El lenguaje arquitectónico de A Coruña suele definirse a través de su materialidad. "La ciudad de cristal" es un título no oficial que acompaña como subtítulo omnipresente al topónimo, junto con algunos otros que hacen referencia a sus símbolos identitarios. Casi de forma natural esos símbolos identitarios que originalmente eran monumentos incorporan la galería, un elemento arquitectónico de carácter popular, como un icono más. La galería y sus cristales brillantes dan un sobrenombre de tono arquitectónico, pero son también un elemento transversal.
Si se tratase de un organismo vivo, la galería sería objeto de estudio paranormal, ya que atraviesa el tiempo con facilidad, pero también conecta la construcción tradicional con la vanguardia tecnológica de la sostenibilidad contemporánea. Pero al igual que las pirámides no son obra de parientes lejanos de ET, la galería como elemento arquitectónico transversal es relevante en cuanto a sus principios morfológicos. La importancia de la galería la ha convertido en objeto de profundas investigaciones arquitectónicas que han culminado en diferentes reinterpretaciones a lo largo de las diversas etapas de la arquitectura contemporánea.
La galería es un elemento arquitectónico relevante para la arquitectura contemporánea en varios aspectos. Al margen de su origen histórico, atribuido a los castillo de popa de los galeones, la galería es una pieza que actúa a nivel espacial provocando una proyección del espacio interior al exterior y a nivel funcional como espacio exterior de conexión y apertura. Pero sus aspectos estéticos y sensoriales son los más relevantes. El carácter estético de la galería es un aspecto enormemente discutible que ha sufrido uno de esos recurrentes cambios de canon, que se suelen atribuir a aspectos más mundanos como la armonía en las proporciones del cuerpo humano.
Inicialmente la galería era una fachada trasera, orientada para garantizar su funcionamiento, sin pretensiones regaladas. Con el paso del tiempo, las cualidades estéticas de estas delicadas piezas fueron incorporando un valor representativo o simbólico, cuya concordancia con el lenguaje modernista veía reforzada la pretensión de ser algo más que la fachada de la calle de atrás.
El aspecto más transgresor de la galería como construcción que atraviesa el tiempo es su valor sensorial, resultado de una combinación de factores higrotérmicos con condiciones de iluminación natural. El espacio de la galería, combinado con la existencia de un muro al interior de gran masa, permite que el calor ‘cargue’ ese muro a través de la radiación. Tiempo después y debido a los cambios de temperatura interiores respecto a de la vivienda, el muro comenzará a desprender el calor, creando corrientes de convección que moverán las masas de aire interiores debido a las diferencias de densidad y presión.
De esta forma la galería garantiza la circulación del aire y la inercia térmica de una solución constructiva ligera que en apariencia no sería capaz de mantener el calor durante tanto tiempo, si no fuese por el mecanismo proporcionado por esta. Esta capacidad higrotérmica es uno de los aspectos hacia los que se acercan las investigaciones de viviendas pasivas y sostenibles, debido a que se trata del propio diseño arquitectónico el que proporciona el ahorro energético sin recurrir a ningún mecanismo automatizado, o complejos dispositivos electrónicos. De manera natural el espacio se regula, creando un ambiente, si la galería está bien construida y orientada, de un confort excelente sin artefactos protésicos.
La galería atraviesa el tiempo hacia adelante, semejando que la búsqueda actual tiene uno de sus fines en un pasado tradicional. Al igual que en Cordero asado de Roald Dahl, la búsqueda de la clave parece estar más cerca de lo que cabría imaginar:
"-Mi opinión es que tiene que estar aquí, en la casa.
-Probablemente bajo nuestras propias narices. ¿Qué piensas tú, Jack?
En la otra habitación, Mary Maloney empezó a reírse entre dientes."
Las nuevas formas de la galería
La reinterpretación de la galería en la arquitectura contemporánea coruñesa ha sido un aspecto latente. Muchos arquitectos han desarrollado propuestas que incorporan este elemento, que lo adaptan o lo referencian. De alguna u otra forma, la imagen de este icono arquitectónico se encuentra presente en muchas obras contemporáneas. Los arquitectos que han utilizado la galería incorporándola a su discurso arquitectónico, lo han realizado de maneras diversas y en ocasiones muy singulares.
Desde las grandes galerías que se pueden encontrar en los cantones firmadas por arquitectos como Ramón Vázquez Molezún o Andrés Fernández-Albalat, hasta otras más discretas, estos iconos de la ciudad siguen atravesando el tiempo para presentarse en cualquier tiempo, y en cualquier lugar de A Coruña. Una de las adaptaciones más curiosas de la galería como un lenguaje incrustado en la contemporaneidad arquitectónica es el edificio de viviendas del número 47 de la Calle Juan Flórez con la Calle Fernando González, de Carlos Meijide.
