Hay días nada espectaculares. Días en los que nada parece ser excepcional o interesante, ni las acciones, ni los lugares, ni tampoco la ciudad. El poeta urbano Karmelo Iribarren (1959) lo expresaba de manera casi atmosférica: “Yo soy alguien que pasea a lo largo del río y, a veces, un poema en la cabeza. Estuve en el abismo, pero le eché un par y seguí andando. Me gusta demasiado la vida, esta vida gris hecha de días nada espectaculares que es la mía”. Desde su primer poemario, La condición urbana, recoge el ambiente de la ciudad, sus dinámicas y una estructura subyacente que conforma la cultura de las personas que habitan el lugar. Lo poco espectacular se vuelve soporte estable de la vida, y estructuras vivas esenciales como la arquitectura aparentan ser un mero escenario neutro, insulso. Pero, en realidad, la condición superficial atribuida a una lectura rápida de la ciudad que la posiciona como escenario es poco acertada porque transcurrido un tiempo, se revela su plasticidad orgánica y actividad transformadora. Porque, a veces, la ciudad se interpreta como una paradoja abstracta, pero viva: “Qué hago / mirando la lluvia / si no llueve” (Karmelo Iribarren)
El soporte urbano sobre el que tiene lugar el día a día de esos días nada espectaculares es una construcción diversa que, a pesar de realizarse en su mayoría siguiendo parámetros normativos contemporáneos que permiten establecer un cierto orden, refleja la latencia del momento y las decisiones de una determinada sociedad. La ciudad es reflejo de la sociedad que la habita y, específicamente, de sus decisiones. La imagen perceptiva de un organismo-collage es natural a su construcción falsamente improvisada, sino anatómica y fisiológicamente formada según las circunstancias. La ciudad adquiere así una vida propia tan imperfecta o heterogénea como la de un conjunto diverso de seres humanos. A veces, solo es posible describir la ciudad como lo hacía el poeta Joseph Brodsky sobre Venecia: “La sensación del conjunto era mitológica; para ser precisos, ciclópea.”
A pesar de que la ciudad se dibuje como un conjunto desordenado formado mediante capas, collage o transformaciones diversas, el uso cotidiano de la misma, sin mayor consideración crea la comprensión instantánea de esta. Aquellas áreas que crecieron en la modernidad, bajo un criterio normativo, presentan una mayor homogeneidad volumétrica fruto de la ordenación lo que deriva en una percepción más limpia. Los ensanches y las áreas de la ciudad sometidas a ordenanzas amplias regulan aspectos geométricos, higiénicos o estéticos que crean espacios más comprensibles en apariencia. Esta rigidez inicial se ve compensada con la creatividad interna de la propia obra de arquitectura en la que, la mano del arquitecto que interpreta la latencia de la sociedad es determinante para que el transcurso de los días se desborde de una rutina poco espectacular.
“La fuerza de la debilidad. Aquello que el arte y la arquitectura son capaces de producir precisamente cuando no se presentan agresivas y dominantes, sino tangenciales y débiles” Ignasi de Solá-Morales
La obsesión del arte y la arquitectura por la perfección de la obra es un mecanismo que paradójicamente la sumerge en una mayor imperfección. La observación de la obra introducida en el contexto urbano abre una imagen expuesta a crítica, tal y como hacía el pintor clásico Apeles de la isla de Cos en el 300 aC quien tenía por costumbre exponer sus cuadros públicamente antes de acabarlos para conocer sus defectos. La construcción de la obra de arquitectura y su posterior integración urbana a lo largo del tiempo, simulan este mismo efecto de sometimiento a la crítica.
El número 3 de la calle Fontán
El número 3 de la calle Fontán forma un vértice de manzana que además cierra el espacio de la plaza de Galicia. Proyectado por el arquitecto Santiago Rey Pedreira en 1932, fue construido unas décadas después, entre 1934 y 1936. El edificio está constituido por seis plantas, bajo comercial y bajocubierta mostrando una imagen masiva que simula un plano achaflanado, aunque en realidad esa percepción oculta la distorsión geométrica provocada por un ángulo obtuso que da forma a las fachadas que convergen en la arista. Situado en pleno ensanche, el edificio es una muestra de los primeros edificios racionalistas de la ciudad, sin embargo, este aún no abandona algunos elementos de lenguajes arquitectónicos anteriores como el Art-Dèco.
