Tenía sólo 53 años cuando la muerte alcanzó a la reina Isabel I de Castilla, Isabel la Católica, el 26 de noviembre de 1504. Mientras el pueblo, unido en la oración, rogaba por la salud de su reina, la propia Isabel, consciente de su final, pidió que no rezaran más por la curación de su cuerpo, sino por la de su alma. Días antes de su muerte, la reina ordenó que se añadieran a su testamento varias disposiciones que le preocupaban profundamente.
Por un lado, encargaba y ordenaba a su marido y sus sucesores cuidar de los indígenas del Nuevo Mundo. En esa disposición ordenaba emplear toda la diligencia para no consentir ni dar lugar a que los naturales y moradores de las Indias y Tierra Firme recibieran agravio alguno en sus personas y bienes, sino que fueran bien y justamente tratados.
Por otro, debido a que los monarcas castellanos se consideraban los legítimos herederos del norte de África, una región que había pertenecido a la Hispania romana, Isabel pidió en su testamento tanto a su marido como a su hija que no cesaran en su conquista de África, algo que no hicieron, aunque sí consiguieron ocupar algunas plazas costeras que tuvieron que abandonar progresivamente.
Una de aquellas plazas era Orán, una ciudad fortificada que se había convertido en un nido de piratas y corsarios berberiscos. Cuando se conocieron las disposiciones de la reina, Francisco Jiménez de Cisneros, más conocido como el Cardenal Cisneros, se propuso cumplir el deseo de Isabel llamando a una Cruzada que tuvo que financiar de su propio bolsillo y que descubrió al mundo su faceta de estratega militar al tomar la ciudad en menos de dos horas.
Cisneros, hombre de Estado
Francisco Jiménez de Cisneros era cardenal franciscano, arzobispo de Toledo y primado de España, tercer inquisidor general de Castilla y político, además de confesor de Isabel la Católica. Su importancia para España quizá nunca ha sido del todo valorada por la historia, ya que su intervención sostuvo el Reino de Castilla con una eficacia incuestionable en uno de los peores momentos de este reino.
En 1506 fallecía Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, su madre, cayó en una profunda y lógica depresión que la imposibilitaba para los asuntos de gobierno. La hija de los Reyes Católicos no podía gobernar, provocando que el reino entrara en un periodo de caos y desgobierno que, de no ser por la destreza de Cisneros, habría cambiado la historia de nuestro país.
Tras la muerte de Isabel, Cisneros se propuso cumplir la voluntad de su reina de conquistar África y, con el beneplácito del rey Fernando, comenzó a idear un plan para tomar algunas plazas fuertes desde las que iniciar su particular Cruzada. El problema era que el rey no iba a soltar ni un maravedí para financiarlo, alegando que el reino no tenía dinero. Cisneros estaba tan seguro de su misión que accedió a financiar de su bolsillo los gastos asegurándose de que, en caso de victoria, le fueran devueltos.
Ante su insistencia, Fernando le dio plenos poderes, formó un ejército y puso al frente a Pedro Navarro, un veterano de las campañas de Italia, partiendo de Málaga el 11 de septiembre de 1505. Su primer objetivo fue Mazalquivir, al norte de Argelia, plaza que conquistaron fácilmente. Los espías musulmanes informaron a la ciudad de la llegada de la flota invasora y concentraron sus fuerzas para hacerle frente, pero los españoles se retrasaron tanto que los defensores creyeron que finalmente se dirigían a otro destino y se dispersaron.
Tras dos días de asedio, Cisneros se hizo con la ciudad, un puerto clave para avanzar con sus planes de conquista, y comenzó los preparativos para la conquista de Orán, al noroeste de Argelia. El 11 de agosto de 1508, el rey y el franciscano firmaban el documento que nombraba a Cisneros capitán general de la expedición, a Pedro Navarro como su capitán y las condiciones del reembolso del dinero que el religioso prestaba a la Corona para financiarla.
Asalto a Orán
En la primavera de 1509 se reunía en Cartagena una flota de 90 barcos que transportarían un ejército compuesto por 20.000 hombres. La armada puso rumbo a Mazalquivir, donde las tropas desembarcaron e iniciaron la marcha hacia la ciudad de Orán, una de las principales ciudades del reino de Tremecén, una plaza bien defendida y con gruesos muros a su alrededor que se había convertido en un nido de piratas, corsarios y contrabandistas que asolaban el comercio en el Mediterráneo.
