Frente a la urbanización madrileña de Villafranca del Castillo se erige una monumental antena blanca, un armatoste de hierro y chapa que antaño oteaba el horizonte estelar y enviaba coordenadas a los satélites que orbitaban la Tierra. Es el primer aparato que recibe cada mañana a los científicos Xavier Dupac, Michael Kueppers y Rocío Guerra al cruzar la garita de seguridad del Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC), la delegación de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Madrid.
El complejo, al que algunos se refieren como 'la NASA de España', se encuentra a los pies del cerro que preside el Castillo de Aulencia y a menos de un kilómetro de Villanueva de la Cañada. Lo que muchos no saben es que los despachos de este centro de investigación espacial se disputa el futuro astronómico de la humanidad.
Algunos de sus proyectos, como la misión Euclid, podrían desvelar algunos rompecabezas que persiguen a la ciencia desde hace siglos, como qué es la materia oscura o qué ocurrirá con el universo en expansión dentro de miles de millones de años. Otros, como Hera, parecen misiones sacadas de una superproducción de Hollywood, ya que buscan analizar las consecuencias de una colisión de un satélite de la NASA contra un asteroide a gran velocidad para demostrar que este tipo de objetos potencialmente peligrosos pueden ser desviados.
"Nosotros hacemos posible que se manden 'aparatos' al espacio en dirección a Marte, Júpiter, el Sol o donde sea", adelanta el astrofísico Xavier Dupac, científico de operaciones de Euclid mientras guía a EL ESPAÑOL | Porfolio a través de las instalaciones del ESAC.
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Tal y como explica Dupac, el Centro Europeo de Astronomía Espacial es un complejo de operaciones científicas dedicado a la rama de análisis, planificación y monitorización de proyectos de la Agencia Espacial Europea (ESA).
Los más de 300 expertos que conforman esta delegación madrileña desempeñan, esencialmente, un trabajo de oficina. "Nos dedicamos a la observación del universo, a la exploración planetaria y a llevar a cabo misiones de física fundamental, como el proyecto LISA Pathfinder, dedicado al análisis de ondas gravitacionales".
En las entrañas de ESAC
Los 'centros de operaciones científicas' como ESAC se encargan de planificar, controlar y estudiar que los instrumentos enviados al espacio por la ESA funcionen correctamente. Sus expertos, la mayoría astrofísicos e ingenieros aeroespaciales, también realizan tareas de procesamiento de datos, mantenimiento de archivos y calibran los instrumentos que se mandan al cosmos.
Son la base teórica de todos los proyectos que luego culminan en misiones espaciales europeas, como la famosa sonda espacial Rosetta, y colaboran junto a la NASA en proyectos internacionales como el de la puesta en marcha del telescopio espacial James Webb.
En ESAC nadie verá despegues de cohetes ni astronautas entrenando en jornadas maratonianas, pero sí a científicos de todos los continentes rebuscar información en los inmensos servidores que recogen los datos de todas las misiones de la ESA. También a un escuadrón de eruditos rodeados de ordenadores y ecuaciones que supervisan el correcto funcionamiento de las misiones más punteras de la ciencia moderna.
Al recorrer sus pasillos cualquiera comprende que el cine siempre exagera: no hay gigantescas mesas redondas con acalorados debates científicos, ancianos de pelo encrespado que caminen ensimismados en sus batas blancas ni gigantescas pantallas con trayectorias orbitales.
Como si se empeñaran en contradecir el estereotipo hollywoodiense, los científicos van en pantalones cortos, coloridos polos, sandalias o camisetas que lucen dibujitos de planetas. En sus pasillos hay un silencio sepulcral que sólo se rompe cerca de la cafetería, cuando algún ingeniero sale a fumarse un pitillo o después de que un murciélago revolotee nervioso por un pasillo mientras busca oscuridad.
Los diferentes edificios en los que se divide esta urbanización científica (A, B, C y D; cada uno de ellos dedicado a un grupo de misiones espaciales) guardan por dentro una apariencia muy similar. Casi todos están plagados de pasillos blancos futuristas con oficinas individuales o compartidas a cuyo interior uno se puede asomar a través de una ventana con ojo de buey. En algunas se vislumbran pizarras blancas llenas de ecuaciones rojas; en otras, algún joven científico arruga el entrecejo mientras mira una pantalla o pasa unos papeles.
