A veces solo queda la palabra. Una afirmación casi lírica que el poeta bilbaíno Blas de Otero (1916-1979) reflejaba en su poema “Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra”. En arquitectura, a veces, solo queda la palabra porque los muros e incluso las huellas desaparecen.
El esfuerzo de los arquitectos por comprender el territorio define estrategias que dependen del instante en que comienzan su trabajo. El contexto es determinante, aunque el paso de los años lo borre con las lecturas de cada presente. La forma en la que cada instante percibe la ciudad es una exploración que responde más al presente inmediato que a la definición arquitectónica del momento. La lectura de la arquitectura siempre contiene el sesgo del tiempo o de la nostalgia, porque no es fácil comprender los parámetros de un tiempo. A veces, los edificios desaparecen sin más, convirtiéndose en fantasmas urbanos atrapados en la memoria de la ciudad. Y es que como explicaba James Joyce en The Dead (Dublineses): “uno a uno, todos nos convertimos en sombras. Es mejor pasar a ese otro mundo impúdicamente, en la plena euforia de una pasión, que irse apagando y marchitarse tristemente con la edad”. La vida de algunas arquitecturas responde a la descripción de Joyce, porque al contemplar su decadencia y olvido dentro de la ciudad, el pensamiento vira hacia pensamientos utilitaristas, y en la recuperación de la ruina, considerando que su desaparición en el momento en que su función cesó hubiese sido más beneficiosa.
Fantasmas urbanos
La desaparición o borrado de algunas arquitecturas es una acción orgánica, incluso cuando alguna de estas es consecuencia de un acto violento de penetración como lo fueron, a lo largo de la historia, algunos asedios. El ser humano maneja la construcción del territorio a través de sus decisiones e indecisiones, así es capaz de crear fabulosos monumentos, pero también extraños fantasmas. Al final como en la novela de Joyce la nieve cae “sobre todos los vivos y todos los muertos”. Y es que la vida sigue para la ciudad, independientemente de lo que le suceda a su estructura o a sus edificios, el ser humano es capaz de habitar casi cualquier lugar incluso supeditando su dignidad al cobijo.
Pero la ciudad no es una construcción únicamente residencial, o al menos, no debería concebirse como tal, sino que se configura como un organismo o hábitat social en el que conviven diversas actividades vinculadas a la vida. La diversidad urbana define espacios caracterizados que se organizan según una estructura política, es decir, una colectividad que determina los usos del terreno y la morfología funcional del territorio. En A Coruña, como en otras muchas ciudades, la expansión de la ciudad resulta clara con un simple vistazo o paseo por la ciudad, apenas con una mirada somera se puede determinar qué obras son más antiguas o cuáles más modernas. También se pueden intuir intervenciones modernas de gran escala sobre grandes vacíos que han dejado algunas infraestructuras antiguas. Estos extraños vacíos, se rellenan al poco tiempo como si los habitantes de la ciudad formasen una materia líquida que ocupa todos los espacios.
Uno de los cambios más significativos dentro del tejido urbano es la transformación de la ciudad con la traslación de las instalaciones industriales al perímetro de la ciudad. En A Coruña, muchas de estas construcciones industriales se encontraban en el entorno de las playas, ya que así podían utilizarlas como recurso natural o como vertedero, pero otras se vinculaban a los accesos a la ciudad, ya que así garantizaban un mejor transporte de las mercancías. Una de las industrias más significativas para la historia de la ciudad es la fábrica de calzados de Ángel Senra.
La fábrica de calzados Ángel Senra
La fábrica de calzados Ángel Senra permite una doble lectura: social y arquitectónica. El impacto social de la industria de Senra fue determinante en la ciudad, un aspecto que tiene su reflejo en el tejido urbano. La lectura social responde a la propia biografía de Ángel Senra, y a una mirada sobre una trayectoria comercial, personal e industrial singular. Senra (1860-1932), de origen humilde, aprendió el oficio de zapatero y lo desarrolló de manera ambulante, hasta poder instalar su primer taller en O Burgo, después lo haría en Portazgo (1879), luego en el número15 del Cantón Grande (1908) y finalmente en la calle Juan Flórez (1914, entonces Camino Nuevo). Tras esta fructífera trayectoria y un gran compromiso social, fundó una gran fábrica en A Parromeira (1923, actual entorno de la estación de tren de San Cristóbal), entonces situado a las afueras de la ciudad. El éxito de la fábrica de calzados Ángel Senra se basaba en la alta calidad de su producción y en la coyuntura vinculada a la situación de la Primera Guerra Mundial. La fábrica se convirtió en suministrador de calzado del ejército francés, abriendo la puerta a otras exportaciones al extranjero como Cuba, México o Argentina. La fábrica desapareció en 1936, tras un cambio de gestión familiar, a pesar de ello las recién clausuradas instalaciones fueron incautadas por el bando nacional sublevado en la Guerra Civil, para el suministro de calzado de sus tropas. Además, Senra desarrolló una carrera política muy interesante que sería objeto de un relato específico.
