El deseo es insumiso. Pero no reaccionario, sino que se acerca a una cierta liquidez diletante que impide, a veces, identificarlo con claridad. Otras, no sólo es nítido, sino que se convierte en una pulsión intensa capaz de arrollar obstáculos, que parece emerger desde entrañas desconocidas. Los filófosos Felix Guattari y Suely Rolkin proponían “denominar deseo a todas las formas de voluntad de vivir, de crear, de amar; a la voluntad de inventar otra sociedad, otra percepción del mundo, otros sistemas de valores.” (Micropolíticas. Cartografías del deseo, 2005). La conceptualización del deseo como una voluntad creadora lo convierte en un modo de construcción.
El arquitecto Eero Saarinen escribe en su libro ‘La Ciudad’ que la forma de un organismo vivo es la materialización y la expresión de su principio de vida. Sobre esta idea Cornelis Van Esteeren añadía “la aceptación de esa responsabilidad es la esencia de la cultura”. Y es que el deseo puede convertirse en una voluntad constructora del hábitat, pero implica también aceptar la responsabilidad de la intervención, y la lectura crítica de los efectos de sus y transformaciones. El riesgo que implica el desprendimiento de la responsabilidad sobre el hábitat, acerca la interpretación de la realidad a los límites de la irrealidad, y como en el verso de Mad World (Gary Jules) percibirse como sueños alegremente tristes: “the dreams in which I’m dying are the best I’ve ever had” (los sueños en los que me estoy muriendo son los mejores que he tenido). La construcción del territorio no puede estar basada en el negativo de un futuro postapocalítico, sino en los caminos del deseo, y la aceptación de una responsabilidad colectiva en la construcción del territorio de la que emana aquello que siempre se atesora como los valores positivos del hábitat: compartir, disfrutar, intercambiar, en definitiva, vivir.
“La casa es un refugio espacial que debe ser llenado con la exuberancia de la vida que aún tenemos que inventar” Frederik Kiesler. El azar y la casa sin fin, 1959
La vida quizás sea una invención, en su sentido más sincero, ya que cada acto vital consiste en una creación procedente del deseo, de una voluntad irrefrenable de materializar los principios de la vida. Un constructo que necesita hacerse real y mostrarse con una definición espacial. La construcción del hábitat requiere, como apunta Van Esteeren en sus lecciones “la búsqueda de la esencia y la influencia de las formas de aparecer, de manera que el dar forma pueda llevarse a cabo en una constante interacción entre investigación científica e intuición”. La investigación científica del arquitecto y su intuición provienen, en realidad, del mismo lugar, su biblioteca. Una en la que hay libros muy particulares que se acercan más a los que describía Umberto Eco que a los que simplemente contienen páginas llenas de textos: “los libros no están hechos para pensar, sino para ser sometido a investigación. […] Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir”. Y es que la biblioteca de un arquitecto no sólo está formada por libros físicos, sino por experiencias, fotografías, sensaciones, objetos que se colaron en la maleta de vuelta a casa, en definitiva, de pequeñas maquetas de muchas maneras de vivir. Conocimiento que se “descuelga del estante” como cantaba Leño (Maneras de vivir, 1981), para observar expectante desde los límites del tablero de dibujo cómo el arquitecto construye un proyecto entre miradas, análisis y crítica que se pueden leer en sus gestos a cada trazo. El silencio, en un estudio de arquitectura, sólo puede significar una cosa y es que la biblioteca está hablando.
El arquitecto construye el hábitat como mano capaz de dar forma a los deseos de la vida. Pero esta forma de hacer arquitectura es en realidad el resultado de una acción colectiva entre quienes habitan el territorio y proporcionan intuiciones certeras que se convertirán en trazos. Un pequeño canal de agua, una conversación con alguien que habita el lugar o tan sólo detenerse a observar cómo fluye el viento son pequeños apuntes que ya formarán parte de la biblioteca. El deseo latente en la acción de proyecto es una vibración intensa e incesante que acumula las diferentes maneras de vivir de aquellos que habitarán el lugar, pero también las pequeñas maquetas de conocimiento que posee el arquitecto. Aunque aparentemente alejados de una mirada técnica, el valor de la intuición del arquitecto se encuentra en la esencia de la construcción. La técnica como conjunto de procedimientos o destrezas, es una herramienta de expresión y supervivencia inherente al ser humano, al menos desde que decide crear un cobijo colocando un conjunto de ramas para guarecerse de la lluvia. El conocimiento, en arquitectura, no discurre por cuadrículas, sino por ramas capaces de enlazar saberes, ideas, técnicas, conceptos…si no fuese así, sería imposible que esta pudiese construir el espacio para la vida.
