Pedro Cuartango sabe de la vida y sus túneles, del ser humano y sus secretos: se asomó a las verdades vertiginosas del mundo metiendo la cabeza en los libros y se mantiene firme, sabio y en pie agarrado un renglón. Vitalmente. Sabe Cuartango, como Heidegger, que somos seres arrojados al mundo, que “no somos esencia, sino existencia”, que “nos construimos cada día en nuestras decisiones y actos”. Sabe que la memoria es muy confusa, que “construimos los recuerdos”, que los reelaboramos continuamente, que así funciona nuestro cerebro. Sabe que la patria es la infancia y cada día se detiene y la rememora.
Sabe que el hombre está condenado a la libertad, que “queramos o no, siempre decidimos, hasta en los peores momentos”. Sabe que somos responsables de lo que hacemos. Sabe que la lectura es un acto esencialmente inútil y que sólo debe hacerse por placer, como el mirar las nubes. Sabe, a pesar de ser un hombre de palabra, que le rompe la belleza del cine mudo, y que, puestos a elegir, John Ford y Bergman son unos buenos compañeros de viaje.
La existencia es poco más que un día de invierno lluvioso donde se nos permite encerrarnos en una habitación a leer. Luego, quizá, pasear o ir al cine. Soñar con victorias del Madrid. Charlar con amigos. Abrazarlo todo pacíficamente: la alegría, el desencanto. Al cabo, como recoge el periodista y escritor en Iluminaciones (Círculo de Tiza), no estamos tan mal: tenemos a Velázquez y a Magritte y a Bach y a Aretha Franklin. Tenemos a John Huston y a Monet y a Spinoza y a Pessoa y a Joyce. Lo decía Sócrates: la vida que no se analiza no merece la pena ser vivida.
Por eso Cuartango sabe vivir. Y vive mirando. Y vive escribiendo. Uno siente, de alguna manera, y como explicó con aterradora síntesis Annie Ernaux, que “si no las escribo, las cosas no han llegado a término, sólo las he vivido”. Conversamos con este hombre tranquilo y bueno sobre esto, sobre aquello, sobre el devenir que nos arrastra. Estamos aprendiendo a ser arrasados con gracia. ¿No era eso el estilo? Saber surfear..
P.- Hay algo que me preocupa del culto moderno al libro. ¿No ha empezado a ser una excusa para el autobombo? “Leo mucho, ¿veis lo bueno que soy?”. Fotos a libros para dignificarse a uno mismo en sus redes sociales, citas de libros para subrayar la vanidad…
R.- Entiendo que el conocimiento y los libros pueden ser una fuente de poder, claro. Los libros son inútiles en el sentido de que no sirven para nada, pero cuando uno lee no busca una finalidad inmediata. Sin embargo, el conocimiento que tú adquieres al leer te acaba sirviendo para entender mejor lo que te pasa, para analizar mejor la realidad. Las personas que leen son más poderosas que las que no leen y pueden utilizarlo en su profesión, o en la política… por ejemplo, todo lo que está pasando en la política española está en Shakespeare. No sólo es un escritor, sino un filósofo del poder. La cultura es un elemento de diferenciación social…
P.- ¿Y no hay algo horrible en eso?
R.- Yo detesto el clasismo, claro: la diferencia entre un pobre y un rico no es básicamente el aspecto material. La casa en la que vives o tu nivel de renta se traduce en cultura. Las personas que nacen en familias acomodadas tienen más posibilidades de desarrollo. Esto hay que saberlo, sí, pero la cultura esencialmente es humilde. Es autoconocimiento. No conozco a ningún gran escritor ni a ningún gran sabio que haya barajado la cultura como arma de segregación o de autopromoción. No se jactan ni sienten superioridad moral. Se trata de pensar y de escribir, y de ir tirando.
P.- ¿Qué te dice la frase “si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te acuestes con él”?
