Puede parecer que apenas han existido corsarios españoles durante la larga lucha por los mares y océanos del mundo, pero esa percepción es completamente errónea. Por supuesto que existieron, y operaron en el Cantábrico, el Atlántico, el Caribe y el Mediterráneo contra ingleses, franceses, holandeses, berberiscos y turcos.
Pero entonces, ¿por qué su historia ha estado olvidada? Entre otros motivos, porque su función fue defensiva, a diferencia del resto de colegas europeos. El corsarismo español era un fenómeno de autodefensa que se daba donde las fuerzas regulares no eran suficientes o no existían, provocando que los más implicados por la amenaza enemiga tuviesen que tomar ellos mismo las armas bajo una patente de corso que concedía la Corona española.
Los corsarios españoles solían ser originarios de la costa, sobre todo de puertos vascos, gallegos y andaluces, y estaban implicados en la navegación comercial o en la pesca. Eran personas que veían su mundo desmoronarse debido a la guerra, provocando que tuviesen que cambiar de actividad o que la simultaneasen con el corso. Otros optaban por ello para obtener reconocimiento, el ascenso social o, simplemente, como un negocio, motivo por el que los grandes corsarios españoles eran respetables empresarios en busca de nuevas rentabilidades.
Entre todos aquellos solitarios lobos de mar que luchaban por su bolsillo, pero también por su país, hubo un ibicenco que, antes de Pachá o Amnesia y antes de David Guetta o Martin Garrix, ya sabía montar una buena fiesta: Antonio Riquer Arabí.
El corsario de Ibiza
Antonio nacía en la ciudad de Ibiza el 18 de enero de 1773 en el número 40 de la calle Mar. Pertenecía a una familia con una larga tradición marinera, lo que provocó que, desde muy joven, se embarcase en barcos de transporte de mercancías entre las islas y la Península.
En octubre de 1799, tuvo su primer contacto con la violencia corsaria. A bordo de un navío que transportaba cebada entre Ibiza y Barcelona, fueron atacados por una fragata inglesa y hecho prisionero, aunque pocos días después todos los marineros fueron liberados.
La isla de Ibiza, como la mayor parte del litoral mediterráneo, estuvo asolada por ataques corsarios y piratas desde el siglo XIII y XIV hasta el XIX. Inicialmente los corsarios y piratas que atacaban las costas españolas solían ser norteafricanos en su mayoría y sus ataques eran tan temidos que Formentera y Cabrera llegaron a despoblarse, ya que sus habitantes, hartos de los continuos asaltos y secuestros, habían abandonado estas islas.
Durante el siglo XVIII, los franceses e ingleses tomaron el relevo de los otomanos y comenzaron a asolar la costa mediterránea. Sin embargo, a finales de siglo XVIII y como resultado de la firma del tratado de San Ildefonso, el 18 de agosto de 1796, España y Francia habían formado una alianza militar con la cual creaban un frente común contra Reino Unido que, en aquella época, además del Mediterráneo, amenazaba a la flota española en sus viajes a América.
Con el fin de mitigar el efecto de los ataques a sus costas mediterráneas, la Corona española concedía patentes de corso, aunque no era fácil conseguirlas: era necesario un barco en propiedad, armamento, pertrechos y tripulación que tenían que pasar una inspección por parte de la Comandancia Marítima. Los buques que se apresaban tenían que ser llevados a puerto, donde los tribunales de presa sentenciaban si era legal y buena presa, teniendo que llegar a devolverlos al mar o indemnizarlos en caso contrario.
En 1806, Antonio Riquer empezó a tomar parte en la actividad corsaria como una manera de mejorar su posición y su economía.
Además, la patente de corso tenía un importante requisito que pocos podían cumplir: era necesaria la presentación de una fianza o aval como garantía frente a comportamientos fuera de la ley y de la Patente, ya que la tentación de actuar como un pirata, atacando a cualquiera, enemigo o no, siempre era fuerte.
Este papel defensivo promovido por la corona había fomentado en las islas una larga tradición corsaria, que había dado fama y fortuna a varios marinos baleares, lo que había impulsado a Antonio, a partir de 1806, a tomar parte en la actividad corsaria como una manera de mejorar su posición y su economía. Para ello sellaría un contrato con dos patrones de la isla, quienes eran los titulares de una patente de corso.
El temido 'Felicity'
A Antonio Riquer se le asignó el jabeque San Antonio y Santa Isabel, un navío de tres palos con velas triangulares, con la que también se podía navegar a remo, y que se encontraba realizando reparaciones cuando, la tarde del 1 de junio de 1806, el temido bergantín inglés Felicity fue avistado rumbo al puerto de Ibiza.
