El 5 de mayo de 1789, guiados por el lema "libertad, igualdad, fraternidad" y hartos de vivir en la miseria mientras la monarquía y los nobles disfrutaban de todos los privilegios, los franceses desobedecieron a la autoridad real y transmitieron al mundo una idea: un nuevo futuro era posible. Un nuevo futuro en el que la democracia hiciera posible el desarrollo de los derechos fundamentales de todos. La Revolución francesa fue un acontecimiento sociopolítico que conmocionó al mundo y que marcó el inicio de la época contemporánea en Europa. 322 años antes, en una apartada y olvidada región de una España que aún no existía, tenía lugar una revolución social cuya influencia no solo ayudó a la creación de un estado moderno por parte de los Reyes Católicos, sino que es considerada por muchos como la más importante del siglo XV, el evento que realmente inició la edad moderna y el germen que inspiraría, tres siglos después, aquella Revolución que cambiaría para siempre el curso de la historia: la Gran Guerra Irmandiña, cuando Galicia demostró al mundo que el poder residía en el pueblo.
En el siglo XV Galicia era un territorio donde la presencia nobiliaria era asombrosamente destacada. Toda la región estaba ocupada por el dominio señorial y la iglesia, sobre todo el arzobispado de Santiago de Compostela, que era el principal terrateniente de los gallegos.
El rey no tenía prácticamente presencia en Galicia, lo que dejaba total libertad a los nobles para ejercer sus poderes sin ningún tipo de límite. Eran los amos y señores.
La nobleza gallega imponía impuestos desorbitados, practicaba abusos de toda índole contra la población y expoliaba permanente sus pobres recursos. Los gallegos no eran vasallos, sino prácticamente esclavos que sufrían indefensos los excesos de quienes, teóricamente, debían protegerlos. Incluso la iglesia era su víctima, provocando que parte de su patrimonio y señoríos estuviesen ocupados o delegados a los nobles.
A lo largo del siglo XV ya se habían producido múltiples revueltas en distintas zonas y localidades gallegas, pero no sería hasta 1467 cuando aquellas subversiones se convirtieron en algo realmente serio por las hambrunas, las epidemias y la guerra civil en Castilla debido a la ausencia de un heredero claro al reino y a las rivalidades entre diferentes bandos de la nobleza castellana.
La sociedad gallega (campesinado, burguesía y baja nobleza) estaba hastiada de las injusticias de la aristocracia local, motivo por el que surge la rebelión “irmandiña”. Las hermandades eran asociaciones libres y voluntarias de personas, independientemente de su profesión, riqueza o estamento. Estas instituciones requerían financiación, una jerarquía y unos estatutos o capítulos redactados en común, por lo que su organización no era espontánea.
Esta rebelión, conocida como Gran Guerra Irmandiña, nunca pretendió modificar el sistema social vigente. De hecho, la Santa Irmandade, la unión de todas las hermandades de Galicia, apoyaba al rey de Castilla, Enrique IV, debido la idealización que los gallegos tenían de la figura del rey, que parecía ser el único que podía ayudarles en su precaria situación. Un respaldo que el monarca agradeció amparando las acciones de los irmandiños y liberando a las personas bajo el mando real, en castillos y fortalezas, de su juramento para defenderlas. Además, Enrique tampoco podía permitirse abrir otro frente más que siguiera mermando sus recursos y su ya de por sí precaria situación.
Los gallegos tenían un sentimiento acumulado de agravio por los males y daños que recibían de las fortalezas por parte de señores y caballeros, motivo por el cual los irmandiños se focalizaron en la destrucción de estas fortificaciones.
A principios de la primavera de 1467, las Juntas de las Hermandades de todas las comarcas gallegas lanzaron la consigna de comenzar el ataque. Era la primera y única vez en Galicia en que la gente del pueblo se izaba como principal protagonista de su propia historia.
Las columnas irmandiñas, encabezadas por figuras relevantes de cada zona, acabaron rindiendo la gran mayoría de los castillos y fortificaciones y sus ocupantes intentaron huir hacia Portugal o Castilla o esconderse en monasterios o abadías amigas. La fuga del Conde de Lemos, la derrota del señor más poderoso de Galicia, simboliza la derrota de los señores y la victoria del pueblo, que fue rápida y completa.