ESAC sí que cuenta con los famosos niveles de seguridad que muchos han visto en las películas. Por ejemplo, la tarjeta de Dupac sólo le permite acceder a las instalaciones de nivel 2. Al preguntarle qué contienen las de nivel 3, desinfla cualquier halo de misterio: servidores que no pueden desconectarse por culpa de un error humano e ingentes archivos con datos. Porque ESAC es una de las mecas de la ciencia espacial, ya que recoge toda la información sobre la actividad de la Agencia Espacial Europea.
"Estamos organizados por misiones", añade el experto, tratando de explicar el complejo funcionamiento y la distribución laboral del Centro Europeo de Astronomía Espacial. "En el edificio C, por ejemplo, está la misión del satélite Solar Orbiter, dedicado a la observación solar. El A está más centrado en las misiones planetarias. Yo estoy en el B con la misión Euclid".
"Aquí la gente está muy especializada", prosigue el astrofísico. "Alguien puede trabajar 10 o 15 años en una misma misión. En mi caso, estuve diez en Planck, un revolucionario proyecto de cosmología que observaba la radiación cósmica de microondas".
Dupac fue uno de los hombres que miró al espacio profundo, a los orígenes de nuestro Universo, hasta 400.000 años después del Big Bang que dio comienzo a todo lo que conocemos. Hoy, el equipo del que forma parte, quiere ir más allá: su próxima misión, Euclid, se ha propuesto explicar cómo funciona la materia oscura. El gran Misterio, en mayúscula, del universo.
Una agencia europea ramificada
El Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC) nació en 1978 bajo el acrónimo de VILSPA, en referencia a VILlafranca SPAin. Lo hizo sólo tres años después de la fundación de la Agencia Especial Europea (1975), una organización intergubernamental que derivaba de la antigua Organización Europea para la Investigación Espacial (1962-1975).
El objetivo de ESA es, en palabras de la propia agencia, "realizar una exploración pacífica del espacio en beneficio del mundo". En sus 40 años de existencia ha conseguido aglutinar a 22 países que cofinancian sus proyectos de investigación espacial. En la memoria de 2020, España fue el quinto país que más contribuyó a la ESA, con 250 millones de euros, un 5% del total.
Además del ESAC de Villafranca del Castillo, la ESA tiene distribuidos por Europa numerosos centros, cada uno de ellos dedicado a una tarea específica. En Reino Unido, por ejemplo, está el Centro Europeo para Aplicaciones Espaciales y Telecomunicaciones (ECSAT).
Francia acoge su sede y el Centro Europeo de Operaciones Espaciales (ESOC). Italia tiene el Centro de la ESA para la Observación de la Tierra (ESRIN), Holanda el Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial (ESTEC) y Bélgica el Centro de Seguridad Espacial y Educación (ESEC). Alemania, por su parte, cuenta con el Centro Europeo de Astronautas (EAC). El puerto-lanzadera de la ESA se sitúa al otro lado del Atlántico, en la Guayana Francesa. Desde el ecuador los cohetes espaciales se aprovechan de la rotación de la Tierra para sus despegues.
Proyecto Euclid: energía oscura
Dupac, más allá de estudiar los oscuros recovecos del universo, también confiesa ser un gran ajedrecista y un apasionado de la música. El astrofísico combina su labor científica con su día a día como barítono. No es raro escuchar su prodigiosa voz recitando alguna ópera de Wagner en una basílica. El hombre encargado de lograr que la delegación de la ESA en España pueda saber más sobre el gran misterio del universo le canta a las estrellas.
"Dedico mi tiempo libre a la música", confiesa, tímido, cuando se le pregunta por este hobby. "A lo mejor algún día cambio de vida y me pongo a cantar Verdi", dice entre risas. "Es curioso porque tengo muchos colegas astrofísicos que son músicos. Parece que hay una conexión. Debe ser que buscamos la armonía en todos lados".
Su mayor sueño desde pequeño, sin embargo, fue dedicarse a la astronomía. Cuando era un crío se quedaba obnubilado mientras hojeaba las imágenes de los libros de texto que representaban los planetas y las galaxias. "Mi primer recuerdo del espacio fue observar la Luna", evoca. "Era aún un niño y recuerdo que me dije: 'Guau, esto lo tengo que entender. Lo grande. Lo más grande'. También recuerdo que tenía un enorme atlas del mundo en el que había dos páginas sobre el sistema solar. Es lo único que miraba".
