Fran Barcia Crespo cambió hace cosa de dos años la noche por el día y las copas, por libros “de vello”, esto es, de segunda mano, que son los que le gustan a él. En Fiandón – Libros de Velho no hay problema con las ediciones y, cuando buceas un poco entre sus torres de libros, puedes encontrar auténticos tesoros. Si te aventuras a cruzar las puertas de madera de Fiandón, puede que te suene la cara de su tranquilo a la par que apurado dueño. Fran fue durante más de 20 años dueño de O Alfaiate, un bar en la calle San Juan, que compaginó con la librería un año y pico por el vértigo del nuevo negocio.
“En O Alfaiate hacíamos de todo, no solo el bar, también teatro, conciertos, de todo. Y eso que el espacio no era el mejor. Pero cuando la gente tiene ganas de hacer cosas, se hacen”, nos cuenta sentados en un banco del porche de la librería. Amante de los libros, asegura que siempre soñó con vivir de una librería, aunque nunca lo tomó realmente en serio hasta que decidió colgar el mandil. “Cuando llegó el momento que la etapa de camarero llegaba a su fin, pues te planteas otras cosas. Yo sólo me planteé esto”, asegura, a pesar de las caras de sorpresa que despertaba cuando contaba su idea.
Así que se hizo con un pedazo de local en su barrio, Montealto, al ladito de plaza de España y su parada de taxis, en la calle San Roque. Lo reformó con madera, aprovechando al máximo la fantástica luz que entra por los ventanales del fondo. Y lo forró de libros. Libros por todas partes, por las estanterías, por las mesas, apilados en torretas por el suelo. Libros en apariencia desordenados que invitan a detenerse en cada rincón. Y es lo que pretende este templo a los lectores: que te pares. Por eso hay sofás y una pequeña barra, donde podrás pedirte cafés -aseguran que bien ricos- o pasarte a la cerveza.
Un sótano muy solicitado
Fran también arregló los 170 metros cuadrados del sótano, al que se accede por unas escaleras situadas en la entrada, y que le hace tanto de almacén como de espacio multiusos abierto a cuantas actividades se le planteen. “Me gusta crear espacios para que la gente haga cosas y tenga donde hacerlas de forma asequible”, resume. Mientras charlamos, de hecho, varios vecinos le preguntan por actividades que tendrán lugar abajo, donde ahora mismo está ensayando el Laboratorio de Teatro Alfaiate la obra que estrenará este jueves. Más tarde tendrá lugar una misteriosa reunión.
El polifacético sótano, que cuando lo visitamos tiene las mesas y sillas apiladas dejando el espacio delantero libre para el ensayo teatral, también se usa para reuniones de asociaciones culturales e incluso alguna que otra política. En uno de los extremos, se sitúan unos ventanales similares a los de arriba. En el otro, tras las escaleras y bajo un cristal que lo hace visible desde la entrada, un columpio de madera se bambolea junto a un jardín que pretendía ser huerta y quedó en japonés. Los tomates no se dan ahí abajo, pese a los intentos de Daniel, que trabaja con Fran y con un segundo Daniel en la librería.
De un curso de canto a una reunión clandestina
En Fiandón ahora mismo se imparten cursos de pandereta, talleres de cine -donde podrás aprender, por ejemplo, las claves para ver cine desde un punto de vista más técnico-, u otro de técnicas literarias, que tanto vale para analizar libros como para aprender a desarrollar uno propio. Próximamente, empezará un curso de canto. Además, los primeros sábados de cada mes, organizan el Gran Mercadillo do Fiandón, que mezcla artículos de segunda mano con artesanía y actividades diversas. En el último, celebrado el pasado 4 de mayo, montaron una foliada, un taller de collage impartido por la artista Miryam Pato, cuentacuentos y hasta un duelo de dibujantes.
Estas actividades fijas, que pueden ampliarse en cualquier momento -puede que se te ocurra algo que hacer en Fiandón-, se complementan con eventos puntuales a los que el dueño no pone límite ninguno más allá de cierto orden con los horarios, para acoplarlo lo más posible al de la librería. “Te pasas por aquí y te apuntas”, sentencia Fran. “Casi todos los días se hacen cosas. El viernes pasado, hubo una presentación de un libro de poesía (Material sensible, de Roxelana Gil), el que viene hay otra presentación”, enumera, así de memoria. Cuando un artista le preguntó si quería que le mandara su obra por mail para verla antes de exponerla en su bajo multiusos, se negó en redondo con una carcajada. La libertad, con respeto eso si, prima en esta librería tan peculiar.
“Algún concierto hemos dado también (de hecho, fue sede de uno de los conciertos secretos de Sofar), pero pocos y con cuidado que no queremos molestar a los vecinos. Esto no es un bar, es una librería”, afirma. A pesar de que siga sirviendo cafés y tercios, cierto es que ahora lo hace rodeado de libros y en horario de gente ‘normal’.
En persona y con personalidad
Seguir la cuenta de todo lo que sucede en esta librería es complicado. Poco amigo de las redes sociales, descargó la tarea en uno de Danieles del local. La información más actualizada, nos recomiendan, está en su Instagram, pero ni si quiera allí está toda. Lo mejor, a la vieja usanza, es pasarse, pasearse y preguntar. Y ya que estás, igual puedes aprovechar y lanzarte a bucear.
Resultaría imposible contar los libros que rodean a Fran y compañía cada día. Incluso para ellos. Cada día entra material, o bien donado o bien vendido, y, un par de veces a la semana, se desplazan a viviendas para retirar cientos de libros de bibliotecas que suelen tener que adelgazarse por obligación y con pena por parte de los propietarios. Fran disfruta de las excursiones, suele conocer gente interesante y encontrar verdaderos tesoros.
“Creo que una librería de vello es más rica. Crea más posibilidades que una librería de nuevo. Puedes encontrar libros con 300 años de historia y en las nuevas, solo de los últimos 6 meses”, nos dice. Al final, según Fran, este podría ser tu plan. “Te vienes a las seis y dices, ponme un café, y te quedas ojeando. Dos horas más tarde me dices, cóbrame el café, la cerveza y estos dos libros”. Y te bajas a una exposición.