Un pueblo de poco más de 30 familias está a punto de servir de excusa para que el dictador Ilham Aliyev ordene a su ejército que ataque nuevamente Armenia. El exclave azerí de Karki es una de las anomalías geopolíticas más desconocidas del planeta. Hasta el 15 de enero de 1990, estaba mayoritariamente habitado por los llamados tártaros —población de origen túrquico— , a pesar de que se halla enteramente situado en territorio armenio. Tras la primera guerra de Nagorno-Karabaj, Armenia se hizo con el control del municipio; lo rebautizó como Tigranashen y repobló la zona con locales, en su mayoría refugiados que huían de los pogromos de Bakú.
Ahora es la dictadura de su enemistoso país vecino quien vuelve a agitar airadamente el puño para reclamarlo para sí junto a otras siete aldeas más situadas en el norte del país, todas deshabitadas a excepción de una. Un equipo de reporteros de PORFOLIO | ELESPAÑOL ha visitado ese pueblo diminuto coloreado por el otoño para hablar con sus vecinos sobre el modo en el que afrontan la amenaza que Aliyev proyecta sobre sus vidas y sus posesiones.
Apenas tres docenas de viviendas toscas salpican las herbosas laderas amarillas del pueblo en disputa. Cuesta creer que un lugar así haya levantado semejante polvareda. Pero, en efecto, Tigranashen puede ser la chispa de ignición que vuelva a prender el fuego de la guerra solo unas semanas después de que el Ejército de Azerbaiyán se haya hecho con el control de Stepanakert, la capital del antiguo enclave armenio de Arsatj. Nadie en Armenia alberga la menor duda de que la conquista de Nagorno-Karabaj no ha terminado con las ambiciones territoriales de los azeríes, envalentonados por la aplastante superioridad militar que le han otorgado los ingresos del gas y el apoyo de Israel y de sus primos hermanos turcos.
Paranoia y miedo
Hay en el pequeño núcleo una atmósfera sombría de paranoia, hostilidad y miedo que no logra mitigar la belleza de la hojarasca abigarrada que todavía viste los nogales, los damascos y los cerezos. A unos doscientos metros, en dirección a la montaña que mira a la frontera, camina sobre una loma en la distancia un soldado del ejército armenio. Es cerca ya del mediodía pero el pueblo está vacío. A medida que avanzamos por las veredas empedradas, se cierran a nuestro paso las cancelas que circundan los jardines y las huertas. Hace algunos meses, fueron agredidos un puñado de periodistas de la oposición al Gobierno del primer ministro, Nikol Pashinian. “No me sorprende”, nos dice nuestra traductora. “Son un puñado de gente corrupta a sueldo del ex presidente que andan siempre provocando”.
A Pashinian le han buscado las cosquillas porque, aunque después lo ha desmentido, el pasado mes de mayo reconoció públicamente que el exclave pertenecía a Najichevan, una porción de Azerbaiyán separada del resto de su estado por el sur de Armenia. Armenia cree que la verdadera prioridad de Aliyev es atacar el corredor Zangezur, que es como se designa la ruta de transporte estratégica que se extiende desde Bakú hasta Kars, la provincia oriental de Turquía, pasando por territorio soberano armenio en la provincia de Syunik, cerca de la frontera del país con Irán.
Visto de ese modo, los ocho pueblos que Azerbaiyán reclama —entre los que está Tigranashen— serían solo un subterfugio para añadir aún más presión a su vecino armenio, consciente de su debilidad y de la asimetría militar en que se encuentran las fuerzas de ambos países. Armenia lo tiene casi todo en contra. Si uno echa un vistazo en Google Map, descubrirá que Tigranashen es consignado con su nombre turco —Karki — y encerrado en un círculo cuya posesión se atribuye a Azerbaiyán.
La solución más aparentemente salomónica a este enrevesado puzzle sería la que se contiene en la propuesta apadrinada hace unas semanas en la ciudad andaluza de Granada por Alemania, Francia y los funcionarios europeos. De acuerdo a ésta, Armenia reconocería 86,6 mil kilómetros cuadrados de territorio azerbaiyano, que incluirían Arsatj. A su vez, Bakú debería reconocer la soberanía armenia sobre 29.800 kilómetros cuadrados de los que quedarían excluidos Nagorno-Karabaj.
