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En el cementerio de Ivánkiv, en Ucrania, cerca de la central nuclear de Chernóbil, están enterrando a un soldado ucraniano del famoso y temido Batallón Azov. Cayó en una emboscada de los rusos en el frente del Donbás. Sus padres lloran sobre su ataúd; él, tapándose la cara. Un compañero de armas enseña el retrato del joven difunto. Cuentan a EL ESPAÑOL | Porfolio que se llamaba Alexander Kuchnerenko, aunque todos lo llamaban Sasha, el cariñoso diminutivo de su nombre de pila. Tenía 28 años, trabajaba de ingeniero en Kiev construyendo edificios y planeaba casarse con su novia, Olga. La invasión de Rusia el 24 de febrero alteró su existencia, como la de todo el país.
En estos más de cien días de guerra han muerto decenas de miles de combatientes de ambos ejércitos, y miles de civiles ucranianos. Pero en el hogar de Angelita y Santos en San Sebastián, este soldado no es desconocido. Para ellos, Sasha era único: el niño de Chernóbil que en el año 2000 llegó a su piso para pasar el verano y se convirtió "en uno más de la familia", recuerda su madre de acogida. "La primera vez que vino, tenía 7 años y se creía que sus padres lo habían abandonado; pero no lloró ni una vez", cuenta Angelita con una sonrisa de cariño. El matrimonio vio crecer al niño durante nueve veranos seguidos. La última vez que vino a visitarlos, a finales de 2019, era todo un hombre.
EL ESPAÑOL | Porfolio ha asistido al entierro del soldado Kuchnerenko, del querido hijo Sasha, en el cementerio de su pueblo, Ivánkiv, y ha hablado con sus dos familias en Ucrania y España, para reconstruir la vida y la muerte de este ucraniano que se sentía también español y vasco de adopción.
Con 2.500 kilómetros de por medio, la pena golpea dos hogares de Ucrania y España unidos por la muerte del mismo ser querido. Lloran por Sasha sus padres, Lubov y Mikola Kuchnerenko, en la casa donde creció en Ivánkiv, cerca de la central nuclear de Chernóbil. También lamentan su muerte Angelita Odriozola y Santos Hita, ambos de 78 años, los padres de acogida españoles en San Sebastián.
"Él no quería ir a la guerra, pero veía la televisión y decía: 'Están matando a mis compañeros del Batallón Azov en Mariúpol, no puedo quedarme aquí con los brazos cruzados, tengo que ir a luchar con ellos", recuerda su padre, Mikola.
"Decía: 'Están matando a mis compañeros, no puedo quedarme con los brazos cruzados", recuerda su padre
"Le decíamos que se cuidara mucho. 'A mí me van a matar', nos decía. Tenía miedo. Mi hija habló con él por teléfono y de fondo se escuchaban tiros", dice en San Sebastián su madre de acogida, Angelita.
La infancia
Alexander Kuchnerenko, Sasha, nació el 26 de diciembre de 1993 en Ivánkiv, un típico pueblo ucraniano con muchas casas de madera y algunos bloques de apartamentos de estilo soviético, que hoy tiene unos 10.500 habitantes. Está situado en el óblast o provincia de Kiev, 82 kilómetros al norte de la capital y a 45 kilómetros al sur de la frontera con Bielorrusia. Era el segundo hijo del matrimonio formado por la madre, Lubov, de 57 años, que hoy sigue trabajando de peluquera en un salón de belleza, y el padre, Mikola, de 65, jubilado ya de su antiguo trabajo como ingeniero constructor. Sasha tiene un hermano siete años mayor que él.
Siete años antes, el 26 de abril de 1986, ocurrió el trágico accidente de la central nuclear de Chernóbil, a 45 kilómetros al norte de Ivánkiv. La explosión del reactor número 4 contaminó el entorno con un inmenso escape radiactivo y marcó desde entonces la vida de los habitantes de la zona, una de las más pobres de Ucrania.
Una década más tarde, en 1997, voluntarios de la asociación vasca Chernobilen Lagunak (Amigos de Chernóbil) inició desde España su programa para que familias de la provincia vasca de Guipúzcoa acojan cada verano a medio centenar de niños del área afectada por la catástrofe. Esos chicos, de entre 7 y 17 años, proceden de Ivánkiv. Sasha fue uno de ellos. El hijo pequeño de Lubov y Mikola tenía 7 años cuando en junio del año 2000 viajó por primera vez al hogar de Angelita y Santos en San Sebastián-Donostia. Ella era peluquera (como la madre de Sasha) y él, técnico de electrónica. El hijo y la hija propios del matrimonio ya eran veinteañeros y arroparon al pequeño Sasha como un nuevo miembro de la familia. Nació una relación que duraría toda la vida.