Su sueño se hizo realidad cuando estudió física en la Universidad de Limoges y se doctoró en astrofísica por la de Toulouse. "Para mí lo más hermoso de este trabajo es poder contribuir a comprender mejor el universo, averiguar de dónde viene nuestro planeta y cuál es la historia del cosmos. Pero encontrar las razones siempre es lo más difícil. Solemos entender el cómo, pero no el porqué".
Precisamente ese afán de desenmascarar los misterios del universo es lo que llevó a Dupac a sumarse al proyecto Euclid, una de las misiones más trascendentes que tiene en marcha la Agencia Espacial Europea. Su objetivo es lanzar a órbita una nave con un telescopio espacial con el que se podrá ver hasta el 30% del espacio profundo, aquel recóndito lugar en el que no hay planetas, sólo una inquietante oscuridad.
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"Vamos a observar unas mil millones de galaxias. Hay unas 400.000 millones, así que veremos un 1% del universo observable", sugiere Dupac. "Si observamos cómo se agrupa y distribuye el cosmos, se puede entender su funcionamiento, especialmente cómo le influye la energía oscura, que es la responsable de la aceleración del universo. ¿Se expandirá para siempre o se contraerá en algún momento?", se pregunta el científico.
La respuesta, como tantos otros interrogantes que arroja el espacio profundo, es un misterio. Pero hay teorías. "Según los datos de Planck [recordemos, la misión en la que trabajó Dupac durante 10 años], la hipótesis es que se expandirá para siempre, pero llegará un punto en el que ya no habrá más estrellas y se llegará a un universo congelado y vacío. Es sólo una teoría, ya que se podría descubrir que las partículas que forman la materia oscura podrían estar influyendo de otra manera".
La energía oscura y la materia oscura son los componentes principales del universo. El 95% de la energía del universo está formada por estos dos elementos cuya naturaleza es desconocida por la ciencia. "Sabemos que están ahí porque vemos sus efectos en la gravitación y en el comportamiento de las galaxias, pero desconocemos de qué están compuestas".
La ambición del proyecto Euclid, cuyo lanzamiento está previsto para 2023, consiste en despejar esa incógnita que lleva décadas haciendo sudar a los científicos de todo el mundo. Desde Madrid, él y el equipo de científicos que lo acompañan, tratarán de llevar a España a los confines del universo observable.
La 'Agenda Rusia'
Muchos de los proyectos que la ESA tenía en marcha con Roscosmos, la agencia espacial rusa, han quedado dinamitados tras la invasión de Vladímir Putin en Ucrania. Misiones como ExoMars, prevista para 2022, se han retrasado indefinidamente porque dependían de diseños provenientes de Rusia.
Euclid tambien ha sufrido retrasos. El telescopio espacial se iba a lanzar mediante un cohete Soyuz, pero debido a las tensiones con el gigante ruso finalmente tendrá que hacerlo con la ayuda de la lanzadera espacial Ariane-6, que aún no está preparada, o con la colaboración de un transbordador comercial como los de Space-X.
La única colaboración que se mantiene activa con Rusia es, por fuerza, la de la Estación Espacial Internacional (ISS). Pero hubo amenazas. El exdirector de Roscosmos, Dimitri Rogozin, amagó hace unos meses con desorbitar la estación. Sin embargo, su sustituto, Yuri Borisov, adelantó esta semana que simplemente abandonarían el complejo orbital a partir de 2024. ¿Serían capaces, no obstante, de desviarla si se lo propusieran? "Sí, porque ellos controlan la estación", alertan los científicos del ESAC.
Desviación de asteroides peligrosos
Michael Kueppers atraviesa el marco de la puerta de la sala de reuniones con una jovialidad contagiosa. Una enorme sonrisa le cruza el rostro. Se saluda con Xavier Dupac antes de tomarle el relevo como guía. Tras su risueña presentación, lleva a EL ESPAÑOL | Porfolio hasta una enorme réplica al aire libre de la sonda espacial Rosetta. Esta misión de la ESA supuso una auténtica revolución científica: fue la primera en encontrarse con un cometa, la primera en seguirlo en su órbita alrededor del Sol y la primera en desplegar un módulo de aterrizaje en su superficie.