¿Qué pasaría con los exclaves y las aldeas azeríes en territorio armenio? Durante la primera guerra de Artsaj, Armenia ocupó aproximadamente 60 kilómetros cuadrados de tierra de Azerbaiyán. Dentro de esa superficie se hallaban comprendidos los enclaves de Verin Voskepar, Tigranashen, Sofulu y Barjudarlu, así como varias aldeas situadas cerca de Baganis, en la región de Tavush, y un pequeño territorio próximo a Sarigyugh. Claro que Azerbaiyán se apoderó a su vez de alrededor de 71 kilómetros cuadrados armenios que incluyen el enclave de Artsvashen (51 kilómetros cuadrados), la aldea de Berkaber (12 kilómetros cuadrados) y territorio cerca de Sevkar, en la región de Tavush (unos 5 kilómetros cuadrados). Lo que defiende Armenia es que se intercambien unos por otros, a condición de que se le devuelvan igualmente otros 200 kilómetros cuadrados que le mordieron durante la última ofensiva en el área estratégica de Syunik. Pero Aliyev no está por la labor de cuadrar las cuentas porque, según los políticos armenios, se ha convertido en un lobo panturianista, sediento de sangre y bravucón.
Ovejas armenias
En el acceso oriental a Tigranashen, observamos a tres hombres trabajando en la remodelación de una de esas típicas viviendas de una planta que se esparcen por todo el municipio. Eso no es lo que se espera de alguien que teme estar a punto de perder su casa. El mayor de los tres, Yeghishe Vanyan, de 63 años, nos ha dejado muy claro que si deseamos que hable, debemos apagar las cámaras, lo que no impide que le fotografiemos a hurtadillas. “Creéis que nos estáis echando una mano y solo ayudáis a nuestros enemigos”, nos reprocha. “Hace algunos meses vino por aquí gente de fuera para cavar trincheras y uno de ellos proporcionó información militar al enemigo”.
Historias como esas corren por ahí a menudo, alimentando el recelo de los responsables gubernamentales de prensa, cuya gestión comunicacional de la crisis de Artsaj ha sido más que desastrosa, lo que explica, a juicio de muchos, la fría indiferencia con la que el mundo ha ignorado los episodios más recientes de la tragedia armenia y, más específicamente, el bloqueo humanitario de nueve meses que antecedió a la toma de Stepanakert, la capital de ese territorio. La oficina de prensa del Ministerio armenio de Asuntos Exteriores todavía está trabada por normas absurdas y la ineptitud y la estulticia de unos perezosos burócratas con mentalidad soviética.
A pesar de su indisimulado miedo, Yeghishe Vanyan nos sirve unas tazas de te sobre los restos del encofrado de su obra y continúa hablando. “Es posible que los azeríes levantaran los muros de algunas de estas casas y pusieran sobre ellos los tejados, pero la tierra sigue siendo armenia, así que si finalmente se negocia, habrá que compensarles por las viviendas pero en ningún caso devolverles esta tierra. Por otro lado, a Aliyev no le interesa en realidad Tigranashen. Lo que quiere es debilitarnos más. Hace 100 años, digerimos la entrega a Azerbaiyán de Najicheván. Ahora lo que pretende es separar el país y conectar ese exclave con Bakú metiéndole un bocado más a nuestro territorio”.
Otros muchos coinciden con Vanyan en que el presidente azerí se está sirviendo solo del villorrio para atizar más la camorra e inventarse un nuevo casus belli que le brinde una excusa para meterse hasta la cocina armenia. Y si, tal y como parece, eso sucede, ahora no será para recuperar territorios en disputa, sino para mutilar y humillar a sus vecinos.
Puede que Tigranashen sea un pueblo sobre un puñado de laderas pedregosas pero posee una importancia estratégica dado que se halla situado junto a la carretera interestatal que conecta el centro de Armenia con Syunik, Artsaj e Irán. En otras palabras, perder Tigranashen cerraría el paso a Persia de Armenia y le obligaría a buscar otra salida a través del pueblo de Vedi. También el enclave en disputa de Voskepar posee una importancia capital. En este caso, el motivo es que es atravesado por el gaseoducto que va de Georgia a Armenia.
