La Revolución Francesa de 1789 llevaría a la creación, en poco menos de diez años, de un estado completamente nuevo que pasaba de monarquía absolutista a república, en el que ya no había súbditos, sino ciudadanos, y en el que la sociedad dejaba de estar dirigida por la aristocracia y el clero. Inevitablemente, el mundo miraba fascinado este modelo de renovación integral que se tomó como ejemplo en lugares en los que se perseguía la soberanía del pueblo, la libertad política y la igualdad. La importancia para nuestra civilización fue tan extraordinaria que la Revolución Francesa marca en la historiografía la división entre Edad Moderna y Contemporánea, entre absolutismo e igualdad. Además, los ecos de la Revolución propiciaron la creación de plataformas liberales que se levantarían en armas por todo el mundo para lograr avances democráticos que rompieran los lazos heredados de la Edad Media. Entre todos esos alzamientos, uno se produjo en una pequeña comunidad al noroeste de la Península Ibérica que no solo quería acabar con un gobierno absolutista, con los abusos o con el centralismo, sino que buscaba la libertad, no solo para ellos, sino para todo el país. Aquella pequeña revolución gallega, que podía haber sido nuestra propia Revolución, dio origen a un símbolo que todavía es recordado, aunque muchos ya se han olvidado porqué: los Mártires de Carral.
La Década Moderada fue un periodo de 11 años, durante el reinado de Isabel II, en el que el Partido Moderado ejerció el control del gobierno en España, cuyo líder era el general Ramón María Narváez y Campos, I duque de Valencia, un hombre que, apoyado por la propia reina, la alta burguesía y la aristocracia, reformaría el sistema en su exclusivo beneficio.
Durante este nuevo régimen se produjo una fuerte centralización administrativa, así como determinados recortes en las libertades y los derechos ciudadanos, además de un aumento en la presión fiscal, provocando que algunas partes del territorio español decidieran hacer algo al respecto.
Galicia vivía una época crítica en la que la pobreza, el hambre y la miseria campaban a sus anchas. Las nuevas medidas del gobierno de Narváez no solo no ayudaban a mejorar la situación, sino que la empeoraban. Debido a ello, comenzaron a escucharse voces de protesta, de reproches e, incluso, de rebelión contra aquel gobierno que, con su centralización del estado y los elevados impuestos, estaban arruinando a todo un país.
En aquella época, el ejército contaba con gran número de liberales entre ellos (oposición del Partido Moderado), provocando que las ciudades con importantes guarniciones militares fueran, precisamente, las que tenían mayor ideología liberal. Y una de ellas era la ciudad de A Coruña, donde se acogía, desde 1844, al Regimiento de Zamora.
Tener uno de los regimientos más importantes de España bajo mando liberal y tan lejos de la capital ponía muy nerviosos tanto a Narvaez como a los altos mandos del ejército, por lo que tomaron la decisión de trasladar paulatinamente a aquella unidad, a fin de evitar un posible alzamiento en la ciudad, y estacionarlos en Valladolid, donde podrían tenerlos bajo control.
El segundo de los batallones que conformaban el Regimiento Zamora, camino de su destino final, llegaba a Lugo el 2 de abril de 1846, una ciudad en la que existía una junta progresista. Allí el coronel del Estado Mayor de la Capitanía General de Galicia, Miguel Solís y Cuetos, un gaditano de 30 años que se encontraba destinado en Galicia, dijo basta.
Aunque para algunos historiadores fue un intento de reivindicar la libertad de Galicia, la mayoría consideran este levantamiento como una revuelta de ideología liberal. La junta progresista disolvió el Consello Provincial y la Diputación, proclamando una Xunta de Goberno de Galicia en contra del gobierno presidido por el general Narváez y reclamando las libertades que este había abolido, así como un trato más justo para Galicia.
Miguel Solís, como su punta de lanza, afirmaba luchar por la Constitución y por “liberar” a la reina Isabel, ya que consideraba que había sido educada por títeres políticos y militares, y pronunció una emotiva arenga a sus hombres en la Plaza Mayor de Lugo con frases como esta: "Gallegos: españoles todos: ¡Viva la Reina libre!, ¡Viva la Constitución!, ¡Fuera extranjeros!, ¡Abajo el Dictador Narváez, ¡Abajo el sistema tributario!"
La noticia del levantamiento recorrió toda España y en Galicia es secundado desde Pontevedra, Vigo y Tui, mientras en A Coruña, el capitán general de la ciudad, Juan de Villalonga, dio orden de encarcelar a todo liberal declarado y de cerrar todos los accesos a la ciudad, para evitar que los rebeldes pudieran sumarse al alzamiento. Además, Narváez envió tropas bajo el mando del teniente general José Gutiérrez de la Concha para reducir la sublevación.
