Si algo bueno tiene cumplir años es que llega un momento en el que abrir la boca y decir lo primero que se te pasa por la mente te importa más bien poco o nada. En eso, Carmen Maura (78) es una experta. Es un chollo para cualquier periodista, dialoga con erudición, dice lo que piensa y para nada se echa a la espalda si algo de lo dicho ha sentado mal. Se siente libre. Es libre. Y además ha tenido que reinventarse tantas veces que uno no sabe si habla con la auténtica o una replicante.
En esa tricotomía que da la fama, en lo profesional se ha convertido en una de las más grandes de la historia del cine, pero en la privacidad y la intimidad ha sufrido más que la mayoría de sus personajes. En esa vertiente pública ostenta entre los más destacados 4 Goya, 7 Fotogramas de Plata, 2 Premios del Cine Europeo, 1 galardón en el Festival de Cine de Cannes, 1 Concha de Plata y el Premio Donostia a toda su carrera en el Festival de Cine de San Sebastián, 1 César, 1 Premio Ondas, y el Premio Platino de Honor del Cine Iberoamericano.
Y la esfera privada arrastra un sinfín de desdichas: su esposo Francisco Forteza Pujol -abogado y miembro de una de las familias más ricas de Baleares- le quitó la custodia de sus dos hijos a los que dejó de ver durante años; a los 30 años un fan se presentó en la puerta de su casa, le dio un puñetazo, perdió la consciencia y al despertar la violó a punta de pistola pero lo peor vino durante el juicio cuando dudaron de su testimonio, le preguntaron si estaba segura de que no quería hacerse conocida y el Fiscal “fue más repugnante que el violador” y a su segunda pareja, Antonio Moreno Rubio, le dio poderes para administrar su patrimonio y al morir en 1995 supo que estaba totalmente arruinada con una deuda de 2,5 millones de euros y las casas y el campo en Cenicientos embargados, por lo que tardó veinte años en sanear sus cuentas.
“De dramas estoy servidita”, afirma asiduamente sin perder ese punto de ironía y acidez que le han mantenido cuerda a lo largo de su fructífera existencia. “Afortunadamente, problemas mentales no he tenido. Nunca he ido al psicólogo y la verdad, tampoco he tenido mucho tiempo. Creo que me ayuda un ángel de la guarda porque podía haberme vuelto loca, pero como siempre he tirado por lo positivo, solía decirme que esto no ha sido para nada, lo solucionaba y punto. Trabajé como una mula para solucionar todo”, confiesa a EL ESPAÑOL | Porfolio con motivo del estreno de la película Mi otro Jon.
Son las diez y media de la mañana de un soleado jueves en Barcelona. Cuando sale del ascensor del hotel uno se da cuenta de que el paso del tiempo apenas ha hecho mella en su diminuto cuerpo, que luce esbelto y potenciado por unos pantalones de campana. “¡Ay, yo quiero una gorra! A ver si la consigo”, comenta con desparpajo porque quiere promocionar con toda su alma Mi otro Jon, su último trabajo dirigido por Paco Arango (57) cuyos beneficios íntegros en taquilla se destinan a la Fundación Aladina que él creó con la misión de ayudar a niños y adolescentes enfermos de cáncer y a sus familias.
“Cuando conocí a Paco me dije: ‘Con este tío quiero trabajar. A ver si se me pega algo de su sentido del humor y su visión positiva de la vida. Me ha encantado porque nos hemos llevado muy bien, es un chico muy educado, llano y muy de verdad. Lo que hace con la Fundación es increíble. No sólo se limita a hacer películas, va al hospital a ver a los niños, le he visto montar unos espectáculos divertidísimos en las habitaciones, habla con los papás… Es una maravilla. Lo que dice, lo hace”, asegura con el convencimiento y la veracidad que otorgan todos los personajes a los que ha dado vida desde hace seis décadas.
Desde luego, ha sido un rodaje atípico para la actriz madrileña. Ana Obregón y Mariano Rajoy hacen cameos, con el trío de las chicas de oro -María José Alfonso, María Luisa Merlo y Marisol Ayuso- se lo ha pasado en grande “y no hay muchos directores que hubieran sabido llevarnos a todas”, apostilla entre risas y ha cumplido una pequeñísima parte de su sueño porque siempre ha anhelado trabajar con Ángela Molina, “pero hacerlo con su hija Olivia ha sido como hacerlo con un cachito de ella”. No hay que olvidarse de Aitana Sánchez Gijón y Fernando Albizu. El mensaje lo han tenido claro: “¡Hay que comerse la vida con patatas!”.