Carlos Meijide fue un arquitecto de gran talento cuya obra, realizada fundamentalmente en Galicia, es muestra de un camino de vanguardia y modernidad únicos, que comenzaba a desarrollarse en esta región. Entre sus obras destacan la torre trébol en A Coruña (1973), Casa de la Cultura de Monforte de Lemos (1962), Centro de Salud de Vilalba (1995), Escuela Gallega de la Administración Pública en Santiago de Compostela (1988) o Hábitat residencial Puente Pasaje (1975).
El número 47 de la Calle Juan Flórez
En 1970, Carlos Meijide proyecta y construye (1973) un edificio de 38 viviendas y locales comerciales en la Calle Juan Flórez, una obra que hoy en día revoluciona en cierta medida el escenario de esta calle tan característica de la ciudad en la que edificios modernistas o racionalistas conviven con obras de vanguardia como este edificio de viviendas o la Torre Galicia proyectada por Manolo Gallego. La obra, definida por la propia memoria de proyecto "trata de encontrar una respuesta arquitectónica para la esquina teniendo presente, de alguna manera, la secuencia de hormigón y vidrio del edificio colindante, y también lo arquitectura coruñesa tradicional". Una obra que concilia su lugar en la ciudad con su lugar en el tiempo.
La parcela presentaba una forma irregular y en ella se requería la construcción del máximo número de viviendas con una media de 100 o 125 m2 (unos 4 dormitorios incluyendo el de servicio), por ello, como señala el arquitecto en la memoria, fue necesario organizar la distribución en torno a un patio y dos núcleos de comunicaciones verticales que incluían ascensor y escalera. Las viviendas proyectadas responden a un modelo tradicional para la época, incluyendo entrada principal y entrada de servicio, así como un dormitorio para servicio doméstico interno, cocina y oficio separados: manierismos distributivos propios de entonces, que Meijide organiza de forma excepcional. Sin embargo, no es su fantástica organización interior lo que resulta relevante de esta obra, sino su singular fachada y su relación con la trama urbana.
La fachada reinterpreta la galería transformándola en mirador, para de esta forma armonizar su presencia con el entorno urbano en que se construye. Este mirador permite una mayor entrada de luz natural y la proyección del interior de la vivienda hacia el exterior, lo que garantiza una mayor fluidez espacial y una atmósfera equilibrada, sana, y en contacto con su entorno. Esta pieza, es un mecanismo dual para garantizar la privacidad y al mismo tiempo el contacto libre con el exterior, a través de una especial relación con la luz natural. Este último, un aspecto realmente relevante en A Coruña debido a su clima.
El aspecto exterior, desde la distancia, es el de un volumen compacto e íntegro. Pero, tras una segunda mirada detenida en los detalles, el conjunto de rasgos introduce un ligero matiz. El edificio de viviendas, que bien podría ser adjetivado como brutalista, es en realizar una reinterpretación de la tradición a través de la modernidad. No se trata de un bloque compacto, duro y opaco, sino de una fachada tallada y perforada. Al igual que, al contemplar una obra del genial Fernando Higueras, a medida que pasan los minutos el carácter compacto se va descomponiendo hasta demostrar que hay un espacio abierto y fluido tras la aparente masividad del hormigón armado. La materialidad del hormigón permitía unificar estructura y cerramiento, aspecto no perceptible en la actualidad, ya que recientemente se ha revestido con paneles prefabricados de materiales compuestos, eliminado la pátina del tiempo.
Un breve epílogo
Más allá de este edificio de viviendas destaca la obra de este arquitecto brillante, del que sus compañeros decían que "Carlos Meijide destacaba por su fina inteligencia, su humor y su gran capacidad organizativa. Pero sobre todo imponía su calor humano, su cordialidad y simpatía que le hacían centro de atracción del círculo donde estuviese" (Manolo Gallego). Y es que en ocasiones la obra y los proyectos son resultado no sólo del contexto urbano o social, sino de la propia circunstancia auto-formativa y natural del arquitecto.
En este caso, el conjunto de su obra guarda una forma de hacer arquitectura personal pero no ajena a la ciudad. El número 47 de Juan Flórez es sólo una obra más de este arquitecto, pero es una muestra de naturalidad en el trazo y conocimiento arquitectónico transversal. Y es que, en ocasiones, las obras arquitectónicas que componen las fachadas más mundanas de la ciudad esconden en realidad obras de calidad excepcional sólo al mirarlas con cierto detenimiento. Matices urbanos, y de nuevo cristales en la arquitectura de la ciudad como metáfora y realidad de la mirada del interior de la casa hacia fuera. La libertad fluida del espacio y el cristal como ausencia de límite, argumentos de una identidad urbana tan intensa que es meritoria de un apodo onírico como la Ciudad de Cristal.