En aquella época, la supremacía en el Mediterráneo la tenía aquel fabuloso bergantín, que desplazaba 250 toneladas, estaba dotado con una tripulación de 75 hombres, con al menos 14 cañones y cuyo capitán era un joven corsario italiano al servicio de Inglaterra que residía en Gibraltar: Michelle Novelli que, por su origen y prepotencia era más conocido como El Papa.
El Felicity se presentó en Ibiza dando lentas y amenazadoras pasadas delante de las murallas de la ciudad, pero lo suficientemente alejado como para no estar al alcance de sus cañones. Los ibicencos se temían lo peor y comenzaron a sonar las campanas de alarma.
Al conocer la noticia, Antonio decidió intentar una locura: atacar a los ingleses. Su padre, que formaba parte de su tripulación, intentó disuadirlo de la idea, pero no tuvo éxito. El capitán dio orden de finalizar las reparaciones y mandó a buscar a sus hombres para asistir a una misa antes de zarpar.
Pero Riquer no estaba loco, sino que se había percatado de que la ausencia de viento de aquel día le daba una gran ventaja frente a aquella mole, ya que su jabeque, podía ser movido a remo y podría maniobrar de maneras que los ingleses jamás habrían imaginado sin viento.
David contra Goliat
El San Antonio y Santa Isabel se hizo a la mar con una tripulación de 30 personas y con una artillería de tan sólo ocho cañones. El pequeño navío desplazaba 72 toneladas, frente a las 250 de su rival. David contra Goliat.
Pero Antonio no sólo confiaba en su maniobrabilidad sin viento, también en sus “frascos de fuego”, envases de vidrio que se llenaban de pólvora y se arrojaban a la cubierta del barco enemigo. Cuando se habían lanzado suficientes, se arrojaban otros que llevaban una mecha encendida que, al impactar en la cubierta llena de pólvora, provocaba un incendio que obligaba a su tripulación a apagar el fuego y abandonar el combate.
El ibicenco se dirigió remando hacia el Felicity que, sin suficiente viento para maniobrar, no consiguió ponerse en posición para cañonearles a distancia. El San Antonio y Santa Isabel maniobró acercándose con ventaja al bergantín inglés para lanzarle sus “frascos de fuego”, provocando un incendio que les permitió abordarlo y entablar la lucha cuerpo a cuerpo con los hombres que no se había tirado al mar huyendo de las llamas.
El combate duró tan sólo 20 minutos, ante la asombrada población local, que contemplaba entusiasmada desde las murallas de la ciudad como su pequeño David volvía a puerto remolcando a Goliat. Once ingleses fallecieron durante el enfrentamiento frente a las cinco bajas que sufrieron los ibicencos, entre ellos el padre de Antonio. Los supervivientes del Felicity fueron enviados a realizar trabajos forzados en Palma, aunque fueron liberados poco tiempo después.
El nacimiento de una leyenda
Esta extraordinaria victoria provocó que Carlos IV concediera a Antonio Riquer una pensión mensual de 10 escudos y el grado de alférez de fragata. Tras la batalla, su jabeque quedó irreparable, motivo por el que intentó comprar con su parte del botín el Felicity, pero a pesar de sus sucesivos escritos al primer ministro Manuel Godoy, no consiguió que le asignarán el barco inglés, aunque sí que le pusieran al frente de una flotilla de naves corsarias que protegían las costas baleares, dejando de ser corsario particular, para serlo al servicio de la Corona.
En 1840 se retiró de manera definitiva, tras haber comandado el guardacostas Fénix, sin apenas propiedades ni fortuna, a pesar de haber conseguido importantes botines a lo largo de toda su trayectoria profesional, tan sólo con el honor de haber sido, posiblemente, el corsario más valeroso y conocido de toda Ibiza.
Fallecía el 3 de julio de 1846 en su casa en la calle de la Virgen, en Ibiza, pobre y olvidado, hasta que, el 2 de junio de 1905, 99 años después de su gesta, se propuso que se conmemorara el centenario de aquella legendaria hazaña. El ayuntamiento decidió organizar una serie de actividades para recordarla, además de autorizar la construcción de un obelisco en su honor.
El 1 de junio de 1906, justo el día en que se cumplían 100 años de la batalla, se colocaba la primera piedra del monumento que recordaba no sólo a Antonio Riquer, héroe de Ibiza, sino a todos los corsarios de la isla que durante siglos surcaron el Mediterráneo.