Los movimientos en favor de la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres viven un auge sin precedentes en la historia, con distintas acciones y movilizaciones en todo el mundo. Mujeres de distintos países y contextos, de distintas edades, realidades y condiciones, han salido al espacio público, tanto físico como virtual, para dar a conocer sus reivindicaciones y propuestas. Y en este gran movimiento global, extenso y diverso, las mujeres del área rural también hemos estamos presentes desde nuestro ámbito local.
Existen intereses y necesidades comunes a todas las mujeres, vivan donde vivan, ya sea en entornos urbanos o rurales. Y en ese sentido, es claro que el logro de las reivindicaciones de unas es un avance para todas. Pero también es bien cierto que las mujeres de las zonas rurales tenemos unas reivindicaciones propias y específicas, particulares a nuestras realidades, que también -hay que decirlo- son plurales. No es lo mismo vivir en una pequeña aldea remota que residir en un pueblo cercano a un núcleo urbano. No es lo mismo trabajar en la explotación ganadera o agrícola familiar siendo titular o cotitular de la misma que no siéndolo, no es lo mismo tener formación académica o profesional que no tenerla… por poner algunos ejemplos.
En cualquier caso, el movimiento por el empoderamiento de las mujeres y la igualdad en el ámbito rural tiene sus propios ritmos y dinámicas de acción. Y eso hay que entenderlo y respetarlo. Puede que no sea un movimiento tan numeroso o con tanta visibilidad como el de las mujeres urbanas, pero existe, está ahí, se construye día a día tanto desde el discurso como desde la práctica, y paso a paso va ganando fuerza y abriendo camino para contribuir a cambiar la realidad de nuestras aldeas y pueblos. Es un movimiento colectivo y orientado a la transformación social.
Las mujeres del rural queremos ser visibles, queremos hablar de nosotras y nuestras situaciones con voz propia. También queremos ser dueñas de nuestra imagen pública, porque en ocasiones sucede que no nos reconocemos en el retrato que se hace de nosotras, pues nos encierra en muchos tópicos y estereotipos, en una dinámica similar a lo que sucede con la imagen del mundo rural cuando se adopta desde una perspectiva urbano-céntrica.
La vida en el mundo rural actual no es una foto fija, sino que corresponde a realidades dinámicas, en constante relación con el mundo urbano; puesto que ambos universos, el rural y el urbano, no son compartimentos estancos. Las formas de vida, los gustos, las expectativas, etc., de las personas que habitamos en el medio rural actualmente no son las mismas que hace unas décadas.
Las mujeres del medio rural queremos resignificar y dignificar el rural, para dar a conocer su importancia y potencial de desarrollo, para que otras mujeres elijan quedarse, elijan apostar por el rural para desarrollar un proyecto de vida.
Dicen que el mundo rural está masculinizado, pero llevo un tiempo pensando en que, en realizad, está desfeminizado, porque somos las mujeres las que más hemos abandonado y abandonamos el rural. ¿Por qué?, por la falta de oportunidades laborales, la falta de servicios, la falta de infraestructuras, la falta de corresponsabilidad…
Por tanto, debemos sumar entre todas y todos -organizaciones, cooperativas, administraciones públicas, etc.- para feminizar el rural. Debemos crear las condiciones para que cuando, por ejemplo, una mujer del rural se va a la ciudad para estudiar, esta marcha sea un camino de ida y vuelta y no una “huida ilustrada”.
Las organizaciones y asociaciones de mujeres rurales, como Mulleres de Seu, sabemos que el medio rural, con las mujeres, tiene futuro. La feminización del rural es un proceso, un medio y es un fin en sí mismo. Feminizar el rural es sembrar vida, es trabajar por un rural habitado y habitable para todas y todos.