Sasha empezó a ir a San Sebastián con 7 años. Pasó nueve veranos con sus padres de acogida, Angelita y Santos
Otra ONG vasca, Chernóbil Elkartea (Asociación Chernóbil), desarrolla desde 1996 un programa similar para acoger a niños de la zona con familias del País Vasco y Navarra (han traído a 9.000 desde entonces).
Sasha se sentía como en casa en el País Vasco. Con sus padres de acogida temporal, recorría a fondo sus paisajes cada verano, desde el 22 o 23 de junio hasta finales de agosto. Su pueblo ucraniano y la capital de Guipúzcoa tienen en común lo verdes que son. Pero mientras Ivánkiv es completamente llano, en Euskadi tenía montañas, y le encantaba subir a ellas.
Al terminar el bachillerato en Ucrania, Sasha se fue a Kiev a estudiar la carrera de ingeniería de edificaciones, como su padre. La relación entre las dos familias, la de Ucrania y la de España, se estrechó aún más porque, hace dos décadas, Angelita y Santos viajaron dos veces a Ivánkiv para conocer la tierra de Sasha y a sus padres.
La primera guerra
En abril de 2014, estalló la guerra entre el nuevo gobierno proeuropeo de Ucrania y los separatistas ucranianos prorrusos del Donbás, al este del país. Sasha, estudiante universitario, quiso alistarse para ir a combatir del lado gubernamental. Su familia ucraniana lo detuvo con estas palabras que hoy recuerda, roto de dolor, su padre, Mikola Kuchnerenko: "No te alistes hasta que termines la carrera, le dijimos. Y al día siguiente de terminarla, se alistó en el Batallón Azov".
Corría el año 2016, antes de cumplir los 23 años, cuando se enroló en el Destacamento de Operaciones Especiales Azov, también conocido como Batallón Azov. Surgió como una milicia ultranacionalista en Mariúpol en mayo de 2014 y desde septiembre de 2014 se integra en la Guardia Nacional de Ucrania. Había y hay elementos extremistas en esta unidad, pero, por lo que describen sus allegados, ese no era el caso de Sasha, a quien no movía la ideología sino el sentido, hoy tan extendido, de que debía proteger a su país y a su familia frente a la amenaza de Rusia.
En 2016, "al día siguiente de terminar la carrera, se alistó en el Batallón Azov" para combatir en el Donbás
"Firmó el contrato con el Batallón Azov y, tras el entrenamiento, lo enviaron a luchar en el Donbás", cuenta su padre a EL ESPAÑOL | Porfolio, sentado junto a su esposa en el Centro Social de Rehabilitación Psicológica de Ivánkiv, donde prestan ayuda a los veteranos de guerra, a sus familiares y a civiles víctimas del conflicto. Una de las que recibe ayuda de la psicóloga es la madre, Lubov.
Los padres han aceptado hablar de su hijo porque es con un periódico de España, el otro país de Sasha. Una joven vecina que también fue niña del programa de Chernóbil en el País Vasco, y que habla castellano y euskera, hace de traductora.
Tras su primera experiencia bélica, Alexander Kuchnerenko volvió sano y salvo a Kiev, donde se instaló en un hogar independiente con su novia, Olga, y empezó a trabajar como ingeniero en proyectos de edificios. Su vida normal saltó por los aires el 24 de febrero de 2022.
La invasión
Ese día, las tropas rusas enviadas por el gobierno de Vladímir Putin invadieron Ucrania por el norte, sur y este del país. Por el frente norte, los militares del Kremlin entraron desde Bielorrusia por la carretera que se dirige a Kiev pasando precisamente por Ivánkiv, el pueblo de los Kuchnerenko. Los invasores tomaron la central nuclear de Chernóbil y, enseguida, Ivánkiv.
Cuentan en el pueblo, liberado desde el 1 de abril tras la retirada rusa, que hubo combates durísimos a las afueras hasta que los ocupantes se adueñaron de la localidad. Ivánkiv se convirtió en un centro logístico y sanitario importante tras el accidente nuclear de 1986, durante las tareas de evacuación, limpieza y reconstrucción. Muchos de los trabajadores que entran cada día en el área de exclusión de 1.600 kilómetros cuadrados en torno a la central residen en este pueblo, situado a 33 kilómetros de la frontera con esa zona, de acceso restringido por sus altos niveles de radiactividad.
Su pueblo, Ivánkiv, se convirtió en un centro logístico y sanitario tras el accidente nuclear de 1986 en Chernóbil
El 27 de febrero, tres días después de la invasión, cortaron las comunicaciones e Ivánkiv quedó aislado. Bajo el toque de queda ruso, dispararon a conductores en la calle. Durante el asalto y la ocupación, hubo muertos, tanto militares como civiles, aunque la destrucción fue menor que en otras poblaciones de la provincia de Kiev, matizan en Ivánkiv.