R.- (Ríe). No lo sé. No suscribiré yo eso ni dejaré de hacerlo. Pero tener libros en casa denota una cierta sensibilidad, un cierto interés por el mundo. Yo creo que las personas que tienen libros son más interesantes que las que no leen.
P.- ¿Harán mejor el amor?
R.- Probablemente todo esté relacionado.
P.- Hablábamos de Shakespeare como de un filósofo del poder. Los libros también pueden servirnos para ser filósofos del amor o del erotismo.
R.- Al final, el sexo y el amor tienen un componente intelectual. No sé quién lo decía, creo que era un artista del Renacimiento… decía algo así que el amor es algo mental. Es cierto, ¿no? Todo sucede en nuestro cerebro.
"El amor es algo mental, todo sucede en nuestro cerebro"
P.- Dice Rosa Belmonte que todo amor es una estafa.
R.- Es que estamos en el dominio del lenguaje. Todo amor es una estafa o todo amor es una joya. El amor es ambivalente, tiene muchas caras, es poliédrico, y en la medida en la que te enamoras más y más de una persona eres más proclive al desengaño. Los grandes amores comportan grandes desengaños. El amor es una estafa, sí, pero sin amor no podríamos vivir.
P.- ¿Cuántos grandes amores caben en una vida?
R.- Unos cuantos. Desde luego, no 20 ni 15. Cada persona es distinta. Normalmente se piensa que hay sólo un gran amor, pero yo creo que puede haber varios.
P.- ¿Has escrito cartas de amor?
R.- Muchas, muchas.
P.- ¿Alguna últimamente?
R.- No, las escribía cuando era estudiante, cuando era adolescente. Le escribía cartas de amor a mis novias y me gustaba mucho el género. Y como escribía bien, supongo que surtía efecto.
P.- ¿Por qué parece que las cartas de amor están relegadas a la adolescencia? Quiero ver cartas de amor escritas por adultos, y por ancianos, y por personas en su lecho de muerte.
R.- Esto es muy cierto. Quizás suceda porque cuando te haces mayor y vas cumpliendo años, existen más mecanismos de autocensura. Te da más vergüenza expresar tus sentimientos. Cuando eres adolescente no tienes nada que perder. Sí, lamentablemente las cartas de amor se identifican con un periodo muy determinado de la vida. Resulta extraño imaginarse a una persona de 60 años escribiendo una carta de amor.
P.- Camus encontraba el sentido de su vida en la rebeldía. ¿Qué tipo de rebeldía es la tuya?
R.- Yo nunca he sido insurrecto, he sido bastante convencional. Lo que sí me sale de dentro es defender mis principios y mis ideas…
P.- Lo tuyo es la resistencia, entonces.
R.- Sí. Nunca me he plegado en mi trabajo a las presiones o los intereses empresariales. He hecho lo que creía que tenía que hacer, quizá porque nací en una familia católica y desde niño tenía muy arraigado el sentido del deber. He preferido que me partan la cabeza a ceder en cosas que para mí son importantes.
P.- ¿Qué echas de menos de El Mundo?
R.- Echo de menos muchísimas cosas. Fue mi mejor época profesional. 26 años trabajando con un equipo extraordinario, con Pedro J. al frente, con el que tuve muchas broncas, naturalmente…
P.- Es salubre eso, ¿no te parece?
R.- Muchísimo. Es lo sano en esta profesión. Fue enriquecedor. Fui feliz. Hicimos un gran periodismo en esa etapa y estoy orgulloso de haber trabajado en un periódico que marcó la agenda política durante dos décadas. No se explica la historia de España de los años noventa y de comienzos de la década sin la influencia de El Mundo.
"Los medios de comunicación tienen que asumir una crítica interna: Savater estaba en su derecho de decir lo que dijo de 'El País'"
P.- ¿Sigues confiando en el poder de los periódicos?
