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Una semana después de la carrera ENKI, si hay una palabra que define lo que sentimos, es gratitud. Gratitud por haber podido compartir, una vez más, esta celebración de inclusión y diversidad que empezó, hace ya 11 años, como un sueño. ENKI surgió en respuesta a la necesidad concreta de unos niños con discapacidad. Fue entonces cuando un grupo de personas anónimas tuvimos la oportunidad de colaborar para crear una categoría adaptada en una carrera popular, con la única intención de visibilizar sus necesidades y recaudar fondos. Dichas personas solo buscaban una cosa, ayudar, pero esa primera iniciativa se convirtió en algo que nunca imaginamos. Así comenzó el camino de ENKI.

Aquel pequeño proyecto pronto inspiró una carrera de obstáculos familiar, un evento donde todo el mundo pudiera participar, y al mismo tiempo, dar visibilidad a los colectivos y entidades que trabajan por la diversidad funcional. Con el tiempo y los años, la carrera ENKI funcionaba, y en un mismo año llegamos a celebrarla en tres ciudades diferentes. Era un éxito de participación, pero un error para lo que ENKI quería y debía ser. Los verdaderos aprendizajes llegaron con los errores, los tropiezos y los proyectos frustrados. Es en esos momentos cuando descubres de verdad el rumbo, cuando te das cuenta de que las personas que te acompañan son las que hacen posible el trayecto. Sin ellas, el sábado pasado no habríamos podido celebrar la carrera ENKI, una jornada llena de sonrisas, compañerismo y alegría.

Pero el aprendizaje va más allá de los eventos. Me di cuenta de eso cuando, en una ocasión, con el camino ya iniciado y trabajando en una entidad social por la inclusión de personas con discapacidad, algo inesperado sucedió. Carmen, mi hija, una niña de 4 años siempre cariñosa, se negó a darle dos besos a una persona en silla de ruedas. Sin saberlo ese momento, fue revelador ¿Cómo podíamos hablar de inclusión si ni siquiera comprendíamos del todo la realidad de la discapacidad? Nos dimos cuenta de que no era solo nuestra misión como entidad social, sino también como familia, aprender de verdad lo que significaba vivir con, y para, la diversidad.

Fue en ese punto de nuestro camino cuando tuvimos la suerte de cruzarnos con Ángel López, quien hoy preside ENKI. Él le ha dado a esta fundación un sentido más profundo, un sentido de normalidad y de verdadera inclusión. Ángel, sin querer figurar, solo con su ejemplo, nos ha mostrado cómo se lidera sin protagonismo y cómo se transforma desde la cercanía. Durante la carrera del sábado, él estaba allí, como siempre, chocando las manos de los participantes en la salida y en la meta, disfrutando de las conversaciones con los niños y respondiendo, con paciencia y sonrisas, a sus miles de preguntas. Porque Ángel sabe que el verdadero camino hacia la inclusión pasa por lo cotidiano, por la cercanía y la naturalidad, por borrar la distancia que nos separa.

Lo más hermoso de esta historia es ver cómo, poco a poco, con tiempo y constancia, las actitudes pueden cambiar. Aunque mi hija, en su día, no quiso darle esos besos, Ángel nunca perdió su sonrisa. Siguió trabajando, sin hacer ruido, y hoy, sin apenas darnos cuenta, se ha convertido en una de las personas favoritas de esa niña, que ahora tiene 13 años. Eso es ENKI: la capacidad de transformar, de unir, de hacer que la inclusión sea algo más que una palabra.

ENKI no sería lo que es hoy sin todas esas personas que, como Ángel o personas que por desgracia ya no nos acompañan, marcan el rumbo de este proyecto tan generoso y bonito sin pedir nada a cambio. Son ellos, los que están detrás, con su trabajo y esfuerzo, quienes hacen posible que proyectos como la carrera ENKI sigan adelante. Desde los coordinadores hasta los voluntarios, colaboradores, pasando por los participantes y el público, todos aportan su granito de arena. En ENKI no hay espacio para los egos. Solo hay ganas de hacer las cosas bien, de sumar, de compartir. El verdadero éxito de ENKI no se mide en cifras, sino en las sonrisas que se reparten cada año. Porque más allá del evento, lo que celebramos es la inclusión y la capacidad de trabajar juntos.

No podemos, como sociedad, permitirnos dejar atrás al 12% de la población que representan las personas con discapacidad. Todos formamos parte de este gran proyecto de vida, y es nuestra responsabilidad apoyarnos unos a otros. La diversidad nos enriquece, nos hace más humanos, más valiosos. Así que, gracias. Gracias a nuestra ciudad, a todos los que, a pesar de la lluvia o de las obligaciones diarias, hacéis posible que ENKI siga creciendo. Gracias por cada sonrisa, por cada gesto desinteresado, por cada pequeña acción que suma.

Gracias por hacer que, el sábado pasado, la carrera ENKI fuera una auténtica celebración de la inclusión, donde todos, sin importar quiénes somos, pudimos volver a ser niños, descubriendo y jugando. Porque ese, al final, es el verdadero camino hacia la inclusión: la normalidad.

Carmen Touza

Diplomada en Estadística. En 2013 impulsó el nacimiento de la Fundación ENKI con el objetivo de canalizar su experiencia personal y la de su entorno para el uso del deporte y el ocio como medio de inclusión.