Uno necesariamente se pregunta cómo puede uno vivir sobre ese inestable lodazal minado por las arenas movedizas geopolíticas y las amenazas de guerra de un vecino invencible hoy en día. “Al primer ministro lo han malinterpretado”, arguye Yeghishe Vanyan. “Tal y como yo lo entiendo, lo que vino a decir es que si se demuestra que Tigranashen pertenecía a Azerbaiyán, estaríamos dispuestos a negociar. Es una forma diplomática de expresar: 'Si puedes demostrar que es tuyo, tómalo'. ¿Quiere que le diga algo? Lo único que demuestra todo esto es que Bakú se está volviendo cada vez más ambicioso porque Rusia se comprometió a protegernos y no ha hecho nada por nosotros”.
Abusos de los armenios
¿Podría demostrar Azerbaiyán que el pueblo que ellos llaman Karki es un exclave de la República Autónoma de Najicheván que de iure les pertenece? Es un hecho que nadie pone en duda que su población era mayoritariamente turca hasta que el 19 de enero de 1990, el Ejército de Armenia penetró en el municipio y se apoderó de sus 19 kilómetros cuadrados. Las crónicas azeríes de aquellos episodios y su vida anterior en el exclave hacen referencia a humillaciones y brutales crueldades cometidas por los armenios, las mismas que retroalimentaron el odio que ahora alienta a Aliyev a resarcir a su pueblo por lo acaecido hace 33 años. Toda su retórica está sangrientamente salpicada de su ansia de venganza.
“Solo Dios sabe lo que sufrimos desde 1988 a 1990 en aquel pequeño pueblo donde vivían unas 350 personas, repartidas por 70 familias”, escribía hace cinco años un testigo vivo de la expulsión de Kirki de los azeríes. “Es cierto que muchos hermanos de Saderak, Sharur e incluso de Najichevan acudieron en nuestra ayuda y nos apoyaron durante meses, pero era muy difícil vivir en un pueblo separado por 12 kilómetros de Saderak y situado a 30 metros de la carretera que conectaba Yerevan y Cermuk. Escuchábamos salir palabras sarcásticas de todos y cada uno de los 500 automóviles armenios que pasaban cada día por el pueblo. A partir de 1988, los vehículos que circulaban por la carretera asfaltada comenzaron a abrir fuego contra la aldea y la población se vio obligada a vivir en barrios marginales”. Y esta historia de barbarie continuó hasta que fueron expulsados por completo de su pueblo. Ningún conflicto humano puede escribirse en blanco y negro.
Tras la ocupación violenta de la aldea, ésta fue rebautizada como Tigranashen en honor al monarca armenio Tigranés el grande y los habitantes azeríes cuyas posesiones habían sido usurpadas fueron relocalizados por su gobierno en Yeni Karki o Nueva Karki. Desde Bakú acostumbra a subrayarse que ya en 1910, Karki tenía una población predominantemente azerbaiyana o tártara. Algunos estudiosos armenios como Hamo Sukiasyan o Arman Tatoyan han intentado desbaratar las tesis de los azeríes recurriendo a documentos que, en su opinión, demuestran que Tigranashen no fue jamás un enclave.
“No solo era ya parte de la primera República Armenia sino también de la Armenia soviética”, sostiene Tatoyan. “El pueblo se llamaba Karke (de ahí tomaron los azerbaiyanos lo de Karki). Que una parte de un asentamiento sea ocupada (naturalmente) y habitada por representantes de una determinada nación, no significa automáticamente que el área pase a pertenecer al estado que representa a esa nación. Y algo parecido ocurre con Voskepar, otro de los pueblos reclamados por Bakú”.