R.- Mucho. Hay grandes voces, pero en esta profesión falta autocrítica. Yo creo en los periódicos para que el público tenga una información fiable y, por supuesto, como elemento de vigilancia del poder. Son un contrapeso en cualquier democracia. Me gusta mucho la frase de Jefferson de: “Prefiero periódicos sin democracia que democracia sin periódicos”. Creo que es un oficio noble. Yo nunca he sido un cínico, y menos en lo que respecta a esta profesión.
P.- ¿Qué te parecieron los insultos de Savater a El País y su consecuente despido? Se quejaba justamente de eso, de que era ya un periódico al servicio del Gobierno.
R.- Leí su libro. Yo creo que los medios de comunicación tienen que asumir una crítica interna, incluso un cuestionamiento, ¿no? Savater estaba en su derecho de decir lo que dijo. Es una persona que yo admiro y respeto, se ha jugado la vida por la democracia, es un intelectual muy brillante.
P.- Reconocerás que lo que hizo fue un desafío.
R.- Un poco, claro. Desde fuera podemos pensar que había un desafío por su parte, aunque yo lo ignoro. No puedo hacer juicios de intenciones, pero sí reivindico su derecho a decir lo que dijo.
P.- ¿Significa algo ser de izquierdas hoy en España, cuando el precio del alquiler no para de crecer y se amnistía a delincuentes en Cataluña?
R.- La división entre izquierda y derecha es hoy un cliché. Tuvo sentido a lo largo del siglo XX, pero hoy se ha difuminado porque el pensamiento de la izquierda ha dejado de ser sobre las grandes cuestiones transversales: la igualdad, la justicia, la libertad. Ahora es un pensamiento centrado en cuestiones identitarias.
P.- ¿Ahora todo es derecha?
R.- No, no, no, yo no pienso eso. Pienso que la izquierda tiene que buscar su propio camino. Tiene que reconstruirse ideológicamente. Una de las cosas que me desagrada es lo políticamente correcto, y en eso ha caído mucho la izquierda. También rechazo esa superioridad moral de la izquierda sobre la derecha que no es más que arrogancia, ¡es nefasto!
P.- ¿Qué libro le recomendarías a Sánchez?
R.- No le recomendaría ‘El Príncipe’ porque es obvio que lo ha leído y lo conoce bien (sonríe). Ya está bien con el maestro Maquiavelo, sí… le diría que leyera la Ética de Spinoza, a ver si aprende algo de ese libro. Y de ética.
"Feijóo sería un buen gestor. No es carismático, pero las democracias tienen que ser aburridas”
P.- Sánchez se considera un hombre de izquierdas. ¿No es curioso? Decía Alsina en la entrevista de Évole que él pensaba que la amnistía era una medida de Sánchez, pero no de izquierdas.
P.- Coincido totalmente. Yo no considero a Sánchez una persona de izquierdas. No lo es. Es una persona aferrada al poder. Una persona para la que el fin justifica los medios. Una persona que está dispuesta a convertir el Parlamento en un mercado persa. Por tanto, no es de izquierdas. Para mí, ser de izquierdas o de derechas significa defender principios.
P.- Cuando falleció Anguita, pensé que no había un homólogo suyo en la política presente. Nadie verdaderamente de izquierdas que fuese tan respetado por tantos veteranos conservadores.
R.- Yo era amigo personal de Anguita. Escribí su obituario en ABC y le tenía un gran respeto porque era una persona de principios.
P.- Sé que Pedro J. también le tenía en estima.
R.- Sí, yo le conocí con él, de hecho, en una cena en el restaurante El Frontón. Yo no compartía sus ideas, pero siempre le respeté. Era íntegro. Claro que ya no hay nadie así, porque la generación de políticos de la Transición no tiene nada que ver con la que hay ahora. Tienen una visión distinta del mundo y del poder, y eso ha marcado el cambio que se ha producido en España respecto a la concepción de la política… y de los valores.
P.- ¿Por qué Feijóo no contiene, siquiera, trazas de líder?
