En cierta ocasión el arquitecto Louis I. Kahn, habitualmente parco en palabras, dio un consejo bastante elocuente al, entonces estudiante de arquitectura, Carles Vallhonrat “la próxima vez que tengas una idea, trabaja sin ella”. Y es que a veces, las ideas vehementes contienen el riesgo de convertirse en dogmas que aprisionan al criterio y la razón. La transformación de las ideas es un proceso complejo y sometido a las circunstancias de la vida y su contexto. Y es que, las ideas como las miradas esperan un despiste o un descuido para mutar, como decía Bocaccio “No hay nada que Giotto no fuera capaz de retratar hasta engañar el sentido de la vista”. El lenguaje de las mutaciones es una realidad propia del pensamiento humano en el ejercicio de alguna actividad creativa o de un proceso de investigación. En un afán de constante mejora la perfección, como decía Mario Benedetti “es una pulida colección de errores”.
Trabajar con ideas, y con sus transformaciones inevitables es un proceso también, adaptativo en el que “todas las ideas, incluso las sagradas, deben adaptarse a nuevas realidades” (Salman Rushdie). En el desarrollo de un proyecto de arquitectura, la idea se configura como génesis y justificación de cualquier trazo, y consecuentemente sus transformaciones derivan en dibujos que terminan en la papelera, que se recuperan de esta, que se vuelven a trabajar, componer, deformar y ajustar hasta que alcanzan un equilibrio. En Galicia, la idea de proyecto es indisoluble del territorio, ya sea por integración u oposición, el lugar es el factor determinante en la génesis de la obra. Pero el trabajo sobre el proyecto sigue sobre la mesa, como un conjunto sin apariencia que el criterio del arquitecto comienza a ordenar a partir del conocimiento y la experiencia. La vocación de futuro y permanencia de la arquitectura obliga al uso de un lenguaje que consolide la relación de la obra con el territorio.
“Pero trabajar solo con el presente es una restricción que necesariamente llega acompañada por su propia dilatación. Como ocurre siempre, como si fuera la vida un constante inspirar y exhalar aire-esto es, rechazar y acoger- el propio tiempo se concentra en el presente y ensancha su campo de acción: cada vez más la arquitectura será un fenómeno más implicado con la vida-con los sentidos-que con las disciplinas y deberá acoger en su seno una cristalización del tiempo, la semilla de su variabilidad” Luis M. Mansilla, La sorprendente presencia de lo posible, 2005
La arquitectura que sabe leer el lugar
En Galicia el lenguaje de la arquitectura deriva del material en crudo y de su tecnología asociada. Pero no sólo el material controlado por el ser humano, sino también aquel que configura un conjunto de aspectos atmosféricos que son capaces de construir la cultura emocional de una sociedad. La piedra, la madera, el agua y el viento se constituyen como materiales capaces de crear una tecnología constructiva que, por repetición, tradición y memoria, termina consolidándose como lenguaje arquitectónico. Plantear el proyecto arquitectónico desde este enfoque crea un vértigo creativo en el que es necesario conciliar la tradición de una construcción cultural centenaria con las necesidades de la vida contemporánea y sus previsiones de futuro. La aparente esquizofrenia cronológica y los intentos constantes por coser ambas realidades a través de proyecto culminan con la introducción de un eslabón.
“La buena arquitectura es abierta, abierta a la vida, abierta para mejorar la libertad de cualquier persona, donde cualquiera puede hacer lo que necesita hacer” Anne Lacaton
Hay obras de arquitectura que parecen formar parte indisoluble del paisaje. Incluso aquellas que se perciben como algo sorprendente o vanguardista, si están proyectadas a partir de un pensamiento crítico, algo en ellas permite percibir esa pertenencia al lugar. El proyecto abierto, que reproduce la esencia del lugar, pero se envuelve del lenguaje y la morfología contemporánea, se adapta mediante el uso y el paso del tiempo, cicatrizando dentro del propio territorio como parte de él. La configuración del lugar que el ser humano adapta creando su hábitat, renueva de forma constante su atmósfera con cada nueva transformación. Como relataba Fernando Pessoa en su biografía, “el despertar de una ciudad sea entre niebla o de otro modo, resulta siempre una cosa más enternecedora que el rayar de la aurora sobre los campos”.