Muchos de los residentes más viejos de Tigranashen son supervivientes de otras masacres azeríes anteriores cuyas familias habían salido huyendo. La de Vanyan dejó Bakú primero para asentarse en un pequeño pueblo de Arsatj que, con el tiempo, se vieron obligados igualmente a abandonar. Si terminaran expulsados del pueblo en disputa sería la tercera vez que hacen las maletas en poco más de 30 años. Para él, es claramente una guerra religiosa. “Los israelís dicen que están luchando contra el Islam”, afirma. “Si analiza usted nuestra historia más reciente, verá que fue Turquía quien asesinó a millones de los nuestros durante el genocidio de 1915. Hasta donde yo sé, había 17 millones de turcos en los años 40 y ahora pasan de 90. Han asimilado a todas las naciones que vivían bajo el yugo de su estado para convertirles en turcos. En 1988, había tres millones de armenios en Armenia y siete millones de azeríes en su país. Ahora somos poco más de dos millones frente a los 10 millones de azeríes. Y lo mismo está ocurriendo en su país y en Europa. Los musulmanes van a convertirse en mayoría. ¿Entiende usted por dónde voy?”.
Algunos de los residentes de Tigranashen nacieron ya en el pueblo tras su liberación y no desean ni pensar en abandonar su casa. No han conocido nada diferente a esa pequeña aldea. “Si comenzamos a aceptar la idea de que es posible que nos despojen de esta tierra sucederá sin duda”, nos dice Andenyan Nver. Es camionero y tiene 30 años. Pasa al menos seis meses en la vecina Rusia y luego vuelve al pueblo, donde vive su esposa. También ella tiene miedo y, a diferencia de él, se niega a posar para la cámara. “Nos sentimos protegidos por el Ejército pero no por el Gobierno, especialmente, después de ver lo que acaba de suceder en Arsatj”, continúa. “Hay un enclave armenio en territorio azerí. ¿Por qué no lo intercambian? Mi familia vino aquí desde Bakú en 1993. Algunas paredes de mi casa habían sido levantadas por los azeríes, pero el resto de la estructura y casi todos los arreglos los hicimos nosotros. No tiene ningún sentido que nos despojen de esto”.
Escaramuzas bélicas en la frontera
Desde Tigranashen a la ciudad armenia fronteriza de Yerasj hay en línea recta poco más de cinco kilómetros. Las cosas se hallan tan calientes que una empresa norteamericana tuvo que suspender la construcción de una fundición porque los azeríes disparaban regularmente contra sus trabajadores desde los cerros que controlan en la montaña próximo. Un empleado indio fue herido en el torso. Las escaramuzas bélicas no han cesado y aunque algunas familias de Yerasj han decidido huir, otras han ocupado su lugar. Siempre hay alguien lo suficientemente desesperado como para arriesgarse a llevar a su familia hasta la línea de contacto.
En una de las casas más meridionales de Yerasj, que son también las más próximas a la demarcación de la frontera, vive una anciana senil armenia. Y junto a ella habita ahora un matrimonio con tres hijos, uno de los cuales sirve en Goriz con el ejército de Armenia. La casa que ocupaban pertenecía a unos yazidíes que, cansados del acoso de sus vecinos musulmanes, hicieron las maletas y se fueron a Alemania. Aún quedan todavía tres familias de esa religión sincrética preislámica cuyas viviendas se arriman a un pequeño templo sobre cuya puerta principal hay broquelado un pavo real, el ángel caído al que musulmanes y cristianos suelen llamar Satán. En su barriada había también kurdos pero, como tantos otros, se marcharon. Si Aliyev finalmente ataca Tigranashen es posible que rompa primero esas defensas para franquear el paso a sus tropas y abrirse paso hasta el exclave.
“El problema de todo esto es que Erdogan y Aliyev quieren destruir Armenia entera”, nos dice el hispanoarmenio Levon Grigorian, quien, además de abogado, es uno de los miembros más activos e influyentes del lobby armenio en nuestro país. “Esos dos dictadores alimentan el sueño imperialista de conectar por tierra todos los países de origen túrquico y una de las excusas a la que recurrieron para arrastrar a Armenia hacia una guerra fue la invasión de Arsatj. Cuando vieron que Yereván eludía el conflicto empezaron a empujar lo del corredor de Syunik. Como Francia y otros países europeos desaprueban un formato de carretera que socava nuestra soberanía, se han sacado de la chistera lo de los enclaves. De lo que Aliyev no habla jamás es del exclave que Armenia posee en Azerbaiyán. Van a intentar coger todo lo que puedan. Es lógico que la gente tenga miedo. Se están portando como verdaderos bárbaros”.