El 29 de marzo de 1549 una expedición formada por 1.000 hombres y varias naos, llegaba a Bahía de Todos los Santos, en Brasil, bajo el mando de Tomé de Sousa. El 7 de enero de aquel mismo año, este político y militar portugués había sido designado por el rey de Portugal como primer gobernador general de Brasil. Su misión era fundar, poblar y administrar una ciudad-fortaleza que sería la primera ciudad y la primera capital de esta colonia: la ciudad de Salvador. En este precioso enclave se fueron levantando edificios como la residencia del gobernador, el Ayuntamiento, la Iglesia o el Colegio de los Jesuitas, pero todo aquel proyecto no habría sido posible sin la ayuda de un gallego que allí se encontraron a su llegada. Un coruñés que no solo les sirvió de intérprete con los indígenas, sino que les ayudó a fundar aquella capital. Un hombre que recibió el título de “Fidalgo de la Casa Real de Juan III” por los servicios prestados a la corona portuguesa, a quien el rey de Francia quiso retener a su servicio, que se casó con una princesa indígena y cuyas aventuras fueron inmortalizadas en un épico y legendario poema: Diego Álvarez Correa “Caramurú”.
Diego Álvarez Correa nacía a finales del siglo XV en A Coruña, aunque historiadores portugueses sitúan su lugar de nacimiento en Viana do Castelo. Poco se sabe de sus primeros años, salvo que desde temprana edad estuvo vinculado a los quehaceres del mar, que le llevarían hasta el fin del mundo.
Durante décadas Portugal había buscado una ruta hacia Oriente que excluyera el mar Mediterráneo, que se encontraba bajo el control de las repúblicas marítimas italianas y el Imperio otomano, una ruta que encontró Vasco de Gama, en 1497.
Consciente de la hazaña de haber descubierto la ruta del sureste, a la que se llamó ruta a las Indias por el Cabo, el rey portugués, Manuel I el Afortunado, anunció su intención de construir un gran imperio colonial para explotar aquella nueva ruta. Poco después del regreso de Vasco de Gama a Lisboa, el rey comenzó los preparativos para ejecutar un segundo viaje a la India, por lo que armó una poderosa flota de 13 naves y 1.500 hombres comandados por Pedro Álvarez de Cabral, que partió de Lisboa el 8 de marzo de 1500.
A la altura del Golfo de Guinea, siguiendo las recomendaciones de Vasco de Gama, la flota se internó hacia el Atlántico, provocando que las corrientes marinas los fueran llevando hacia occidente. El 22 de abril de 1500, la expedición desembarcaba no en las Indias, sino en un paraíso que tiempo después sería conocido como Brasil, aunque ellos en aquel momento, ellos no eran conscientes de la importancia de su descubrimiento.
El país tomaría su nombre de una madera conocida como “palo-brasil” muy preciada en aquella época y que fue el motivo por el que Diego Álvarez Correa se embarcaría en 1510 en un barco francés que se dedicaba a comercializar esta especie.
Pero a su llegada a Brasil, un fuerte temporal en Bahía hace naufragar su navío. Llega a nado a la costa junto a otros ocho tripulantes, donde son recibidos por los indígenas Tupinambá con un gran banquete en el que ellos serían el plato principal.
En los siguientes días, los náufragos fueron sacrificados uno a uno, hasta llegarle el turno al último: Diego. Según cuenta la leyenda, le dejaban vagar libremente hasta que llegara su hora, por lo que, un día, caminando por la playa, encontró un barril de pólvora sellado y dos arcabuces que el mar había arrojado de los restos de su barco.
Reparó las armas y las llevó consigo mientras acompañaba de cacería a los indígenas. Divisó un gran pájaro en lo alto de un árbol y lo mató. Los nativos, asombrados y aterrorizados por lo que acababan de ver, liberaron a Diego de su destino y le pusieron un legendario nombre, “Caramurú”, que, según afirman algunos historiadores, significa “hijo del trueno”.
