Poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill decía que "en la guerra, la verdad debe ir acompañada por una escolta de mentiras”, una máxima que el Ejército británico en el norte de África decidió poner en práctica creando una unidad de contraespionaje con la que confundir al enemigo.
Para ello se reclutó a un mago, Jasper Maskelyne, quien formó una singular unidad conocida como “La Cuadrilla Mágica” que ocultó más de 200 tanques con salsa Worcestershire y estiércol de camello, disfrazó cientos de blindados con estructuras de madera e incluso llegó a ocultar de los nazis el puerto de Alejandría y el Canal de Suez.
Tras su paso por el norte de África, la “Cuadrilla” realizó su truco final: crear un ejército fantasma para engañar al Mariscal Rommel creando un ejército virtual con globos en forma de tanques, camiones disfrazados de blindados, tropas de cartón, aviones de papel, transmisiones de radio ficticias y hasta depósitos de agua y oleoductos falsos. Y funcionó.
Siglos antes de aquel engaño, un intrépido almirante decidió engañar al gran enemigo del Imperio español en el Mediterráneo “disfrazando” sus galeras para bombardear la guarida del lobo, la capital del Imperio Otomano: Estambul. Aunque hoy ya nadie lo recuerda, aquel truco quedaría para siempre grabado en la historia.
El origen de un linaje
En el año 1282, Pedro III de Aragón era coronado en Palermo Rey de Nápoles tras expulsar al francés Carlos de Anjou (Carlos I) del trono. La conquista de Nápoles dio inicio a grandes linajes ligados a la Corona de Aragón, entre ellos el de una pequeña familia nacida de un hijo ilegítimo de Pedro III que terminaría llevando el apellido real y que con el paso de los años acabaría formando una de los castas más antiguas del reino: los Aragón.
Poco a poco este linaje fue aumentando su importancia para la monarquía hispánica destacando entre todos Carlos de Aragón Taglivia, quien desempeñó diversos cargos al servicio del imperio durante el reinado Felipe II. Fue consejero de Estado, gran condestable y presidente del reino de Sicilia, embajador, virrey de Cataluña y gobernador del Milanesado, lo que le valió para recibir títulos como el de duque de Terranova, príncipe de Castelvetrano, conde del Borguetto y caballero de la Orden del Toisón de Oro.
Pero fue su hijo quien llevó a cabo la hazaña que hoy contamos. Octavio de Aragón nació en el año 1565 y fue formado para la carrera militar, ya que no podía heredar los títulos de su padre al no ser el primogénito. Fue destinado a Flandes, Lombardía o París, pero él prefería el servicio en el mar, por lo que fue reasignado bajo el mando del virrey de Nápoles y Sicilia, Pedro Tellez Girón y Velasco, Gran duque de Osuna.
La flota del duque llevaba años batiéndose en el Mediterráneo con la poderosa armada otomana. La batalla de Lepanto había frenado el avance y las aspiraciones de los turcos, pero su agresividad continuaba intacta, lo que impedía la navegación comercial de manera segura.
Octavio recibió el mando de una pequeña flotilla de seis galeras de guerra con las que rápidamente obtuvo varias intrépidas victorias. Su comprobada audacia, valentía e inteligencia le valieron para convertirse en el elegido para poner en práctica el plan que el virrey llevaba tiempo planeando como colofón a las victorias que estaba logrando frente a los turcos.
La guarida del lobo
En otoño de 1616, el invierno se echaba encima y era tradición que las galeras pasaran esa estación en puerto, ya que el mar agitado hacía poco prácticos en combate a estos barcos, pero el Gran duque quería aprovechar su racha de victorias para lograr una última hazaña. Para ello dio a Octavio el mando de nueve galeras de guerra para que atacara, en la medida de lo posible, las costas turcas.
El almirante se tomó las órdenes al pie de la letra y, debido a su ambigüedad, se le ocurrió aprovecharlas para dar un golpe que nadie esperaba al imperio otomano: atacar su capital, Constantinopla (Estambul).
Octavio dio orden de reorganizar y camuflar sus nueve galeras como las del sultán, obligó a sus hombres a vestirse como los otomanos y partió rumbo al corazón de su imperio, a la guarida del lobo, a donde llegaron la madrugada del 16 de octubre, sin ser detectados.
El almirante dio orden a sus galeras de posicionarse para el ataque y comenzaron un bombardeo continuo sobre los fuertes defensivos costeros y la ciudad de Estambul. Los daños no debieron ser de gran importancia, pero ese no era su objetivo. Octavio buscaba demostrar que podían hacerlo y que el poder del virrey y del imperio español llegaba hasta allí, a las mismas puertas del sultán.
Una huida de película
Tras la sorpresa, la armada otomana bloqueó el estrecho de los Dardanelos para evitar la huida del enemigo, pero Octavio ya había decidido cómo iba a escabullirse: embestirían durante la noche a las galeras turcas que se encontrasen a su paso, para ello habían reforzado previamente sus propios barcos, para que no pudiesen reaccionar.
Las galeras españolas apagaron todas sus luces tomando por sorpresa a sus enemigos y hundiendo a varios de sus barcos durante la huida. Una vez superado el bloqueo, Octavio ordenó que la galera capitana española se iluminara completamente, dirigiendo la persecución de los sorprendidos turcos hacia ella, mientras el resto de la flota huía.
Tras varias horas haciendo de señuelo, logró dejar atrás a sus perseguidores y se unió con el resto de su escuadra al mediodía siguiente. Los turcos, creyendo que huirían a Sicilia, enviaron a todos sus barcos en persecución, pero las intenciones de Octavio eran otras. En lugar de volver a su base se dirigió hacia Alejandría donde apresó a 10 barcos otomanos y se hizo con un botín de más de un millón y medio de escudos, una auténtica fortuna.
Sin más incidencias, la flota al completo logró regresar a su base en Nápoles para pasar el invierno. Los turcos no se tomaron muy bien la ofensa, por lo que, ante su imposibilidad para hacer algo similar, decidieron encarcelar a varios religiosos cristianos.
Pero a pesar de esta increíble gesta y de otras asombrosas hazañas, Octavio de Aragón acabó cayendo en desgracia. Hay que tener en cuenta que era general de las Galeras de Nápoles y Sicilia, general de la Caballería, capitán de tropas, caballero de la Real y Militar Orden de Santiago y, por si esto fuera poco, descendiente de un Grande de España. Todo esto, sumado a su fuerte personalidad, le causó grandes problemas en la relación con su superior, el Gran duque de Osuna. Fallecía olvidado, despreciado y repudiado a principios del año 1623.