Arranque un trozo de celo e intente pegarlo de nuevo. "Puede que aguante, pero ya no será como la primera vez". Con esta simpleza, Jonathan, el protagonista masculino de Secretos de un matrimonio expone la realidad de muchas parejas españolas cuando el amor se resquebraja. La serie de HBO, remake de Ingmar Bergman, ha llegado como un maná, cuando más falta nos hace, reproduciendo esa sofocante atmósfera de relaciones que, a pesar de haber tocado fondo, no se dan por vencidas.
Las conversaciones privadas de sus personajes Jonathan y Mira acerca de la pasión, el sexo o el tedio no son diferentes a las de esos millones de hombres y mujeres que en plena era de sociedad narcisista se dejan arrullar por una aventura extraconyugal para sostener un matrimonio frustrante, pero tolerable. Esa es la realidad que desprenden los infieles inscritos en las plataformas más conocidas en nuestro país, Gleeden y Ashley Madison.
Los datos que nos proporciona Ashley Madison, a partir de una encuesta realizada en mayo, nos permiten avanzar ciertos rasgos comunes en las personas infieles: carácter carismático y extrovertido, casados desde hace al menos 15 años y con un ingreso anual bruto entre 30.000 y 55.000 euros. Más de 100.000 en el 12% de los encuestados.
La mayoría ocupa un puesto directivo, aunque hay una buena representación de asistentes administrativos, funcionarios, ingenieros, jefes de ventas y abogados. Los más leales son científicos, psicólogos, policías y médicos.
Varios amantes
Que el 96% disponga de coche propio o que los nacidos bajo el signo de cáncer tengan mayor predisposición resulta nimio al descubrir la siguiente peculiaridad: la mujer es capaz de gestionar un promedio de 1,5 amantes a la vez.
En el hombre se cumple el cliché de cada cosa a su tiempo. Aunque singular, es solo el trazo gordo de la infidelidad en España. Ni siquiera desmenuzando la masa del cerebro, casi gramo a gramo, neurona a neurona, tejido a tejido, la ciencia llega a entender del todo el comportamiento infiel.
Cualquier esfuerzo acaba en hipótesis, en una enmarañada red, en ese tal vez que enseguida viene a rebatir el siguiente lumbrera, académico o pensador. Hay materia para rato y para todos. Estos tiempos pandémicos no han hecho más que ampliar y ahondar el reconocimiento de la gran importancia de lo que a simple vista podría considerarse poco más que una peculiaridad de nuestra sexualidad.
¿Por naturaleza?
El primer debate que ilustra la complejidad de la infidelidad arranca en la propia naturaleza. ¿Somos monógamos por naturaleza? Si juntásemos en una tertulia a algunos de los investigadores que han tratado el asunto, se armaría un cristo monumental. A pie de calle, tampoco desenredamos la madeja. "Por supuesto que soy monógamo", asegura Roberto, de 47 años, casado desde hace 15 y adúltero desde hace 13. Es uno de esos usuarios que se inscribió en una web durante el confinamiento, aunque el primer desliz lo tuvo en su segundo año de matrimonio. "Hace que la convivencia no me desgaste".
Su testimonio encaja con uno de los hallazgos de la antropóloga Helen Fisher en sus encuestas: el 56% de los hombres infieles y el 34% de las infieles calificaron sus matrimonios como felices o muy felices. Albert Einstein, que tuvo amoríos con numerosas mujeres, pensaba que no era nada bueno resistirse al impulso natural, siempre que se mantuviese la decencia, entendiendo como tal la discreción. Pero su opinión de la monogamia –"una fruta amarga para todos los implicados"- le pasó factura después de fracasar "estrepitosamente dos veces" en el proyecto matrimonial.
Esa monogamia social a la que muchas veces nos agarramos provoca el vínculo de pareja, la defensa territorial o el cuidado de la prole. Tiene una base genética común en los machos de numerosas especies, como la rana venenosa o el topillo de la pradera, y diferente a otras especies más propensas a la aventura.
Aun así, la monogamia auténtica es una rareza. Un estudio liderado por Rebecca L. Young, profesora de la Universidad de Texas, en Austin, concluye que ni siquiera estos ejemplares más leales se resisten al escarceo.
Nacidos del adulterio
¿Las consecuencias reales? Alrededor del 10% de la prole no desciende del macho que los cría. De hijos extramatrimoniales saben bien los humanos. En 1940, investigadores en genética se llevaron la gran sorpresa de que el 10% de los recién nacidos no compartía la sangre del padre. De inmediato sospecharon que el adulterio femenino a la fuerza tenía que ser todavía mayor de lo que se pensaba.
Con el tabú que había en la época, no salió a la luz, pero fue el detonante para seguir indagando. Los test genéticos, cada vez más precisos, se han convertido hoy en los principales delatores de las relaciones clandestinas y el porcentaje sería similar. En Alemania, el fenómeno se conoce como "cucú", por la sorpresa.
No hay datos exactos en las tasas de engaño, pero ocurre con más regularidad de la que pensamos. De hecho, los datos apuntan a que alrededor del 30% de la población ha puesto los cuernos a su pareja.