No todos los arquitectos dibujan igual
Y, sin embargo, no todos los arquitectos trabajan de la misma forma. No todos dibujan igual, ni tienen la misma biblioteca, ni miran el proyecto sobre el tablero de la misma forma. En Galicia, esta diversidad enfrenta al territorio con el deseo, interpelando con exigencia al arquitecto para que comprenda sus formas, sus dinámicas y su hábitat real. El arquitecto Manuel Gallego (1936) siempre ha comprendido con sensibilidad el territorio, leyéndolo y dibujándolo con su mismo lenguaje.
“El espacio habitado, es también lugar, como sitio donde uno se detiene, para ir construyendo su vida” (Manuel Gallego, 1992)
Autor de numerosas obras que ya forman parte de la identidad arquitectónica de Galicia como la vivienda unifamiliar en Corrubedo (1969-1970), el Mercado de Santa Lucía (A Coruña, 1979-1980), Casa de la cultura de Valdoviño (1981-1993), Museo de arte sacro (A Coruña, 1982-1985), Museo de Bellas Artes (A Coruña, 1988-1995), Edificios de investigación en el Campus Sur (Santiago, 1992-1997), Centro de Salud de Viveiro (1994-1996), Casa Consistorial de la Isla de Arousa (1994-1996), Casa do Presidente en Monte Pío (Santiago, 2002), o el Museo de las Peregrinaciones (Santiago, 2007), Manuel Gallego muestra a través de su obra una forma de hacer arquitectura que nace del lugar. A veces desapercibidas, sus obras parecen haber formado parte del territorio siempre, como preexistencias de una memoria soñada. Tan sólo estaban escondidas por la niebla de Galicia que suele levantarse a mediodía, como un truco de magia, mostrando un paisaje apabullante. La atención a la forma de habitar el paisaje gallego se expresa de manera excelente en la urbanización Pia de Maianca (Manuel Gallego, 1989-1991), una actuación de premisa compacta, que el arquitecto trabaja hasta convertirlo en algo flexible e integrado dentro de la tradición vernácula.
La urbanización Pia de Maianca se encuentra en Mera (Oleiros), fue proyectada y construida entre 1989 y 1991. Ubicada en una parcela de grandes dimensiones el conjunto alberga viviendas unifamiliares, un centro comunitario y una torre, un programa aparentemente simple que podría determinar un proyecto rígido e insulso, pero que a través del proyecto de Manuel Gallego adquiere una dimensión diferente. Este plantea el proyecto como un fragmento del hábitat, como una pequeña población, asentamientos que siempre han adquirido su lógica a través de la morfología de su espacio público. Uno de los primeros bocetos que el arquitecto dibuja sobre el concepto de proyecto representa una intención de crear espacios intersticiales, pero también zonas de encuentro, y pequeñas penetraciones de la naturaleza del lugar dentro del ámbito construido. Cuando el boceto llega a la parcela donde se desarrollará el proyecto, se produce un impacto, un instante donde la biblioteca ha enmudecido y el concepto del tablero de dibujo se enfrenta a la realidad del lugar. Pero si el arquitecto conoce el lenguaje del territorio y la cultura colectiva del lugar, ese impacto se transfigura en el papel del boceto posándose levemente como una sábana sobre una topografía que se vuelve plástica, líquida en ocasiones. Y tras una mirada detenida por unos segundos, es posible ver el deseo construido de forma fugaz, con una inercia que será capaz de resolver todos los pequeños encuentros y obstáculos que puedan aparecer. Parece fácil, pero no lo es.