Inmediatamente se inició el sitio, mientras la flota iniciaba un furioso bombardeo contra sus fortificaciones, momento que aprovechó Cisneros para montar en su mula vistiendo sus hábitos y portando una gran espada en su cinto, acompañado de un franciscano que montaba un corcel blanco y que llevaba en su mano el estandarte del arzobispo. Desde su montura, se situó frente a la tropa y le dirigió estas palabras:
"¡Soldados! Combatid con valor. Aquellos son los enemigos de la cristiandad, que no contentos con haber avasallado nuestros reinos durante tantos años, piensan en volver a dominarlos. Recordad a los corsarios que asolan nuestras costas. ¿Cuántos hermanos cautivos tendrán en las mazmorras de Orán? Son nuestros hermanos y ¡vamos a liberarlos! Yo iré el primero, me sobra aliento para plantar en medio de las huestes enemigas mi estandarte. Tendré por dichoso de pelear y morir entre vosotros".
Tras el discurso de Cisneros, las tropas comenzaron a salir disparadas al grito de ¡Santiago! hacia la ciudad, cuyas defensas ya habían caído gracias al bombardeo continuo de los barcos castellanos. Gracias a la labor de la artillería y a las escaleras que comenzaron a apoyarse sobre los destrozados muros de Orán, se abrieron las puertas de la ciudad, permitiendo el asalto final calle a calle.
El plan estuvo a punto de fallar, ya que el rey de Tremecén había acudido con un ejército en ayuda de su ciudad, pero en cuanto observó el asalto desde unas montañas próximas, decidió no tratar de recuperarla, ya que las pérdidas serían demasiadas, por lo que se retiró no sin antes jurar venganza.
Los defensores perdieron a más de 4.000 hombres y, en menos de dos horas, también perdieron la ciudad de Orán. Cisneros, a quien no le habían dejado participar en el asalto debido a su edad, ya que contaba con 73 años, observó en los altos minaretes de las mezquitas los estandartes cristianos y entró en la ciudad entre gritos de júbilo y aclamación, hasta colocar la cruz en las murallas de la ciudadela.
Le fueron entregadas las llaves y el botín de la ciudad, pero el arzobispo no quiso nada para sí, ordenó que se guardase la parte correspondiente para el rey y que se repartiera el resto entre las tropas y pidió ser conducido a las mazmorras para liberar personalmente a los más de 300 cautivos cristianos que allí estaban retenidos. Recorrió a caballo la ciudad, ordenando las zonas a restaurar en las murallas, purificando dos mezquitas y consagrándolas a Santiago Apóstol y a la Virgen de la Victoria, además de ordenar construir un hospital y varios conventos y enviar mensajeros a la corte para informar el rey del éxito de la empresa.
Seguramente envalentonado por el espíritu de Cruzada, el franciscano quiso explotar a fondo la victoria y adentrarse en el continente africano hacia el sur, para proseguir con sus conquistas, pero Pedro Navarro, cumpliendo órdenes del soberano, se opuso a ello. Además, Fernando no era de fiar. Cisneros sabía que el rey codiciaba la mitra de Toledo para su hijo, así que decidió volver a Castilla con el botín correspondiente al rey y con decenas de camellos cargados de libros y pergaminos en árabe sobre Medicina y Astronomía con destino a la biblioteca de Alcalá de Henares.
Cisneros el héroe
A su llegada a España, Cisneros fue recibido como un verdadero héroe, quizá más por la sorpresa, pues pocos podían imaginarse que podría ser un verdadero genio militar. Tras entregar el botín al tesorero real, el rey buscó distintos pretextos para no pagarle la financiación de aquella magnífica expedición, hasta que, finalmente, la deuda quedó saldada.
A lo largo de la presencia española en Orán se edificaron notables obras de ingeniería militar en torno a la población amurallada, varios fuertes y se mandó dar instrucción militar a los vecinos desde edades muy tempranas, motivo por el cual eran muy apreciados como soldados de los Tercios, además de tener encargada la defensa no solo de Orán, sino también de otras plazas conquistadas más adelante como Argel, Mostaganem o cabo Figal.
A los gobernantes de Orán, conocida también como la Corte Chica, les fueron concedidos amplios poderes de administración, lo que les permitía actuar en la práctica como virreyes, convirtiendo a la ciudad en lugar de destierro de influyentes personas de la nobleza que habían caído en desgracia ante los monarcas españoles por motivos políticos o morales y a los que se les permitía conservar su capital personal si se trasladaban allí para redimir sus penas y recuperar el favor de la Corona con méritos de guerra.
¿Y qué fue de Cisneros? Entre 1516 y 1517 volvió a asumir el gobierno tras la muerte del rey Fernando y con 81 años se arriesgó a ir al encuentro del futuro emperador, Carlos I de España, poniendo en juego su vida y exponiéndolo a una travesía mortal para él. Desgraciadamente, el joven monarca no supo valorar el noble y costoso gesto de aquel anciano que había regido los destinos de España, retrasando deliberadamente la reunión y abandonando a aquel hombre a su suerte sin concederle su último deseo, ya que fallecía el 8 de noviembre de 1517, mientras esperaba conocer al nieto de su amada reina Isabel.