En la conocida obra El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson, un hombre lucha contra sus dos mitades: una, amable y virtuosa, y otra, oscura y violenta. El doctor Jekyll y el señor Hyde son metáforas de la dualidad humana, pero bien podrían ser también un reflejo del actual panorama político español, donde la convivencia entre contrarios se ha convertido en un juego de espejos y sombras.
El sistema político español ha entrado en una espiral de degradación. Los valores de respeto y diálogo han sido reemplazados por insultos y ataques personales. En este escenario, poco importa el color político, ya sea de izquierda o derecha; todos parecen estar envueltos en un juego de agresividad que amenaza con cruzar del ámbito verbal al físico. Este ambiente tóxico se ha apoderado del Parlamento y el Senado, lugares donde se supone que los líderes elegidos para representar al pueblo deben debatir con altura y ser ejemplo de civilidad.
Sin embargo, lo que presenciamos hoy es una atmósfera de hostilidad creciente, donde los políticos parecen más preocupados por su propia imagen que por las necesidades de la nación. Los temas importantes han quedado relegados a un segundo plano, y el espectáculo es la norma. Los debates se convierten en competiciones de gritos y descalificaciones, mientras que las prioridades de un país en crisis son ignoradas.
Es especialmente alarmante observar cómo esta dinámica contribuye a germinar el odio en la sociedad. La violencia verbal que se exhibe en los escenarios políticos crea un efecto contagio en la ciudadanía, que ya muestra señales de polarización y enfrentamiento. Este ambiente de crispación nos recuerda a épocas oscuras de la historia española, como la Guerra Civil, un conflicto que dejó heridas profundas en el tejido social del país.
Los políticos que hoy avivan estas llamas de odio deberían recordar la historia y aprender de los errores del pasado. Muchos de sus abuelos y bisabuelos vivieron las consecuencias de una sociedad dividida, y es lamentable que, en lugar de abogar por la reconciliación y el entendimiento, opten por encender el fuego de la agresividad. Al hacerlo, ponen en riesgo la paz social y la convivencia.
Siento vergüenza por todos aquellos que ocupan un escaño en el Parlamento y el Senado y, en lugar de trabajar por el bien común, se enredan en luchas de poder y demagogia. Pero mi mayor preocupación es por la sociedad española en su conjunto. ¿Hacia dónde nos dirigimos si permitimos que el odio se convierta en parte de nuestro tejido social? ¿Qué futuro podemos esperar si nuestros líderes políticos no se esfuerzan por ser modelos de respeto y diálogo?
Es hora de que todos, políticos y ciudadanos por igual, hagamos un examen de conciencia. No podemos permitir que el sistema político español se degrade al punto de llegar a la violencia física. El cambio debe empezar desde arriba, con políticos que entiendan la responsabilidad que tienen y que trabajen por un país unido y en paz. Pero también depende de nosotros, los ciudadanos, exigir un cambio y no tolerar comportamientos que siembren el odio.
El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde nos enseña que todos tenemos dentro de nosotros la capacidad para el bien y para el mal. ¿Cuál escogeremos? La respuesta a esa pregunta definirá el futuro de nuestro país.