El paso de Pablo Picasso por A Coruña es un hito destacable en la historia de la ciudad de la "torre de caramelo" que terminaría, además, por enamorar al padre del cubismo. No obstante, a pesar de que el propio artista llegó a afirmar que "A Coruña es el azul que siempre conservaré en mi retina", Picasso hizo frente en la ciudad herculina a uno de los momentos más dolorosos de su vida. Un punto de inflexión que, en el mes de enero de 1895, le llevaría a pactar con Dios que si escuchaba sus plegarias dejaría, para siempre, su paleta y sus pinceles.
La familia se había trasladado a Galicia tres años antes y, hasta aquel momento, la máxima preocupación del joven Picasso eran sus malos resultados académicos en el instituto Eusebio da Guarda y los vaivenes amorosos con su compañera de estudios, Ángeles Méndez Gil. Sin embargo, el 7 de enero de 1895 se disparaban las alarmas en la residencia de los Ruíz Picasso.
La difteria llama a la puerta de Payo Gómez
Después de la noche de Reyes, según recogen Rubén Ventureira y Elena Pardo en el libro ‘Picasso Azul y Blanco‘, la difteria llamaría a la puerta del número 14 de Payo Gómez. Conchita, la hermana menor del genio, se despertaba esa mañana con fiebre y tos.
Los padres de la joven lo achacarían a un simple resfriado hasta que la respiración de Conchita empezó a apagarse y tras ser reconocida por el prestigioso médico local, Pérez Costales, se confirmó el peor de los pronósticos: la más joven de la estirpe Ruíz Picasso agonizaba a causa de la difteria.
Costales, amigo estrecho de la familia, intentó por todos los medios que el instituto Pasteur le facilitase un suero experimental con el que poder salvar la vida de la joven. El tiempo jugaba en su contra y la medicina no llegaría a tiempo.
El juramento que pudo cambiarlo todo
Picasso, que llevó a cabo su primera exposición en la ciudad de A Coruña, pudo haber tomado una decisión que cambiaría el rumbo de la Historia del Arte para siempre. Según recogen biógrafos y determinan las memorias de su ex pareja Françoise Gilot, el pintor mantenía un vínculo especial con su hermana menor y esto motivaría que, en las últimas horas de Conchita, Picasso se pasara horas pintando con rabia y, en un intento desesperado por cambiar la situación, optaría por rezar.
En ese momento, Picasso pronunciaría el juramento con el que pudo cambiarlo todo. Si Dios salvaba a su hermana, entregaría la paleta y los pinceles y dejaría de pintar. El artista toparía, no obstante, de bruces con la realidad y Conchita fallecía finalmente dejando una profunda marca en el joven.
Responso por la muerte de Conchita
Después de proceder a la desinfección del piso de la residencia de los Picasso para evitar que otro miembro de la familia se contagiase y contrajese la enfermedad, el doctor Pérez Costales daba aviso al médico del distrito para trasladar a la pequeña Conchita al cementerio municipal.
A las 22:00 horas, la capilla del cementerio servía de escenario para despedir a la benjamina del clan. Los escasos recursos de la familia postergarían el enterramiento de la joven de siete años, del que hay constancia a través del Registro Municipal y de las necrológicas publicadas en prensa escrita.
Dos días después, Conchita recibía sepultura, aunque el punto exacto del cementerio en el que fue enterrada se desconoce. La falta de dinero de los Ruiz Picasso podría haber motivado la eliminación de todo signo del lugar de descanso de la pequeña musa del pintor al no haber podido hacer frente a la renovación del pago del mantenimiento de la cruz identificativa, según apuntan los expertos en la materia.
La noche del 10 de enero, Picasso pintaría una tablilla que, durante décadas estuvo catalogada por el Museu Picasso de Barcelona como Bautizo y que, tras el trabajo riguroso de Pardo y Ventureira, pasaría a denominarse como Responso por la muerte de Conchita en la catalogación oficial.
Cicatriz indeleble
Esta cicatriz que Picasso se hizo en A Coruña permanecería inalterable al paso del tiempo y le convertiría, según expresa la que fue pareja sentimental del artista, Françoise Gilot, en una persona supersticiosa y tremendamente respetuosa con la muerte.
En una ocasión, recogen las memorias de Gilot, Picasso le confesó que por la pintura sacrificaría a todo el mundo, incluso a si mismo. Esto puede ser debido a que, muchos años atrás, había intentado sacrificar la pintura por la vida de su hermana de manera infructuosa.
En abril de 1973 Picasso fallecía, en Francia, de un edema pulmonar. La respiración le fallaba, al igual que le había pasado a su pequeña hermana que, de forma involuntaria, forjó todo un mito de la pintura internacional en una trágica noche de enero en A Coruña .