“Los organismos viven, no como unidades separadas, sino colectivamente en uniones organizadas de una clase u otra. La adaptación se consigue indirectamente y con la ayuda de los organismos semejantes: la adaptación a la fase inorgánica del medio presupone la adaptación a la fase orgánica […] Esto es lo que se quiere decir con adaptación comunal y esto es lo que constituye el objeto especial de la ecología” Amos Hawley, Ecología Humana
Una urbanización contemporánea
En Pia de Maianca, el concepto organizativo de la urbanización se define de manera clara apoyándose en la estructura del espacio público de manera tradicional, es decir, generando calles, plazas, espacios intermedios y caminos sin una jerarquía rígida, al igual que sucede en cualquier asentamiento rural gallego. El trabajo de un proyecto de vivienda a través del espacio público radica en que paralelamente se van definiendo las viviendas de tal forma que todo el conjunto sea un organismo vivo. Hasta los detalles de escala más pequeña como ventanas o puertas se encontrarán atados a la presencia del espacio público, como sucede en la arquitectura vernácula. Pero al mismo tiempo, no se trata de un ejercicio de simulación de la arquitectura rural, sino de una obra de arquitectura contemporánea en la que la tecnología constructiva y el contexto social que articulará el programa de las viviendas, así como la concepción estética utilizan un lenguaje actual. La contemporaneidad actúa como catalizador entre el paralelismo del espacio público y las viviendas, creando porosidades y difuminados entre ambos hasta establecer una simbiosis orgánica.
La urbanización cuenta con seis bloques de viviendas unifamiliares, cada una de las cuales cuenta con jardín. La posición de las viviendas, así como su organización con respecto al bloque y entre sí, no es homogénea, sino que se adapta a la topografía disponiendo los jardines enfrentados o no, según requiera el lugar. El bloque situado en el centro y el situado al sur presentan los jardines enfrentados generando entre sí un camino de 2,50m que transcurre entre vegetación y garantiza la privacidad. Mientras que el resto de los bloques presentan una posición de la vivienda que busca conciliar con la diferencia de cota, de tal forma que los jardines se beneficien de la presencia de la naturaleza próxima. El tratamiento de la vegetación como elemento de proyecto en el límite entre el espacio público y privado, permite difuminar los límites y crear espacios dotados de domesticidad, creando una jerarquía propia.
Las viviendas presentan un volumen sencillo con cubierta a dos aguas que se transforman en la descomposición de volúmenes de la fachada que da al jardín. En dicha descomposición, las cubiertas se vuelven planas, y el lenguaje moderno transforma una aparente vivienda de trazado vernáculo en una obra contemporánea, en la que la libertad de trazo se lleva al límite de la paradoja circular ya que la adaptación de los volúmenes permite la inclusión de singularidades de muros curvos, fragmentaciones, saltos de cota o miradores que son gestos habituales de la construcción vernácula. Este cierre circular en la morfología del conjunto reitera la idoneidad del concepto inicial en que proyecto y territorio se construyen simultáneamente bajo una estética moderno que no olvida el contexto de la construcción vernácula del rural gallego.
Pero hay algo extraño. La arquitectura de ladrillo es poco común en Galicia, algo que responde a un conjunto de factores constructivos, tecnológicos y tradicionales. La elección de este material como envolvente del conjunto parece estar fuera de lugar y, sin embargo, encaja más que cualquier otro material. Apenas a unos cientos de metros, frente al mar hay una chimenea de ladrillo. Podría ser el testigo de cualquier industria, pero es la chimenea de un horno para la fabricación de teja y otras piezas cerámicas que se encontraba en el lugar (presente desde 1899, año inscrito en su parte superior). El ladrillo forma parte de la identidad del lugar, al igual que su vegetación o su topografía. La estructura de las viviendas se realiza en hormigón armado, mostrándose al exterior en la fachada posterior, en la descomposición volumétrica.