Kueppers formó parte en 2004 del equipo de científicos que hizo posible el lanzamiento de Rosetta. Los asteroides y los cometas, por tanto, son indisociables de su vida. Hoy forma parte de otro proyecto similar, Hera, una misión insólita que, junto a la NASA, pretende demostrar que el ser humano tiene la tecnología suficiente para poder desviar un asteroide en caso de que este amenace con impactar sobre la Tierra. "Estadísticamente va a ocurrir en algún momento, así que debemos estar preparados", augura el científico.
El próximo 26 de septiembre de 2022 la nave espacial DART de la NASA impactará contra Dimorphos, un satélite de 160 metros que orbita en torno a un asteroide más grande, Didymos. El objetivo de esta operación suicida consiste en demostrar que, en caso de amenaza para la supervivencia planetaria, la Tierra cuenta con la tecnología suficiente para desviar un viajero del espacio potencialmente peligroso.
"El impulso del satélite Dimorphos se transferirá al asteroide Didymos y cambiará su rumbo", asegura Kueppers. "Impactará a unos 6 km por segundo, lo que lo desviará un poquito. Recuerda a Deep Impact", bromea.
Y ahí es donde entra en juego la misión en la que él participa: después de que DART haya impactado contra Dimorphos, la nave espacial Hera, que toma el nombre de la diosa griega, será lanzada al espacio para analizar si la desviación prevista por la NASA realmente ha sido efectiva. En 2024 comprobará "el lugar del crimen", y en 2026 llegará a Didymos para analizar si la trayectoria del asteroide –que no supone ningún peligro para la Tierra– ha cambiado su ruta.
Kueppers ríe cuando le preguntan si cree que el ser humano se comportaría como en la película No Mires Arriba en caso de que un asteroide gigantesco fuese a impactar contra la Tierra. "No creo", ríe. "Ahora mismo no conocemos objetos que vayan a chocar, pero un impacto de un asteroide de más de un kilómetro sería catastrófico para el clima.El que terminó con los dinosaurios tenía unos 10 km, pero el impacto de uno de 160 metros ya podría ser grave. Si cayese en una ciudad, la arrasaría", alerta.
¿Hemos estado cerca de perecer como los dinosaurios? ¿Podría ocurrir un evento así en los próximos años? ¿Se extinguirá el ser humano por culpa de una roca cósmica? "Durante un tiempo hubo cierto debate sobre si un asteroide llamado Apofis, de 400 metros, llegaría a chocar contra la Tierra en 2029 o 2036. Pero resulta que al final no. Va a pasar cerca, pero no a impactar".
Sin embargo, el experto cita el caso de Cheliabínsk, en Rusia, cuando un asteroide pequeño aterrizó sobre la superficie terrestre en 2013. Su onda expansiva destruyó cientos de cristales de edificios colindantes, lo que hirió a miles de personas. "Pero algo así sí es más habitual y ocurre, digamos, cada 20, 30 o 50 años".
"¿Podría ocurrir algo como lo que pasó en 1908 en Rusia?", se pregunta Kueppers, refiriéndose al fatídico bólido de Tunguska que arrasó 80 millones de árboles; un asteroide de entre 50 y 180 metros que se desintegró al entrar en la atmósfera terrestre. "Puede ser. Esto ocurre cada 100 o 200 años. Y, algo realmente catastrófico, cada 1.000 o 10.000 años. Si hablamos de lo que acabó con los dinosaurios... habría que sumar 100 millones más. Pero son sólo estimaciones".
Lo más grave que podría ocurrirnos, asegura el científico, es que un cometa que venga de las afueras del sistema solar choque contra la Tierra. "Nuestra capacidad de reacción sería mínima, porque se los detecta relativamente tarde. De todos modos, estadísticamente, lo más probable es que cayese en el océano y provocase un tsunami". No es alentador, pero menos es nada.
El Edén científico
Sorprende que entre los cuatro edificios en los que se divide el ESAC (A, B, C y D) aparezca un gimnasio ultramoderno, un restaurante con terraza y varias pistas de pádel y tenis. Al terminar sus jornadas de trabajo, muchos científicos cogen sus raquetas y hacen su sesión rutinaria de ejercicio. Entre los edificios hay jardines para salir a tomar una bocanada de aire fresco y pequeñas parcelas de césped que la ola de calor se ha encargado de teñir de amarillo.