Pregunta.- Carmen, ¿promocionar es sufrir?
Respuesta.- No es lo más divertido de este trabajo (risas). Me lo tomo con alegría, me pongo positiva y si hay que hacerlo, se hace. Con cada uno de vosotros hago como si fuera la primera vez. Además, hay algo relajante ya que a estas alturas digo lo que me da la gana. Todo me importa un bledo. Vamos, que buscarle ventajas a todo y tener 78 años es un golpe [risas].
P.- En definitiva, que pasa mucho de todo.
R.- Pues sí. Noté el verdadero cambio con los 70. Empecé a decir las cosas sin filtros. También empecé a notar que te duele aquí o allá al levantarte [risas]. Pero lo bueno de este trabajo es que te pone en marcha, estás frente a la cámara y no hay tu tía. Recuperas la energía.
P.- ¡Ay, esa cámara! Dicen que engorda siete kilos.
R.- Es muy puñetera y se da cuenta de todo. Pero bien comprendida y tratada es buena. A veces hasta te convierte en guapa aunque no lo seas, incluso te saca delgada. Cuando ruedas lo hago todo para la cámara. ¿Hay que olvidarse de ella como dicen algunos compañeros? No lo practico. Has de rodar, pero no se tiene que notar que está ahí. Por eso cada papel que hago me lo tomo como si fuera único. Es muy importante para mí. Lo estudio a fondo sin importar si es comedia o drama.
P.- Lo importante es seducir.
R.- Sí. Fíjate tú que cuando rodé ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) el New York Times me describió como la sexy housewife. ¡Pero si iba echa un Cristo! Las medias por aquí -se señala por encima de la rodilla-, la ropa del Rastro muy apretada, tenía la raya de no haberme teñido… Ahí me dije era la cámara la que estaba a favor. Es una cosa muy curiosa. En la vida normal, con mis hijos, la familia o los amigos no creo que sea tan generosa. En el rodaje es como que me doy a tope, sea lo que sea, para mí es sagrado.
P.- Por eso es una de las grandes.
R.- Ya.
P.- Y reconocida. Tiene algunos de los mejores premios.
R.- Sí, sí, a media que iba avanzando mi carrera he ido superando mis expectativas. Cuando decidí ser actriz pensé que sería en el teatro porque en aquella época para serlo en el cine tenías que ser rubia, alta, plana y como ves, yo no tenía esa pinta. En realidad, no tener pinta de actriz es estupendo. Piensa que cuando hice Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) empecé a ser invitada a festivales, siempre había alguien esperándote y como iba tan normal en más de una ocasión tenía que pasar varias veces por delante porque no se habían dado cuenta. En cierta ocasión me compré unas gafas de sol con espejo dorado, aún las tengo por ahí, y me funcionó un poco más (risas). Si supieras la cantidad de veces que he salido de un avión y nadie me ha dicho nada, ni me ha visto.
P.- ¿Y en la calle?
R.- Si voy tranquila, paseando a mi perrita que es una monada y sin hablar, no me reconocen. Por la voz mucha gente sabe quién soy. La gente es muy normal, me tratan como si fuera fulanita. Tienes que acostumbrarte a que te paren e intento ver sus ventajas, por ejemplo, si quiero tener información de lo que pasa o si quiero saber si ha funcionado una película el día anterior la gente me lo cuenta por la calle. En vez de dejar que me empiecen a preguntar, soy yo la que les pregunto si viven por el barrio, si tienen perrito... y en las tiendas tiendo a enrollarme.
P.- Le gusta la gente.
R.- Es que me encanta hablar con gente que no conozco de nada. Te dicen las cosas y no se cortan un pelo. Y luego me divierte mucho obtener información.
P.- ¿Qué tal se lleva con la prensa?
R.- Conmigo ni se meten ni me molestan. En general tengo una buena relación. También hay que tener en cuenta que durante veinte años no tuve representante y lo hacía todo yo. Tenía mi listado de periodistas, les llamaba, leía y firmaba los contratos… Aprendí mucho de todo y de cómo funcionaba la producción de una película. Pero llegó un momento en el que tenía mucho follón ya que tenía que trabajar muchísimo para pagar cosas, por lo que cogí un representante. Respeto bastante vuestra profesión.