Mientras tanto, Sasha, en la capital, se enfrentaba a un dilema. No quería ir a la guerra, pero veía las noticias y le decía a los demás y a su conciencia: "No puedo quedarme con los brazos cruzados mientras están matando a mis compañeros en Mariúpol. No puedo seguir trabajando. Tengo el deber moral de ir a combatir con ellos". La hermandad con sus antiguos camaradas del Batallón Azov, forjada en su primera campaña de 2016 en la guerra del Donbás, lo empujó a unirse a ellos en esta segunda guerra. Quería ser parte de la resistencia contra la invasión de Ucrania.
El joven ingeniero y soldado firmó el 1 de marzo su nuevo contrato de alistamiento con el Batallón Azov y una semana más tarde, el 8 de marzo, se fue a la guerra. Primero, lo destinaron al cinturón de Kiev, que en esas fechas sufría el cerco militar ruso a las puertas de la capital. A su familia de acogida vasca le dijo que se dedicaba a evacuar a civiles de las áreas bajo fuego, con su coche. Después lo enviaron al este, otra vez al Donbás como en 2016, según les contó a sus padres cuando volvieron a comunicarse tras el repliegue ruso de la zona de Ivánkiv a principios de abril.
Su novia, Olga, logró salir de Ucrania y llegar a España, en un viaje de evacuación de refugiados
Al estallar la guerra, su novia, Olga, logró salir de Ucrania y llegar a España, en un viaje de evacuación de refugiados, cuentan en Ivánkiv. No saben si está en el País Vasco u otro sitio. Olga estuvo de niña en Barcelona con otro programa de acogida y habla español.
Desde San Sebastián, Angelita y Santos seguían las noticias de Ucrania con gran preocupación. Temían que Sasha cayera víctima no de la radiactividad, como se imaginaban antes, sino de la guerra desatada por la invasión rusa. "La última vez que hablé con Sasha, de voz, fue al mes de empezar la guerra. Decía que sacaba a gente en su coche. Luego, cada dos o tres días, mi hija hablaba con él" por Whatsapp, dice Angelita Odriozola. "El último mensaje que recibimos de él fue el 25 de mayo". Decía que estaba bien.
La emboscada
Llegó la primavera a Ucrania y estalló la pacífica floración de campos y bosques. Pero militares y civiles seguían muriendo a centenares. Una parte de los soldados del Batallón Azov resistían, durante semanas, el asedio ruso atrincherados en la acería de la ciudad de Mariúpol, en la costa del mar de Azov, el recodo del mar Negro que da nombre a esta unidad militar ucraniana. Otros miembros, como Sasha, luchaban cerca en el mismo óblast (provincia) de Donetsk, en el Donbás.
Este territorio de la cuenca baja del río Don está dividido en dos partes en disputa: las fuerzas rusas y ucranianas independentistas ocupan el este, y las gubernamentales de Ucrania controlan la franja occidental. Entre ambas zonas hay franja de tierra de nadie por la que merodean unos y otros.
El 27 de mayo fue con otros tres soldados a través de tierra de nadie para espiar posiciones rusas en Bakhmut
El viernes 27 de mayo, el soldado Kuchnerenko, Sasha, fue en una peligrosa misión de reconocimiento a través de esa tierra de nadie para espiar las posiciones rusas, cerca de la localidad de Bakhmut. Viajaban cuatro soldados en un coche todoterreno militar, según le han explicado sus superiores a los padres y transmite el progenitor, Mikola.
Pregunta.−¿Qué ocurrió?
Respuesta.−Estaban reconociendo el terreno y una patrulla rusa los descubrió. Sasha y sus compañeros huyeron deprisa en el todoterreno militar. En ese momento, no les pasó nada. Pero luego los sorprendió un convoy militar ruso más grande. Cayeron en una emboscada. Les dispararon y los mataron a los cuatro.
Militares ucranianos recuperaron los cadáveres de Sasha y sus tres compañeros. El 3 de junio, el viernes de la semana pasada, entregaron el cuerpo a sus padres en su pueblo natal.
El entierro
El funeral y el entierro se celebran el lunes 6 de junio, a las doce del mediodía. Que Sasha, al que recuerdan como una gran persona, era muy querido en Ivánkiv lo comprueba EL ESPAÑOL | Porfolio al ver cómo el pueblo se paraliza para asistir a su despedida.
La iglesia ortodoxa del patriarcado de Ucrania se llena de familiares, amigos, vecinos y militares compañeros del difunto soldado, durante las horas de la capilla ardiente. Camino del cementerio, muchos se arrodillan al paso del cortejo fúnebre, encabezada por la camioneta que carga su ataúd.
En contraste con el dolor, con la silenciosa gravedad del momento, el día está radiante. En primavera, Ivánkiv, como el resto de Ucrania, se llena de flores y los árboles, pelados en invierno, rebosan con el verde de la vida que rebrota.