Incluso buena parte de la iglesia participaba activamente con la hermandad aportando dinero de sus arcas, motivo por el que muchos de sus bienes, que habían sido usurpados por la nobleza, le fueron devueltos por la Santa Irmandade tras la victoria, ya que comienza a impartir justicia e imponer el orden en la región.
Se desconoce con exactitud cuantas fortificaciones fueron entregadas pacíficamente a la hermandad y cuantas fueron tomadas a la fuerza, pero se estima que unas 169 fueron destruidas. Además, no hubo represalias ni venganzas contra los señores derrotados o forajidos.
Pero la Galicia irmandiña duró poco. Sin señores ni rey que la mandase y el interclasismo de su seno, en el que convivían nobleza, clero, burguesía y campesinado, acabaron con su unidad tras el triunfo, provocando confrontaciones internas que debilitaron la alianza.
En la segunda mitad de 1468, fallecía el infante Alfonso, aspirante al trono de Castilla, lo que dejaba como monarca definitivo a Enrique IV, que no dudó en reconciliarse con la nobleza, provocando que los señores gallegos preparasen su retorno mediante tres ejércitos señoriales que entrarían en Galicia durante la primavera de 1469: Pedro Madruga desde Portugal, Fonseca, arzobispo de Santiago, desde Salamanca y el Conde de Lemos desde Ponferrada.
Los irmandiños no tuvieron la más mínima oportunidad y fueron vencidos de manera rápida y contundente, aunque, hasta 1471, plantaron resistencia en algunas ciudades como A Coruña, Pontedeume o Mondoñedo, hasta que fueron derrotados y los grandes señores gallegos recuperaron el control de sus antiguos dominios.
Al igual que los irmandiños no se habían vengado en 1467, los nobles tampoco ejercieron una gran represión contra los vencidos, aunque sí que hubo algunos castigos ejemplares. Las mayores consecuencias fueron los trabajos forzados y la imposición de impuestos para la reconstrucción que se impusieron a los vasallos. Estas labores de reconstrucción permitieron recuperar 63 fortificaciones que habían sido arrasadas durante la Gran Guerra.
A pesar de todo lo ocurrido, el poder de la nobleza gallega continuaría sin restricciones hasta los Reyes Católicos, que tomaron la decisión de “pacificar” Galicia en un proyecto al que daban prioridad. Su implicación en la política gallega puede simbolizarse en la visita que llevaron a cabo en 1486, en la que proyectaron el Hospital Real de Santiago, futuro Hostal de los Reyes Católicos, la primera vez que un rey visitaba Galicia desde Enrique II en 1376.
Isabel y Fernando sí lograron lo que la hermandad no consiguió en 1467, pero su legado tuvo una gran influencia en la creación de un estado moderno en Castilla, ya que, si Galicia no hubiera derrotado a la nobleza, ese nuevo estado no habría sido posible.
La Gran Guerra Irmandiña fue la consecuencia del fracaso de una clase dirigente que trataba como ganado a sus vasallos que, un día, decidieron demostrar al mundo que en el pueblo reside el poder.
Y como no podía ser de otra manera, existen varias fiestas populares gallegas que rememoran aquellos acontecimientos: el Asalto a o castelo de Vimianzo, una “batalla” que se celebra la noche del primer sábado de julio, cuando la vieja fortaleza medieval de la villa vuelve a ser rodeada por miles de personas dispuestas a atacarla y acabar con los abusos de sus señores, los condes de Altamira. Una celebración única que solo podría hacerse aquí, en Galicia. Otro ejemplo es el Festival Irmandiño de Moeche, que se celebra el tercer fin de semana de agosto.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- es.wikipedia.org
- elespanol.com/quincemil
- lavozdegalicia.es
- elconfidencial.com
- muyinteresante.es
- castillodelostemplarios.com
- okdiario.com
- euxinos.es
- elpais.com
- galiciacentral.com
- h-debate.com