P.- En sus inicios como actriz debutó también como presentadora en Esta noche, ¿se imaginaba que llegaría a ser tan famosa?
R.- Ni hablar. Sin duda, el programa de Fernando García Tola ha sido el trabajo más difícil que he hecho como actriz. El primer día recuerdo que le dije: “¡Ay, qué miedo! ¿Y si me pasa algo? No sabría qué decir”. Y me contestó con lo chulo que era: “Me llamas” (se le ilumina la cara). Fue un bombazo. En 24 horas mi vida cambió completamente y al principio me angustié bastante porque la popularidad, si no la esperas y no has pensado en ella es muy dura. Ahora la gente entra en los realities y lo están deseando. Luego vi las ventajas que tenía porque podía elegir trabajos. También te diré que a partir de aquel momento me empezó a salir mucho trabajo de periodista, pero yo repetía insistentemente que no quería serlo, que no estaba preparada. Decidí cortar y muchos se enfadaron conmigo. Yo lo que deseaba era ser actriz.
P.- ¿Hasta qué punto fue complicado seguir en el cine?
R.- Estuve muy marcada por la imagen que daba en televisión, pero tuve mucha suerte porque Pedro (Almodóvar) me ofreció el papel para ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) y eso borró por completo la imagen de la tele. Al principio tenían miedo de la niña de la tele. Fue muy tierno porque cuando me dio el papel todo el mundo le decía a Pedro que se equivocaba, incluso gente del equipo, porque mi imagen era demasiado fuerte. Empezamos a rodar y poco a poco fueron viniendo algunos del equipo para decirme “oye Carmen, que yo no creía que…”.
P.- Hagamos un flasback a su infancia en la que tuvo por vecinos a Edgar Neville y Conchita Montes, ¿cómo les recuerda?
R.- Cuando era pequeñita recuerdo que mi padre hablaba siempre de Neville y de Conchita, le encantaba que fuera actriz, pero cuando yo decidí serlo me dijo que no. Pero, sinceramente, no se me viene a la mente nada porque cuando ya fui consciente ellos ya no vivían en el edificio. Sabía quién era Conchita Montes porque había fotos, pero nada más. De mayor tuve el placer de conocerla.
P.- ¿Ha vuelto a su casa de la infancia?
R.- A veces paso por allí porque vivo cerca. Hace unos años hice un programa en el que hablaban de mi vida y me llevaron a mi casa, estaba vacía, se alquilaba y cuando entré todo me parecía más pequeño de lo que recordaba. En el cuarto de baño había un ventanuco que cerraba mal y eso no lo habían cambiado (sonríe). También estaba la puerta corredera que usaba para hacer funciones, estaba la habitación donde nací porque en aquella época estaba de moda nacer en casa. Mi padre era médico, venía la comadrona y ya está.
P.- ¿Cuándo fue consciente de que había nacido en una cuna de oro?
R.-Que no, que mi familia era muy normal.
P.- Pues se ha publicado infinidad de veces que su madre era nieta de los condes Fuente Nueva de Arenzana.
R.- ¿Quién ha dicho eso? Pues a lo mejor. Mi madre se llamaba Carmen Maura Arenzana, pero no tengo ni idea. Supongo que si vas muy atrás… Sé que está don Antonio Maura que creo que fue presidente de la República -concretamente fue cinco veces presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XIII-, pero todo eso no lo sentí nunca. Mira, cuando me di cuenta de que Antonio era pariente, fue cuando empecé a ser actriz porque me empezasteis a preguntar por ello. Nunca he tenido la sensación de pertenecer a ninguna familia bien. Sí, habría los Maura de aquí, de allá… pero la manera en que nosotros vivíamos era muy normal.
P.- ¿A qué llama normal?
R.- El piso podría tener ciento y pico metros, éramos cuatro hijos y cuando mi padre tenía la consulta en casa a partir de las cinco de la tarde tenía que haber un silencio absoluto. Recuerdo que se pasaba mucho frío, un señor nos dejaba el bloque de hielo en la pila porque entonces no había neveras, viví la llegada de la lavadora y bueno, sí, teníamos una chacha que nos cuidaba, pero más allá de esto…
P.- ¡Ah, vale!
