Puede que siempre haya un Plan B. Incluso cuando la primera opción se desbarata por completo, existe una condición inherente al ser humano que indaga en la reconstrucción. En arquitectura el plan B o incluso el C ya se encuentran en el inicio del proyecto, como una estrategia polifacética que dibuja la mutabilidad del proceso creativo técnico en favor de la integración urbana. En un proyecto, la obra final hace olvidar, en ocasiones, el planteamiento inicial porque el conjunto de complejas decisiones que culminan con la construcción, se apoyan en la condición de omisión o descarte consciente de aquellas propuestas que no pudieron desarrollarse. Es con el repaso crítico que se evidencian los recuerdos de los inicios, aunque a veces se hayan olvidado.
“La verdadera tragedia y créeme, es una verdadera tragedia, es que ni siquiera recuerdo si me acosté con Gilda Black” Harvey Keitel como Mick en La Juventud (Paolo Sorrentino, 2015)
El proceso de desarrollo de proyecto es una actividad compleja, introvertida, en muchos casos, y lacerante en términos creativos. Dentro de la diversidad polifacética en la construcción de la propuesta arquitectónica, el olvido se disuelve en el proceso como argumento necesario para el avance de las ideas y puesta en crisis de cada uno de los aspectos en los que se sustenta. La necesidad de olvido en el desarrollo del proyecto establece, al igual que en la vida, una forma de supervivencia que elimina conceptos que lastran la fluidez de la vida. Un cuestionamiento de raíz intrínseca a la naturaleza creativa del hombre que Ovidio reflejó mediante dilemas como “si Alejandro debía o no entrar en Babilonia a pesar de los malos augurios de los adivinos […] si Cicerón debía o no quemar sus escritos para salvar su vida a Manos de Marco Antonio”. Existe una prevalencia de la voluntad crítica y creativa que trabaja desenredando la disyuntiva inherente al desarrollo del proyecto. El olvido es, desde un punto de vista arquitectónico, una de las herramientas críticas que permite el avance del proyecto.
Los proyectos no construidos dibujan una realidad alternativa de aquello que pudo ser, pero también se constituyen como pasos necesarios para el avance de una obra. El estudio de los proyectos no construidos es necesario, por su carácter revelador, pero también lo es admitir las razones por las que estos fueron descartados, y la huella que pudieron dejar o no en las futuras etapas de desarrollo. La digestión de las ideas o propuestas que se dejaron atrás crean una serie de restricciones, pero también de apoyos en la definición del proyecto que en ocasiones encuentran vías de escape positivas, como afirmaba William Morris “Lo más hermoso es lo útil, y lo más útil es lo hermoso”.
La parroquia del Carmen
La parroquia del Carmen en los Castros es una obra de Andrés Fernández-Albalat que sufrió transformaciones. El proyecto original hubo de ser descartado por un conjunto de restricciones, en gran medida económicas, que obligaron a una reformulación de la idea con parámetros más modestos. Sin embargo, la adaptación a estas restricciones no disminuye la dignidad y modernidad del nuevo proyecto. Fernández-Albalat reorganiza los parámetros del proyecto original de 1960-1962 mediante el ensamblaje de los usos requeridos: iglesia, casa parroquial y viviendas. Situada entre la avenida de Oza y la avenida del Pasaje (entonces General Sanjurjo y Buenavista), la propuesta había abandonado la monumentalidad de la modernidad más vanguardista, pero no renunció a mostrar una imagen vanguardista, aunque integrada en su entorno.
La nueva propuesta, más neutra, aparenta ser un contenedor de modernidad comedida, pero sus planteamientos establecen parámetros más radicales. La primera propuesta, se organizaba en dos volúmenes, el posterior que albergaba viviendas, y el frontal hacia la avenida del pasaje que ocupaba la iglesia. En la segunda, el volumen delantero desplaza la iglesia a la planta baja, ubicando sobre ella un conjunto de ocho viviendas. Este cambio no sólo modifica la configuración volumétrica del conjunto, ya que la iglesia incorporaba una radical solución de cubierta, sino que además modifica la fachada hacia la avenida. La fachada de la iglesia original proponía una imagen icónica, opuesta al convencionalismo de las construcciones próximas. A pesar del cambio de uso, el concepto de modernidad se mantiene presente en la fachada que Fernández-Albalat resuelve con un muro cortina de vidrio. Esta solución constructiva comienza a aparecer en la ciudad alentada por la memoria de la galería vernácula, creando una narrativa de lenguaje moderno. Este tipo de muros cortina se multiplican a lo largo de la década de los sesenta y setenta en la ciudad, permitiendo el diseño de fachadas que se adaptan como una piel continua a la configuración volumétrica de la manzana.
