El filósofo francés Henri Lefebvre define el término ‘sociedad urbana’, un concepto de aparente comprensión sencilla, pero que es en realidad víctima de un costumbrismo lingüístico que ha llevado a su disolución. La confusión terminológica esconde tras de sí la mezcla de muchas ideologías aplicadas al urbanismo como el organicismo, el continuismo o el evolucionismo. La sociedad urbana es una realidad palpable que hace referencia a una tendencia, orientación o virtualidad, es decir, un término a medio camino entre la realidad de la ciudad percibida y la teoría política que se materializa en forma de propuestas urbanas.
El conjunto de estos análisis urbanos llevó a Lefebvre a formular el ‘derecho a la ciudad’, como la vertiente analítica de las diferentes propuestas políticas que en tiempos de cambios estructurales profundos, derivados de la revolución industrial, la modernización de los sistemas económicos o la autoafirmación de las identidades territoriales que provocaba, a menudo, conflictos bélicos. Centrado en la crítica a la vida cotidiana, la formulación del espacio y el estudio del capitalismo, buscaba dar respuestas las preguntas de los pensadores como Marx, Hegel o Nietzsche. El pensamiento de Lefebvre puede servir como estrategia de análisis independientemente de la época en la que se contextualice, sin embargo, hay acontecimientos que transforman la ciudad y en los que éste se vuelve más interesante.
A lo largo del siglo XIX, las ciudades sufren una profunda transformación derivada de la progresiva industrialización que provoca dos efectos fundamentales: necesidad de vivienda higiénica y terreno para establecer instalaciones industriales. Las teorías higienistas del siglo XVIII habían construido muchas de sus ideas, y en la ciudad del siglo XIX aquellas vanguardistas actuaciones permitían a la ciudad crecer y a sus ciudadanos disfrutar de mayor calidad de vida. Una de las principales herramientas urbanísticas que se desarrollan a lo largo del siglo XIX es el ‘plan de ensanche’.
Estos planes definen una forma organizada de crecimiento del tejido urbano que garantice unos mínimos higiénicos. Si bien los primeros fueron diseñados por ingenieros militares, como el de Ferrol, Cartagena o Águilas, con un carácter estrictamente funcional, los posteriores incorporan aspectos necesarios para una calidad de vida adecuada:zonas verdes, soleamiento mínimo, ancho mínimo de calles, saneamiento, espacio público y equipamientos. En este sentido el Plan de Ensanche de Barcelona de Ildefonso Cerdá, es uno de los más paradigmáticos (1859). Todas las ciudades incorporan ese tipo de planes que, antes o después, terminan transformando la morfología urbana, convirtiéndose en un apéndice urbano que acaba por constituir la ciudad conocida.
Pero, frente a las herramientas del planeamiento urbanístico se confronta la realidad, pequeños acontecimientos urbanos en los que la homogeneidad de la escala urbana no permite resolver. Aquí operan otras estrategias. Formas de hacer o recurrencias habituales que tienen su raíz en la construcción de grandes urbes occidentales, es el caso de actuaciones de ocupación y sventramento. En la etapa definida como Roma papal (s XV-XVI), la ciudad italiana es sometida a los planes de renovación urbana del papa Sixto V (1521-1590), pero aparecen pequeños problemas que dan lugar a propuestas de corte (sventramento) o expropiación de edificaciones abandonadas (ocupación). Esta problemática no era, por lo tanto, algo nuevo.
La estrategia urbana del ensanche coruñés
En A Coruña se producen varios planes de ensanche progresivos entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. El primer ensanche se traza durante los primeros años del sigo XX, sin embargo esta propuesta aunque coherente con las necesidades de modernización y desarrollo de la ciudad, no es suficiente. Se precisa un segundo ensanche, que defina otro tipo de vivienda especialmente la que se destina a segmentos de población trabajadora, cuya capacidad económica era menor. La escala de las actuaciones urbanas es la del barrio, varias hectáreas, e implicaba la definición de trazados de saneamiento, equipamientos, etc… sin embargo, esta narrativa se centra en los pequeños detalles que provocan las intervenciones a gran escala, especialmente cuando hay una experiencia previa, como el primer ensanche.
En el segundo ensanche de A Coruña hay dos puntos singulares que permiten entender mejor cómo funcionan estas intervenciones urbanas. El segundo ensanche fue proyectado por Pedro Mariño (arquitecto municipal) en 1906 junto con el ingeniero Emilio Pan. La aprobación de este proyecto fue obtenida en 1910, permitiendo la continuación de las obras del primer ensanche, cuyo trazado era muy similar, aunque operaba con mayor complejidad ya que debía organizar varias zonas entonces periféricas: Estación de ferrocarril, Santa Lucía-primer ensanche, Estación-Santa Lucía, Riazor y alrededores de Riazor.
Este segundo ensanche de la ciudad es muy complejo y desestructurado, ya que se trata de organizar un tejido en el que había construcciones existentes y que no definen un área acotada por límites físicos. Las preexistencias suponen un problema en tanto en cuanto se oponen a los trazados que se han de adaptar en algunos puntos, por otra parte existen una serie de morfologías naturales preexistentes que el ensanche trata con homogeneidad. En el área de Riazor, se producen dos puntos paradigmáticos que definen esta problemática y contraste de escala.