R.- Mi padre era oftalmólogo. trabajaba como una bestia y cuando llegaban los Reyes Magos tenía que hacer horas extraordinarias para comprarnos los regalos. Primero tuvo una moto, luego un 600, después otro coche más grande… Muchas veces mi madre le ayudaba como enfermera, tuvo una profesional poco después, e incluso yo también hice de enfermera casi un año. Me divertía mucho. El disfraz me parecía gracioso. Y encima en aquella época a las enfermeras les daban propina. Recuerdo que mi padre hacía la revisión de los pilotos de Iberia. De repente, llegaban y lo de ser comandante era como el mejor ligue que podías tener (risas).
P.- Según tengo entendido también se lo pasaba muy bien con el uniforme del colegio.
R.- Iba a un colegio de monjas al lado de casa donde me lo pasé a lo grande. Me encantaba tanto el uniforme que a veces incluso me lo ponía los domingos. Mi madre decía que estaba loca. Para mí era como un disfraz. De pequeñita ya empezaba a hacer funciones con mis amigas, pero no sé de dónde me venía esa inquietud porque mis padres no me llevaban al cine o al teatro. No estaban muy motivados.
P.- En estos momentos el país anda revuelto con Pedro Sánchez pactando con Bildu, intentando llegar a un acuerdo con los independentistas catalanes y un sinfín de vaivenes, ¿cómo lo está viviendo?
R.- Lo que te voy a decir es que los políticos viven en otra galaxia y luego los demás. Ellos con sus cosas y que nadie les moleste. Lo primero que siento es que no me importa ser mayor ya que no me gusta lo que veo por delante. ¡Vaya futuro! Si tienes hijos y nietos te dan escalofríos. Tengo una nieta de 20 años, ya me dirás tú. Con lo que está sucediendo no se puede pensar en nada, en cualquier momento puede estallar un coche por ahí.
P.- El mundo se ha vuelto loco de repente.
R.- Mira cómo está París y cómo está todo. En París lo tienen mucho peor porque tienen muchísimos judíos y muchísimos árabes. Mi pasito está en Le Marais.
P.- Pues eres vecina de Claudia Cardinale.
R.- ¡Ah! ¿Sí?
P.- Sí.
R.- Estaba buscando un sitio pequeñito para vivir en París mientras estuviera trabajando. Tuve la suerte de que llegué a una agencia a las siete de la tarde y les entró cinco chambres de bonne -cuartos de servicio ubicado en lo alto de los edificios burgueses- y las compré. Como ya no tenía más dinero lo cerré todo y me fui a rodar a México. Ahora tengo un apartamento monísimo que da a dos orientaciones, pero me costó mucho trabajo por culpa de la comunidad de propietarios que en su mayoría son familias judías. Éstas lo hubieran querido comprar, pero tuve la suerte de que la dueña se llevaba mal con toda la comunidad y no quería vendérselas. Cuando vi las chambres de bonne estaban destrozadas, había humedades, hongos, no calculé que también tenía que comprar el pasillo y poner un váter. En definitiva, me metí en un follón. Pero supe que tenía posibilidades.
P.- ¿Suele ir mucho?
R.- Hace casi un año que no voy. Y ahora no lo voy a hacer con todas las alertas por terrorismo. La última vez hice teatro, pero es muy complicado encontrar una cosa que me divierta tanto como L’hirondelle. De momento con el cine voy bien porque si paro me siento a mirar los árboles y ya no me levanto. En breve sí me tendré que ir a Buenos Aires, que también está bien (lo dice sarcásticamente).
P.- ¿Podría adelantar parte de la trama?
R.- (Pensativa) Se va a llamar Vieja Loca, la dirige Martín Mauregui y la produce Bayona. Es una película preciosa, pero muy difícil. Mi papel es muy gordo y complicado. Va a ser la última vez que haga algo así. Quiero papeles más discretitos como el que he hecho en Mi otro Jon.
P.- Por cierto, antes de irse, tras la jura de bandera de la princesa Leonor se ha desatado la Leonormanía, ¿qué le parece el fenómeno?
R.- Pobrecita. La apoyo. Menudo le ha caído encima. El otro día pensaba que anda que la otra hermanita no tiene que estar relajada y contenta porque no le ha tocado a ella. Para Leonor hacerlo bien es muy difícil, pero seguro que se ha preparado mucho para hacer todos esos ejercicios físicos, habrá tenido un profesor particular militar… Y encima tiene una cámara encima prácticamente todo el día. La tía lo está haciendo de puta madre, pero hay que dejarla una poquito en paz porque se puede agobiar. Supongo que ahora es normal porque hay todo este lío, pero espero que la dejen hacer sus cosas, estudiar, hacer carreras.