Más allá de tierra firme, bajo las aguas de la costa gallega también se oculta una enorme riqueza arqueológica, pues en dichos fondos marinos conviven más de 1.500 pecios hundidos e identificados tan solo en las últimas décadas. Esto se debe, en parte, a que Galicia conforma una de las regiones de Europa ―e incluso del mundo― con más naufragios de la historia, tanto por su situación geográfica como por la climatología adversa. Cabe destacar que la mayoría de estas catástrofes marítimas se concentran en las zonas litorales más próximas a los puertos históricos así como también en el entorno de la Costa da Morte, en este último caso debido sobre todo a las pésimas condiciones que adquieren el mar y los vientos en esta zona noroeste del litoral. No es de extrañar, por tanto, el topónimo que recibe desde finales del siglo XIX este enrevesado rincón de la geografía gallega, convertido desde hace siglos en un auténtico cementerio de barcos.
En la costa de Camariñas, entre las puntas de O Boi y A Cagada se alza la silueta del bautizado como Cementerio de los Ingleses, un lugar de culto y descanso eterno que se enmarca frente a uno de los rincones más peligrosos de toda la Costa da Morte. La realidad es que el horizonte marino que se abre paso ante este singular camposanto ha sido testigo a lo largo del tiempo de hasta ocho naufragios y la pérdida de más de 245 almas rendidas a las frías y feroces aguas del océano Atlántico. Un sinnúmero de tragedias que no han hecho más que engrosar la historia y leyendas que envuelven a una comarca maldita y que de la misma manera han dado forma a uno de los cementerios más excepcionales del continente al estar incluido dentro de la Ruta Europea de Cementerios Singulares.
Historia de la tragedia que dio vida al camposanto
Si bien es cierto que en el Cementerio de los Ingleses se encuentran sepultados los marineros de varios naufragios acaecidos en los últimos siglos, la realidad es que son tres hundimientos ocurridos a finales del siglo XIX los que marcaron para siempre la historia de este litoral camariñés: el del Iris Hull (1883), el Serpent (1890) y el Trinacria (1893). De los tres citados, la catástrofe marítima de mayor relevancia ocurrió la noche del 10 de noviembre de 1890, fecha en la que el buque Serpent encontró su fatídico destino al chocar contra las rocas de Punta do Boi. Perteneciente a la corona británica, el acorazado en cuestión había partido tan sólo dos días antes desde el puerto de Plymouth con rumbo a Sierra Leona, aunque jamás logró llegar a su destino. El navío derivó demasiado a tierra y ello, sumado a la escasa iluminación de Cabo Vilán en aquel entonces y la climatología adversa, provocó que el barco británico batiese su armadura contra lo que hoy se conoce como el bajo del Serpent.
El escenario resultó ser realmente desolador. Al grito de "Sálvese quién pueda", los tripulantes a bordo del carguero hicieron todo lo posible por preservar sus vidas. Sin embargo, de las cerca de 175 personas que iban a bordo, tan solo tres hombres lograron salvar su vida de forma milagrosa al alcanzar la playa de Trece. Fue poco después del trágico suceso cuando el cura de Xaviña movilizó a todos los vecinos de la zona para llevar a cabo en este improvisado camposanto ―donde ya estaban enterrados los del Iris Hull― la sepultura de los cuerpos que en los días posteriores el mar fue devolviendo poco a poco a la tierra. De hecho, en el interior del actual reciento se encuentran los restos del capitán y los oficiales, mientras que en el exterior descansan los cadáveres del resto de marineros británicos.
En la madrugada del 6 al 7 de febrero de 1893, el temporal parecía dar una pequeña tregua en los alrededores de la costa de Vilán. El barco Trinacria había salido ya de Glasgow con destino a Gibraltar, Génova y Livorno, cargado de hierros, ladrillos y otros materiales. En el buque inglés viajaban cerca de 33 tripulantes y 4 pasajeros, entre ellos una niña de 15 años. El Trinacria impactó contra los bajos de Lucín alrededor de las seis de la mañana del 7 de febrero y fueron apenas 7 personas las que lograron salvar su vida. Los cadáveres, una vez más, fueron enterrados en las cercanías del cementerio, aunque el mar no dejaba de escupir día tras día los cuerpos sin vida de los fallecidos. Al no poder identificarlos a todos, muchos de los cuerpos fueron calcinados y desde entonces, hay un rincón cerca de Punta Boi que es conocido como "A furna dos difuntos queimados". Además, cabe decir que este último incidente también provocó que en el año 1896 se inaugurase el emblemático Faro Vilán, el primer faro eléctrico que orientó a los buques a lo largo y ancho de la intratable Costa da Morte.
Un escenario de ensueño
A pesar de ser un litoral marcado por la tragedia, este rincón de la geografía camariñesa es uno de los de mayor encanto de la Costa da Morte. Lo cierto es que el Cementerio de los Ingleses ya conforma de por sí una de las paradas obligatorias en la ruta de cualquier viajero por la costa gallega. De hecho, el camposanto se encuentra incluido dentro de la Ruta Europea de Cementerios Singulares, reconocida de igual manera que el Camino de Santiago como Itinerario Cultural Europeo. Además, las visitas constantes al Cementerio de los Ingleses también han llenado el entorno con cientos de milladoiros, o lo que es lo mismo: montones de piedras apiladas unas sobre otras formando curiosos montículos y siluetas.
Pero más allá de este entrañable e insólito cementerio, el entorno de la playa de Trece se encuentra también rodeado por una enorme riqueza natural y paisajística. Sin ir más lejos, en el extremo derecho del mencionado arenal se enclava una de las dunas rampantes más altas de Europa, mientras que a los pies de este colosal médano se encuentra la mayor reserva de camariñas, un tipo de arbusto protegido que parece ser el culpable de la toponimia de este municipio coruñés.