La pequeña escala
Descendiendo de escala, los grupos de viviendas son diferentes entre sí, aunque parten de una organización homogénea. La posición de las escaleras y especialmente la ruptura provocada por el núcleo del baño permite liberar de rigidez a la planta definiendo una distribución más flexible. La apertura de los huecos, un aspecto muy trabajado en el conjunto, reflexiona sobre la privacidad y las formas de mirar desde la vivienda. El hueco caracteriza la relación entre el espacio interior y el exterior, de tal forma que la pieza que se abre al exterior se ve influida por lo que tiene ante sí. Esta reflexión de aspecto obvio forma parte de los parámetros de proyecto. Algunas de las carpinterías llegan, de hecho, a convertirse en miradores que sobresalen del plano de fachada. La estrechez presupuestaría y la falta de tecnología del momento impidió que las carpinterías fuesen piezas más sofisticadas.
La relación de las viviendas con sus límites físicos: sus cierres o alineaciones resulta singular. El concepto del proyecto vuelve a marcar su morfología de tal manera que algunas esquinas se vuelven naturalmente curvas, y la altura de los muros se regula en función a los cambios de cota y la mirada. Los jardines se abren o cierran dando a pequeños caminos entre ellos que permiten un paseo amable por la urbanización. El conjunto se complementa con dos equipamientos, un centro comunitario (hoy biblioteca María José Trincado) y una torre de observación de pájaros (hoy con diferente función). La biblioteca se resuelve con un gesto igual de natural que la curvatura de algunas viviendas, con un semicírculo que invita a entrar en la urbanización, y crea bajo su cubierta una zona de cobijo que define el acceso. La torre de observación es una pieza que vincula la urbanización con el espacio natural circundante, la laguna, mostrando una cara cerámica y otra que es netamente moderna en su lenguaje compositivo, especialmente con la definición de los huecos rasgados, y en la presencia desnuda del hormigón armado. Ambos equipamientos ponen de manifiesto algo intuido en el recorrido tranquilo a través de la urbanización, y es la sensibilidad de cada trazo que trabaja cada detalle con cuidado y respeto mostrando una profunda responsabilidad en la construcción del hábitat y la integración en el territorio.
Tras un paseo por la urbanización Pia de Maianca, se pueden intuir algunas ideas de la biblioteca del arquitecto, algunos que tienen que ver con su formación, con su herencia genética o con sus primeras influencias, primero trabajando en el estudio del arquitecto Alejandro de la Sota y después una temporada en Noruega con Erling Viksiø. La mirada sensible y el trazo sabio son el resultado de una formación al margen de la academia, que nace de la propia biografía y de las inquietudes individuales de una personalidad curiosa e inquieta, una biblioteca enorme, siempre voluntariamente incompleta. Un proyecto así dibujado, construye un lugar que siempre estuvo allí, porque en cada trazo se esconden un millón de palabras que lo explican.
La crisis de los cincuenta
A cierta edad, algunos momentos sueltos hacen aparecer reflexiones que miran a la propia vida. Instantes que cuestionan y someten a crisis el deseo confrontándolo con la realidad. Frente a la cartografía del deseo (Guattari y Rolkin), el ser humano relata su propia biografía del deseo, perdida entre imágenes, emociones y razonamientos. El arquitecto Smiljan Radic (1965) realiza este ejercicio vital desde una perspectiva arquitectónica en su ensayo ‘Cada tanto aparece un perro que habla’:
“Existen lugares a los que no iré. Por flojera o por aburrimiento, por fatiga prematura. Pero también existen paisajes o edificios que debería haber visitado hace mucho tiempo. […] Hace un par de meses volví a comer a la restaurada casa de Té Boavista, en Matosinhos. De estudiante la visité sin dinero y mirando el mar desde los sillones. “Algún día volveré a comer” le dije al camarero, y veinticinco años más tarde, hace pocos meses, por fortuna volví para almorzar bajo esos aleros. […] Lo demás, por cansancio, se da por visto”
Hay lugares a los que hay que volver, hay arquitecturas que merece la pena visitar para experimentar ciertas emociones que sólo algunos espacios son capaces de provocar. Cualquier obra de Manuel Gallego pertenecería a esa lista, junto con otras tantas de algunos compañeros y de autores anónimos, porque pasear por ellas permite comprender la profesión del arquitecto y la identidad de Galicia. De nuevo, la mirada sensible y el trazo sabio, lo demás se da por visto.