Compostura
En una letra de Sabina afirma que no hay que querer volver a los lugares felices… Yo siempre digo que en eso se equivoca el maestro
6 octubre, 2023 05:00Mi abuela Marita era una mujer pequeña de altura pero que, a fuerza de convencerse, se crecía ante las adversidades. A veces incluso hasta rozar lo gélido de no permitir que tus emociones se apoderen por un momento de ti, un ejercicio sanísimo en la dosis precisa. Fue una de esas mujeres criadas en los años 20 y 30 del siglo pasado que padeció las miserias de una época en la que todo lo que una deseara quedaba en un plano casi imperceptible.
Recuerdo que ella, Marita, no te dejaba ni entonar un inocente “jolín” y cuando hacías una pequeña mueca de enfado o desacuerdo pronunciaba una palabra, una sola: compostura. Y esas cuatro sílabas se me han venido a la cabeza de forma recurrente en estos últimos años, meses y semanas. Compostura. Qué forma más bonita y elegante de decir “aguanta lo que toque, querida”.
Si ustedes me permiten hoy voy a hablar de mi padre, un señor de 67 años que acaba de ser operado por una lesión y que tiene muchas ganas de recuperar parte de esa rutina perdida por un tiempo. Seguro que sin demasiada explicación cualquiera comprende la alegría de una hija al ver mejoría en la salud de su progenitor, el cual, en este caso, es un personaje muy querido y apreciado por el público gallego que cada noche de viernes desde el año 1992 elige su compañía a través del televisor. El sentimiento sería el mismo si mi padre fuese charcutero o profesor de gimnasia, pero el mío presenta programas.
Las que tenemos la suerte de tener un padre maravilloso ya conocemos al hombre de nuestra vida y cuando esto sucede tendemos a pensar que es imposible que ese ser padezca, sufra y se haga mayor.
Les prometo que yo así lo creía hasta que hace unos cinco años comprobé que mi padre tenía dolor al levantarse de una silla. Después de eso también descubrí que pasaba noches sin dormir, que visitaba diferentes médicos y que le diagnosticaban. Nada grave, por fortuna, que dicho sea de paso, ojalá todas la operaciones que tengan que sufrir en su vida sean de cadera y con una recuperación como esta.
Xosé Ramón Gayoso vuelve esta noche a presentar Luar, después de unas cuantas semanas de baja médica. Lo hace tras ser intervenido para colocarle una prótesis de cadera que le hará entrar en el Plató 1000 de Montouto pisando con fuerza e ilusión, los dos requisitos con los que uno tiene que subirse a un escenario. Pero también con mucho respeto y nervios, porque sí, Gayoso siente un desacougo tremendo que comienza la noche del jueve y que no se va hasta que el sábado de madrugada cuando salen los créditos del programa, esas palabrejas en las que se leen los agradecimientos, el nombre de las personas del gran equipo que añade cada ingrediente al plato del menú del viernes.
Se pone nervioso porque allí arriba coge de la mano al niño de la calle Cartuchos que tocaba la bandurria, al joven que por el día recorría los juzgados y por la noche cantaba por locales de Madrid. Al marido, al hijo, al padre. Al coleccionista de cajas de música que quiso ser abogado de Televisión de Galicia.
Luar es ya (además de un programa que la gente ve “haciendo zapping”, nótese la ironía) de forma incuestionable, un icono de la cultura popular gallega y así lo acreditan las más de tres décadas en emisión mezclando nuestra tradición, el folclore, el humor y la música popular con las novedades del panorama nacional. Cantera y hogar de talento, sin más pretensión que cumplir con el compromiso de entretener a quien decida tomar asiento. Eso es el universo luareiro para todas y todos los espectadores, únicos dueños de la decisión de pulsar un botón y ser infiel al espacio, exentos de cualquier tipo de culpa.
Para un importante número de personas es, además, un espacio amplio de nuestras vidas personales. Entenderán que esto de ver como un padre hace siempre lo mismo los viernes por la noche treinta y dos años, marca. Pero deja una huella mucho más profunda eso de verlo feliz en su trabajo, por mucho que las condiciones no siempre sean las más favorables o haya que luchar con miserias que poco tienen que ver con su profesionalidad.
Decía al comienzo que he pensado mucho en los últimos tiempos en la palabra susurrada tantas veces por la abuela. Lo he hecho cada vez que al observarte en los ensayos, veía como arrastrabas la pierna cojeando, pero sin perder jamás esa sonrisa tan característica que tienes y que me has dejado en herencia, como tantos otros rasgos de mi físico. También, al otro lado del teléfono, cuando la falta de descanso era totalmente perceptible en tu voz pero simplemente te limitabas a decir que ahí estabas, tirando (nunca mejor dicho). Y también has guardado la compostura en otros muchos momentos donde ha tocado acompañar en esos capítulos finales de la vida a los mayores de nuestra familia, recorriendo ese camino con la tristeza propia pero agradecido por la fortuna que supuso hacerlo.
Hoy vuelves a presentar Luar y lo haces cargado de emoción y agradecimiento por los centenares de muestras de afecto que has recibido durante tu ausencia. Valgan estas palabras para entonar en mi nombre y el de tu Lola, mi madre, nuestra inmensa gratitud hacia todas esas personas que nos han transmitido tanto cariño estas semanas. No se engañen, al final lo único que buscamos todos es que nos quieran pero todavía se ensancha el corazón más sabiendo cuánto quiere la gente a la persona más importante de tu vida.
Una vecina del barrio me dijo hace unos días “Es que tu padre es un poco de todos” y no dejo de sentir que hay algo de cierto en esa frase. Cómo no vas a ser un poco de tanta gente que te quiere.
Así que lo dicho, hoy, cuando estés haciendo el nudo de la corbata frente al espejo de tu camerino, mira de frente y piensa que aunque un mar de emociones te abrace, la compostura de la abuela siempre estará recordándote cómo tienes que recorrer el camino.
El papel más importante de tu vida lo bordas, papá, todo lo demás es oficio y como sigues teniendo ganas de aprender, no tienes de qué preocuparte.