El turismo rural no es para cualquiera. O al menos eso se dice. Acostumbrados a ritmos de vida frenéticos y a viajes exprés a grandes capitales, parece que irse por Galicia a disfrutar de la tranquilidad no tiene nada de emocionante. Qué equivocados estamos.
Por suerte, tanto adeptos como discrepantes sobre este tipo de turismo pueden experimentarlo gracias a la decimoctava edición del Otoño Gastronómico, la iniciativa patrocinada por Turismo de Galicia, tiene como objetivo promover la gastronomía local e impulsar las escapadas al rural en nuestra comunidad hasta el 15 de diciembre. Así que allá nos fuimos.
Tras revisar la interminable lista de alojamientos rurales disponibles - cada uno con sus menús personalizados y algunos incluso con actividades complementarias como rutas de senderismo, paseos a caballo o talleres - nos decantamos por una casita rural de labranza del siglo XVII no muy alejada de la capital. Pensábamos que a lo mejor querríamos volver y otra vez nos equivocamos.
Restaurada desde el absoluto amor, A Casa da Torre Branca conserva el alma de la arquitectura popular gallega, siendo destacables las enormes vigas de castaño, el elemento estructural por excelencia que tantas casas gallegas ha levantado y aun sujeta. En el interior de la habitación estaba todo lo que tenía que estar y no hacía falta más: una cama, una mesilla, un pequeño sillón estilo Bergère y un armario que al crujir te transportaba a otra época seguramente mucho mejor. Por supuesto también había un par de ventanas con vistas.
Descubrimos la casa y los alrededores de la misma bajo el sol. Casonas del mismo estilo se mezclaban con modernas construcciones de aquellos que buscan la tranquilidad del rural sin querer renunciar a piscinas infinitas, cristales tintados o equipamiento de jardín moderno. Paseando entre caballos, gallinas, vacas, lagartijas y un montón de personas que realizaban con gusto labores rurales casi extinguidas, pensé que hay muy pocos lugares en los que aun se pueda disfrutar alejados de masas de turistas.
A la vuelta, la cena se sirvió en un salón de piedra iluminado con una luz tenue. Allí, mientras pasaban los platos elaborados con productos locales de temporada, me pregunté cómo se vería desde el exterior esa casita, que en ese momento era nuestro hogar, mientras caía la noche. El adjetivo para definirlo era obvio: cozy. Lo que viene siendo acogedor, pero en inglés.
La hoguera estaba encendida en el salón, pero aun así la desconexión no fue total porque en las casas rurales adaptadas al siglo XXI hay wifi. Un consejo: la experiencia se vive más a lo grande con el modo avión. Yo no lo hice, pero si volviese lo intentaría.
A la mañana siguiente arrollaba. Puede que lo bonito del clima gallego no sea tanto la lluvia sino la fugaz transición entre estaciones en cuestión de horas. Hicimos check in en manga corta y ahora íbamos a necesitar un paraguas. Con la ventana abierta, antes de bajar a desayunar, pensé en la cantidad de gente que se desvive por tener vistas al mar. ¿Pero quién quiere azul teniendo ese verde?
De vuelta hacia la ciudad adelantamos a un montón de peregrinos, qué suerte, estaban descubriendo Galicia a cada paso que daban. Aunque para afortunados nosotros que vivimos aquí. Para más información sobre el Otoño Gastronómico puedes visitar la web de Turismo de Galicia.