El día de la beatificación de Carlo Acutis instalaron pantallas gigantes por las calles de Asís, pusieron cámaras frente a su tumba y a la ceremonia acudieron miembros de la plana mayor del Vaticano. Era octubre de 2020, en plena pandemia y con muchas restricciones todavía para viajar. Decenas de miles de personas tuvieron que conformarse con ver el cuerpo intacto del beato Acutis por internet, algo que todavía se puede hacer, pues una página de Youtube retransmite 24 horas en directo las imágenes de la urna funeraria.
“Su vida es un modelo para los jóvenes, para encontrar motivaciones no sólo en los éxitos efímeros, sino en los valores perennes que Jesús sugiere en el Evangelio”, pronunció entonces el cardenal italiano Agostino Vallini en la misa de beatificación, celebrada en la basílica de San Francisco de Asís. El mismo templo en el que supuestamente se encuentra el osario del santo paradigma de los votos de pobreza y que da nombre al actual Papa.
A pocos metros de la cripta dedicada al eremita fundador de la Orden Franciscana trasladaron una tumba moderna con un cristal transparente, tras el cual se podían ver los restos mortales en perfecto estado de un joven en vaqueros, sudadera y zapatillas deportivas Nike. Comenzó a expandirse el bulo de que habían encontrado el cuerpo incorrupto, aunque el titular de la diócesis competente aclaró que el cadáver simplemente estaba “íntegro” y que buena parte de su buen aspecto se debía a “la reconstrucción de la cara con una máscara de silicona”.
El cuerpo de Carlo Acutis fue exhumado en 2019, 13 años después de su muerte. En el momento de su fallecimiento, el joven, originario de Milán, tenía 15 años y había dedicado toda su vida a predicar el Evangelio entre sus amigos adolescentes. Aficionado a la informática, el precoz influencer -antes de que existiera el concepto-comenzó a recopilar contenido digital acerca de apariciones marianas y milagros eucarísticos que distribuía a través de la red. Iba a misa a diario y cuando le diagnosticaron una leucemia mortal le comunicó a sus padres que quería ser enterrado en Asís, cerca de la tumba de San Francisco, a quien consideraba un modelo de vida.
Su beatificación se produjo hace cuatro años, después de que el Papa aceptara que un niño brasileño se habría curado de una enfermedad del páncreas sólo con tocar una reliquia de Acutis a miles de kilómetros del lugar en el que se encontraban los restos mortales del joven. Y próximamente el chico, ya convertido en icono, será el primer santo millennial después de que el Vaticano aprobara hace una semana su canonización. En este caso, el pontífice argentino dio por bueno un segundo milagro protagonizado por una niña costarricense que habría logrado sobrevivir tras un traumatismo craneal por el que los médicos le daban pocas posibilidades de salvarse, después de que la madre de la chica acudiera a rezar a la tumba de Acutis.
El cuerpo del futuro santo pop de la Iglesia yace ahora en la capilla de Santa María la Mayor de Asís, un templo mucho más pequeño que la basílica de San Francisco, ubicado en el llamado Santuario del despojamiento. Su rector, Marco Caballo, señala a EL ESPAÑOL que en 2023 pasaron por allí “entre 600.000 y 700.000 personas” y que este año, de seguir al ritmo al que van, pueden llegar “al millón de visitantes”. “La mayoría son jóvenes, algunos de comunidades cristianas y otros que acuden en peregrinaje de forma espontánea para ver los restos de un chico al que toman como referencia”, añade el párroco.
En 2018 el papa Francisco publicó una exhortación apostólica llamada Gaudete et Exsultate en la que hablaba de los “santos de la puerta de al lado”. Es decir, buenos cristianos a los que no se les pide ningún acto heroico, sino cumplir con los preceptos de la Iglesia y acercarse, en definitiva, a la institución. En un intento por llegar a los más jóvenes, este texto fue acompañado por una campaña de vídeos en los que influencers cristianos trataban de difundir la palabra a través de las redes.
