilidad de que la policía española no admitiese la identificación gibraltareña para pasar la frontera, solo se permitiría el paso con el pasaporte británico. Algo que el propio Gobierno de Gibraltar negaba en su perfil de Twitter.
Sin embargo, el cierre de la verja es un horizonte que todos atisban a medio o largo plazo. Aunque no tan severo como antaño. “No creemos que cierre la frontera pero lo de ponernos cinco o siete horas de cola para atravesarla, sí. Entonces es como si la cerraran. Porque tengo un niño con autismo que no puede estar en un coche tantas horas. En nuestro caso, no hay una verja física pero sí real. Está ahí aunque no se vea”, lamenta Rosa.
La pareja critica el hostigamiento que el Gobierno español somete a quienes cruzan, ya sea en un sentido u otro, la frontera. Una política que ha empeorado, según defienden, con el ministro García-Margallo al frente de Exteriores.
Los españoles aquí “son los enemigos”, defiende Rosa. “Se percibe en el día a día, en las redes sociales”, añade. Damon compara la relación a la de alguien con personalidad bipolar. “Nos llevamos bien con los españoles y ellos con nosotros porque ambos compartimos un idioma, el sentido del humor, una cultura semejante, mediterránea o latina; pero cuando nos metemos en el tema político todo es más complicado”, puntualiza el exdiputado socialista.
Las fricciones entre españoles y gibraltareños se quedan fuera de casa. “Él es muy abierto y yo también, ambos hemos aprendido a callarnos y a aceptar la opinión de la otra persona”, comenta Rosa. “Tengo amigos que defienden la postura de Gibraltar español y no pasa nada, porque no me afecta aunque a veces me dé coraje”, detalla él. “Yo le trato de decir que es una coletilla en la mayoría de las veces”, señala ella.
-¿Y Gibraltar español?
-De eso nada, Gibraltar de los gibraltareños, de los llanitos [término por el que se les conoce]. Mis hijos son gibraltareños. Son españoles y del Reino Unido.
En su casa, el brexit se traducirá en algunos problemas con el personal que les ayuda en casa, de La Línea. Deberán formalizar permisos de trabajo, aunque en la actualidad tengan todos los papeles en regla. También sufrirán los efectos de las largas colas que se formarían en la verja. “Todo se complica”, advierte Rosa.
Entre las posibles salidas al brexit, los gibraltareños esperan que los gobiernos de Londres y de Madrid alcancen acuerdos que permitan, como ya adelantó el primer Ministro de Gibraltar, Fabian Picardo, que el Peñón siga siendo “un motor económico” en la zona. Sin embargo, también están recelosos ante las negociaciones, en las que la soberanía de Gibraltar pueda ser utilizada como moneda de cambio.
-¿Realmente temen esa situación?
-Sí —contesta Damon rápido—. Sí —insiste—. La postura del Gobierno del Reino Unido es la de un apoyo incondicional a Gibraltar. No van a hablar de la soberanía sin un acuerdo con los gibraltareños. Ese es el compromiso actual. Pero no podemos asegurar que un cambio de los políticos no traiga consigo un cambio de las políticas. El tiempo lo dirá.
“Franco es un ángel comparado con Margallo”
Paseando por la calle principal de Gibraltar, la Main Street, una zona de compras en las que sitúan las grandes marcas sus establecimientos y donde se puede comprar una cajetilla de tabaco por la mitad de precio que en España, una pareja de llanitos paran a Salomon Levy, un octogenario elegante que transita calle arriba con una botella de Lochan Ora, un licor de whisky hecho por Chivas Regal, en una bolsa. “¿Qué pasará con el brexit?”, le preguntan. “El Señor cierra una puerta pero abre una ventana”, responde.
Él fue hace ocho años alcalde civil de Gibraltar, un cargo honorífico de representación que elige el Parlamento gibraltareño. “Soy toda una personalidad”, reconoce el octogenario, que lleva prendidos en la solapa de su chaqueta un par de insignias con las banderas del Reino Unido y de Gibraltar. Su familia, judíos sefardíes de Córdoba, lleva viviendo más de dos siglos en el Peñón.
