Andrés Borrego fue uno de esos españoles que sabía qué era la libertad. Acompañó al general Riego en 1820, y vio el desastre político y constitucional del Trienio Liberal. En el exilio parisino aprendió periodismo escribiendo para Le Courier Français, Le Constitutionnel, Le Temps y el londinense Morning Herald. Pero sobre todo supo que un gobierno representativo precisaba de una opinión pública sólida, informada e instruida, y con ese propósito fundó El Español, el diario más europeo de la década de 1830, con el mejor periodista de su tiempo: Larra.
La muerte de Fernando VII y el comienzo de un régimen constitucional permitieron a Borrego volver a España. Creó entonces su periódico, El Español, subtitulado Diario de las doctrinas y de los intereses sociales, que apareció el 1 de noviembre de 1835, seis meses después de publicar su prospecto. Sus formas eran inéditas en la prensa española: fundó una sociedad anónima, “La Compañía Tipográfica”, y utilizó maquinaría inglesa, la más moderna de la época, para hacer un diario como The Times. Borrego había aprendido periodismo y política “durante la dilatada peregrinación que nos impusieron las últimas desventuras de nuestra patria” (El Español, 1.XI.1835), y combinó en su diario buena información con los mejores artículos de opinión, en manos de escritores prestigiosos.
El resultado fue magnífico. No solo tenía redactores propios, sino corresponsales en Londres, París y Lisboa, así como crónica parlamentaria con un taquígrafo particular. Otras innovaciones fueron la información detallada sobre la Bolsa y los mercados, la inclusión de un resumen de la prensa extranjera y nacional, y la publicación de las cartas remitidas al director. Es más; el 2 de enero de 1836 anunció la entrada de publicidad laboral y comercial en sus páginas.
Otro periódico del momento, El Mundo, escribió entonces que “por los años de 1835, una cabeza bastante bien organizada concibió el proyecto de publicar en Madrid un periódico gigantesco, de magnífica impresión, de forma elegante, de finísimo papel, de redacción escogida”. Era El Español.
No solo tenía redactores propios, sino corresponsales en Londres, París y Lisboa, así como crónica parlamentaria con un taquígrafo particular. Otras innovaciones fueron la información detallada sobre la Bolsa y los mercados.
El Español se constituyó con redactores de gran clase, como Ignacio José Escobar, que con el tiempo fue el alma del diario La Época. También tuvo a políticos de diversas ideologías como el progresista de espíritu republicano Flórez Estrada, a carlistas del carácter de Navarro Villoslada y Gabino Tejado, y mucho moderado, como Antonio Ríos Rosas, Flores Calderón, el joven Donoso Cortés, y Luis González Bravo. Y también a escritores y poetas como José de Espronceda y Mariano José Larra, que firmó un contrato de exclusividad con Borrego de 20.000 reales al año, algo inusitado para la época. Larra aseguraba entonces a sus padres que “este elegante periódico, (es) el mejor indudablemente de Europa”. Era en parte verdad, pues se trataba del diario más popular de Madrid, e incluso de España; y el más caro.
Larra volvió de París como “Fígaro” porque “la patria es para un español más necesaria que una iglesia” (EE, “Fígaro de vuelta”, 5.I.1836). Escribió cincuenta artículos para Borrego en un año, de política, literatura, costumbres, crítica teatral, y de lo que le viniera en gana. Tanto fue así que no coincidió con la línea partidista del diario, lo que motivo un artículo de Larra explicando que escribía para contribuir en lo poco que pudiese al bien de mi país, tratando de agradar al mayor número posible de lectores; para conseguirlo creí que no debía defender más que la verdad y la razón; creí que debía combatir con las armas que me siento aficionado a manejar cuanto en mi conciencia fuese incompleto, malo, injusto o ridículo (EE, “Figaro al director de El Español”, 23.V.1836).
Y es que Borrego había apostado por la creación de un partido monárquico-constitucional en España, al modo británico, que defendiera el constitucionalismo moderno: Rey limitado y moderador, Cortes representativas, y derechos garantizados por los tribunales. Sostuvo desde El Español la necesidad de crear “agrupaciones electorales” para formar un partido que reuniera las dispersas candidaturas liberalconservadoras, y aprovechar así el sistema electoral mayoritario vigente. Y lo hizo desde un diario, porque, como escribió Larra, eran “la tribuna, la prensa, (y) la cátedra” los nuevos “campos de batalla” (El Español, 3.IV.1836).
En mayo de 1836, los progresistas malagueños quemaron públicamente ejemplares de El Español. Borrego se había convertido en el ideólogo del nuevo partido moderado, de su fracción puritana o monárquica-constitucional, y de su funcionamiento electoral al “modo extranjero”. La amistad con el presidente Istúriz hizo que se considerara a Borrego como “ministrable”. Sin embargo, al periodista le disgustó que el gobierno continuara la desamortización tal y como estaba planteada, y que mantuviera la censura. Se mostró crítico hasta que los progresistas dieron un golpe de estado en agosto de 1836, la llamada “Sargentada de La Granja”, y Borrego, por miedo, renunció a la dirección. El periódico languideció entonces hasta desaparecer en diciembre de 1837.
Borrego apostó por la creación de un partido monárquico-constitucional en España, al modo británico: Rey limitado y moderador, Cortes representativas, y derechos garantizados por los tribunales.
La implicación de Borrego en la política de su tiempo fue grande. Muerto de momento El Español, fundó El Correo Nacional con las mismas características, y escribió un “Manual electoral para el uso de los electores de la opinión monárquico constitucional” (1837), que cambió a los partidos españoles. Los progresistas lo consideraron “extranjerizante”, mientras que los moderados adoptaron las técnicas inglesas propuestas por Borrego en dicho folleto, y ganaron las elecciones. Era la primera vez en la historia de España que la oposición ganaba al gobierno en unos comicios.
El Español tuvo una segunda época, entre el 1 de junio de 1845 y el 16 de abril de 1848, cuando Borrego se decidió a recuperar la cabecera para retomar su proyecto de crear una opinión pública favorable a un moderantismo reformista en lo social y tolerante con el adversario político. El primer número fue el 289; es decir, el que hubiera correspondido de haber seguido como su director. El estilo fue el mismo: buena información y redactores excelentes. Aumentó el número de corresponsales en provincias y en el extranjero, e incluyó las novelas por entregas, algo muy de moda entonces. A esto añadió como suplemento de 16 páginas una “Revista de literatura, bellas artes y variedades”, con firmas reconocidas como las de Juan Eugenio Hartzenbusch, José Amador de los Ríos, o Cayetano Rosell. La línea editorial era contraria al general Narváez, un militar al que creía sin la categoría suficiente como para dirigir el partido conservador, o ser el hombre de Estado que pusiera las bases de un régimen liberal de consenso.
Sin fuerza, El Español de su segunda época dejó de publicarse en abril de 1848, cuando el general Narváez se afianzó en el poder. No obstante, quedó el modelo de un periodismo moderno, que mezclaba información rigurosa con redactores impecables.
*Jorge Vilches es doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de Historia de Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la UCM.