Han cavado en la tierra una tumba de unos dos metros de hondo para alojar los restos del soldado caído. Los militares enarbolan estandartes y una bandera de Ucrania. Uno sostiene en sus manos un retrato, con barba, del soldado Alexander Kuchnerenko, que mira de frente con sus ojos oscuros. El sacerdote concluye la plegaria y arroja la primera palada de tierra sobre el ataúd. Los demás asistentes lo siguen, cogen puñados de un montón y los echan suavemente sobre la madera.
El recuerdo
Dos días después, este miércoles 8 de junio, sus padres hacen un esfuerzo para encontrarse con el periodista español en el centro de ayuda psicológica del pueblo y recordar a su hijo y sus vínculos con España, su amor por su familia de acogida en San Sebastián y su afición a las montañas del País Vasco. Al hacerse adulto, y después de nueve estancias, Sasha ya no podía participar en el programa de verano para los niños de Chernóbil.
El joven ingeniero fue a reencontrarse con su antigua familia de acogida española en noviembre de 2019
Pero en noviembre de 2019, diez años después de su último viaje, fue por su cuenta a visitar a sus padres de acogida en San Sebastián. "Estuvo ocho días con nosotros, antes de la pandemia", precisa Angelita. Como siempre, el joven ucraniano aprovechó su reencuentro para subir a los montes que tanto le gustaban, como se le ve en la foto en la que sonríe, feliz, en una cima. En su brazo izquierdo lucía un tatuaje que parece una letra A, como la de su nombre de pila, Alexander, y la del Batallón Azov.
"La primera vez que vino era un crío y la comunicación fue difícil, nos entendíamos por señas", cuenta su acogedora vasca de la infancia. Luego Sasha aprendió a hablar español e incluso "un poco de euskera".
Le preguntamos a los padres en Ivánkiv.
P.−¿Qué piensan ahora, cuando han perdido a un hijo por Ucrania?
R.−En Ivánkiv nacimos nosotros y nuestros padres. Nos quedaremos para defender nuestra tierra. Si Rusia conquista Ucrania, la siguiente será España [dice el padre refiriéndose simbólicamente a España, el país tan allegado a los vecinos de este pueblo, como encarnación y ejemplo de la Unión Europea]. No queremos vivir con los rusos, no son personas. Hemos visto lo que son capaces de hacer. Murió nuestro hijo, ¿cómo voy a mirar a los rusos? Los ucranianos no queremos guerra, queremos paz, pero defenderemos nuestro país las veces que vengan.
Sasha tenía planeado llevar a su padre a España por primera vez, cuenta Mikola Kuchnerenko. La guerra ha impedido que cumplan ese viaje juntos.
Contactados por esta revista, Angelita, sentada junto a Santos en su vivienda de San Sebastián, recuerda a Sasha:
P.−¿Cómo se enteraron de su muerte?
R.−El viernes a la noche, había un chaval ucraniano que estuvo aquí de niño también y nos lo dijo. Fue una sorpresa terrible. Lo sentimos mucho. Sasha era como uno más de la familia.
El soldado Alexánder Kuchnerenko, Sasha, niño de Chernóbil, nació el 26 de diciembre de 1993 en Ivánkiv (Ucrania) y murió el 27 de mayo de 2022 en acción de guerra en Bakhmut (Ucrania). Sus familias no lo olvidan.
En el Centro de Rehabilitación Psicológica
Sasha no es el único vecino de Ivánkiv muerto en combate. En el Centro Social de Rehabilitación Psicológica, donde ayudan a veteranos, familiares y civiles víctimas de la guerra, exponen como señal de duelo y homenaje los retratos de otros seis militares que han perdido la vida en diferentes frentes de Ucrania. Son los mártires del pueblo.
Aquí han tenido la relativa suerte de no tener muchas víctimas. No hubo violaciones de mujeres ni masacres premeditadas como sí ocurrió en otras poblaciones de la provincia de Kiev, como Bucha o Irpín, donde los civiles asesinados son centenares.
Una de las pacientes que recibe ayuda de la psicóloga del centro es la madre de Sasha. Otro paciente es un oficial veterano al que los rusos capturaron al ocupar la población. Se llama Sergei, tiene 46 años y es mayor del ejército de Ucrania pero desde 2019 ya no combate. Estaba destinado en Chernóbil. No le dio tiempo a escapar de Ivánkiv cuando comenzó la invasión.
Los rusos lo capturaron en Ivankiv el 29 de febrero de 2022. Buscaban a veteranos de la anterior guerra del Donbás, como él. "Me tuvieron doce días atado de pies y manos. Cuando me liberaron, yo no sabía dónde estaba, por efecto de los narcóticos que me habían dado", explica.