Y ahora, ¿somos más infieles? Es difícil saberlo, aunque nos hemos vuelto menos remilgados a la hora de confesarlo. La mujer se mantiene reacia a compartirlo con nadie. Solo un 31% se lo contaría a su mejor amiga en el momento de producirse. En este aspecto tiene mucho que ver lo que ha cambiado la sociedad y las relaciones de pareja. El anonimato de las aplicaciones de citas y las redes han disparado la infidelidad femenina y hoy tienen un 40% más de posibilidades de ser infieles que hace 20 años, según el Centro Nacional de Investigación de Opinión de Chicago.
La derecha fantasea más
Y pesar de esta abundancia, la expectación por saber a quién deberíamos colocar la famosa letra escarlata no cesa. ¿La ideología predispone? ¿Y la moral? Justin Lehmiller, profesor de la Universidad Ball State, preguntó a más de 5.000 individuos por sus fantasías más excitantes y los resultados mostraron que los simpatizantes del Partido Republicano se sienten más atraídos por imágenes adúlteras que de algún modo quebrantan su orden moral, como orgías e intercambios; los demócratas se excitan más con la temática sadomasoquista: bondage y juegos de dominación y seducción.
Con estos resultados, que el autor aconseja tomar con cautela, descorchamos la siguiente botella con mensaje: ¿Qué es ser infiel? ¿Lo es sólo con imaginar? Alrededor del 52% de los españoles pensaron en algún tipo de aventura durante el confinamiento, según Ashley Madison. Si viviese, el cineasta Luis García Berlanga se sublevaría contra cualquier propósito de confundir fantasía y traición. Él se consideró un monógamo a tiempo completo, a pesar de su vastísimo imaginario de fetiches sexuales: muñecas desmelenadas, stilettos, libros eróticos y grilletes. La imaginación le libró de relaciones fugaces que le habrían exigido demasiado tiempo y trabajo.
Si miramos los datos por geografía, cuatro municipios aparecen en la lista de las ciudades más infieles de España: Manresa, Barcelona, León y Madrid (en ese orden). Cataluña encabeza un año más la infidelidad en nuestro país, de acuerdo con los datos que aporta Ashley Madison a partir de su última encuesta, realizada en verano. Son municipios con un gran atractivo turístico y patrimonial y esto podría determinar el carácter aventurero de su gente.
Lo más curioso es que los españoles somos los europeos que menos importancia le damos a las relaciones extraconyugales, seguidos de Italia y Francia. Uno de cada cinco las considera aceptables (entre un 8 y un 10, siendo el 10 aceptable totalmente) mientras que casi la mitad de los encuestados cree que son totalmente inaceptable.
En otros brazos
Juan Moisés de la Serna, psicólogo clínico, reconoce que saber qué nos impulsa a buscar otros brazos fuera de la pareja es un fenómeno complejo con muchas variables. En sus conclusiones, destaca algunos rasgos de la personalidad, como el narcisismo que pueden ser claves. Pero también hay otras razones: "Puede presentarse con altos niveles tanto en hombres como en mujeres, lo que conlleva una mayor probabilidad de realizar este tipo de conductas. También habría que mencionar la tendencia a la búsqueda de nuevas experiencias sexuales, idealización o menosprecio de la pareja, e insatisfacción marital y sexual".
El psicólogo aporta un apunte más en cuanto a la implicación emocional y psicológica: "El infiel sobrevalora sus necesidades sobre los beneficios que obtiene con la pareja, lo que hace que no valore adecuadamente la relación pérdida-ganancia de ese acto hasta que ya es demasiado tarde. Debido a que las mujeres suelen ser emocionalmente más sensibles, son las que quedan en mayor medida marcadas, no volviéndose a fiar de las nuevas parejas o prefiriendo estar sola".
El neurofisiólogo Eduardo Calixto González compara la aventura extraconyugal con la emoción del puenting, al menos en cuanto a la química que desata el tercero en discordia en nuestro cerebro. El sistema límbico, donde reside el deseo, se impone a la corteza frontal, donde gobierna la razón. A partir de ahí, el cerebro forma un cóctel hormonal peligrosamente adictivo por sus niveles de euforia, placer, falta de control y búsqueda de emociones. En algunas personas este comportamiento se ha relacionado con la presencia del gen RS334.
La cara del infiel
La curiosidad ha generado mucha literatura científica, aunque a veces no pasa de simples paparruchas. Alguna investigación ha encontrado ciertos rasgos en la voz, como la falta de claridad en el discurso o la tonalidad algo más baja. Por su parte, Yong Zhi Foo, investigador de la Universidad de Australia Occidental, se detuvo en los rasgos faciales y concluyó que las caras atractivas resultan más tentadoras, sin que signifique mayor rendición a la tentación.
Después de valorar también si se cumplía el mito masculino del tamaño genital, determinó que sería un lamentable error hacer un juicio diagnóstico a partir de cualquier primera impresión.
Como vemos, la ciencia siempre trata de ajustar lo más cómodamente posible nuestros deslices dentro de la naturaleza humana. Con genes, excusas emocionales, rasgos anatómicos y de personalidad o cualquier otra evasiva, la conclusión es que no hay camisa de fuerza capaz de resistir la tentación.