R.- Yo creo que es un buen gestor. Ha gobernado en Galicia durante 12 años, me parece, tiene una trayectoria detrás y sería un buen gobernante si gana las elecciones. Evidentemente, no es un líder carismático, pero es que yo creo que las democracias tienen que ser aburridas en cierta forma. Prefiero ese tipo de liderazgos. No importa que una persona sea más o menos brillante, importa la coherencia con sus ideas.
P.- ¿No consideras que también es necesaria cierta fortaleza de espíritu, de la que él carece? No sólo es inane, sino que resulta maleable.
R.- (Ríe). Hombre, un líder político tiene que tener personalidad en cierta forma.
P.- Ya no te digo que sea chisporroteante…
R.- (Ríe). Te entiendo. No se debe plegar en función del viento. Pero en fin, creo que hay que darle una oportunidad. Yo, por ejemplo, creía en Sánchez.
P.- ¿Sí?
R.- Totalmente. Le conocí cuando estaba en la oposición, le traté mucho y teníamos buena relación personal. Me creí sus promesas de regeneración ética. Es más, te voy a decir una cosa: le voté. No me importa decírtelo. Le voté, no voy a ocultarlo. Yo pensaba que iba a acabar con la corrupción y que iba a aportar un aire nuevo a la política. Jamás pensé que iba a adoptar esta deriva.
P.- No sé si deriva es la palabra con respecto a la regeneración ética, porque el caso Koldo es el primer caso grave de su Gobierno, el primer escándalo que realmente puede destruirle, ¿no lo consideras así?
R.- Sí, es el primer caso grave en seis años, justamente porque éste no es un caso que se salve con la dimisión de Ábalos. Aquí hablamos de una responsabilidad en cascada. Hay que investigar, hay que saber por qué se compraron esas mascarillas, en qué condiciones, por qué existe constancia de que en algunos casos ni siquiera hubo contratos. Pretender decir que esto es un episodio aislado de corrupción es una excusa: es falso. Es decir, ésta es la consecuencia de una política que desmantela los controles institucionales, es una política que obvia el tráfico de influencias y las puertas giratorias, una política que utiliza el Estado como una finca personal. El caso Koldo se produce porque hay un caldo de cultivo.
P.- ¿Crees que Sánchez, personalmente, con lo aferrado que está al poder, habría permitido algo así? Aunque sólo fuera por no ser pillado y no soltarlo…
R.- Es que este tipo de liderazgos se construyen sobre bases clientelares. Mira cómo Sánchez ha laminado a colaboradores y a compañeros de viaje cuando le ha sido necesario. Él tiende a rodearse de personas que sirvan a sus intereses, que no tengan espíritu crítico y que no le digan la verdad. Es en ese contexto donde se produce el caso Koldo. Su culto a la personalidad tiene mucho que ver con lo que se ha producido.
"Ábalos es un pícaro con talento: sabe escuchar, es un seductor, no se adapta al estereotipo del político"
P.- ¿Qué personaje literario sería Ábalos? Da juego, ¿no? Me parece fascinante que haya conquistado tanto a la derecha, al menos a la derecha que puebla las redes sociales, la que se hace llamar a sí misma “Twitter Facha” irónicamente.
R.- (Ríe). Está muy bien visto, no lo había pensado. Hombre, tiene un sentido: es el hijo de un torero, es un hombre hecho a sí mismo… ha tenido tres mujeres con las que tiene diferentes hijos… es una persona muy poco convencional. No se ajusta a los estereotipos del político, es una persona que rompe esquemas.
P.- Pienso que sería un gran entrevistado para mí.
R.- Desde luego. Sabe escuchar, también. Y es un seductor. Tiene don de gentes mezclado con ese aire un tanto canallesco y frívolo que también le hace atractivo.
P.- La gente dice su nombre y sonríe.
R.- Es simpático. Y es evidente que ha sido muy importante en la trayectoria de Sánchez.
P.- ¿Es un pícaro?
R.- Sí. Eso es. Es un pícaro con talento.
P.- ¿Tienes algún amigo político?
R.- No. Bueno…
P.- Sabemos que “amigo” es una palabra grande.
