Desde hace 34 años, en la calle Costa da Unión hay un local de hostelería. Con el tiempo, ha pasado de unas manos a otros. Su nombre también ha ido cambiando. En el último lustro, en exceso, pues sus anteriores propietarios no tuvieron mucha suerte.
Se le conoce como "el local maldito". Su anterior dueño lo mantuvo abierto tan solo 36 días. Por eso, todavía hoy los vecinos se sorprenden de la buena marcha de Furancho Brasa Clandestina. Álex Lista, antiguo jefe de sala del restaurante del Monte de San Pedro, decidió lanzarse a la piscina y abrió hace 11 meses este restaurante con alma de asador.
Tras una ardua reforma, pudo ver su sueño cumplido. Furancho Brasa Clandestina es una casa de comidas, pero también una vinoteca muy completa, con más de 150 referencias. La cocina es 100 % casera y en su menú no faltan los platos más tradicionales, como la tortilla, los calamares o el pulpo. Pero también hay lugar para la brasa, como su propio nombre indica.
Álex nos abre las puertas de su local para contarnos sus secretos. Un buen servicio, trato cercano, productos frescos y vinos de calidad para sentirse como en casa. Al fin y al cabo, eso es lo que buscan todos los furanchos.
Comida casera y una amplia carta de vinos
¿Cómo llegaste a ponerte a los mandos de la cocina?
Siempre fui de sala, siempre fui camarero. Y ahora me tuve que poner a las riendas de la cocina. No encontraba a nadie que lo hiciese como quería. Me estoy encargando de la parrilla, sobre todo.
¿Cómo se divide la carta?
Aquí el local se divide en la cocina y la parrilla. La primera es todo cocina de la abuela, la tradicional. Tortilla, calamares, ensaladilla… Todo casero. Después, en la parrilla, hacemos carnes y pescados. También algún marisco. Esta parrilla cerrada nos da la opción de hacer ahumados. Este tipo de "horno" está a una temperatura muy elevada, lo que hace que se selle la carne y se mantengan los jugos. Nuestra carta es pequeña de manera intencional. Queríamos una cocina clara y con variedad. Todo lo que tenemos es fresco, del día. Los fines de semana, además, tenemos 10 o 12 platos fuera de carta.
¿Cómo fue acondicionar este local a lo que queríais?
Fueron seis meses de reforma ardua. Hacer un local desde cero es algo rápido, pero restaurar una cosa antigua es más costoso y lleva mucho más tiempo. Fueron, en total, seis meses. Las sillas hubo que restaurarlas por completo, las mesas hubo que tirarlas. Teníamos claro que queríamos tener dos plantas con dos ambientes diferentes. Nos da mucho juego. Arriba es la zona de restaurante y abajo nos interesa que sea una zona de chateo, que se beba mucho vino.
¿Por qué hay tanto laurel colgado?
Es el logo de nuestro local. De hecho, es el logo de los furanchos en general. Eran restaurantes clandestinos que no podían poner letreros ni carteles, así que ponían en la entrada una rama de laurel para que la gente los identificase. Era un lugar donde se comía bien y se servía un buen vino.
¿Y el sobrenombre de Brasa Clandestina?
Fue algo que surgió. Teníamos claro que queríamos llamarlo Furancho, aunque realmente no tenemos nada que ver con ese tipo de restaurantes. Lo llamamos así por lo enxebre del lugar y por lo ligados que estamos al mundo del vino. Ahora mismo hay aquí unas 200 marcas diferentes, algunas de ellas fuera de carta. Queríamos atender a la gente como si estuviese en una casa, en un furancho.
¿Cómo es la comida del Furancho?
Además del trato cercano con la gente, teníamos claro que no queríamos experimentos. Aquí ponemos buenos grelos, buenas carnes, todo casero… Queríamos que la gente se sintiese como en casa. Era algo que tenía claro desde el principio. Me fui del Monte de San Pedro porque huyo de esa cocina moderna.
¿Cómo fueron esos primeros meses desde la apertura?
Complicado. Venía mucha gente a probar. Entre conocidos y vecinos, nos vimos sobrepasados. Pasamos de eso, al verano, que baja bastante el trabajo. Sin embargo, desde finales de septiembre hasta ahora, ha vuelto a repuntar. Lo que más nos enorgullece es que la gente repite. Te empiezas a conocer el nombre de todos los clientes. Llenar el local puede ser relativamente fácil, pero lo que buscamos es que esa gente vuelva.
¿Qué tipo de cliente es el más habitual?
Sorprendentemente, la gente del barrio tardó en venir por aquí. Llevamos 11 meses abiertos y todavía hay gente que viene y se sorprenden del lugar. Hay muchos a los que les costó venir porque pensaban que no iba a durar.
¿Cambia mucho el ambiente entre semana con respecto a los fines de semana?
Son clientelas diferentes. Ahora viene mucha gente de oficina por la semana, que después el sábado desaparece. Pero los fines de semana también llenamos el comedor.
¿La parrilla era innegociable también?
Mi idea era abrir con parrilla. Lo que pasa es que daba mucho olor. El servicio para mí es muy importante. Nos dimos cuenta de que generaba humo y olores. Por eso metimos el horno, que nos permite evitar estos aspectos.
¿La gente viene más por el vino o por la comida?
Últimamente, por la comida. Me jode, porque me gustaría que destacase el vino. Además, por cada consumición damos pinchos y los fines de semana ponemos callos. También tenemos jamón al corte para regalar. Pero sí que hay gente que se deja aconsejar sobre vinos.
¿Cómo os veis de cara al futuro?
Por el momento estamos muy contentos. Ya estamos algo más asentados y nos planteamos, incluso, nuevos proyectos. La valoración de este primer año es muy positiva.
Como buen hostelero
¿Qué vino le recomendarías a alguien que no lo bebe habitualmente?
Un Mencía, algo de la tierra. Un vino joven.
¿Un plato de la carta?
Tortilla o calamares. Me quedaría con la tortilla si tengo que escoger uno.
¿Y de la parrilla?
El secreto ibérico.