A partir de aquel momento, todas las tribus de la región comenzaron a respetarle y a temerle e incluso le ofrecieron a una de sus princesas, Paraguazú, como esposa, con la que fundó una familia con la que vivió durante varios años entre los nativos. Su experiencia y formación europea lograría importantes avances en la vida de los indígenas, que lo enviaban para comerciar con los navegantes portugueses, franceses y españoles que se acercaban a sus costas.
Alrededor de 1530 decidió embarcarse en uno de aquellos barcos junto a su esposa. Se trataba de un barco de comerciantes franceses que volvían a Europa. En el país galo, Paraguazú se convierte al cristianismo siendo bautizada en Saint-Malo con el nombre cristiano de Catarina do Brasil, en honor de su madrina, Catarina de Médicis, reina consorte de Francia. Además, Diego es tentado por Enrique II para que trabaje para él en la conquista de Brasil, algo a lo que se niega rotundamente.
Tras una breve estancia en Europa, el matrimonio regresó a Brasil, donde recibiría con los brazos abiertos a Tomé de Souza, fundador de Salvador, la primera capital de Brasil. Caramarú recibió de manos del nuevo gobernador una carta del rey Juan III de Portugal, pidiéndole su ayuda para que crease las condiciones para que la expedición fuese bien recibida entre los nativos, lo que nos deja atisbar la importancia que la figura de Diego tenía ante la corona portuguesa.
Conocedor de las costumbres nativas, Diego ayudó a facilitar el contacto entre estas dos culturas tan diferentes y a que misioneros y administradores europeos convivieran en paz, en vez de luchar entre ellos. Además, contribuyó él mismo y su familia a la fundación de aquella importante capital, motivo por el que sus hijos fueron distinguidos como caballeros y él como “Fidalgo de la Casa Real de Juan III”.
En aquella época, Diego fue informado de que un navío español había naufragado en las inmediaciones, así que fue a socorrer a sus tripulantes y acogerlos lo mejor que podía, sin embargo, su esposa le hizo saber que había tenido un sueño en el que una mujer con un recién nacido había escapado del naufragio, pero estaba cautiva de los indios.
A pesar de que los españoles afirmaban que ninguna mujer había venido con ellos en su navío, Diego organizó una expedición para encontrarla. Tras varios intentos, encontró en una pequeña gruta una imagen de la Virgen que un indígena había recuperado en la playa. Al enseñarle la imagen a su esposa, Catarina la abrazó en lágrimas, pues reconoció en ella a la mujer que se le había aparecido en sueños y se erigió una ermita para que estuviera siempre protegida.
Diego Álvarez Correa fallecía el 5 de abril de 1557, dejando la mitad de su herencia a la Compañía de Jesús, en cuya iglesia fue enterrado. Su aportación al desarrollo de la colonización portuguesa de Brasil ha llevado a muchos historiadores a considerar a este gallego como cofundador de la ciudad de Salvador y uno de los padres fundadores de este país sudamericano.
Su aventura fue idealizada en el siglo XVIII en un épico poema del profesor de teología de la Universidad de Coímbra, José de Santa Rita Durao, al que llamó “Caramurú”.
Catarina do Brasil sobrevivió a su marido rodeada del afecto de los indígenas y de los portugueses y pasó a la historia como un importante símbolo femenino, por haber ejercido un papel esencial, junto a Diego, en la integración de las razas del pueblo brasileño. En la actualidad, la imagen de la Virgen que vio en sueños y que Diego recuperó, se venera en el altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en Salvador de Bahía, justo donde se encuentra la tumba de Catarina do Brasil, que nunca más quiso separarse de ella.
Tras la muerte de estos dos mitos, los habitantes de Bahía fueron conociendo de generación en generación la historia de amor de un gallego y una indígena que marcó el encuentro de dos civilizaciones que hicieron posible la fundación de uno de los países más extraordinarios del planeta: Brasil.
Iván Fernández Amil. Historias de la Historia.
Referencias:
- es.wikipedia.org
- lavozdegalicia.es
- laopinioncoruna.es
- farodevigo.es
- elidealgallego.com
- mcnbiografias.com
- dbe.rah.es
- ubaldoporto.com.br
- infobae.com
- brasilescola.uol.com.br
- cm-pvarzim.pt
- mapa.arquivonacional.gov.br