R.- Sí. Quiero decir: si después de 40 años no tuviera ningún amigo político es que habría hecho mal mi trabajo. Tengo buenas relaciones, quiero decir, pero amigos íntimos en la política, no. He dicho desde hace años que los periodistas no deben tener políticos como amigos y no deben ir a cenar con políticos. Tenemos que mantener distancia, si no, es imposible que escribamos. Si yo fuera amigo de un político del PP o del PSOE no podría criticarlo, por eso he elegido no tener amigos ahí. Ahora bien, en política hay gente a la que aprecio y a la que valoro, aunque no tengo ningún compromiso con ellos.
P.- Hemos hablado de Ábalos como personaje literario, ¿qué hay de Puigdemont?
R.- Demonios… (ríe). Estoy buscando una figura negativa, pero es complicado. Había pensado en el Ricardo III de Macbeth, pero eso sería engrandecerlo demasiado.
"El ‘caso Koldo’ no es aislado: el culto a la personalidad de Sánchez tiene mucho que ver con lo que ha ocurrido"
P.- Entiendo que esa esa la dificultad de encontrarle un arquetipo: hay algo de pequeñez en él.
R.- Exacto. Eso merece una reflexión. Un personaje que huye en un maletero es un cobarde. Es miserable. Me avergüenza su comportamiento. Y sin embargo, se convirtió en un líder de masas, ¿no? Es chocante. No hay en él nada de héroe, nada de sacrificio, nada de entrega a los demás, es extrañísimo que sea una persona venerada. ¡Hemos convertido a un canalla en un líder político! A lo mejor… pienso en ‘El general de la Rovere, la película de Rosellini. ¿La has visto?
P.- No.
R.- Te la recomiendo. Es de finales de los 50. Es un caso real de un canalla que se dedica a vender judíos, a engañar a las familias en la época de la Segunda Guerra Mundial, en la ocupación nazi en Italia. Entonces lo encarcelan y le confunden con el general de la Rovere, que es un héroe de la resistencia. En la cárcel se ve obligado a asumir ese papel y muere como un mártir. Es una película fantástica. Y el canalla… de veras, es un sinvergüenza y un tipo rastrero que estafa a las familias haciéndoles creer que él va a liberar a sus presos, y es un tipo que tiene una mantenida… ¡pero le confunden, por su parecido físico…!
P.- ¿Es un personaje camaleónico?
R.- Ni siquiera, era abiertamente un canalla, pero cuando tanta gente le está mirando y piensa que es un héroe, reconvierte en un héroe. Es una comparación forzada con Puigdemont, pero por ahí van los tiros. Puigdemont es una persona que no tiene el más mínimo valor, pero el hecho de irse al exilio y de convertirse en líder del independentismo a lo mejor le ha hecho cambiar su percepción de sí mismo y le ha convertido, entre comillas, en un héroe.
P.- ¿Cómo valoras la sensibilidad del ciudadano catalán medio ahora? ¿Ha sido todo esto un delirio colectivo? Si la gente no es tonta, ¿por qué a veces lo parece, ante tal calibre de personaje como Carles…?
R.- Es evidente que el independentismo catalán ha perdido mucho apoyo social.
P.- ¿Ha muerto?
R.- No, no ha muerto.
P.- ¿Está de parranda?
R.- Al menos, no ha renunciado a la unilateralidad. En cuanto se den circunstancias favorables, tratarán de resucitar su proyecto, pero la situación ya no será la de 2017, cuando el nacionalismo logró sacar a la calle a más de un millón de personas. El nacionalismo es psicosis colectiva, estoy de acuerdo contigo. Me remito al libro de Elías Canetti sobre el poder: él decía que la masa genera energía, es decir, que cuando la gente se junta en la calle o se ve seducida por un fenómeno colectivo, se genera una energía. Naturalmente, él escribió eso pensando en el nazismo, en el fascismo. Pero en fin, en Cataluña esa energía ya se ha perdido.