“Voté que sí a quedarme en casa, hace mucho frío fuera”, ironiza. Pero no es pesimista con respecto al futuro. “Todo tiene remedio menos la muerte”, sentencia. “Mira Suiza lo bien que viven, ¡como reyes!”, argumenta. La noche del recuento durmió plácidamente después de beber un vaso de vino blanco. “Me quedé muy colocadito”, recuerda. “Es que una comida sin vino es como un matrimonio sin mujer”, espeta sereno mientras que resta trascendencia al resultado de la referéndum.
“A Franco le debo mi matrimonio”, confiesa. “Cuando cerró la frontera yo tenía un MG Midget, un descapotable con el que volaba por Marbella, me confundían con el duque de Mora; pero me cansé de dar vueltas por el Peñón y senté la cabeza”, recuerda. Además de agradecerle su matrimonio, Levy también agradece al régimen el hecho de que promoviera, sin pretenderlo, la identidad gibraltareña. “Ya no éramos ingleses, ni españoles… ¡éramos gibraltareños!”, confirma.
Una situación parecida a la actual. “Franco era un ángel comparado con el ministro Margallo”, afirma. “Debería hablar menos y hacer más por los pueblos del Campo de Gibraltar”, argumenta.
Martin votó brexit
La Línea de la Concepción, San Roque o Algeciras, los municipios del Campo de Gibraltar, además de un vivero de trabajadores para la Roca también surte de viviendas a los llanitos que prefieren vivir al otro lado de la verja. Diariamente, muchos de ellos pasan los controles de seguridad de la frontera para hacer sus quehaceres en el Peñón. Ellos viven con especial incertidumbre el brexit.
Martin Staeetea, un gibraltareño pensionista de 64 años, es uno de ellos. Cada dos días cruza la línea fronteriza para ver a su hija, que sigue viviendo en la Roca. Él se encuentra a gusto en su piso de La Línea. “Me gusta vivir en España, son muy amigables”, reconoce. Sin embargo, él votó sí al brexit.
“A los ingleses no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer”, argumenta. “Y cuando el Reino Unido entró en la Unión Europea no lo hizo para que un parlamento que no es el suyo le dictara las leyes”, añade. “Con el este referéndum hemos demostrado que Alemania no es democrática, pero los ingleses sí”, espeta.
Habla con una sonrisa en el rostro y recalca al periodista que sea fiel en redactar lo que él argumenta. Habla en inglés. Solo cuando quiere subrayar algo de su discurso emplea el castellano, muy pobre. “Soy británico y, con independencia de vivir en Gibraltar, tenía que votar aquello que más beneficio reporte a mi país, y eso es el brexit”, asegura. “Hay muchos países de la Unión Europea con problemas: España, Italia, Grecia o Portugal, y el Reino Unido es más fuerte fuera que dentro”, concluye, no sin antes amenazar al periodista. “Pienso leerlo y si no te portas bien, te buscaré”. Quizás, para que sus compatriotas de Gibraltar eviten reconocer a uno de los 823 votantes del leave, rehúsa hacerse una fotografía.
“Me jugaba más este jueves que el domingo”
Martin avanza con paso diligente hacia la frontera atravesando el aeropuerto de Gibraltar. Cualquier persona que entre o salga del Peñón debe hacerlo a través de una carretera que atraviesa la pista de despegue (o aterrizaje). Por el camino se cruza con muchos de los trabajadores españoles que día a día echan el jornal en la colonia británica. Unos 9.000 según datos oficiales, más de 12.000 según los oficiosos.
A ellos el brexit ya les afecta. El viernes, día de cobro semanal, deben cambiar las libras por euros antes de abandonar la Roca. Pero la jornada posterior al referéndum la libra se ha devaluado y los sueldos vienen con rebaja. “Ahora nos interesa trabajar en Gibraltar porque ganamos con el cambio, pero si no es así, habrá que buscar algo en España”, explica Ismael Fernández, de 29 años y trabajador de una empresa de limpieza. Fichó hace un año y medio por los Lions de Gibraltar, un equipo de fútbol del Peñón, y su contrato llevaba asociado un empleo.
