José Sacristán (Chinchón, Madrid, 1937). Hace sesenta años decidió cambiar el taller mecánico por la escena teatral. Hoy es uno de nuestros más grandes intérpretes en el teatro, el cine y la televisión. Tras fajarse en la zarzuela, triunfó en el musical con El hombre de La Mancha. Ahora, después de situar a Vargas Llosa en el teatro con El loco de los balcones, interpreta al millonario Mickey Ross, de la obra de Mamet, Muñeca de porcelana, que no ha dominado Al Pacino hace unos meses en Broadway.
La corrupción política, que se muestra en la obra Muñeca de porcelana, que hago en Matadero, no sólo refleja lo que pasa en Estados Unidos sino en todas partes. Es la jodida universalidad de este problema. La dimensión varía; es la diferencia entre Al Pacino y yo. Tú vas a Valdelaguna y dices Al Pacino, y todo el mundo le conoce. Vas a Wisconsin y nadie sabe quién es José Sacristán. La diferencia debe ser en esa proporción, pero trasladable a cualquier latitud.
La dificultad para controlar la corrupción está en nosotros mismos. Somos parte de la sociedad que la tolera, seguramente porque no tenemos los mecanismos morales suficientemente engrasados. Mamet pone el acento ahí, en qué momento los de a pie no estamos como imbéciles, con el fervor político, aplaudiendo y jaleando a impresentables y chorizos, sabiendo que son impresentables y chorizos.
En la obra, un empresario que regala un avión a su novia de pronto se ve acorralado por un político al que ayudó crecer. Es un duelo entre poderes. Mamet no pontifica, muestra la lucha entre poderes en esta jungla.
La izquierda emergente de Podemos tiene la impaciencia de los malos aprendices, y siento ahí algo que cada vez me chirría más
Cada vez salen más estos muchachos y muchachas a los que los políticos más veteranos pusieron en sus lugares. ¿Traicionan al padre? No sé hasta qué punto el padre es traicionado, o el padre es el que ha dado el mal ejemplo. Los tenemos en el PP y los tenemos en el PSOE. En la derecha de este país tengo poca confianza, pero lo que más me jode es la situación de la izquierda. Y la izquierda emergente de Podemos tiene la impaciencia de los malos aprendices, y siento ahí algo que cada vez me chirría más.
Mi papel en La muñeca de porcelana, con conversaciones telefónicas en el límite, con políticos, abogados, empresarios, periodistas…, es todo un ejercicio endiablado de ritmo. Yo fui al primer ensayo con el papel sabido, no como mi amigo Al Pacino, que tuvo problemas con el texto.
En el PP no salen de la corrupción. Y Rajoy cuanto más insista en permanecer ahí, más daño le va hacer a su partido
Estamos de elecciones. En Estados Unidos, el millonario Trump. Y en España... Dentro de lo terrible, el señor Trump parece que tiene dentro de su partido gente que está tratando de salirle al paso, porque puede poner patas arriba el partido republicano. Aquí, el PP no salen de la corrupción. Y este hombre, Rajoy, es un político que está totalmente descatalogado. Cuanto más insista en permanecer ahí, más daño le va hacer a su propio partido.
El teatro a veces roza la utopía, sí. Como en El loco de los balcones, con el personaje de Aldo Brunelli, una especie de Quijote en Lima, del que guardo un gratísimo recuerdo, porque desde Pantaleón y las visitadoras no había coincidido con Vargas Llosa. Fue hermoso. Y, además, en el Teatro Español. Yo tenía 17 años cuando iba allí mientras se hacía Un soñador para un pueblo, de Buero, y oía a don Carlos Lemos decir: “Los españoles vuelven por sus fueros. Impunidad, insania y basura”.
España no prestigia a los cómicos como Inglaterra o Francia. Ni a los cómicos ni a nadie de la Cultura
Ya son casi 60 años como actor, con más de 100 películas, incontables obras de teatro, y mi zarzuela. Mi paso por la zarzuela, inolvidable. Ni goyas ni nada que se le parezca. Yo tengo el premio La Rosa del Azafrán, que me dieron en La Solana, en La Mancha.
Para mí actuar es jugar. Hay que conocer las reglas y respetarlas. Lo fundamental es el juego. Se lo oí hace ya unos cuantos años a Buñuel cuándo rodamos La mujer de las botas rojas, con Catherine Deneuve.