Desde una perspectiva arquitectónica, la fábrica de calzados de Ángel Senra, fue una construcción singular de grandes dimensiones 96m de frente y 15m de fondo con dos alturas. La materialidad de la fábrica era lo más relevante, y un ejemplo de la arquitectura industrial de la ciudad. La estructura de la fábrica estaba formada por vigas y pilares de acero, de tal manera que así se podía liberar el espacio en planta. La libertad de organización en la planta y permite también la liberación de la fachada, por lo que la envolvente del edificio permite la colocación de grandes superficies acristaladas. Aunque esta organización represente un esquema sencillo, la iluminación natural, así como la fluidez espacial, crean un espacio funcionalmente adecuado para el trabajo en una fábrica de calzado, ya que este es un trabajo que requiere atención al detalle. La fábrica además incorporaba la maquinaria más moderna del momento, algo que también era posible gracias a la estructura metálica que era capaz de soportar el peso de las mismas. En ella trabajaban 267 personas y en su momento fue considerada una de las fábricas más modernas del país.
Pero la fábrica no era únicamente una construcción industrial, sino que como en muchas instalaciones de estas características, especialmente en aquellas en las que existía una voluntad de que los trabajadores tuviesen una buena calidad de vida y el acceso a una vivienda digna, pronto la fábrica comenzó a rodearse de un conjunto residencial con algunas instalaciones anexas para los trabajadores. Además de estas, el propio Senra, construyó su casa dentro de este conjunto, un proyecto del arquitecto Antonio Tenreiro que se desarrolló entre 1924 y 1926. Una obra de lenguaje racionalista y gran valor arquitectónico, de la que apenas se conservan imágenes.
En la actualidad, la huella de la fábrica apenas es visible, pero en 1932, la construcción, entonces situada en terrenos sin urbanizar, define el trazad de las nuevas alineaciones. Una organización que se consolidará en 1959 cuando la expansión de la ciudad lleve a la consideración de la forma de crecimiento urbana. Cuando se realizó este procedimiento la estructura fabril aún permanecía en su lugar, a pesar de que ya sólo era una ruina sin uso aparente.
La fábrica de calzado Ángel Senra, fue un elemento fundamental en la historia fabril de la ciudad. Pero tras el paso del tiempo solo quedan palabras, la narración de una biografía singular y del impacto social de la fábrica en la sociedad del momento. Pero la arquitectura ha desaparecido. Y es que en la ciudad a veces solo quedan las palabras que recuerdan su pasado. La calle Ángel Senra, que fue así nombrada tan solo un año después de su muerte es hoy una vía principal del barrio de Os Mallos.
Morar a través de las palabras
El ser humano construye la ciudad, a veces solo con palabras, otras, simplemente hace y deshace ese relato con construcciones que apenas le sobreviven. Pero, la ciudad, resiste a través de aquellas estructuras que atravesaron la barrera del tiempo, o simplemente se colocan sobre sus huellas como en el Grand Verre de Duchamp.
“El ser humano habita su pasar por la tierra. Ni sólo pasa ni para siempre queda: se demora. Mora, construye su casa. La habita. […] La casa es algo así como la cosmografía de nuestra extensión. Es ella, y no el cuerpo la que experimentalmente marca el afuera de nuestro ser, de nuestro estar”. Hugo Mujica, La Casa 2008
Quizás solo moramos la tierra pensando que aquellas construcciones, monumentos y arquitecturas nos sobrevivirán dibujando la memoria de un pasado. Pero ese relato no pertenece a quienes construyeron la ciudad, sino a quienes la leen y la moran a través de las palabras que quedaron.