“San Francisco es alguien que murió hace más de 1.000 años, ayunaba todo el tiempo y vivía en una cueva. No es imitable ni entre los monjes. Mientras, para los más jóvenes Carlo Acutis es una especie de modelo alcanzable, de un santo posible para el resto. Un chico normalísimo que jugaba al fútbol y difundía su fe a través de internet”, explica el padre Marco Caballo.
Carlo Acutis ha sido bautizado como el “santo en vaqueros” o el “santo en zapatillas”, y es esa imagen renovada de la Iglesia la que ha provocado que su tumba se convierta en un lugar de peregrinaje para jóvenes cristianos en una ciudad que ya es de por sí una meca del turismo religioso. "Todos los visitantes que llegan ahora a esta iglesia son nuevos, antes no pasaban por aquí", resume el rector del complejo.
Dame un santo y le pondré un santuario
Es precisamente este reclamo lo que permite a las comunidades religiosas crear nuevos santuarios o crecer orgánicamente. Una diócesis suele ser más potente cuantos más santos tiene y viceversa. Es decir, un número mayor de muertos en nombre de Dios otorga un mayor protagonismo a las estructuras eclesiásticas, que deben negociar con gobiernos e instituciones; y, a la vez, las más pudientes son las que tienen más posibilidades de seguir sumando nombres al santoral. Porque estos procesos cuestan y las facturas no son baratas.
Probablemente la persona que más luz ha aportado ante la opacidad ecleasiástica en este aspecto es el periodista Emiliano Fittipaldi, hoy director del diario italiano Domani y protagonista del último escándalo por filtraciones de asuntos económicos en el Vaticano. Fittipaldi fue juzgado por difundir esta información en un tribunal de la Santa Santa, dentro del proceso llamado Vatileaks 2. El periodista asegura al teléfono que “de media una canonización podía costar entre 150.000 y 200.000 euros, aunque en ocasiones los costes eran mucho más caros porque los tiempos suelen ser largos e intervienen una amplia lista de actores con sus respectivos honorarios”.
Todo esto está documentado en ‘Avaricia’ (disponible en español por Foca Ediciones, 2015), un libro publicado hace casi una década pero que no ha encontrado hasta la fecha otro texto que refute o actualice sus afirmaciones. En sus páginas el periodista escribe que una "congregación española" [la Congregación de las Hermanas de la Caridad] de Palma de Mallorca se habían gastado 482.693 euros hasta octubre de 2013 para intentar conseguir la canonización de la beata Francisca Ana de la Virgen de los Dolores, algo que todavía sigue a la espera.
“Lo que descubrí es que las congregaciones estadounidenses, con importantes recursos, tienen mucha más facilidad para conseguir que lleguen a prosperar sus procesos de beatificación o canonización que, por ejemplo, las africanas. Y no creo que los milagros africanos valgan menos que los estadounidenses o los europeos. Simplemente era una situación inaceptable por la que cuanto más pagas, más tienes”, expone Fittipaldi.
Cómo se fabrica un santo
El camino para entrar en el reino de los cielos tiene fundamentalmente dos vías: el martirio o haber vivido heroicamente de acuerdo a los valores cristianos. En el caso del martirio, normalmente se trata de figuras del pasado, a menudo de hace varios siglos -aunque también hay excepciones contemporáneas, como la del sacerdote salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980 mientras oficiaba misa-; mientras que el resto de candidatos que no han muerto por motivos religiosos son más dispares.
En cualquier caso, alguien debe proponer primero la beatificación del candidato o candidata a la diócesis correspondiente, donde el obispo determinará si merece la pena seguir adelante con el proceso. De ser así, se abre una fase que consiste en la búsqueda de testigos o documentación -si el caso es muy antiguo- que acrediten los méritos del potencial santo, que a partir de este momento será calificado como “siervo de Dios”.
Los funcionarios locales examinan toda la información recogida y la mandan a Roma, donde el asunto queda en manos de un postulador, quien se encargará de defender la causa ante las instituciones vaticanas. Y éste, a su vez, se encomienda a un abogado defensor, llamado relator, que pueda ejercer en la Santa Sede.