“Yo hubiese votado que no al brexit, pero, como es lógico, no podíamos votar”, insiste el joven, tranquilo tras hablar con su jefe en la mañana posterior a la votación. “Gibraltar me ha dado la estabilidad que no me da España, aquí somos como hermanos, solo los políticos generan los problemas”, denuncia.
Según su tesis, el resultado de las votaciones del jueves en el Reino Unido afectará el voto en el Campo de Gibraltar. Los trabajadores en el Peñón no quieren que la mano dura del Partido Popular empeore las relaciones con el Gobierno de Picardo, al que le quedan tres años de mandato. “Yo me jugaba más en el referéndum del jueves que en las elecciones del domingo”, confirma el joven. “Y votaré por el cambio”, confiesa.
“Soy gibraltareño y votaría por los socialistas”
Del lado gibraltareño de la frontera, Isaac Samuel Benzaquen, comprueba la cotización de la libra en la trastienda de su oficina de cambio, también una tienda de antigüedades. Sin pretenderlo, ya ha hecho negocio del brexit. “He ganado mucho dinero”, afirma. Tenía muchos euros y, aprovechando la debilidad de la moneda británica, los ha colocado en el mercado. “La libra se recuperará, la nuestra es una economía fuerte, solo hay que esperar”, esgrime.
Votó por la permanencia. “Nadie se figuraba que esto podría ocurrir”, insiste. “Pero estoy convencido de que puede ser positivo para el Reino Unido”, razona. “Si hubiese vivido en Londres habría votado por el brexit”, confiesa. Su familia, judíos sefardíes de Bilbao, emigraron a Marruecos. “Y cuando vimos ondear la bandera británica en el Peñón regresamos a la península”, explica.
Ahora espera que España no aproveche la situación de debilidad de Gibraltar para reclamar la soberanía sobre el Peñón. Eso depende, a su juicio, del resultado que den las urnas en las elecciones de este domingo 26 de junio. “Si pudiera votar lo haría por el PSOE, porque tradicionalmente los socialistas españoles y los de Gibraltar hemos mantenido una relación más dialogante”, señala.
“Rajoy, Margallo… dicen muchas tonterías, le tienen odio a Gibraltar y eso causa malestar entre nuestros vecinos”, admite Benzaquen, que recuerda que bajo mandato del PP se cerró el Instituto Cervantes de la colonia británica.
“A corto plazo todo está garantizado”
Lejos de controversias políticas, la caída de la libra también intranquiliza a muchos de los empresarios españoles que tienen intereses en el Peñón. Algunos ha dormido poco la noche del recuento. “A los pequeños empresarios nos ha matado”, detalla Fernando Calderón Fuentes, gerente de SOECO, una constructora sevillana que acomete diversos trabajos en Gibraltar y que factura anualmente unos 4,6 millones de euros. De su pequeña plantilla, diez trabajan en suelo español y unas 45 en la Roca. “Cuando vi que había ganado el brexit me tuve que tomar una pastilla para la ansiedad”, confiesa.
Pero más que la pastilla, a Fernando lo ha tranquilizado las conversaciones que ha tenido con sus clientes en el Peñón. Tanto los grupos de inversores o el Gobierno de Gibraltar para los que trabaja le trasladan el mismo mensaje: “a corto plazo todo está garantizado”. “Entiendo que tendrán un plan B, nosotros teníamos el nuestro”, asegura. Antes compraba los materiales en España beneficiándole el cambio. Ahora deberá comprar en el Reino Unido. “Lo que antes era un negocio ya no lo es”, lamenta.
De momento, las obras seguirán. “Gracias a que tenemos asegurado el precio de la libra porque sabíamos que podría caer”, detalla. “Pero el brexit —concluye— ha sido un palo que no veas”.