Los apartamentos del tenis
Los apartamentos del tenis, es un conjunto de viviendas proyectado por el arquitecto Carlos Meijide a principios de los setenta. Situados en Montrove, municipio de Oleiros, frente al Club de Tenis de A Coruña, el conjunto de viviendas se encuentra en un equilibrio honesto entre la vivienda tradicional y la vanguardia arquitectónica. Las diez viviendas que componen el conjunto se ordenan mediante una fragmentación que las define como módulos separados, al tiempo que un bloque continuo. La fragmentación del bloque sigue la leve pendiente de la parcela lo que contribuye a su integración en el entorno que, por otra parte, se encontraba condicionado por la presencia del Club de Tenis y la necesaria convivencia con este. Además, las condiciones de orientación e iluminación influyen sobre la posición de las viviendas, buscando las condiciones óptimas al tiempo que similares en cada uno de los módulos.
La volumetría de las viviendas es el resultado de los condicionantes del lugar, resultando en una edificación de pequeña altura que no afecte a la morfología del terreno y una disposición fragmentada y orientada idéntica a cualquier vivienda tradicional. Pero la estética de estas viviendas no es convencional como cabría esperar de parámetros tan arraigados al territorio, si no que presentan una imagen cercana a las últimas décadas del movimiento moderno español. Cada módulo de vivienda se puede entender como una obra individual, con tres plantas y cubierta a dos aguas. La planta baja alberga el acceso y garaje mientras que la vivienda se desarrolla en altura.
El programa de la vivienda incluye un salón, cocina, tres dormitorios, dos cuartos de baño, un dormitorio polivalente (ideado como dormitorio de servicio próximo a la cocina), garaje y almacén. La organización de la vivienda replica la esencia de la vivienda tradicional del rural gallego, incluso en la posición que cada uso ocupa con respecto al resto del volumen. La repetición de este módulo de forma constante crea, al igual que en un asentamiento tradicional, relaciones entre las diferentes viviendas en la planta baja. Así, el espacio público que rodea a las viviendas, dentro de su parcela, es un área comunitaria de relación. La zona de cocina y salón se prolonga en la parte posterior hacia la cona común, creando un doble espacio característico de la arquitectura tradicional como relata el arquitecto en la memoria, creando un retranqueo en la zona superior de dormitorios para iluminar cenitalmente el estar.
Pero la relectura de la arquitectura tradicional, no sólo se aplica en la organización del programa, sino también en la tecnología constructiva, ya que el conjunto está realizado con muros de carga que se refuerzan con elementos de hormigón armado. La carpintería se ejecuta en madera pintada mientras que la fachada se reviste con paneles prefabricados de aspecto pétreo. La morfología de la cubierta, a un agua se integra con la fachada a través de un lenguaje contemporáneo. La cubierta integra en un lateral la chimenea, y en el centro de los faldones lucernarios de grandes dimensiones. La disposición de las viviendas en hilera retranqueadas entre sí crea un ritmo entre las cubiertas similar al de un asentamiento rural. Además, en una mirada más detallada, el volumen de cada una de las viviendas se deforma mediante pequeños gestos y pliegues de la fachada que buscan mejorar la iluminación y las vistas.
Protegida por el Docomomo como patrimonio moderno contemporáneo, esta obra reconocible por su carpintería roja y su revestimiento pétreo, muestra también un conjunto de rasgos compositivos que su autor utilizaría en otras ocasiones, una investigación personal en la tipología residencial que también está presente en el Hábitat de Santa Cristina.
Un edificio tiene dos vidas
Las ideas a veces dibujan atmósferas dogmáticas, especialmente cuando estas parten de una cierta rigidez. El proyecto de arquitectura se convierte en una herramienta para escapar de forma crítica de los límites de ciertas realidades rígidas. Y es que como explica el arquitecto Rem Koolhaas “un edificio tiene dos vidas. La que imagina su creador y la vida que tiene, Y no siempre son iguales”. Las ideas abiertas crean espacios libres en los que el proyecto no está finalizado hasta que no se encuentra habitado. Aunque este planteamiento parezca una obviedad, sólo una buena obra de arquitectura es capaz de desarrollarse en simbiosis con sus habitantes. Y es que quizás no sea obvio, sino que es una percepción fundamentada en la tradición incluso cuando su imagen es moderna. Un pequeño equilibrio imperceptible que siempre está presente, encontrarlo solo es cuestión de tiempo.