España no prestigia a los cómicos como Inglaterra o Francia. Ni a los cómicos ni a nadie de la Cultura. ¡Lo de Cervantes, ahora! Vamos a ser la risa, comparados con el aniversario de Shakespeare en Inglaterra. En este caso de la Cultura, este gobierno ha llegado a un límite grosero y escandaloso, con lo del IVA o las pensiones.
Por lo demás, yo sería un miserable si me quejara. Ahora tengo cuatro películas para estrenar y la serie televisión, pero no dejo de reconocer que ser actor en España es como ser torero en Islandia.
Yo no me puedo quejar, pero ser actor en España es como ser torero en Islandia.
Mis padres, el Venancio y la Nati. Mi padre era un hombre de campo, que pierde la guerra y lo destierran. Yo nací en Chinchón y lo abandoné cuando tenía seis años, al salir mi padre de la cárcel. Va a una fábrica de recauchutados y a vivir en una habitación con derecho a cocina en Madrid. La Nati era un poco el escudo. Tuve una hermana, que murió con 46 años. Y tengo tres hijos y tres nietos.
Estudié con los calasancios. Luego con los salesianos, que te enseñaban un oficio. La parte religiosa la llevaban los propios salesianos. Yo me sé el himno de Santo Domingo Savio: “Alzad el lábaro sagrado de Cristo redentor. Abajo el vicio y el pecado, viva el trabajo y la oración”.
Ya de mocito, lo que quería ser era artista de cine. Mi padre, el Venancio, me metió de aprendiz en un taller mecánico, para, entre otras cosas, ayudar a la economía familiar. A los dos días contacté con grupos de aficionados del teatro de Educación y Descanso de la Sección Femenina de la FET y de las JONS. Y con grupos del teatro de cámara.
No voy a hacer un canto al militarismo, pero a mí me vinieron de puta madre aquellos 18 meses de la mili
Llegó la mili. Y Melilla fue mi la salvación. Lo primero que hice allí fue irme a la biblioteca y empecé por el primer libro de la A. Era mi oportunidad, tenía que documentarme. Y le dije a mi padre, después de Melilla, que no volvía al taller. No voy a hacer un canto al militarismo, pero a mí me vinieron de puta madre aquellos 18 meses.
A la vuelta de la mili le eché dos cojones y me fui a ver a José Luis Alonso, en el María Guerrero, que me había visto actuar y había dicho: “Pues este Sacristán no está mal”. Y me metió de meritorio. Y ahí estaba mi amigo Alfredo Landa, y Julia Gutiérrez Caba, Lola Cardona….
Más de cien películas en esta historia del cine español. De la comedia al drama. En lo que se tercie, como decía Fernando Fernán Gómez. Lo bueno es tener cierta disponibilidad. Ahora los jóvenes también cuentan conmigo.
Un hombre llamado Flor de Otoño fue una de mis dos Conchas de Plata de San Sebastián. Fue un trabajo muy delicado, para no caer en tópicos ni en excentricidades. Olea, el director, tuvo un acierto total.
Mientras el cómico Sacristán tenga trabajo, el director Sacristán se quedará en casa
Dirigí en cine Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? Fue un homenaje a Concha Velasco. Me gusta la dirección, pero mientras el cómico Sacristán tenga trabajo, el director Sacristán lo mejor que puedo hacer es quedarse en casa. He hecho tres películas y no creo que vaya a hacer más.
Lo de El hombre de La Mancha fue algo apoteósico. Fernando Fernán Gómez me decía “Te está pasando lo que a los artistas extranjeros, que van a verte de 1.500 en 1.500 espectadores, y acaban todos puestos de pie”.
No me creo que haya sido un conquistador de mujeres. Y pobre de aquel que se lo crea. Somos conquistados. Yo he sido conquistado. Y ya llevo, tras la última rendición, 21 años, y estoy encantado de la vida. Pero todas las relaciones que he tenido las volvería repetir. Como decía don Antonio [Machado]: “Amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario”.
Para mí el amor es algo totalmente imprescindible. Pero no solamente el amor de pareja, el amor al flamenco, el amor a la vida. Si no amamos, pobres de nosotros. ¡Y si no somos amados! Yo me dedico a esto, también, para que me quieran.