La fachada del edificio que alberga la parroquia del Carmen, sería una fachada más de la ciudad, desarrollada con un lenguaje moderno discreto. La presencia de la iglesia pasaría desapercibida, por ello el arquitecto inserta en la planta baja una gran marquesina de hormigón cuya estructura se eleva ligeramente sobre la planta baja, además esta se duplica también sobre la primera planta, como un reflejo de menor escala. La gravedad del hormigón y la idea de pesadez que transmite contrasta con la ligereza y fragilidad de la fachada de vidrio que aparece en segundo plano como un telón. La estructura de hormigón formada por seis pórticos pequeños sostiene una gran viga que sirve de marquesina de acceso para marcar el acceso a la iglesia en su fachada principal. Esta imagen sustituye a la inicial, que estaba compuesta por un lienzo tripartito de escala monumental coronado por tres cruces y dos carriles situados en la parte superior para albergar las campanas. La distribución interna de la iglesia se transforma por completo a pesar de los esfuerzos del arquitecto por mantener un altar curvo. El conjunto se estructuró de una manera más convencional ocupando toda la planta baja, sin embargo, no todo fue renuncia.
Renuncias y permanencias
El volumen posterior de la parcela se mantuvo tal y como estaba previsto en el proyecto original. El conjunto de viviendas de la parte posterior estaba destinado a albergar la casa parroquial, así como la vivienda del párroco. Con un aspecto más austero, reproduce la estética de los edificios, entonces, colindantes. Esta fachada posterior presenta un ritmo de huecos constante, cuyos machones intermedios se revisten con plaqueta cerámica, mientras que el resto se revoca con mortero coloreado en un tono claro. La planta inferior, con una altura mayor de lo normal, presenta dos accesos, uno de carácter privado que se comunica con el edificio y otro de mayores dimensiones integrado en un hueco de mayores dimensiones que sirve de puerta al bajo que alberga la obra social de la iglesia. La composición de este segundo acceso es simétrica y modesta, incorporando un mural que representa a la virgen del Carmen.
La propuesta que se construyó descartó el proyecto inicial, pero mantuvo la duplicidad volumétrica así como un lenguaje moderno y el concepto de monumentalidad en la fachada principal, aunque de una manera más modesta. A pesar de estas circunstancias, el proyecto construido se integra en el lugar de forma sencilla y discreta, albergando la parroquia del Carmen en uno de los barrios más densos de la ciudad por entonces. La obra se constituye no como el gran ejemplo de arquitectura religiosa del movimiento moderno en la ciudad, sino como una obra discreta y modesta que no renuncia al lenguaje más vanguardista, se sirve de él para integrarse en el tejido urbano con voluntad de permanencia.
Cuando no hay Plan B
El plan B es a veces, la única opción posible en arquitectura. Cuando el contexto se convierte en un escenario adverso, la posición del profesional se convierte en un proceso dirigido por la incertidumbre y el ingenio hasta encajar el proyecto en las restricciones y contexto del lugar. Y es que en ocasiones la realidad obliga a adaptar las ideas.
“Cuando las teorías y las técnicas basadas en la investigación son inaplicables, el profesional no puede alegar legítimamente ser un ‘experto’, sino tan sólo estar especialmente bien preparado para reflexionar y entrar en acción” Donald A. Schön. The reflective practitioner, 1983
Olvidar las primeras propuestas de un proyecto no significa descartar el concepto esencial que lo articuló, su lenguaje o su narrativa urbana, tan sólo implica sumergirse en el pensamiento arquitectónico individual que defina una crítica capaz de proporcionar una línea de trabajo dentro de la incertidumbre. Es en este punto donde el ingenio del arquitecto permite que su mano dibuje la solución que finalmente formará parte de la ciudad. Y es que quizás no existen opciones en una propuesta, sino un camino en el que el olvido, el trabajo y el ingenio profesional construyen de forma compleja y dura un proyecto.