El uso de los criterios lingüísticos y compositivos del racionalismo en esta obra permiten crear un plano plegado del que apenas emergen algunos volúmenes o discretas cornisas. La estructura, de hormigón, es sencilla, y sobre ella se construye una envolvente de ladrillo que se pinta o se reviste con aplacado de mármol según el proyecto. Dentro de la simplicidad del plano de fachada que se pliega en la arista se ve enriquecido por la inserción de dos galerías hacia la calle Fontán y una hacia la calle Federico Tapia. La introducción de las galerías crea una falsa imagen de simetría, ya que las dos fachadas no son iguales.
Así estas sirven para reforzar la composición y dotar de cierto dinamismo racionalista al conjunto. Si bien la obra desvirtúa su carácter racionalista con la introducción de cornisas y la prolongación de las galerías por encima de estas en un cierto gesto regionalista, lo recupera mediante la rotura de la esquina. La apertura de un hueco completo en una arista es una acción deliberada para mostrar la separación del cerramiento respecto de la estructura, ya que este no es portante. Los proyectos racionalistas suelen incluir este tipo de elementos como exhibición de los rasgos propios de la vanguardia.
Una envolvente compuesta
La envolvente del edificio, de ladrillo revocado y pintado, se perfora mediante un ritmo ordenado de huecos creando, junto con el color uniforme una imagen de homogeneidad y sencillez. Sobre esta se introducen algunos elementos decorativos que eran referencias propias de etapas anteriores como los canecillos y relieves de los machones en la primera planta. Otros, como los rayados de las extensiones de las galerías en cubierta o las cornisas intermedias en estas son características del Art-Dèco.
Pero Rey Pedreira utiliza el lenguaje Art-Dèco de manera más tangible en la planta baja, aquella que se puede recorrer y experimentar a pie de calle. La planta baja se reviste de mármol verde azulado, creando un gran zócalo sobre el que se dispone el escaparate del bajo comercial pero también el portal de acceso. En este incluye un cierre metálico formados por barras rectas en diagonal en las puertas, lo que también refuerza la estructura de estas, y una combinación de barras rectas y curvadas en la parte superior sobre la que se coloca el número ‘3’ de la calle en latón. La tipografía elegida para el número del edificio es muy vanguardista para el momento en que se construyó, y es una referencia clara al lenguaje Art-Dèco.
La vanguardia de este edificio es especialmente visible cuando se gira la vista al otro lado de la calle Federico Tapia, realizando una sencilla comparación lingüística con el edificio de la camisería Gala construido por Eduardo Rodríguez-Losada en 1930, apenas dos años antes de que Rey Pedreira proyectase el suyo. La introducción de la vanguardia no es un proceso instantáneo, sino un proceso de experimentación en el que la ciudad se va transformando poco a poco.
Las pequeñas obras subversivas
Los días en los que la ciudad parece no ser algo excepcional quizás no es necesario que lo sea, pero las diferentes obras que le dan forma tienen su propia historia, con mayor o menor interés. Las pequeñas obras son capaces de crear una inercia a través de una ligera transformación y los actos discretos pueden convertirse en los más subversivos.
“Esta ciudad está llena de gente de pseudo clase media intentando aparentar el dinero que no tienen. Símbolos de estatus. Me hace reír. Es como si deambulasen por ahí con etiquetas con su precio grapadas a sus cabezas. La gente debería vivir de forma más espiritual. Pero no podemos estar todo el día en la calle gritando a la gente para que vigile sus actos, por eso escribimos en las paredes” Jean-Michel Basquiat
La superficialidad de algunos aspectos presentes en la ciudad no interrumpe la solidez de un soporte que se ha construido de forma ininterrumpida a lo largo de varios siglos. Es su dinámica, y la superficialidad con la que el día a día la envuelve la que impide, en ocasiones, detener la mirada en las pequeñas obras que, destacables o no, describen la realidad de la ciudad habitada.