Para llegar a ser santos los "siervos de Dios" primero deben ser considerados beatos. Y para ello postulador y relator deben acreditar que su fallecido representado haya conseguido un milagro, cumplido en vida o tras su muerte. Superada esta fase, si el beato aspira a ser santo habrá que demostrar un segundo milagro, por lo que las instancias vaticanas se llenan de personas defendiendo las propiedades curativas de reliquias, sepulcros o estampitas. Cuando las causas avanzan a estos testigos se les suele invitar a Roma y en italiano reciben un nombre: los miracolati.
Son sólo unas decenas de abogados quienes cumplen con los requisitos para ocuparse de un caso en el Vaticano, por estar acreditados ante la Santa Sede. Y la penalista Laura Sgrò es una de ellas. “Yo podría ocuparme legalmente de las canonizaciones, pero en la práctica no lo he hecho nunca por una elección propia. Se mueve demasiado dinero y siempre he tenido objeciones en este sentido”, admite al teléfono.
“El promotor y el relator son los encargados de desarrollar una estrategia común y fijar lo que se llama una positio. Esto es, una especie de argumentario con el que deben convencer al prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos. Y si esto ocurre, el dossier con toda la información llega a manos del Papa, que es quien tiene la última palabra”, detalla la experta legal.
El monopolio legal
Laura Sgrò no se ocupa de estos casos, aunque hay quien pone menos reparos. Emiliano Fittipaldi señala en su libro que antiguamente circulaba un dicho en el Vaticano que indicaba que “si quieres convertirte en santo, debes pasar por el bufete del abogado Ambrosi”. Durante años, décadas incluso, la mayor parte de los casos le eran encomendados al letrado romano Andrea Ambrosi, que además tenía una imprenta donde se estampaban en latín todos los documentos legales requeridos en este idioma por el Vaticano, y a la abogada italoargentina Silvia Correale.
“Si la gran mayoría de las causas iban a parar a dos personas, está claro que eran ellos quienes fijaban las tarifas”, afirma Laura Sgrò. La abogada evita hablar de cifras, aunque se suele hablar de decenas de miles de euros, ya que “los casos se suelen alargar muchísimo, duran años” y en multitud de ocasiones ni siquiera llegan a fructificar.
El papa Juan Pablo II fue un auténtico dispensador de santos, ya que durante su pontificado canonizó a 482 personas, unos 18 al año. Benedicto XVI redujo la cifra a 45 en ocho años. Y aunque Francisco ha batido todos los récords con 912 en poco más de una década -incluida la del propio Juan Pablo II-, la cifra tiene truco, pues la mayoría subieron a los altares de forma conjunta, al canonizar de una vez a 813 habitantes de la ciudad italiana de Otranto, que en 1480 fueron asesinados por negarse a convertirse al islam. Estas ceremonias suelen celebrar ante miles de personas en la plaza de San Pedro del Vaticano.
“Cuando Francisco comenzó su pontificado prometió modificar estos procesos, porque movían muchísimo dinero, que además debía pasar obligatoriamente por las cuentas del IOR [el Instituto para las Obras de Religión, al que se denomina habitualmente como banco vaticano]. Sin embargo, no puedo afirmar si ha sido así o no porque en esta cuestión, como en otras muchas en la Santa Sede, reina una absoluta falta de transparencia”, asevera el periodista Emiliano Fittipaldi.
El Dicasterio de las Causas de los Santos ha ejercido tradicionalmente como una especie de Ministerio de Fomento, donde llegaban las propuestas y desde el que salían aprobadas las partidas presupuestarias para las obras. Lo llamaron popularmente ‘la fábrica de santos’.
El último es uno poco convencional y probablemente -las cifras no son públicas- no haya costado tanto dinero modelarlo, pues se trata más bien de un empeño del Papa en su estrategia de abrir la Iglesia a la gente de la calle. No tenía estigmas, ni usaba sotana, estolas, ni casullas; sólo unas zapatillas de deporte, sudadera y pantalones vaqueros.