Bloqueo en la calle Alfredo Vicenti
La actual calle Alfredo Vicenti es resultado del trazado del segundo ensanche. El encuentro de esta calle con la avenida de Finisterre no es ortogonal, ya que el ‘camino’ dirección a Fisterra era una traza respetada por el proyecto. Sin embargo, es precisamente la relevancia de ese ‘camino’ la que hace que se construyan edificios de vivienda a ambos lados de la calle. Como resultado de esta circunstancia, al dibujar el ensanche, la calle Alfredo Vicenti no puede conectarse con la avenida de Finisterre ya que aún quedaba en pie una casa en medio de la calle.
El proceso de trazado de esta calle es por lo tanto un ‘sventramento‘ es decir, un corte necesario en la trama urbana para conectar a través de una vía varios puntos. Esta es una herramienta de intervención urbana común de la Roma papal (sXV-XVI), en la que la necesidad de conectar algunos nodos (habitualmente basílicas de peregrinación) obligaba a cortes contundentes con independencia de la topografía (esta se resolvería de manera específica en cada caso). Los ‘sventramentos‘ son actuaciones puntuales, de apariencia agresiva en el momento en que se toma la decisión de realizar el corte y consecuentemente la demolición, ya que en muchos casos implica el derribo de edificaciones con algún valor patrimonial. Pero son también actuaciones que desde la perspectiva de la gran escala organizan el funcionamiento e la ciudad, especialmente el espacio público.
El planeamiento urbanístico requiere de pequeños trabajos de adaptación a pesar de que su escala esté asociada siempre a grandes extensiones. El conjunto del proyecto urbano funciona porque se produce una relación sinóptica que atraviesa todas las escalas. El correcto funcionamiento, natural y orgánico de la construcción de un área de ciudad es el resultado de la combinación armónica entre las diferentes escalas y morfologías, que permite que la ‘sociedad urbana’ interiorice la nueva estructura de la ciudad a su hábitat.
Viviendas en la plaza de toros
Hay proyectos disparatados y otros coherentes cuando se adopta una perspectiva lejana sobre el plano de la ciudad. De nuevo el paradigma se encuentra en la Roma papal, concretamente en la comparativa entre dos icónicos edificios, cuya experiencia puede ser trasladable a una de las pequeñas intervenciones del segundo ensanche en A Coruña. En Roma el Coliseo (72-80 d. C.) y el Teatro de Marcelo (13 a. C.-11 a. C.) cercanos en su fecha de construcción, fueron lugares de ocio para la sociedad romana, pero con la caída del Imperio estas grandes estructuras se quedaron vacías y se abandonaron a la decadencia por la falta de mantenimiento y uso. Aún en ruina, varios siglos después, las estructuras resistían, por ello el Papa Sixto V ve una oportunidad en la reutilización de ellas.
El Teatro de Marcelo había sido ocupado y habitado, siguiendo los muros perpendiculares de apoyo del graderío se había realizado un reparto de la estructura que poco a poco los ciudadanos romanos habían ido habitando. Cuando aquella ocupación comenzó Roma había diezmado su población y vivir en esta estructura era vivir en un área lejana e insegura, pero funcionaba. Por esta razón, el cercano Coliseo (quizás no tanto en tiempos de Sixto V) era susceptible de ser adaptado. Una cooperativa lanera, con el espacio de trabajo en la arena central y las viviendas ocupando las estructuras del graderío fue la idea para reutilizar esta ruina imperial.
El plan del Coliseo no funcionó, la ruina se mantuvo tal y como era, mientras que el Teatro de Marcelo se encuentra habitado en la actualidad. Este tipo de operaciones no es única en Roma, aunque sí paradigmática por su escala y significado. En A Coruña el proceso de derribo de la Plaza de Toros, muy próxima a la plaza de Pontevedra e inmediata a la Avenida Finisterre, presenta algunas similitudes.
Durante el proceso de construcción del segundo ensanche el derribo de la plaza se hizo necesario, ya que se trataba de una estructura obsoleta y en estado ruinoso que no podía albergar ya más eventos. La plaza comenzó a derribarse poco a poco, pero estaba ocupada. Algunas familias habían ocupado la estructura de la plaza, incluso avanzando hacia la parte posterior con una zona de huerta y patio, ya que no existía trazado posterior de la calle. Estas viviendas desaparecieron durante el progresivo avance de la construcción del ensanche en el que la preexistencia de la plaza provocó una unión compleja entre las calles que convergen hacia la avenida de Finisterre.
Los planes que siguieron a los crecimientos a través de ensanches tuvieron na voluntad de homogeneidad general, como el Plan de ordenación integral de 1940 o el Plan para Desarrollo y Expansión de la Ciudad de 1945 (popularmente conocido como el Plan Cort y que se suspendió debido a multitud de dificultades, aunque fue referente urbano durante muchos años). El plan de 1948 continuará la progresiva ordenación, de forma global, de las áreas consolidadas de la ciudad.
El tejido urbano se transforma a través del tiempo. Con menor o peor fortuna, las ciudades se convierten en hábitat ciudadano, porque la sociedad urbana que definía Lefebvre es la que termina por acomodarse a este soporte necesario para la vida. La morfología urbana es diversa y compleja, y aunque como decía el arquitecto Bernard Rudofsky existe un preferencia por el urbanismo espontáneo, el higienismo y las necesidades de crecimiento urbanas llevan a la planificación estructurada. Son quizás las pequeñas actuaciones sobre el tejido como el sventramento y la ocupación o adaptación de monumentos que permiten el ‘derecho a la ciudad’ de la ‘sociedad urbana’.