Miguel Solís decidió dividir sus fuerzas para tomar A Coruña, Ferrol y Ourense, quizá su mayor error, con la intención de dominar las fronteras y poder posicionar batallones de defensa en ellas. Pero esa división no consiguió extender la insurrección, fracasando en la toma de estas ciudades y dirigiéndose a Santiago, donde pretendía plantar cara a las tropas del gobierno.
El 23 de abril de 1849, en la batalla de Cacheiras, Solís era derrotado y las tropas gubernamentales saqueaban la ciudad de Santiago en recompensa por su acción durante la contienda. Los derrotados se refugian en el monasterio de San Martín Pinario, esperando ayuda y refuerzos desde alguna parte de Galicia que jamás llegarían. Al día siguiente Solís se entregaba con la condición de que ninguno de sus hombres fuese ejecutado. Pero las órdenes de Narváez eran claras: era necesario un castigo ejemplar que impidieses futuras intentonas.
El 25 de abril, Solís y sus oficiales son trasladados a A Coruña para ser sometidos a juicio, pero dado el gran número de adeptos con los que contaban los alcistas en esa ciudad se decide hacer un juicio por el camino. Se intentó celebrar en Ordes pero, ante la ausencia de una autoridad civil local que refrendase la condena (se dice que el alcalde se negó a firmar la orden de ejecución), se siguió avanzando hasta llegar a la localidad de Carral, donde se celebró el juicio a cargo de un tribunal militar.
Al comparecer, Martín Solís manifestó: “Mis principios son de firme adhesión a la reina y solo la gestión perniciosa del gobierno era lo que trataba de combatir. Sé la suerte que me espera, más moriré como un caballero militar y leal, llevando al sepulcro la consoladora idea de perecer por la causa de los pueblos víctimas del encono y el desencadenamiento de un poder feroz y reaccionario.”
No hubo clemencia. Todos fueron condenados a muerte.
A Solís se le comunicó la sentencia a las once y media de la mañana del 26 de abril en la capilla del Socorro de Carral. A las dos de la tarde fue ejecutado en el atrio de la iglesia de San Estevo de Paleo mirando cara a cara al pelotón de fusilamiento tras rechazar dar la espalda y que le vendasen los ojos.
A las cuatro de la tarde se informó a sus oficiales de la sentencia. Fueron fusilados por tandas en la Fraga do Rei, a medio camino entre Paleo y Carral, a las siete y cuarto de la tarde. También sería fusilado otro acusado en Betanzos el 4 de mayo.
Todos ellos fueron enterrados en tres tumbas sin nombre en el cementerio de Paleo. El párroco, que presenció los fusilamientos, añadía en las actas de defunción: “Espectáculo horroroso. Triste memoria…”
Diez años después, la reina Isabel II los declararía como “Beneméritos de la Patria”, las Cortes les concederían la “Cruz del valor y la constancia” y se decretaría la construcción de un monumento en su memoria que no se llevaría a cabo hasta el 2 de mayo de 1904 gracias a la iniciativa de la Liga Galega de A Coruña y a donaciones particulares.
A pesar de que las posibilidades de éxito del levantamiento de Solís eran escasas desde su inicio, su acción supuso un punto de inflexión que llevaría a declararles como mártires de la nación gallega, a pesar de que ninguno era gallego. Además, el alzamiento se convirtió rápidamente en el símbolo de la primera generación de galleguistas, formada por personas que confiaban en que su éxito habría permitido a Galicia ser un lugar mejor.
Manuel Murguía decía que en aquella corta primavera de 1846 había aflorado el progresismo durante 24 días de ilusión, que aquella revuelta había sido el germen para que Galicia dejara de ser una colonia del Estado y que aquellos mártires no necesitaban un monumento, porque ya lo habían levantado en el corazón de los gallegos.
Miguel Solís, Víctor Velasco, Manuel Ferrer, Jacinto Dabán, Fermín Mariné, Ramón José Llorens, Juan Sánchez, Ignacio de la Infanta, Santiago la Llave, Francisco Márquez, José Martínez y Felipe Valero. Todos ellos son los Mártires de Carral.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- es.wikipedia.org
- elespanol.com
- laopinioncoruna.es
- elidealgallego.com
- historia.nationalgeographic.com.es
- lavozdegalicia.es
- galiciapuebloapueblo.blogspot.com
- loquesomos.org
- bne.es
- concellodeteo.com
- galiciadigital.com