Pasear por la avenida principal supone toparse con las maquetas a escala 1:2 de algunas misiones espaciales ya finalizadas, como las de los telescopios ISO y Herschel, o la del satélite SOHO. También sobreviven al tiempo las potentes parabólicas cuya actividad hoy ha sido sustituida por los 35 metros de diámetro de la antena de Cebreros (Ávila). Es como estar en un museo espacial al aire libre presidido por las imponentes ruinas del Castillo de Aulencia, que emerge sobre el cerro del robledal en el que se sitúa el ESAC.
El idilio se ve ligeramente eclipsado por la contaminación. Nadie esperaba que las poblaciones a las afueras de la capital crecieran tanto desde 1978. Hoy los coches que cruzan la M-503 rompen el silencio de la noche y la contaminación lumínica y radiofónica de Villanueva de la Cañada, Brunete y Boadilla del Monte dificultan el avistamiento de estrellas durante la noche y provocan interferencias.
Gaia: una máquina del tiempo
La tercera y última parada de la visita en ESAC es frente a la imponente Gaia. El centro espacial ostenta una enorme réplica a escala 1:4 de esta famosa sonda lanzada al cosmos en 2013 con el objetivo de delimitar un mapa multidimensional de los miles de millones de estrellas que componen nuestro hogar en el cosmos: la Vía Láctea.
Gaia, en sus nueve años de vida, ha conseguido establecer un catálogo de 1,8 billones de estrellas, lo que le permite ampliar información sobre el origen y evolución de nuestra galaxia. "Es como una máquina del tiempo", reflexiona Rocío Guerra, responsable de operaciones científicas de este satélite, activo hasta 2025, año en el que se quedará sin combustible. "Gracias a Gaia podemos rebobinar en el tiempo y entender cómo se ha formado nuestra galaxia, qué interacciones ha tenido y cómo va a evolucionar".
Uno de los logros más relevantes de Gaia fue descubrir que tenía la capacidad de ver terremotos estelares, una disciplina que hasta entonces sólo estaba reservada a los expertos en asterosismología. "Gaia no puede detectar ese tipo de movimiento en estrellas como el Sol, pero sí en otras muy masivas y calientes", explica Guerra.
Este tipo de descubrimientos sirven de precedente para misiones espaciales del futuro, como Plato (prevista para 2026), el conocido como 'cazador europeo de exoplanetas', una nave espacial que buscará vida fuera del Sistema Solar. Tener un registro tan amplio de estrellas ayuda a las próximas iniciativas de exploración espacial a centrar el tiro en su búsqueda de vida más allá de la Tierra.
"Lo más asombroso es que Gaia ha conseguido el catálogo con más precisión hasta la fecha", añade Rocío Guerra. "Con el que contábamos antes, el satélite astrométrico Hipparcos, se consiguieron registrar 200.000 estrellas. Gaia alcanza casi a los 2 billones. Esto nos permite determinar qué interacciones ha tenido la Vía Láctea en el pasado y establecer modelos predictivos para su comportamiento futuro".
Para explicarlo, Guerra cita uno de los descubrimiento más asombrosos del ESAC: hace 8 billones de años, la Vía Láctea interaccionó con una galaxia mucho más pequeña, Gaia Enceladus, integrando parte de sus estrellas en la nuestra, una suerte de "canibalización galáctica".
Quizás los orígenes del ser humano provengan de aquella espiral estelar de polvo cósmico, enanas rojas y energía oscura que colisionó con nuestra Vía Láctea. Al fin y al cabo, Gaia se enfoca en conocer el origen, la estructura, la evolución y el futuro de nuestra galaxia, mientras que otros telescopios, como James Webb, trabajan en el infrarrojo para conocer más información sobre objetos extremadamente lejanos. Tantos, que tratar de calcularlos en una escala humana no tiene sentido.
Gaia, Euclid, Hera y el resto de misiones espaciales que ESA ha puesto en marcha o aún tiene pendientes de lanzar al espacio son sólo la punta del iceberg de la avalancha de proyectos que, muy pronto, tratarán de esclarecer el futuro del conocimiento humano. Está en manos de astrofísicos como Xavier Dupac, Michael Kueppers y Rocío Guerra lograr que ese salto evolutivo del saber cósmico se haga realidad cuanto antes.